ZION

El momento parecía eterno. No entiendo por qué estoy haciendo esto, pero simplemente no puedo parar. Quisiera tenerla entre mis brazos toda la vida, en todo instante, en cada segundo.

La chica profundizó el beso, aunque mis anteojos le entorpecían moverse mejor. Se separó de mí y me miró a los ojos. Me dió besos cortos en los labios, varios en realidad.

—Odio estas gafas tuyas. —Las retiró con su mano derecha y así se quedaron colgando entre sus dedos.

La mujer pasó su brazo izquierdo por detrás de mi cuello y sus labios buscaron los míos con desesperación y ferocidad. Gwendolyn devoró mi boca como sólo ella sabría hacerlo. Mis brazos rodearon su cintura y la atraje más hacia mí. Entonces fue cuando entendí que ella también quería esto.

Me atreví a meter una mano dentro de su short ajustado y me topé con un trasero enorme cubierto por bragas blancas y encaje. Apreté y soltó un gemido bajo contra mis labios. Mi cuerpo se estaba alborotando con esta mujer tan cerca.

Gwendolyn sería mi perdición, ya lo comprobé.

De repente, la burbuja que nos rodeaba en ese pequeño espacio del escaparate, estalló cuando escuchamos la puerta de la habitación abrirse. Unos pequeños pasos se acercaban al escaparate. La mujer se separó de mí con la respiración agitada, levantó su mano izquierda a la altura de mis labios y acercó su índice en señal de que hiciera silencio. Con agilidad colocó mis lentes en su lugar. Retiré mis manos de su cuerpo, lentamente, tratando de no hacer ruido.

—¿Están aquí? —La infantil voz de Faith se escuchó fuerte y clara. Y muy, muy cerca.

Si nos encontraba aquí a los dos, ¿pensaría cosas raras o sólo creería que nos escondimos ingeniosamente? La idea de que intuyera que algo no estaba bien me resultaba un tanto aterradora. Ella ve a sus padres como un matrimonio, aunque no muy feliz. En esta historia yo soy el chico que se está metiendo entre ellos.

Y eso no le gustaría.

El sonido de la puerta cerrándose fue lo siguiente que se escuchó. No podía cantar victoria tan rápido, tal vez la niña seguía en la habitación. Esperamos un rato para salir. Al hacerlo, no había nadie. Suspiré con alivio.

—Zion... —Empezó la mujer a mi lado.

—No tienes que decir nada —aseguré.

—Quiero hablar, Caballero. Es lo menos que merece la situación, ¿no crees? —Se cruzó de brazos, mantuvo una expresión dura.

—Tienes razón.

—Por supuesto que tengo razón. Y esto... —Ella dudó antes de seguir—. Esto no ha sido un error. Tú querías, yo quería. Pero, no puede volver a repetirse. ¿Está claro?

—Está claro, Damisela.

—No me llames así —pidió.

—Tú me llamas Caballero.

—No soy una Damisela.

—Y yo no soy un Caballero.

Ella chasqueó la lengua, claramente fastidiada. Se adelantó a irse y me vi obligado a esbozar una pequeña sonrisa. Gwendolyn se está convirtiendo en una mujer que para mí lo vale todo. Gwendolyn altera todos mis sistemas. Y fue entonces cuando me di cuenta de que me estaba enamorando. Ya no se sentía como atracción.

Estaba siendo algo más.

Decidí seguirla y fuimos hasta la sala de estar. Allí esperaba Faith sentada en el sofá, moviendo los pies. Tenía una mueca triste dibujada en el rostro y miraba al suelo. Levantó la mirada y nos vió. Ahora parecía indignada y se cruzó de brazos. Se veía adorable.

—¡No es justo! —Se quejó. Suavizó su expresión y preguntó—: ¿Dónde se escondieron?

—En tu escaparate —contestó su mamá.

Dejé que ella hablara, quizás si yo lo hacía cometería algún desatino frente a la niña.