capítulo 22
ZION
Maldición. Veo la escena de lejos. Al parecer a Archibald le han dado libertad condicional, ¿o es que lo dejaron salir por buen comportamiento? Como sea estoy perdido. Si el esposo de Gwendolyn está en casa, yo no puedo estar ahí. Sin embargo, es mi oportunidad de interrogar a ambos. Enciendo el auto una vez más y acelero hasta llegar a la casa de la mujer.
Me bajo del coche justo frente a la puerta. Llamé con golpes suaves, pero sonoros.
—¡Joder, ¿ahora quién es?! —Escuché a la mujer. Dejé salir una risita por su tono—. No se puede tener paz en esta casa.
Creo que empiezo a adorarla.
Gwendolyn continuó murmurando maldiciones por lo bajo hasta que finalmente abrió la puerta. Su rostro denotaba molestia.
—Ah, eres tú. Cambio de planes: no puedes quedarte aquí. Adiós.
Hizo el intento de cerrarme la puerta en la cara, sin embargo, impedí que lo hiciera. Mis ojos encontraron a los suyos. Sentía como si hubieran chispas a nuestro alrededor. Ella mantenía los labios entreabiertos mientras me miraba. Tenía ganas de besarla en ese momento y me moví inconscientemente para llevar a cabo ese repentino deseo.
Mi rostro se acercaba a ella y me olvidé de todo en ese instante. No existía The Black Cat, ni su marido ni su hija. Sólo Gwendolyn y yo, ahí, en medio de la puerta de su casa. La adrenalina corría por mis venas.
Podrían atraparnos, pero eso no importaba.
Mis labios llegaron a rozar los suyos y ese simple roce pareció alterar el ambiente. La burbuja que nos rodeaba se explotó cuando escuché unos pequeños pies correr sobre el piso de madera dirigiéndose a algún lugar. Me separé de Gwendolyn lo más rápido que pude.
—Que quede claro: aquí no ha pasado nada —susurró ella, para sólo ser escuchada por mí.
Nuestros ojos volvieron a encontrarse. La mujer apartó la mirada y se fue sin decir nada. No dudé en bajar mi equipaje del maletero del auto. Entré con las maletas a la casa y cerré la puerta principal. Las dejé al lado del sofá gris. Me daba la impresión de que dormiría ahí.
Me dediqué a observar la decoración. Habían varios cuadros colgados en las paredes. En uno de esos cuadros había un hombre mayor elevando al aire a una niña pelinegra de ojos azules. Supuse que serían Gwendolyn y su padre. Al lado de esa foto hay otra de una bebé que debía ser Faith. Me fijé en otra fotografía: la familia perfecta. Archibald, su mujer y su hija. Algo en mi interior se revolvió al verlos tan unidos.
Bajé la mirada al escuchar pasos y miré en esa dirección. La imponente figura del hombre de la cárcel se mostraba frente a mí. Nada le impedía golpearme o echarme de aquí. Esta es su casa.
—¿Qué haces aquí? —Su mirada seguía siendo como la recordaba: dura y desafiante.
—Un placer verte de nuevo, Archie.
—¡Papá, Zion se quedará con nosotros! —emitió Faith, dando pequeños saltos felices.
Por lo menos alguien sí me quiere aquí...
—Él se irá, no va a quedarse —murmuró él, muy seguro.
Gwendolyn entró en la escena con palabras muy claras:
—Zion se queda. Esta es mi casa y se hace lo que yo diga, ¿entendido?
—Espero que no se te haya olvidado lo que hice por ti, querida esposa. —Lo que dijo removió mi curiosidad. ¿Qué había hecho él por ella?
—No se me ha olvidado, querido esposo.
La niño y yo mirábamos a sus padres. Ella puso una mueca triste. Y yo entendí por qué lo hacía: marido y mujer discutían a menudo cuando convivían juntos. A Faith no le gusta que discutan y menos que se miren como si se odiaran. Y esta vez la discusión o lo que sea, es por mi presencia aquí.
Una molesta Gwendolyn me guió hasta una habitación al lado de la suya. Ella dijo que era el antiguo cuarto de su padre y que ahí me quedaría yo hasta que me marchara.
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