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4

Cuando lo vi llegar al liceo se me desencajó la cara.

Facundo, además de ser flaco y bajito, tenía toda la pinta del típico frikito introvertido que no mataba ni una mosca. Siempre caminaba encorvado, con la cabeza baja y las manos escondidas en los bolsillos. Era un blanco fácil para cualquier malintencionado.

—¿¡Pero qué carajos te pasó!?

Tenía toda la cara golpeada y las palmas de las manos raspadas.

—Me robaron.

—¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo?

—Ayer, a unas cuadras de mi casa. Dos tipos se bajaron de una moto, me tiraron al suelo y me robaron el celular.

Me pasé la mano por el pelo. Claro... Eso explicaba por qué no me había contestado.

—¿Te lastimaron en algún otro lado? ¿Hiciste la denuncia?

—Me lastimé las rodillas cuando me tiraron. Fuimos a hacer la denuncia con mis papás, pero no creo que los encuentren, yo ya doy el celular por perdido.

—Boludo, qué cagada... Yo tendría que haberme ido contigo ayer... —me lamenté.

—Tranquilo, no pasa nada. Por lo menos estoy vivo. Además vos no podés ser mi guardaespaldas por siempre.

En ese momento me acordé de todo lo que estuve pensando. Yo sabía que Facundo se sentía seguro conmigo porque nadie se le acercaba para molestarlo cuando estábamos juntos, pero eso era porque él no sabía cómo defenderse, ni verbal ni físicamente.

—Te voy a enseñar a defenderte —le dije con mucha seguridad.

Facundo me miró, extrañado.

—¿Vos me viste?

—Sí, por eso —respondí.

Así que, en el receso, nos fuimos al patio para comenzar con el entrenamiento improvisado.

—Imaginate que yo te vengo a pegar —le dije.

Facundo puso algo parecido a una cara de asco.

—Si vos me llegás a pegar estoy en el horno.

—¡Concentrate! Mirá, levantá las manos así. —Le acomodé las manos con los puños cerrados —. Tirame una piña.

El golpe que me dio no fue muy diferente a un piquete de mosquito. Encima la "actitud defensiva" de Facundo era patética. Era como un perrito asustado que trataba de meterte miedo ladrando finito.

—No, sos un desastre, amigo —le dije—. Vos tenés que tener más presencia, ¿entendés? Sacá la bronca que tenés adentro. Pensá en esa gente que te dice que sos un friki, que tenés bigote de pelusa.

—Pero vos sos el único que me dice que tengo bigote de pelusa...

Arqueé una ceja.

—Seguramente alguien más lo debe pensar, pero no te lo dicen porque son unos falsos de mierda y porque siempre andás conmigo. Donde te lleguen a decir eso les parto la geta.

Facundo hizo una mueca.

—O sea que vos sos el único que me puede decir esas cosas...

—Claro, porque vos sabés que yo nunca te voy a decir nada con intención de lastimarte. O sea, vos ya sabés que sos friki y todo eso, tampoco te digo nada nuevo.

Al final, Facundo terminó largando una carcajada.

—No sé qué es peor, la verdad...

—Dale, volvamos a lo que estábamos haciendo.

Volví a acomodar las manos de Facundo en un puño y me puse en posición de combate para que él tratara de imitarme.

—Bien, ahora imaginate al tipo que te pegó una paliza. Imaginá que ese tipo soy yo y que me vengo a meter contigo de nuevo. Contestame como si le estuvieras haciendo frente a él.

Facundo respiró profundo y cerró los ojos durante unos instantes, como para meterse en ambiente. Cuando lo vi listo, yo también me metí en el papel.

—¿Qué me mirás así, flaco de mierda? —arranqué, pero no conseguí que Facu reaccione—. Sos un friki pelotudo, no servís para nada. Mirá ese bigote de pelusa que tenés, parecés un fenómeno.

Noté que empezaba a agitarse, así que seguí, a ver si lograba que se animara a decirme algo.

—Por eso no tenés amigos, porque sos un boludo inservible.

Ya me estaba quedando sin ideas y él seguía sin reaccionar, así que pasé al siguiente nivel y le pegué un empujón.

En ese momento escuché una voz grave atrás de nosotros.

—Che, abusador, ¡dejalo tranquilo!

Al principio no di mucho corte porque ni siquiera sabía si me estaban hablando a mí, pero cuando volví a escuchar la voz del chico, me giré y en ese momento se me congeló la sangre.

Ella estaba parada ahí, con dos amigas más y un pibe. Asumí que había sido él quién me había gritado. Ella solo estaba parada frente a mí, con cara de enojada.

—No, pará, flaquita, es un malentendido, yo en realidad estaba...

—¿A quién le decís flaquita, pelotudo?

Esa voz... Esa voz grave que escuché antes era de ella.

—¿Sos un pibe...?

Juro que la pregunta no pretendió ser ofensiva, pero dadas las circunstancias era obvio que se lo iba a tomar re a mal.

—¿Te hacés el chistoso, imbécil?

Yo solo pestañeé. Estaba tan impactado que no podía ni abrir la boca para decirle nada. Ni siquiera me di cuenta cuando se me acercó y me asestó una patada en el medio de los testículos. Solo cuando sentí el golpazo y el subidón de dolor fue que logré reaccionar. Caí de rodillas al suelo y ahí levanté la vista. La vi yéndose con sus amigos, después apareció Facundo a ayudarme.

Era un pibe. 

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