25
Yo sabía que lo que estaba a punto de pasar en mi vida era un cambio muy grande. Era parte de mi crecimiento como ser humano.
Mi padre me lo había mencionado varias veces. Él decía "Todo ser humano debe pasar por un proceso de maduración antes de convertirse en un adulto. Tomar decisiones puede parecer fácil, pero tener la madurez para pensar, reflexionar y finalmente elegir el camino correcto, eso es lo complicado".
Supongo que él hablaba desde su experiencia. Tuvo que tomar muchas decisiones para llegar hasta donde estaba. Tal vez no todas fueron las correctas, pero de eso también se aprende.
Yo sabía que todavía me faltaba mucho camino por recorrer. Los adolescentes a veces tenemos la sensación de que nos comemos el mundo, de que sabemos absolutamente todo, pero cuando pasan ciertas cosas que nos obligan a tomar decisiones es que nos damos cuenta de que, en realidad, no sabemos nada.
—¿Y? ¿Qué vas a hacer?
Facundo me hizo saltar de mi asiento.
—Boludo, me asustaste —le reproché—. No sé. Estoy pensando.
—¿Vas a pensar mucho rato más? Porque lo vi llegar.
Inmediatamente me paniquee. No me sentía listo ni para verlo, ni mucho menos para decirle nada.
—Ta, basta, Facundo, no me digas más nada.
Facundo resopló.
En ese momento vimos entrar a Pablo.
Sentí que su mirada me estaba apuñalando. No sé si estaba enojado o serio, yo era malo para leer e interpretar las expresiones de las personas. Además, Pablo siempre parecía enojado.
Corrió la silla y se sacó la mochila sin dejar de mirarme. Yo me hice el boludo y desvié la vista hacia la ventana, pero entonces sentí sus pasos acercándose a mí y en ese momento tuve la sensación de que se me estaba acercando un monstruo.
—Vos —me dijo y me señaló con el dedo índice—. En el recreo vamos a hablar.
—No, pero yo no...
—Sí, vamos a hablar y punto. No te lo estoy preguntando.
Facundo abrió los ojos de par en par.
—Dominante el chiquito —comentó por lo bajo—, me parece que no te va a quedar otra que hablar con él.
—Callate —mascullé.
Cuando sonó el timbre me hice cruces.
Facundo se mandó a mudar. Me dijo que iba a estar en la cantina comiéndose una medialuna y un café con leche. Poco le importó mi cara de cachorro herido o mis ruegos que poco a poco fueron transformándose en puteadas. Me dijo algo como que yo tenía que enfrentar mis problemas y se fue.
Pablo estaba parado frente a mí, con los brazos cruzados. Tenía que levantar mucho la cabeza para poder mirarme a los ojos, pero eso no le impidió mantener esa postura feroz que siempre tenía.
—Bueno... ¿De qué querés que hablemos? —pregunté.
Él arrugó las cejas.
—No te hagas el boludo. Escuché lo que le dijiste a Facundo.
—Si ya lo escuchaste, ¿para qué querés que te lo repita?
—Porque quiero que me lo digas en la cara.
Chasqueé la lengua.
—No quiero decirlo de nuevo.
—¿Por qué?
—Porque me da vergüenza—admití.
—Ese día lo gritaste a los cuatro vientos. Muy avergonzado no parecías.
—Porque estaba enojado.
—¿Tenés que estar enojado para ser honesto?
Resoplé.
—Basta, Pablo. Dejá de torturarme. Bastante complicado está siendo.
Me di la vuelta para irme y lo escuché de nuevo.
—Solo quiero saber una cosa —comenzó—. ¿Estás seguro de que te gusto?
—¿Por qué me preguntás eso?
—Porque quiero saber.
Me giré sobre mis talones para volver a encontrarme con su mirada.
—Sí. Estoy seguro. Me gustaste desde que te conocí. Al principio pensé que eras una chica y estaba todo bien, pero cuando supe que eras un chico este sentimiento no desapareció. Pensé que estaba confundido pero... Me di cuenta de que no. Te pido disculpas si es incómodo o raro para vos. Te prometo que no voy a volver a tocar este tema nunca más.
—¿Y quién te dijo que a mí me molesta o me parece raro? —Ante mi sorpresa, él prosiguió—. Creo que al que le parece raro es a vos, porque te quejás de tu amigo pero vos también sos medio cuadradito. Por eso te da tanta vergüenza, porque no entendés cómo es que llegó a gustarte un pibe.
Su tono casi burlesco me molestó un poco.
—Sí, ¿y?
—Y nada, supongo que pensás que como a vos te parece raro, a mí también.
—A Facundo le pareció raro también —comenté, para tratar de defenderme de alguna manera.
—Porque es otro marmota. Pero ¿sabés qué? No todo es como vos pensás, Karim. ¿No te interesa saber lo que realmente pienso yo?
—No se, depende —dije enseguida—. Porque si me vas a echar fly después de haberme dicho todo eso, entonces no, no me interesa. Porque yo ya asumí que vos no sentís lo mismo, no es necesario que me lo digas.
Entonces, Pablo se empezó a reír. Yo lo miré, sorprendido. Era la primera vez que lo veía reírse de esa manera. No sentí que fuera una burla, más bien parecía divertirse mucho con la situación.
—¿Sabés qué? Ahora te voy a dejar con la duda. Vas a tener que descubrir por tu cuenta qué es lo que siento yo, ya que sos tan perceptivo te lo dejo de deberes.
—¿Eh? ¡No es justo! ¿Para qué me pediste que habláramos si no me vas a decir nada?
Él se volvió a reír.
—Porque quería averiguar lo que realmente sentías, ahora que ya lo sé, va a ser más divertido que lo otro lo averigües.
Sin decir más, se me acercó, me palmeó el antebrazo y se fue.
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