Huí.

Pueden llamarme cobarde, pueden decir que debería haber enfrentado la situación, pero no estaba listo para hacer nada de eso.

No sabía lo que pensaba Pablo al respecto, pero yo sentía que probablemente iba a ser algo negativo. Ya de por sí me dolía el rechazo de Facundo, pero sufrir también el de Pablo iba a ser un golpe muy duro para mí.

Así que solo me fui sin decir nada.

Cuando llegué a mi casa, me encerré en mi cuarto y repasé una y otra vez todo lo que había pasado.

No sabía cómo iba a enfrentar a Pablo después de eso; de solo pensarlo me dolía el estómago de los nervios.

Fue en ese preciso momento que entendí que los hombres también se avergüenzan, sufren y lloran.

Y también gustan de otros hombres.

Fue muy ridículo haber tenido esa revelación como si hubiese descubierto el secreto mejor guardado del mundo. Al final de cuentas, me quejaba de Facundo pero yo también tenía la cabeza metida dentro de un taper.

—Puta madre —murmuré para mí mismo mientras me desplomaba sobre mi cama, con ambos antebrazos cubriéndome la cara—. ¿Y ahora qué mierda hago?

Y sí. Estaba muy angustiado.

Era obvio que no podía huir para siempre, pero no me sentía listo para afrontar todo lo que estaba pasando.

. . .

Volví al liceo después de tres días.

No le di muchos detalles a mis viejos, solo les dije que me había pasado algo que no era grave, pero que me sentía mal y necesitaba pensar. Ellos me entendieron.

Tenía un plan armado en mi cabeza y sabía que probablemente era el peor plan del mundo, pero estaba tan agobiado con la situación que lo único que se me ocurría era seguir evadiendo la situación hasta sentirme listo para enfrentarla.

Así que, antes de ir a clases, pasé por la dirección para hablar con el adscripto.

Cuando llegué al salón Pablo y Facundo me miraron con los ojos muy abiertos. Yo me senté en la última fila, al fondo. Tenía muchas ganas de hacerme invisible y pasar completamente desapercibido, pero era más que obvio que eso no iba a pasar.

Yo sabía que esa jornada iba a ser la más larga del mundo.

Y lo fue.

—Che, tengo que hablar contigo.

Cuando levanté la vista, vi a Pablo parado frente a mí. Detrás de él estaba Facundo. Todo indicaba que uno le había ganado de mano al otro, pero los dos querían lo mismo: hablar conmigo.

—No hay mucho de qué hablar —contesté a secas.

—Eso no lo decidís solo vos.

Facundo se acercó antes de que yo pudiera seguir contestando.

—¿Por qué no contestás los mensajes ni nada?

—Porque quiero estar tranquilo —respondí—. Hoy antes de entrar hablé con el adscripto para que me cambie de salón.

Pablo arrugó las cejas, Facundo hizo una mueca.

—¿Y por qué hiciste eso? —preguntó Pablo.

—Porque sí.

—No, porque sí no. ¿Qué te pasa? —insistió—. ¿Cómo te vas a cambiar de salón? Te fuiste al carajo, boludo.

Yo solo chasqueé la lengua. Ni siquiera sabía qué responder. Sentir que Pablo estaba enojado conmigo solo empeoraba más las cosas.

—Me parece que te estás excediendo —siguió Facu—. Sé que discutimos y eso, pero los amigos se pelean a veces, es normal.

—¡No fue solo la discusión, Facu! ¡Fue...! —La vergüenza me hizo bajar la voz—. Fue todo lo otro. Ya está, déjenlo así. No quiero hablar más del tema.

Entonces, Pablo le pegó con la palma abierta a la mesa de mi pupitre.

—¡Dejá de ser tan infantil y asumí las cosas de una vez! No podés vivir con la cabeza escondida por el resto de tu vida, Karim. ¡No seas cagón!

—Yo no tengo la cabeza escondida —respondí.

Me sentía un completo estúpido.

Justo en ese momento y para mi salvación, sonó el timbre. Pablo chasqueó la lengua y se fue enojado, pero Facundo se quedó ahí, como si todavía quisiera decirme algo.

—Che, Karim... —empezó, muy tímido—. Vení a casa después del liceo así hablamos un rato.

Yo no dije nada. Facundo tampoco esperó mi respuesta. Solo regresó a su lugar. Probablemente para darme la oportunidad de pensar si aceptaba o no su invitación.