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15

Facundo estaba enojadísimo.

En su cabeza todavía no cabía la idea de que Pablo y yo nos lleváramos bien. A él le costaba mucho trabajo perdonar y entender que la gente tenía derecho a segundas oportunidades. En otras palabras, Facu era muy rencoroso.

En cierto modo yo tampoco lo podía culpar. Durante toda su vida se topó con gente que solo le daba puras decepciones. Incluso le costó trabajo entender que yo quería ser su amigo. Su historia conmigo fue casi casi como la de Pablo, solo que él me tenía miedo porque pensaba que, en algún momento, yo me iba a meter con él. Claro, eso me lo confesó mucho tiempo después, cuando ya teníamos más confianza.

—¿Y qué? ¿Ahora va a estar con nosotros en el recreo? Uno no puede ni engriparse porque ya pasa cualquier cosa.

Facu no había parado de despotricar.

—No es tan así, Facu. Solo hicimos las paces, conversamos un rato y quedó todo bien, pero si querés no nos juntamos con él.

—Sí pero vos querés juntarte con él —me recriminó.

Suspiré. Nunca lo quiso admitir, pero también era muy, muy celoso.

—Bueno, sí, pero te prefiero a vos porque vos sos mi mejor amigo, no Pablo.

Pude ver su mirada afilada a través de los lentes. Tenía el entrecejo arrugado y esa mueca que hacía con la boca cuando no estaba de acuerdo con algo.

—Sería muy tóxico de mi parte no dejarte juntar con él solo porque a mí me cae mal. Yo no soy esa clase de gente. Así que hacé lo que quieras, no te lo voy a impedir.

—Eso es como un "lo tomo pero me ofende muchísimo", ¿no? —Me reí, pero la mirada de Facundo me hizo ponerme serio de nuevo—. No tiene chiste si vos vas a estar incómodo. Además, decirme que haga lo que quiera en doble sentido es un claro ejemplo de toxicidad. ¿Por qué no conversás con él? Si ves que no hay match entre ustedes, entonces la dejamos por esa y fue.

Él me miró serio, como si estuviera analizando toda la situación. Probablemente estaba masticando la idea de intentarlo, pero era tan, pero tan orgulloso, que nunca iba a admitir que en realidad tenía curiosidad.

—Puede ser. No sé. Tengo que pensarlo.

—Dale, Facu. ¿No fuiste vos el que quería ayudarlo a toda costa? Hasta nos rateamos de clase para defenderlo. Ahora está solo, se pasó para una clase donde no conoce a nadie...

—Sí pero nos escupió —me interrumpió enseguida—, y no solo eso, te trató como si el malo de la película fueras vos, te mandó al frente con el adscripto en vez de hacer lo mismo con el tipo que lo bulleaba, fue un ingrato y a mí la gente ingrata no me gusta.

Estaba a punto de responderle cuando Pablo entró a la clase. Noté que incluso su semblante estaba distinto. Nos miró a ambos y nos saludó, levantando el mentón, con una media sonrisa dibujada en su boca.

Yo creí que a Facundo le iba a explotar la cabeza de la rabia. Estuvo a punto de largar humo por las orejas. Lo escuché balbucear algo como "y ahora se hace el lindo..." mientras ocupaba su pupitre y sacaba las cuadernolas de la mochila a lo bruto. Honestamente no tenía idea de qué tan bien —o qué tan mal—podía salir, pero no me quedaba más remedio que esperar hasta el recreo para averiguarlo.

. . .

El ambiente estaba... Raro. Pablo conversaba conmigo muy animado, yo solo asentía y miraba de reojo a Facundo, que nos observaba desde un rincón, aplastando entre sus manos una cajita de jugo de naranja vacía.

Estaba siendo tan incómodo como lo imaginaba.

En un momento, Pablo se quedó en silencio. Miró a Facundo, él le devolvió la mirada y durante unos instantes tuve la sensación de que estaban llevando a cabo una especie de guerra silenciosa. Yo me aparté por inercia cuando Pablo dio un par de pasos para acercarse a Facu.

—¿Y vos qué? —Facundo lo miró con una ceja levantada—. ¿Todavía seguís enojado conmigo?

—Tal vez podríamos...

—Vos no te metas —me interrumpió Facundo, luego prosiguió a responderle a Pablo—. Estoy enojado porque vos trataste mal a mi amigo y ahora te hacés el que está todo bien.

—Pero igual yo no...

—Pará, Karim —Esta vez fue Pablo el que me cortó en seco—. Yo me disculpé con él. Malinterpreté las cosas y lo prejuzgué por su apariencia, porque vos lo ves así, un mono de un metro ochenta con cara de malo y decís, este pibe es terrible bully, pero me di cuenta de que debajo de todo eso hay un buen pibe.

—¡Chocolate por la noticia! —exclamó Facu en tono sarcástico—. Un poquito tarde te diste cuenta.

—La gente tiene derecho a rectificarse, ¿no? ¿O vos sos el ser humano más perfecto del mundo?

—Che, gurises, paren...

—¡Callate, Karim! —me dijeron los dos al unísono.

—Yo no seré perfecto—prosiguió Facu—, pero por lo menos sé valorar a la gente que me defiende. Vos no paraste de bardearlo hasta que yo te paré el carro.

—Uy, ¿ahora sos el salvador de Karim?

La discusión siguió escalando poco a poco, cada respuesta iba aumentando los calores del ambiente y el tono de voz de ambos estaba comenzando a elevarse.

—A mí no me grites, ¿quién te pensás que sos? —dijo Pablo, muy enojado, cuando Facundo le alzó demasiado la voz.

—¡Yo te grito todo lo que quiero!

El timbre ya había sonado pero ninguno de los dos se había dado cuenta.

—¡Te hacés el que respetás a la gente y me venís a gritar! Eso también es una falta de respeto, cerebrito.

—Yo respeto a quién merece mi respeto, vos no lo merecés.

En ese momento, cuando los dos dieron un paso al frente, supe que si no hacía algo la cosa iba a terminar muy mal. Así que puse mi voz más grave, esa que tenía reservada solo para cuando me tocaba atender el teléfono en mi casa, y les grité:

—¡PAREN!

Tanto Facundo como Pablo levantaron la cabeza para mirarme. Los dos estaban sorprendidos, casi asustados.

—Ay, Karim... —dijo Facundo, a la vez que se llevaba una mano al pecho, cual señora mayor.

—Es evidente que los dos se tienen bronca, pero si no aclaran las cosas nunca vamos a llegar a ningún lado, porque discúlpenme, pero esta es una discusión de bobos. Lo que pasó antes ya pasó, Pablo me pidió disculpas y yo las acepté, pero también entiendo el enojo de Facu. No quiero sonar presumido pero acá parece que se están peleando por mí, y honestamente, si depende de mí, somos todos amigos y ya fue.

Los dos me miraban atentos, quizás todavía sorprendidos. Ninguno dijo más nada ni puso pero alguno. No sabía si interpretar aquello como que estaban de acuerdo o solo estaban intimidados por mí, pero sea lo que fuese, por lo menos había conseguido que dejaran de pelearse.

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