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10

Facundo y yo posiblemente éramos las personas más diferentes del mundo.

Teníamos muy pocas cosas en común, pero una de ellas, la más importante, calculo yo, era nuestra determinación a la hora de hacer las cosas. Cuando se nos metía una idea en la cabeza no parábamos hasta concretarla. No nos importaba mucho si el resultado era bueno o malo, pero los dos necesitábamos sentir esa satisfacción de que, mal o bien, nuestro plan se había concretado.

Así que, el asunto con Pablo era lo que teníamos pendiente. Nuestra idea en la cabeza, ese plan a concretar. Necesitábamos averiguar qué estaba pasando con él, quién le estaba pegando y por qué, y si era posible, detenerlo.

Pablo seguramente se dio cuenta de algo porque desde nuestra última conversación, se comportaba bastante esquivo con nosotros. Supongo que tenía miedo de que las cosas empeoraran si alguien descubría lo que estaba pasando.

—Las personas maltratadas siempre intentan cubrir a su agresor —dijo Facundo con mucha seguridad—. Seguramente debe estar muy asustado de que, si lo llegamos a descubrir, le dé una paliza o algo.

—¿Y vos cómo sabés tanto?

—Estuve investigando el comportamiento de las personas que sufren violencia doméstica o bullying. Abarqué las dos opciones porque todavía no estamos seguros de lo que pasa.

Arrugué las cejas.

—Dios, a veces sos muy intenso.

Lo vimos entrar y los dos cortamos el tema de inmediato.

Si Facundo y yo tuviéramos que trabajar de encubierto en alguna misión secreta, probablemente acabaríamos siendo descubiertos al minuto de haber empezado. No sé si era la forma en la que lo mirábamos, nuestro lenguaje corporal o la propia astucia de Pablo, pero él ya sabía que nosotros andábamos haciendo algo raro, seguramente por eso se estaba retirando una hora antes de la salida.

—Tenemos que idear un plan —me dijo Facu en secreto—. Si no logramos seguirlo nunca vamos a descubrir qué pasa.

Y sí, el plan que se nos ocurrió tenía una alta probabilidad de salir muy mal. De hecho, estaba seguro de que nos íbamos a meter en un problema, pero a sabiendas de eso, igualmente lo hicimos.

En el receso previo a la última hora, agarramos nuestras cosas. Era la primera vez en mi vida que me rateaba de clases, pero no me sentía tan culpable porque sabía que era por una causa justa.

Vimos a Pablo saliendo y tratamos de ser lo más discretos para ir detrás de él sin que se diera cuenta. Se paró a unos metros del portón, abajo del ombú que le daba sombra a toda la entrada del liceo, con las manos en los bolsillos y los auriculares puestos. Nosotros nos quedamos escondidos detrás de unas columnas para vigilar como halcones e intervenir ante cualquier movimiento sospechoso. Lo vimos hablar por celular con alguien, luego guardarse el teléfono en el bolsillo.

No sé cuánto tiempo pasó, pero era evidente que Pablo estaba esperando a alguien y que no estaba corriendo ningún peligro.

—Bueno, creo que no va a pasar nada —dije—. Si nos rateamos al pedo mis padres me van a matar.

Facundo estuvo a punto de retrucar, pero justo en ese momento, un tipo apareció por la reja de la cancha de fútbol. Estaba con un par de pibes más, calculamos que tenían la misma edad. Le dijeron algo a Pablo, que claramente estaba sorprendido, después saltaron la reja y se acercaron a él. Primero parecía que estaban hablando, pero yo conocía esa clase de cosas. Su lenguaje corporal, los gestos que hacían, todo eso dejaba muy claro que eso no era una simple conversación entre amigos.

Facundo y yo nos mantuvimos en nuestro lugar y de repente, todo empezó a pasar demasiado rápido. El primer tipo que apareció se sacó la mano del bolsillo, le sacó los auriculares a Pablo y le pegó una bofetada en la cara. Pablo parecía estar completamente paralizado. Enseguida Facu y yo salimos de nuestro escondite y bajamos los tres escalones de la entrada a las zancadas.

—Eu, ¿qué hacés? —le grité al tipo.

Los tres eran casi de mi altura, complexión física muy similar a la mía. La única diferencia conmigo, era que ellos sí eran auténticos bullys.

—Arrancá de acá —me contestó—. Es un tema entre Pablo y yo.

—¿Y le tenés que robar sus cosas y pegarle? —le respondí desafiante, con los dientes apretados.

—Vayanse —dijo Pablo entre dientes.

—No. Te acaba de robar tus auriculares y te pegó en la cara, nosotros lo vimos.

—Yo puedo defenderme solo, déjenme tranquilo—insistió Pablo.

El tipo que le pegó se sonrió.

—Ahí lo escucharon, rajen de acá y dejen de meterse en lo que no les importa.

Cuando agarró a Pablo de un brazo con violencia, yo sentí que algo dentro de mí manipulaba mi cuerpo. Dos pasos me bastaron para llegar hasta donde estaba el tipo y ahí mismo le pegué un empujón que lo hizo trastabillar.

—Vení y metete conmigo, imbécil, ¿qué mierda te pasa? ¿Cómo lo vas a agarrar así?

Ahí mismo nos agarramos a golpes. Éramos dos tipos de casi un metro noventa y una buena musculatura enroscados en el suelo. Los amigos ni siquiera se metieron, solo miraban la situación sorprendidos.

La pelea se terminó cuando salieron algunos profesores. Lograron separarnos luego de un rato, los amigos agarraron al tipo y Facundo junto a un profesor me agarraron a mí.

Pablo parecía estar a punto de llorar, pero no dijo una sola palabra.

Obviamente, todos terminamos en la adscripción. 

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