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Quinto interludio

Hace alrededor de siete años, le mentí a Mercy por única vez, y fue la mentira más importante de nuestras vidas; hace siete años le dije por primera vez que gustaba de ella, que incluso estaba enamorado; y recuerdo bien cómo ocurrió, en especial ahora, que esa escena amenaza con aparecer en mis sueños, o simplemente con atascarse en mi cabeza y complicar las cosas para mí.

Recuerdo bien esa noche, una de las tantas en las cuales no podía dormir, y recuerdo la llamada de Zoey; recuerdo mi tono de llamada a las dos de la mañana, cómo llenó el cuarto, y cómo me sacó del ligero letargo que por fin había adquirido después de pensar que otra vez no podría dormir. Recuerdo cómo miré la pantalla, pensando en colgar, y cómo después pensé en que, si estaba recibiendo una llamada a esa hora de la madrugada, debía ser para algo importante.

Entonces contesté la llamada y me pegué el teléfono al oído, todo para darme cuenta de que de hecho tenía razón: Aunque no lo supe de forma inmediata, sí que era algo importante; era algo que me cambiaría la vida por completo, de la forma más hermosa, y al mismo tiempo destrozándome por completo.

Lo primero que escuché fue su respiración agitada y profunda; mi corazón se aceleró, pensando en que había peligro; un peligro real, algo que estaba amenazando con matar o al menos lastimar a mi amiga en ese preciso momento. Pero eran solo sus palabras amagando salir, escupirse a ellas mismas porque ya no soportaban estar atrapadas en su boca; ya no soportaban ser masticadas y tragadas en cada oportunidad que tenían para brotar, para hacerse escuchar.

—¿Qué ocurre? —pregunté yo; mi frase por un momento fue interrumpida por el hipo al otro lado de la línea. Entendí la situación casi de inmediato: Estaba borracha. Al mismo tiempo, lo que imaginaba empezó a separarse de la realidad: Por un momento llegué a pensar en que había algo en su bebida, o en que alguien se había aprovechado de todo lo que mi amiga tomó. Pensé que debía sacarla de allí rápido.

Pero al final, no era así; era algo mucho más sencillo, lo suficientemente fácil de expresar como para que saliera rápido, casi sin trabas:

—Mason, me gustas.

Mi corazón se detuvo por un momento; en realidad, todo mi cuerpo lo hizo. Fui incapaz de reaccionar, así que solamente me quedé en la línea escuchando su respiración, todavía agitada, quizá por la confesión que acababa de hacer; porque había dicho algo que pensó que jamás escaparía de entre sus labios.

—Zoey...

—¡Déjame hablar! —gritó ella, y luego escuché de nuevo un hipo fuerte y agudo. A los pocos segundos, me quedé solo otra vez con el sonido de su respiración; con su cerebro pidiéndole a las palabras que no salieran, quizá en el pensamiento de que lo iban a arruinar todo, de que todo lo que sentía terminaría por completo con nuestra amistad. Pensé en decirle que en realidad no pensaba que fuera a seguir hablando, pero me quedé callado, tal como me pidió. La dejé pensar y, posteriormente, habló, tal como quería hacer, tal como me lo había exigido—: Mason, no es solo eso, es que... me siento bastante celosa de Mercy; y ya sé que no somos nada, pero... —Se detuvo un momento mientras su respiración se hacía más profunda y rápida. Sentí que va a gritar, y entonces lo hizo—: ¡Es que me duele tanto! ¡Se ven tan bien, hacen tan bonita pareja!

Y entonces se echó a llorar, y yo pude imaginar su estado físico: Sus ojos hinchados, su nariz rojiza, su cara completamente deformada para hacer esa mueca de tristeza que tanto me desagradaba ver; incluso pude sentir cuando le empezó a doler la garganta por gritar y por su constante hipo; por tomar todavía más cerveza y por gruñir cada poco tiempo, quizá enojada conmigo, quizá enojada consigo misma.

Me quedé en la línea durante todo el tiempo que tardó en romperse, y durante el tiempo que tardó en recoger sus propios pedacitos y ordenarlos de forma que pareció que estaba completa otra vez. Luego escuché su silencio; su respiración que cada vez se volvía más calmada y menos notoria, pero que de todas formas se escuchaba siempre igual de profunda. Se notaba que intentaba tranquilizarse; se notaba también que lo necesitaba.

Y cuando noté que por fin se sintió mejor —a pesar de aún no estar del todo tranquila—, empecé a hablar, esperando no recibir su rabia a cambio:

—Zoey, ¿puedo decirte algo? —pregunté, de todas formas siendo cuidadoso, intentando saber si era el momento adecuado para intentar hablar yo sobre la situación. Escuché algo similar a un «ajá», así que empecé con mi diálogo—: Tienes razón en que no me gustas; y perdón por eso, aunque no sea mi culpa. Es decir, debe sentirse horrible que te rechacen, en especial en algo que es muy importante para tí, pero ¿sabes qué? Vas a ser amada por alguien muchísimo mejor, y te vas a sentir de maravilla entonces. No vas a ser rechazada por siempre; eso nunca le ocurre a las personas que valen, y tú vales mucho.

Ella rió levemente, y se escuchó genuino; puedo jurar que ví su sonrisa mientras escuchaba su voz ir y venir. Luego tuvo hipo otra vez, y escuché cómo tragaba; quizá volvió a llevarse una bebida a la boca. Miré al cielo mientras pedía —a pesar de no ser creyente— que no le ocurriera nada a mi amiga; que al día siguiente despertara y estuviera bien, física y psicológicamente; que lo peor que le ocurriera fuera la inminente resaca. Luego, ante su silencio, seguí hablando, haciendo referencia a la segunda parte de su propio discurso:

—Y... si eso te ayuda en algo, tampoco me gusta Mercy, lo juro. Me encanta pasar tiempo con ella, pero no me gusta; no me imagino con ella. Es increíble también, pero no sería su novio y no tienes por qué sentirte celosa.

Hubo silencio por mucho tiempo; de todas formas no colgué, solo me dediqué a escuchar su respiración lenta y profunda; la respiración de una persona calmada.

—Estoy mejor —dijo de repente, y su voz realmente se escuchaba suave, relajada. En serio se sentía mejor, y yo igual me sentí aliviado; retuve el suspiro y la dejé hablar—: Gracias por todo, Mason. Te dejaré dormir; buenas noches.

—Buenas noches, Zoey. Te quiero.

Ella dejó de respirar por un momento, y luego lo volvió a hacer, de manera agitada, como preocupada de nuevo; me doy cuenta de que la hice volver a sentir ese ligero malestar, la hice sentir de nuevo cómo el rechazo se enterraba lentamente en su pecho, doliendo mientras se introducía, para ser aceptado y luego salir, y que se volviera fácil pretender que nunca existió.

—Te amo —dijo ella, a pesar de que prácticamente ya lo había confesado; no tardé mucho en entenderlo, solo lo hizo más directo para finalmente sentirse liberada de ello. Y se notó que lo había logrado, que se sintió como esperaba, porque después del ligero y rápido quiebre de su voz, su suspiro se escuchó más entero; su garganta estaba mejor, sus pulmones estaban mejor. Su alivio fue algo cien por ciento real.

Yo sonreí, luego cuestionándome si debería colgar o si debería decir alguna otra cosa antes de hacerlo. Al final, decidí responder a su frase, solo para recordarle que sentía algo distinto:

—Te aprecio.

Ella no respondió, mas se siguió escuchando entera, y entonces consideré que por fin era momento de colgar. Lo hice; luego conecté el celular a su cargador y lo dejé caer suavemente sobre la mesita de noche. Pegué la cabeza a la almohada esperando dormir en muy poco tiempo, tal como cualquiera esperaría de mí por el simple hecho de otra vez haberme quedado despierto hasta casi las cuatro de la mañana.

Pero simplemente mis párpados no se pegaban. No podía dejar de pensar en lo que me dijo Zoey, y no era realmente por ella, por lo que sentía o por lo que ella era para mí, sino por... Mercy.

¿De verdad hacíamos una linda pareja?

Me lo pregunté durante todo lo que quedaba de la noche, mientras analizaba cada uno de los recuerdos que tenía con ella, cada uno de los mensajes que me había enviado, cada vez que se había apoyado en mi hombro, cada vez que se robaba mis gorros de lana, cada vez que la había encontrado mirándome con esa chispa en sus ojos marrones y profundos... Y de repente empecé a pensar que no era todo solamente porque le agradaba, que quizá había algo más allí; quizá necesitaba llevar a cabo otro rechazo.

Y no me sentía nada listo para eso, para romper un segundo corazón y quizá perder una amistad, si es que Mercy no se lo tomaba con la misma calma que logró mantener Zoey. Y en ese deseo de que nada ocurriera, empecé a negar que estuviera ocurriendo algo en ese preciso momento; intenté convencerme de que Mercy no sentía nada hacia mí.

Pero todos los «no» que intenté pensar y decir se callaron cuando entré a clases; sin haber dormido, pero muy atento ante todo, como si de verdad estuviera lleno de energía; y es que mi cerebro no quería perderse ni un solo detalle; quería seguir analizándolo todo y quería seguir torturándome.

Lo que más analicé fue lo que más ocurría a lo largo de la mañana: Lo que pasaba cuando Mercy estaba cerca de mí, todo lo que ella hacía y decía. Su cabeza siempre apoyada en mi hombro, su voz siempre suave, sus ojos siempre fijos en alguna parte de mi rostro, especialmente en mis propios ojos.

Su boca siempre sonriente, su ánimo siempre bueno, su mirada siempre brillante y optimista.

No podía decir que no; no podía negar nada cuando todo era tan obvio, cuando Zoey me había abierto los ojos por completo en una sola noche, cuando me había hecho cuestionarlo todo. El viaje ni siquiera debía ser largo, mi destino siempre estuvo allí: Mercy sí que gustaba de mí.

Y por alguna razón, no me causaba ni un mínimo de incomodidad. Eso fue lo primero en decirme algo; algo que también traté de negar.

Pero luego todo se volvió especial, todo le daba a mi corazón razones para latir, la cercanía de Mercy se sentía menos rara y empezaba a asemejarse a la sensación de estar en mi hogar.

Y eso no me dijo nada; no estuve seguro de nada, pero quise intentar algo. Así se formó la primera grieta en nuestra amistad.

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