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14 - Debo decirte algo

Mercy

Parece una eternidad desde que cayó la noche, y a pesar de que he visto que fue hace apenas muy poco que dieron las ocho, la impaciencia no se va de mí; siento que estamos llegando muy tarde, a pesar de que en realidad no hay ninguna prisa. Hoy no hay conciertos ni salidas especiales; solo llegaremos a cenar y dormir, y no tengo una verdadera urgencia de ello. Pero quiero llegar; quiero despegarme del asiento, y quiero ver Atlantic City sin el polarizado de la ventana de la van. Quiero respirar aire fresco y escuchar mi voz haciendo eco en el hotel.

Quiero vivirlo todo, pero la carretera parece infinita; el centro de la ciudad parece estar aún lejos.

Pego la cabeza al asiento, y luego la ladeo de tal forma que una parte de mi pelo se presiona contra la misma pared de la van; fijo la vista en la forma en la cual el naranja y el morado contrastan, solo por un momento, porque luego cierro los ojos en el intento de tomar una siesta; de que sea casi como teletransportarse: Estar aquí, y en un segundo, despertar allá, desorientada pero feliz.

Pero en vez de despertar fuera del hotel, lo que ocurre al segundo siguiente es que siento un peso apoyándose en el asiento a mi lado de forma brusca, haciendo que mi cuerpo rebote un poco. Aprieto los ojos por la molestia que llego a sentir, y cuando me relajo, solo suspiro y miro hacia la persona que se sentó a mi lado.

Mason está allí, tal como todos los últimos días; y tal como todos esos últimos días, parece inquieto y me mira de una forma más intensa, de una forma que fortalece todas mis sospechas, las cuales de todas formas nunca expreso, porque sé cómo me veré: Como alguien que está desesperada porque todo lo que pensó sea algo real. Y yo no soy esa persona; yo quiero todo lo contrario: Espero que todo sea una mentira, solo mi cabeza haciéndose pasar por mi intuición.

Y es que mi intuición nunca se equivoca, pero mi cabeza siempre lo hace.

Respiro lento para que mi corazón se calme, y me quedo atenta a la forma en la cual Mason me mira; parece que sus ojos adquieren más brillo con cada segundo que pasa. A veces mis ojos se fijan más en sus labios, esperando a que algo salga de ellos, sin tener yo el ánimo de hablar primero. Sin tener el ánimo de hablar, en general.

Él parece pensar mucho, y luego suspira. Lo siguiente que hace es saludarme:

—Hola, Mercy —dice, y su voz tiene un temblor leve que no entiendo y que no me agrada.

—Hola —hablo de vuelta, y mi voz se arrastra—. ¿Qué se te ofrece? —pregunto después, y espero que lo que siga no sea una charla extensa.

—Solo quiero saber si estás bien.

Por alguna razón, tiemblo. Quizá sea solamente el factor sorpresa, porque de todo lo que podría decir, no me esperaba eso; y yo sé que estoy bien, dentro de lo que cabe; que, a diferencia del chico al cual tengo enfrente, yo no he estado actuando raro; no hay razones para sospechar que no esté bien, o al menos eso es lo primero que pienso. Luego recuerdo mis dudas, este nerviosismo que Mason me hace sentir solamente porque no entiendo qué ocurre en su mente, recuerdo el estrés constante de cumplir con itinerarios, de las pruebas de sonido, de simples ensayos en medio de la noche, de no poder hacer nada; recuerdo lo malo de la sensación de no estar en el hogar. Me hace falta mi habitación, mi escritorio, mi cocina, y más importante: Me falta Lynn.

En treinta segundos de reflexión me doy cuenta de que de hecho estoy en la mierda.

Y aún así estoy convencida de que estoy bien.

—Sí, estoy bien —digo; expreso la verdad, y al mismo tiempo miento. Y es que no estoy triste justo ahora, pero de todas formas la rutina me está matando, y también la distancia que hay de aquí hacia mi hogar, y la distancia que debo mantener con mi arte porque, a pesar de que puedo (y debo) interpretar, no puedo crear nada nuevo ahora mismo con todas las ocupaciones que me han dado—. ¿Por qué lo preguntas?

—Bueno, has dormido casi todo el día. Extraño escucharte cantando, o preguntándole a Georgie cuánto falta para que lleguemos —pronuncia, lentamente; luego su rostro se enrojece, como si hubiera dicho algo incorrecto o muy revelador, así que continúa, quizá intentando corregir algo que no necesita corregirse—: Y bueno, Chloe y Andy también se preocupan por tí.

—¡Es verdad! —grita Andy desde la fila de asientos justo detrás mío. Me lastima un poco los oídos, pero me hace sonreír.

—Es verdad —confirma Chloe, en un volumen más bajo, con una voz suave y una sonrisa muy leve; una curvatura de labios casi imperceptible.

—Pues estoy bien, chicos; solo aburrida y algo cansada —hablo, en un tono más alto para que me escuchen todos; minimizo mis problemas tal como siempre, aún sabiendo que mis amigos podrían entenderme, que estamos todos juntos en esto.

—Duerme un poco más entonces, Mercy. Te queremos —dice Chloe al mismo tiempo que se acomoda el cabello, que apenas me doy cuenta de que ya ha crecido un poco; su flequillo ya no solo cubre la mitad de su frente, sino que estorba un poco en su ojo izquierdo; también parece que, poco a poco, el tinte azul se está desvaneciendo, haciéndose verdoso.

Me roba el aliento notar el paso del tiempo, a pesar de que en realidad apenas van a pasar dos semanas, de que el cambio no debería ser tan notorio aún. Pero está ocurriendo y por alguna razón estoy atenta a ello, y me quita por completo el habla; quiero procesarlo primero.

Aún así, debo hablar, y me esfuerzo por ello; y cuando por fin una palabra se asoma hacia mi lengua, Andy me interrumpe:

—¿Queremos? ¿Tú y quién más, Chloe? —cuestiona en un tono burlón, acercando su rostro hacia el de la chica, alzando la ceja. Sonrío de nuevo; mi aliento regresa e incluso puedo expulsar un poco en una risita—. Es una broma, Mercy, te quiero mucho —pronuncia después en un tono que se escucha genuino, mientras sus brazos rodean el asiento en el que estoy, luego sus manos juntándose en frente de mi abdomen. El chico me aprieta por unos segundos y, una vez mis labios sueltan una queja, él me suelta también, entre risas leves.

—También te quiero —pronuncia Mason, y luego ocurre de nuevo: Su piel se enrojece, y se nota a pesar de la oscuridad de ésta. Se muerde el labio, como consciente de lo que ocurrió, y yo suspiro con cierto hartazgo, por todavía no entenderlo y por todavía no preguntar; por seguir queriendo vivir en lo que con casi toda certeza es solamente una mentira.

Esta vez no intenta corregirse, solo se retira hacia el asiento en el cual estaba antes, y se pone el gorro de la sudadera, como si quisiera ocultar su rostro a pesar de que todos vimos lo que le ocurría.

Me le quedo viendo por un momento corto y largo a la vez, quizá esperando a que haga algo más, quizá algo que revele qué hay en su cabeza; y luego me doy cuenta de lo que estaba haciendo. Desvío la mirada también, incómoda, y luego vuelvo a apoyar la cabeza contra la pared de la van; cierro los ojos por un solo segundo, y luego la van se detiene.

—¿Ya llegamos? —Le pregunto a Georgie casi de inmediato, acomodándome en el asiento para poder verla; luego ella gira la cabeza y me mira también. Ese acto en sí mismo me da una respuesta, pero prefiero escucharla, solo para estar segura.

—Sí, Mercy —dice, de forma suave, y luego retira las llaves, poniéndose de pie y abriendo la puerta de la van. Sale de dos saltos, y luego la veo colocarse a un lado de la entrada, esperando a que nosotros también bajemos.

Entonces la rutina continúa tal como todos los días que llegamos a un hotel; sacamos nuestras mochilas y maletas de la cajuela, y luego vemos a Hayley para que nos dé nuestras llaves.

Y siendo las nueve de la noche, luego volvemos a la van, y vamos a cenar, y discutimos sobre qué podemos hacer al día siguiente antes del concierto; Georgie menciona opciones como si conociera bien Atlantic City, como si hubiera estado en cada lugar y conociera todas las calles; habla sobre las vacaciones que tuvo aquí una vez, y habla con muchísimo ánimo. Todos sonreímos mientras tomamos las decisiones; me siento feliz de ver a Georgie hablando tanto, considerando que no suele hacerlo mucho.

Y luego llega la hora de volver, que en apenas unos cinco minutos se vuelve la hora de dormir; ni siquiera me molesto en quitarme el maquillaje, bañarme o recogerme el cabello; solamente me tiro en la cama y presiono bien la cabeza contra la almohada, realmente exhausta a pesar de las muchas horas de sueño que obtuve en la van.

No me cuesta mucho dormir, pero aún así pienso antes de hacerlo.

Y Mason es lo único en lo cual puedo pensar.

Creo que Mason tiene un sonrojo permanente desde ayer. Ese color en su rostro continúa hoy desde que sale del cuarto, y parece más intenso cuando me mira; también parece que tiene ganas de sonreír todo el tiempo, y al mismo tiempo que tiene ganas de ocultarse, de huir; parece que está arrepentido de algo, y al mismo tiempo se ve que no se ha arrepentido todavía.

Simplemente parece nervioso, y parece que la causa soy yo; pero sigo intentando negarlo, no quiero que sea real y no lo será.

Cuando vamos hacia la van, no habla con nadie mas que con Andy; parece querer mantener cierta distancia de Chloe y de mí. Una vez entra al vehículo, hace lo de siempre: Se aísla de todos; se acuesta, hecho bolita para caber bien, y ocupa los dos asientos de la fila; se ajusta bien el gorro del suéter y se tira encima la cobija amarilla que siempre lleva con él. Tal como siempre, me quedo sorprendida por su capacidad de llevar todo eso encima a pesar de que la temperatura es de más de treinta y dos grados Celsius.

Luego me doy cuenta de que ya lo he mirado mucho; otra vez. Entonces busco otro lugar en el cual fijar mi vista, y termino simplemente viendo hacia mis muslos, hacia cómo hay algo de pelusa en mis pantalones y en la parte inferior de mi camiseta. Me siento incómoda de notarlo, pero, sabiendo que no puedo hacer nada, me encojo de hombros y simplemente dejo de mirarlo. Me concentro en la imagen que hay tras el parabrisas de la van: Un amanecer precioso; las nubes son de color naranja y rosa; el sol brilla, pero no quema los ojos. El día es perfecto. Todo es perfecto.

Arrancamos para ir a desayunar al mismo lugar de siempre, al mismo sitio del que nunca podríamos cansarnos: Denny's, y después de pagar por nuestros panqueques, volvemos a la van, yendo hacia el lago en el cual se encuentra el crucero Skyline.

La brisa es realmente fresca, y por alguna razón se siente incluso marina; una frescura distinta, cierta presencia de sal, a pesar de estar frente a un cuerpo de agua dulce. Simplemente se siente como ver la playa y sentirse libre después de un largo rato solo atendiendo obligaciones y viendo los paisajes de tu casa, o de varios lugares que al final simplemente se siguen viendo tal como tu casa.

Abro los ojos; abro la boca. Me quedo maravillada ante la sensación tan placentera que hay dentro de mi pecho, y subo al barco; escucho el ruido de mis zapatos impactando contra la madera de la cubierta, y luego miro hacia el agua, que brilla también. Sonrío mientras escucho cómo los demás suben también, hablando y riendo; el día es realmente ligero, hermoso. Por alguna razón, se siente mejor que cualquier otro día del tour.

Una vez estamos todos en el crucero, éste empieza a avanzar; me apoyo más en el barandal para ver cómo se forman pequeñas ondas en el agua conforme el barco se mueve, adentrándose en el lago, tan extenso que incluso parece ser el mar.

Es como el día perfecto en la playa, pero sin olas y sin arena. Aún así, lo demás es como debería: Hay buenos amigos, hay brisa fresca, hay una expectativa que se destroza y se cumple al mismo tiempo en todo momento, en cada segundo que transcurre.

Andy deja caer la hielera sobre el suelo de madera, y luego le pasa una lata de refresco a cada una de las personas presentes, incluido el guía de nuestro tour y todas las demás personas que trabajaban mientras nosotros nos relajábamos, tan cerca y tan lejos a la vez de la orilla del lago.

Abro la lata con cierta lentitud, manteniéndola lejos de mi rostro, esperando —casi rezando por— que no se haya batido y que no salga tanta espuma como creo que saldrá; pero casi no hace ruido cuando recién la destapo, así que libero un suspiro de alivio, y luego doy un trago a la bebida, descubriendo que aún tiene un sabor perfecto, y que burbujea tan bien como debería. En efecto, es el día perfecto; parece que el Universo se ha puesto a mi favor este día, dotándome con suerte y humor perfectos.

Escucho las explicaciones del guía como un leve murmullo, porque a pesar de ser muy pocas personas en el barco —solo mis amigos y yo—, los gritos se escuchan mucho más fuertes que cualquier otra cosa, y parecen hacer eco a pesar de que eso debería ser imposible en un lugar tan despejado, en este punto del lago en el cual ya no se llega a ver ni un solo edificio, ni un solo árbol; nada que esté en tierra.

Despego la mirada del agua por un momento para ver a Chloe conectando su teléfono a la bocina y poniendo una canción que no reconozco para luego bailarla, con movimientos que se notan improvisados, pero que son preciosos; refuerza mi idea de que quizá ella debería intentar tener una carrera solista, a pesar de que es ella misma quien dice que no tiene una gran voz; pero baila muy bien como para desperdiciar ese talento estando detrás de una batería.

Y a la vez, siempre agradezco que decida quedarse detrás de esa batería, porque se la nota llena y feliz. No le hace falta bailar; ama lo que hace en todo momento.

Sonrío, lo cual pasa a ser una carcajada cuando veo cómo Andy intenta imitar a Chloe, pero no logra hacer las cosas ni la mitad de bien, y a duras penas le logra seguir el paso.

Mi pecho se llena de un sentimiento de ternura, y agradezco por todo, simplemente porque estoy en el ánimo de hacerlo; porque aprecio a la gente a mi alrededor y aprecio todas las oportunidades que he tenido, todo lo que me ha traído aquí.

La vida es maravillosa.

Doy otro trago al refresco mientras vuelvo a mirar al agua; casi de inmediato, siento un dedo que impacta contra mi hombro, primero levemente, luego algo más fuerte. Suspiro, e incluso yo misma noto cierto hartazgo en mis gestos; todo por creer que quien llama mi atención es Mason. Pero cuando me volteo, fingiendo mi mejor sonrisa, noto que quien me tocaba era simplemente Georgie, sonriendo mientras me mira; sus ojos brillan, pero esos no me despiertan sospechas; es simplemente el entusiasmo normal de la chica, sin más cosas ocultas.

—Hola —saluda, con la voz suave de siempre; sonrío ante lo familiar que se siente hablar con ella, a pesar de lo mucho que ha cambiado en los últimos meses. Al final, es fácil reconocerla; es la misma persona, y siempre lo será.

—Hola, Georgie —saludo de vuelta.

Y después de ese intercambio de palabras, surge una conversación larga y placentera, porque nos damos cuenta de que nunca hablamos bien sobre qué ha ocurrido en nuestras vidas durante todo el tiempo en el que no nos vimos. La mayor parte del tiempo, simplemente la estoy escuchando; a ella le han ocurrido muchísimas más cosas que a mí. Mientras que yo logré estabilidad hace alrededor de un año, cuando todavía hablábamos seguido, ella apenas está en el proceso de conseguir la suya; y ha estado en muchos lugares, y ha conocido a mucha gente, y ha intentado varias cosas en el intento de volver a conseguir su hogar.

—¿Sabes? De hecho vivo en la van —Me comenta en algún momento, y yo me muerdo el labio; sabía que la situación era mala, pero nunca imaginé que lo fuera tanto; no imaginé que estuviera tan en la mierda.

—¿Por qué? —pregunto de inmediato, sin procesar primero que de hecho la respuesta es algo obvia.

—Salir del clóset fue... muy difícil, y que me sacaran de la casa fue peor —explicó lo que debí haber sabido antes de cuestionar cosas—. Y ya sabes, nada es muy fácil para mí porque no estudié. Me arrepiento de no haberlo hecho.

—De todas formas estudiar no sirve de mucho —digo, quizá en un intento de consolarla, quizá también queriendo sacar de mi sistema lo frustrada que me sentía cuando aún estaba en la universidad, cuando mi vida se sentía tan limitada y tan destinada al fracaso...

—Mercy, ni siquiera terminaste la universidad —Me recuerda Georgie, pero no parece criticarme; se ríe levemente, tomándose con humor el hecho de que quizá yo no debería hablar sobre cómo es la experiencia de haber estudiado (y terminado) una carrera.

—Pero Lynn lo hizo, y no la veo dedicándose a esa ingeniería; la veo haciendo cosas más grandes, más libres, y siendo feliz, y de todas formas ganando lo suficiente para pagarse una vida mejor que la de muchos —digo yo.

—Pero yo no soy como ustedes; yo no puedo cocinar, no puedo cantar, no puedo escribir... A duras penas puedo manejar.

—Trabajar manejando no está tan mal; te veo feliz.

—Soy feliz, en realidad; me encanta este trabajo, pero de todas formas no creo que sea lo ideal para mí; me hubiera gustado más ser arquitecta, y siempre me arrepiento de haberme dejado llevar por el miedo.

—¿Miedo a qué? —interrumpo, sintiéndome mal por ello prácticamente en el mismo momento. Aún así, ella no se enoja; parece más concentrada en lo que cuenta, y en la sensación de tristeza que le causa; parece que en sus ojos es de noche; hay muchas luces, pero todas son pequeñas y se ven lejanas; no es como el sol que usualmente hay en su mirada.

—A que no me aceptaran en ningún lado; a que intentar ser grande terminara quitándome oportunidades al final, porque a la gente como yo no suelen querernos en esos entornos. Ahora entiendo que solamente me hice pequeña yo sola; y quizá hubiera preferido que el mundo me aplastara y me comiera viva a que yo me hubiera arrebatado el futuro a mí misma.

Su ojo derecho derrama una lágrima, y entonces el mío lo hace también; mi corazón está apretado dentro de mi pecho, y solo se siente mejor cuando abrazo a la chica, con fuerza, mientras un montón de gotas saladas me caen en el cabello.

—Oigan, ¿están bien? —cuestiona Mason después de un rato, y al voltearme para verlo, me doy cuenta de que el mundo no es solamente la oscuridad de mis ojos cerrados, y que el sonido no es solamente los sollozos de Georgie, y que puedo sentir más cosas aparte de sus brazos alrededor de mi torso y sus lágrimas cayendo pesadas sobre mi cabeza.

Puedo ver algo además de la catarsis, además de mi empatía, además del llanto ligero; entonces sé que está terminando, que la normalidad está a punto de retornar.

—Estamos bien —digo mi respuesta normal, sonriendo levemente mientras me tallo los ojos—. O bueno, eso creo; ¿estás bien, Georgie?

—Estoy bien —dice ella, alzando la cabeza y pasándose una mano por el pelo, jalando un poco sus rizos negros, apenas un poco más oscuros que su piel—. Solo... necesitaba sacar muchas cosas de mi sistema.

—Me alegro de que lo hayas hecho —dice el chico, y sonríe levemente; luego abraza también a Georgie, y le acaricia el cabello, quizá en un intento de hacerla sentir cuidada, como en un hogar.

Entonces unimos a Mason a la conversación, que de inmediato toma un rumbo distinto; Georgie habla de exactamente lo mismo, pero desde un lado más positivo; sé que aún se lamenta, pero ya no parece que lo esté haciendo; lo oculta bien, parece muy alegre de haber estado en tantos lugares, de conocer a tanta gente, e incluso de dormir en la van; dice estarlo viendo todo no como una vida inestable, sino como muchas puertas abriéndose ante ella. Quizá están cerradas las que más quiere, pero están abiertas muchas valiosas, y al final eso es todo lo que importa.

El día sigue siendo hermoso a pesar del llanto, porque al final éste también fue lindo; fue pura catarsis y pura empatía; fue todo lo bello que hay en un ser humano.

Y al final todos sonreímos mientras vemos el lago azul, extenso y hermoso.

Llegamos al hotel alrededor de las cuatro de la tarde, y todos nos vemos acelerados; todos estamos acelerados. Faltan tres horas para nuestra presentación y debemos estar listos rápido; aún así, el día sigue siendo hermoso; hay ligereza y hay confianza en que podemos llegar. Hay confianza en que todo irá bien.

Me sorprende que mi buen ánimo sea tan duradero, que todo esté saliendo tan bien, que el futuro se vea tan brillante a pesar de todo; de la prisa, del ruido, del latido tan rápido de mi corazón.

Pero tal como todo lo bueno, en algún momento empieza a ser increíble; empiezas a pensar que habrá algo que lo arruine. Y eso usualmente ocurre cuando ya se está arruinando.

Me mantengo alerta ante todas las sensaciones: Ante cómo se sienten mis propias pisadas sobre el suelo, ante cómo se siente mi pelo cuando impacta contra mi cuello, incluso ante cómo respiro y cómo se siente lo que ocurre dentro de mi estómago.

Pero el peligro, la cosa que arruina todo, en realidad no está allí; no está en las cosas a las que puedo estar atenta, ni en las cosas que puedo controlar incluso sin haberlas tomado en cuenta antes. Lo que lo arruina todo viene a partir de la voz de Mason, de cómo parece querer gritar al decir mi nombre:

—Mercy.

Tengo un mal presentimiento justo en ese momento, pero igual me volteo hacia él, convencida de que no pierdo nada con hablar con él de nuevo; lo hice hace muy poco y nada salió mal. Esta vez será igual; no perderé tiempo ni nada más; no perderé la calma, principalmente.

—¿Qué ocurre, Mason? —cuestiono, tranquila, y sonrío levemente.

Él se queda en silencio por un tiempo que sé que es corto, pero que llega a sentirse eterno por un segundo; me mira con los ojos llenos de estrellas, todas muy juntas, hasta que parecen casi un sol; por el tamaño, pero jamás por el brillo. El brillo es triste, es el brillo en la mirada de quien no espera nada.

Y entonces me pregunto qué tiene para decir, incluso sabiendo bien qué puede ser.

Pero yo quiero seguir negándolo.

—Bueno, yo... quería decirte algo. Debo decirte algo —dice él, primero de forma normal, luego más alto y más rápido, como escupiendo las palabras—. Solo no lo hice antes porque estabas hablando con Georgie, y estaban llorando, y... Bueno; parecía algo serio; no quería interrumpir.

—Gracias por eso —digo yo, aunque en realidad no sé por qué estoy agradeciendo.

—De nada —pronuncia él, lento y bajo, mucho más calmado; pero su lenguaje corporal expresa algo distinto, tal como siempre. Se está rascando el cuello y aprieta su mandíbula mientras mantiene la mirada fija en mí.

Hay otro silencio corto, pero que empieza a ponerme tensa; me pone tensa jamás saber por qué actúa de la forma en la cual lo hace.

—¿Qué querías decirme? —pregunto, y me sorprende mi propio tono; no es del todo agresivo, pero se nota más duro que antes.

—Algo que creí que jamás volvería a decir, pero que está aquí, y que me está cambiando la vida, y que se siente tan real; y que es algo que va a lastimarme, pero que necesito sacar de mi sistema, porque si no, jamás encontraré paz de nuevo. Y... parece que todo va a salir mal, y seguro que así va a ser, pero Mercy... —hace una pausa, y mi corazón late rápido; todo lo que pensé se está haciendo una realidad, y me da miedo, y no tengo ni la menor idea de cómo responder a eso. De pronto todo empieza a ir muy rápido y muy lento a la vez; me quiero ir, pero no puedo escapar—. Mercy, te amo —pronuncia finalmente, puedo escuchar todo rompiéndose a mi alrededor, como un montón de vidrios, como un montón de jarrones de porcelana.

Y es que de repente ya no solo no puedo escapar del chico; ahora ya tampoco puedo escapar de mí misma, del ruido que mi yo de dieciséis años hacía al llorar, de un corazón aplastado en todo momento, de la sensación que me daba creer que jamás podría ser amada.

El pasado me golpea en la cara y estoy enfadada por ello; por ello y porque Mason parece estar ignorando eso que existió en mi interior, esa tristeza inmensa que él mismo causó; esa que no quiere remediar por más que, según él, de repente me ama.

Jamás se disculpará por sus mentiras, ni siquiera si importa que lo haga. Porque en este contexto importa, porque quizá en todos los contextos lo hace, porque importa aún siete años después de todo, y siempre seguirá importando.

De pronto soy de nuevo esa niña con el corazón roto, que se siente indefensa ante todo el mundo solo por un amor que no resultó, que jamás resultará. Y esa niña es la que habla por mí:

—No me gustas, Mason; no me gustas en lo absoluto —escupo antes de irme, pisando fuerte, pisando rápido, casi corriendo; huyendo, pero jamás perdiendo de vista aquello que me persigue.

Y me arrepiento por lo grosera que me escuché, y la niña en mí también lo hace, y me arrepiento de jamás haber aprendido cómo rechazar a alguien.

Pero me arrepiento aún más por jamás haber aprendido cómo dejar de estar herida.

¡Hola, gente! Muchas gracias por haber leído este nuevo capítulo, y perdón por hacerlos esperar tanto; solo este capítulo era TAN largo que por un momento me pareció interminable. Y eso, gracias por haberlo leído a pesar de que fuera tan largo.

Como sea, ¿cómo fueron sus dos semanas? Yo estoy escribiendo esta nota un viernes, el primer día de diciembre, y no estoy realmente bien, aunque estoy más tranquila que en la mañana. Estoy más tranquila, en general, solo no tuve un buen día, y en realidad no quiero hablar mucho, solo estoy pegando el cap y escribiendo esta nota porque no tengo nada mejor que hacer, pero en serio quiero hacer algo.

Quizá inmediatamente después de esto vaya a dormir.

En fin, espero que ustedes hayan tenido días bonitos y muy llenos de amor. Nos leemos la siguiente semana (¡que es muy posible, porque ya voy a terminar mis clases!)

Gracias de nuevo por leer, y adiós :)

Mari.

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