Cuando la edad enfría la sangre y los placeres son cosa del pasado, el recuerdo más querido sigue siendo el último, y nuestra evocación más dulce, la del primer beso.
(Lord Byron)

* * *

En clase de mitología. El profesor estaba explicando el mito de Pigmalion y Galatea.

—¿Pigmalion y Galatea? ¿Alguien conoce su historia? —hizo una pausa antes de insistir—. ¿Nadie?

—Yo —al escuchar la voz, todos se giraron para ver al dueño, mientras Gabriel seguía pensando en la nota de su anónimo—. Pigmalion fue un famoso escultor que creó a la más bella mujer, él la llamó Galatea. En un arranque de pasión y locura, dice una de las versiones del mito, Pigmalion empezó a llenarla de besos, logrando así que cobrara vida...

Besos. La palabra sacó a Gabriel de sus pensamientos y lo hizo voltear rápidamente, pero quien sea que estuviera hablando ya se había callado y, si estuvo de pie, sentado también.

—Gracias, Axel —dijo el profesor y siguió explicando más del mito y sus variantes, sin esperar respuesta del tal "Axel".

Gabriel volvió a sus pensamientos. Sólo un momento se distrajo y se puso de pie para ayudar –como otros tantos– al profesor cuando se le cayeron varios libros. Lo que, aparentemente, fue suficiente para él. Porque cuando llegó a casa, encontró una nueva nota entre sus cosas:

«Te dejaría moldearme con tus manos, como aquel famoso escultor; adorarme con tu tacto en un abrazo; y después, si quieres, haz que cobre vida con un beso».

Dios. ¿Quién era este tímido y, a la vez, desvergonzado anónimo?