
Fandango De Alma - Jaleo
429-R70, nuevamente, pensó Adrian mientras se acercaba al recinto del distrito D-4. El coche la seguía una vez más. No podía decir si realmente estaba sucediendo o si era algo que su mente estaba conjurando para molestarla. Hace unas semanas, un loro había aparecido sobre sus hombros gritando: je suis comme ça una y otra vez durante tres días seguidos. En otras ocasiones, una voz narraba lo que hacía y pensaba en tiempo pasado, ofreciendo comentarios observadores, aunque prolijos, de su entorno. El punto es que su cerebro no era la fuente más confiable.
Pero todas y cada una de las veces, sabía que era falso, sólo un subproducto de su adicción, pero esta vez, se sentía real. Crudo. Natural. Ese auto era perfectamente real, pero no podía serlo. ¿Por qué otra razón faltaría la licencia en el sistema? Sin embargo, 429-R70 todavía observaba cada movimiento de ella, como un puma cazando a su presa, esperando atacar en el momento adecuado. Dejando sus pensamientos en el fondo de su mente, entró al edificio de concreto.
Como era de esperar, los agentes se movían de izquierda a derecha, apilando papeles y empujando lápices, mientras el amargo aroma del café negro impregnaba el aire como una manta.
Lo primero es lo primero: debia informar de su presencia a la Capitána.
Preguntó a algunas personas dónde estaba la oficina de la Capitána y, después de buscar a tientas un poco, llegó a la pequeña habitación al fondo del precinto. Tocó tres veces antes de que la dejaran pasar.
Dara Lynch estaba sentada detrás de su escritorio, con las manos sosteniéndose el rostro grasiento. Una sonrisa de come-mierda estaba pegada a sus labios, cubierta de azúcar, muy probablemente de la caja de donas en polvo sobre su escritorio. La forma en que el sol se reflejaba detrás de ella hacía que Dara pareciera sombría y misteriosa.
—Buenas, buenas —dijo mientras inclinaba la cabeza—. Soy Dara Lynch, la Capitána de este barco. ¿Quién podrías ser tu?
—Adrián Sauer. Asuntos Internos —dijo secamente. Adrian se quedó quieta junto a la puerta, mirando un poco a su alrededor. Se negó a hacer contacto visual con Dara, porque sabía que eso la volvería loca. Las personas poderosas odian no ser el centro de atención.
—Ah, sí —dijo Dara, quien seguía sentada casi inmóvil—. Recibimos el papeleo de la central esta mañana. Pero me temo que no soy una gran lectora. ¿Puedes ser una cuchitura y decirme exactamente por qué estás aquí? Por favor —dijo, señalando la silla frente al escritorio—, siéntate.
En lugar de obedecer, Adrian fue hacia la izquierda de la habitación, examinando una estantería casi vacía con algunos tomos polvorientos, libros legales que sabía que Dara nunca había abierto antes. De espaldas a Dara, Adrian comenzó a hablar.
—Bueno, recibimos una queja anónima desde dentro de este recinto.
—¿Ah, de verdad? —dijo Dara, presionando sus manos hasta que quedaron blancas—. Dime, ¿quién se quejo?
Adrian sacó un libro del estante, un viejo diccionario jurídico, y hojeó las páginas distraídamente. —Ah, ah, ah. Eso echaría por tierra todo el asunto del "anónimato." Aunque te puedo decir de qué se trata —dijo mientras guardaba el libro en su sitio. Un estante más pequeño con algunos trofeos encima fue el siguiente objetivo de su curiosidad—. Se trata del detective Graham Dunne.
Dara fue a tomar otra dona, pero se quedó congelada por un segundo ante la mención del nombre. —¿Qué hizo ahora?
—Oh, nada muy grave —dijo Adrián, pasando su dedo por el borde de un pequeño trofeo. En un lado del vaso se podía ver una figura lanzando una pelota de baloncesto, pero el texto estaba demasiado borroso para leerlo—. Parece que sacó a un detenido procesado sin los trámites adecuados.
Por un segundo, el pánico que había caído sobre Dara se disipó lo suficiente como para que ella soltara un suspiro, pero duró poco, ya que por primera vez, Adrian se giró para mirarla a la cara.
—...o al menos eso fue al principio. Verá, nuestro informante nos dijo que el Sr. Dunne no sólo liberó a la sospechosa, sino que también la colocó en su vehiculo antes de abandonar las instalaciones. Se trata de otra infracción grave ya que el material policial, incluidos los vehículos, no puede utilizarse para ningún asunto personal.
Dara tenía el ceño fruncido y una sonrisa de oreja a oreja. Su cara parecía tan tonta como el Guernica de Picasso. Adrian se mordió la lengua, dejando que sus palabras penetraran en Dara.
—Estas nuevas patruyas son tan avanzadas. Registran tu ubicación en todo momento y la transmiten a un servidor que podemos comprobar. Vídeo y audio también. Una maravilla de la tecnología.
El sudor frío comenzó a brotar de todos los poros de Dara. Su sonrisa seguía encogiéndose y expandiéndose como un ano prolapsado, negándose a mirar directamente a la mirada de Adrian. —Aja... bien cheveres.
—Super. Entonces, para nuestra sorpresa, revisamos las imágenes y vemos al detective Dunne recogiendo a un individuo muy poderoso e igualmente peligroso llamado Francis "Frankie" O'Shea. ¿Has oído hablar de él?
—No —mintió Dara—. ¿Quién es ese?
—Nada menos que uno de los hombres más grandes y poderosos del sur de Boston. Un asesino con varios a su cargo. Hemos intentado por años arrestarlo, pero siempre logra escabullirse.
—Vaya —dijo Dara con falsa sorpresa—, suena como un individuo peligroso. ¿Estás segura de que quieres enfrentarte a alguien así? No quisiera que te pasara nada.
Aún de pie, Adrian pasó junto al escritorio de Dara y miró por la ventana. Podía ver el auto estacionado afuera, esperándola. —Soy muy consciente del riesgo, Capitána Lynch, pero no lo perseguiré. Asuntos Internos se ocupa de los delitos cometidos por policías. Como el del señor Dunne.
—¿Detener a un criminal es un delito ahora? Pensé que ese era el objetivo de ser policía.
—Es cierto, pero Frankie se sentó en el asiento del pasajero y entablaron una buena conversación entre ellos. La cuestión es que ambos se dirigieron a un almacén cerca del puerto, donde sacaron al detenido de la patrulla y entraron al almacén unos segundos después. Después de aproximadamente una hora, ambos regresaron a la patruya, pero sin ningún detenido. Muy sospechoso, si me preguntas.
Contra la luz del sol, los ojos de Dara brillaban como esmeraldas, llenos de rabia y desprecio por la pequeña figura frente a ella.
—Piensa lo que vas a decir a continuación —dijo—, ya que podrías arrepentirte de haberlo dicho.
Adrian se giró para mirarla. Esta vez le tocó a ella tener el sol a sus espaldas. —Estamos investigando la participación de Graham Dunne con un sindicato criminal, señorita Lynch.
Dara se puso de pie en un instante, todos los signos de sonrisa borrados de su rostro. En cambio, una ira demoníaca se apoderó de su apariencia, haciendo que las venas de su cuello explotaran. —Mira, niña estúpido, no sé a qué juegas viniendo aquí, pero la cagaste. A lo grande.
Fue el turno de Adrian de sonreír. —Me temo que no lo entiendo, Capitána Lynch— gruñó, mirándola de arriba a abajo.
—¿Crees que puedes entrar aquí con tus ojos grandes y tu cara de pendeja y crees que puedes ser quien derribe a la familia Lynch? No eres la primera en intentarlo y no serás la última.
—Oh, perdón si te ofendí, pero como dije, no tengo intención de enfrentarme a la familia Lynch. A Asuntos Internos sólo le importa la participación del detective Dunne.
Dara dio un paso para acortar la distancia entre ella y Adrian, pero Adrian se dio la vuelta y caminó hacia la salida.
—¿Adónde crees que vas?
—A reunir algunas pruebas. Tengo que revisar las imágenes de seguridad y entrevistar a algunas personas involucradas. Espero no tardar mucho. Este lugar está lleno de videncia.
—¡Sal de mi comisaría! ¡No te daré nada! —gritó Dara, pero Adrian siguió adelante. Cuando llegó a la salida, gritó desde afuera.
—¡No necesito tu permiso! Asuntos Internos esta encima de tu autoridad. ¡Y eso es un doble negativo!
Y con eso, Adrian cerró la puerta, sintiéndose maravillosa consigo misma.
Es impresionante cómo se parecen todas las salas de seguridad. Ves una, ves todas,cpensó Adrian mientras inspeccionaba el pequeño armario de una habitación con tres monitores y un olor a almizcle que parecía emanar de cada grieta de la pared..
Hay que reconocer que el tipo que manejaba los controles parecía una buena persona, diferente de los habituales individuos sórdidos y con sobrepeso que acechaban en las sombras del mecanismo de voyeurismo socialmente aceptable que es la sala de seguridad.
—Listo, señora —dijo el hombre con un dejo de acento cansino—. Creo que eso debería ser todo.
Le había mostrado las imágenes de seguridad de ese día y, tal como decía la queja, Graham sacó a una de las detenidas, la metió en su patrulla y se fue. Adrian notó que Graham se detuvo para hablar varias veces con lo que parecía ser un anciano.
—¿Quién es ese? —le preguntó al niño.
—¿Ese? ¿Matusalen? Él es Marvin Sokolov. Ha estado aquí desde siempre. ¡Cuando Dios creó el Cielo y la Tierra, Marvin ya le debía dos meses de alquiler!
El niño sólo dejó de reír después de ver el rostro inexpresivo de Adrian. —Lo siento. Es una especie de chiste por estos lares. Pero es un buen tipo. Puedes encontrarlo cerca de las celdas. Procesa a los detenidos.
El informe decía que el soplon sonaba anciano, recordó Adrián, y como lo vio todo, lo más probable es que sea él. —Buen trabajo. ¿Puedes hacerme una copia de ese vídeo?
—Claro que sí, señora —dijo el niño—, pero llevará algún tiempo. Media hora como máximo.
No tenía tiempo que perder, pero tuvo que esperar. Mientras tanto, ella tendría que hacer lo correcto. —Bueno. Haz eso. Hablaré con el señor... Sokolov, ¿no?
El niño asintió y le levantó el pulgar. Adrian salió de la sala de seguridad y se dirigió a las celdas, que eran más fáciles de encontrar que la oficina de Dara. Allí, detrás de un escritorio, estaba sentada la cabeza brillante y carnosa de Marvin Sokolov, que miraba atentamente un trozo de papel sobre su escritorio.
Encontrando su mejor sonrisa de servicio al cliente, se acercó al triste hombrecito.
—¡Hola! —dijo Adrian con un tono alegre poco habitual—, mi nombre es Adrian Sauer y me gustaría hablar con usted sobre algunas cosas.
—Bruja —dijo Marvin, sin molestarse en reconocer lo que acababa de decir.
—¿Disculpe?
—Hag, eso es todo lo que me viene a la mente. Palabra horizontal de cinco letras, sinónimo de hechicera.
Adrian parpadeó por un segundo antes de darse cuenta de que Marvin estaba resolviendo un crucigrama desde la parte posterior de una caja de cereal. —¿Qué tal.. arpia?
Marvin dejó escapar un pequeño grito ahogado antes de llenar lentamente las cajas con su bolígrafo negro. —Gracias. Me quedé atascado en eso desde el desayuno, así que lo traje al trabajo para poder reflexionar sobre ello.
Genial, otro bicho raro,pensó para sí misma. —¿Cuántas palabras te quedan por resolver?
—¿Incluida arpia?
—Sí.
—Todas —dijo volviendo a mirar la caja de cereales—. Me temo que esto me está ganando.
—Eso es... —iba a decir estúpido, pero se mordió la lengua, —genial.
—Siento que el mono verde se burla de mí —dijo señalando la imagen de un mono en el borde de la caja. Quería decir que el mono era gris, pero nuevamente se abstuvo de hacer más comentarios.
—¿De que quieres? —dijo Marvin, levantando sus ojos pesados para encontrarse con los de ella.
—¿Que de que?
—De qué querías hablar.
Adrian se había dejado llevar por las divagaciones de Marvin. Ella rápidamente sacudió la cabeza para volver al asunto. —Quería hacer algunas preguntas sobre Graham. Graham Dunne.
—Entonces ¿cuál es? —preguntó—:¿Hablar de cosas o preguntar sobre Graham?
Adrian empezó a perder la paciencia. Fue necesario un par de respiraciones profundas para calmarla.
—Sólo preguntas sobre Graham.
—Bueno. Adelante. Mientras tanto, continuaré con mi rompecabezas.
Claro, haz lo que quieras, pensó. —Bueno. ¿Procesó a una mujer asiática, de unos treinta años, que fue traída por Graham Dunne?
—Sí —dijo—, once letras, horizontales, estar molesto, incapacidad de lograr algo.
—¿Qué?
—Necesito esa palabra. Pensé que si te ayudaba, tú podrías ayudarme. Quid pro quo.
—Pero no respondiste mi pregunta.
—Dije si. Eso cuenta como una respuesta. ¿Puedes responder la mía?
Adrian estaba furiosa en ese momento, con vapor prácticamente saliendo de sus oídos. —Frustración. ¿Puedes decirme algo sobre la mujer?
Marvin comenzó a escribir la palabra, anotando cada letra una por una. Adrian tuvo que admitir que, para su edad, su caligrafía era impecable. —Listo. Ahora puedo ser de ayuda. La mujer es vietnamita. Su nombre es Sábata. Come muchos plátanos.
—Disculpe, ¿puede repetir esa última parte otra vez? —dijo una Adrián muy confundida.
—Come muchos plátanos. Seis letras, verticales. Probé Mono, pero tiene cuatro.
—Gorila —dijo Adrián sin perder el ritmo—. ¿Dijiste que era vietnamita?
—Sí, no hablaba más que vietnamita y galimatías. Parecía estar drogada. Ensueño, por lo que parece.
Adrian tragó saliva ante la mención de Ensueño. Ella era una abusadora dura, por lo que en general podía sentir cómo debía haber sido.
—¿Te dijo por qué estaba drogada?
—Eso no es justo —hizo un puchero Marvin, quien parecía un bulldog derretido mientras lo hacía—, respondí una de tus preguntas. Ahora es tu turno. Cinco palabras... —comenzó a decir, pero Adrian le arrancó la caja de las manos en un instante. Dio un pequeño vistazo a las pistas antes de responder todo en sucesión.
—Conejito. Tristeza. Canadá. Azul. Electroimán. Listo —dijo, empujando la caja hacia un Marvin muy confundido.
—Grosera —susurró, leyendo de nuevo las pistas, encontrando todas y cada una de ellas correctas.
—¿Puedes responder mis preguntas ahora? —dijo ella, toda su paciencia consumida.
—Sabes, no soy un idiota —dijo Marvin mientras se enderezaba. —Fui yo quien llamó a Asuntos Internos, y no sin razón.
Un escalofrío recorrió los brazos de Adrian mientras contemplaba una nueva claridad en los ojos de Marvin. Era como si pudiera mirar más allá de su alma. —Qué...
—Esa mujer fue introducida de contrabando. Siguió gritando sobre un barco, provocada por observar al detective Dunne. La capitana Lynch me llamó personalmente a su oficina y me pidió personalmente que cumpliera y la entregara al detective.
Bingo, pensó Adrián. Tengo un enlace. Todo lo que necesito es evidencia.
—¿Puedes firmar una declaración jurada sobre eso? —preguntó.
—No —dijo tajantemente—. Sabes más que yo que una declaración jurada es casi nada. Tengo varios memorandos que escribí sobre esos encuentros. Estaría más que feliz de proporcionarlos como prueba.
—¡Eso seria genial! —Adrian exclamo—. ¿Dónde están?
—En casa. No podía arriesgarme a que ello los encontraran.
—¿Ellos? ¿Quienes son ellos?
—Los Lynch. Sé que esta investigación no se trata realmente de Graham. Estás intentando acabar con la familia. Lo puedo ver en tus ojos.
Por mucho que quisiera negarlo, no pudo. Era totalmente cierto, pero mantuvo la boca cerrada.
—Te daré los memorandos y encontraré cualquier evidencia que encuentre en el interior, pero tienes que prometerme algo.
—Cualquier cosa.
—Por favor, no lastimes a Graham —suplicó el hombre—. Es un joven que ha estado descarriado toda su vida. Simplemente tomó algunas decisiones tontas. Por favor, sea comprensiva.
La sinceridad inundó los ojos de Marvin. Lo dijo en serio y lo creyó hasta el fondo, lo cual fue muy confuso para Adrian. —Si querías mantenerlo a salvo, ¿por qué lo acusaste?
—Porque —dijo con una tierna sonrisa—, que castiguemos a nuestros hijos no significa que dejemos de amarlos. Necesita amor duro, una llamada de atención, para estar en el buen camino.
Deseaba tener a alguien como ese hombre en su vida. La conmovió hasta lo más profundo.
—Trato —dijo tendiéndole la mano.
—Trato —repitió, sin molestarse en agitarla, y en cambio, sacó otra caja de cereal de debajo del mostrador.
Con un CD lleno de imágenes, Adrian procedió a abandonar la comisaría, pero fue detenido por el oficial que atendía la recepción.
—¿Adrián Sauer? Alguien te dejó un paquete —dijo empujando un sobre manila sobre la mesa. No había características distinguibles en el sobre y, aparte del hecho de que era un poco pesado, no era nada sospechoso.
Ella lo tomó y lo abrió mientras salía del edificio.
En el interior había un teléfono desechable que inmediatamente empezó a sonar.
Miró de izquierda a derecha para encontrar al perpetrador, alguien que estaba usando un teléfono o mirándola, pero la calle estaba desierta, salvo por algunos autos. El principal de ellos era el coche acosador verde.
Con precaución, presionó el botón de recepción, cuando una voz femenina ronca habló desde el otro extremo.
—Eres buena. La forma en que te enfrentaste a esa perra de Lynch fue increíble. Fanática número uno tuya, mi reina.
¿Alguien estaba escuchando a escondidas su conversación? Dudaba que Dara le hubiera contado a alguien sobre su breve conversación.
—¿Quién eres?
—Quién soy es irrelevante en este momento. Lo que quiero hacer es impulsar esta investigación por el camino correcto.
—Estoy bien sola —dijo mientras caminaba por la acera. Poco después se dio cuenta de que el coche verde la seguía.
—Probemos eso, ¿de acuerdo? A estas alturas, ya sabes sobre la mujer y cómo están conectados Graham y la familia Lynch. ¿Pero qué pasa con esta mujer? ¿Quién era ella? ¿Alguna vietnamita al azar?
Adrian tuvo que admitir que no tenía idea, pero era principalmente porque aún no había investigado.
—Si quieres acabar con una operación tan grande como la mafia Lynch, debes atacar los eslabones más débiles. Encuentra los pequeños errores y explótalos hasta el límite.
—Bueno. Gracias por la sabiduría de la galleta de la fortuna. Pero eso todavía no ayuda.
—Bien, dejame ayudarte mas concretamente —dijo una voz detrás de Adrian, antes de ser apuñalada en la base del cuello con una aguja.
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