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El Swing Del Diablo - Staccato

Manchas de tinta oscura rodearon a la pareja por todos lados. Los muebles se transformaron y desaparecieron bajo bocanadas de humo, mientras que otros aparecieron de la nada. Los majestuosos sofás dieron paso a rechonchas sillas marrones, ocupadas por cáscaras humanoides sin alma que cataban bebidas en abundancia. La mesa de madera de zebrano se fundió en el escritorio de la recepcionista que tanto ignoraba Henry cada vez que entraba en la sede de Geber. Incluso los techos se empujaron hacia atrás para revelar piso tras piso de oficinas hasta donde sus ojos podían ver.

Su casa había desaparecido, reemplazada por el vestíbulo del Laboratorio Geber.

Toda la habitación estaba decorada con adornos navideños. Bastones de caramelo, fotos de Papá Noel y sus renos hicieron que Henry se encogiera en su asiento de la confusión.

Desde el suelo, la gente brotaba como recortes en un libro infantil. Su forma era áspera y difusa con rasgos apenas perceptibles para indicar su género. Sus rostros, sin embargo, estaban completamente en blanco. Sus movimientos estaban en bucle, riendo en el lugar donde aparecían: algunos hablaban, algunos bebían y algunos incluso bailaban con una melodía sincopada. La única excepción a este patrón eran dos figuras sentadas cerca de una barra portátil en el rincón más alejado de la habitación.

¿Por qué no vamos a saludar, cariño? —dijo Zizi, golpeando a Henry dos veces en el hombro. Su voz sonaba distante y amortiguada, pero presente.

Toda la habitación se movió debajo de su silla, haciéndolos deslizarse a través de las inquietantes figuras como si fueran fantasmas. Curiosamente, Henry no estaba asustado, sino desconcertado. Había estado allí antes—no en la habitación en sí, sino en esta iteración particular de la habitación. La fiesta, la gente, la decoración y lo más importante, las paredes. No eran del blanco prístino que provocaba dolor de cabeza como antes, sino que estaban llenos de colores vivos. Enredaderas arcoiris se arremolinaban y giraban en las paredes, brotando todo tipo de flores exóticas que parecían reales. Por todas las paredes, prados de árboles, flores y pájaros retozaban bajo un sol brillante.

La vista de esa obra maestra hizo nudos en el estómago de Henry. Este no era su laboratorio Geber. Era el de ese hombre

¿Pasa algo, cariño? ¿Viajando por el camino de la memoria? —dijo Zizi, riéndose inquietantemente—. Solo ignóralo por ahora. No queremos perdernos nada.

Agarrando la parte superior de la cabeza de Henry y la giró para mirar a las dos figuras en la barra. Dos figuras que conocía demasiado bien.

Murray se veía excepcionalmente guapo con su traje de corbata negra. Con una mano haciendo girar un vaso de whisky escocés, parecía sereno y distante. Sus ojos tenían un brillo travieso que combinaba perfectamente con su sonrisa torcida y arrogante. Su melena negra estaba echada hacia atrás con gelatina, haciéndola brillar bajo las luces tenues.

Era bastante atractivo cuando era joven, ¿verdad, cariño? Lástima que creció para ser un bastardo gordo. Sin embargo, no puedo decir lo mismo de ti.

Justo al lado de Murray estaba Henry. Una versión más joven de él, claro está. Estaba apoyado en la barra, golpeando el popote de su coca con el dedo índice. Su traje marrón colgaba suelto de su cuerpo, con una horrenda camiseta morada que no combinaba con su atuendo en absoluto. Ni siquiera llevaba corbata.

—¡Esto apesta! Toda esta fiesta apesta. Parezco el puto dinosaurio Barney. Quiero irme a casa, Mur —dijo el joven Henry, golpeando la barra con la palma de la mano.

Murray negó con la cabeza mientras se reía, levantando su copa para encontrar sus labios.

Zizi siguió su risa con una propia, para disgusto de Henry. —Casi olvido lo temperamental e infantil que eras en ese entonces, cariño. Tu sentido del estilo era espantoso.

Henry quiso decir que el traje era prestado, para salvar de alguna manera su orgullo, pero Zizi le puso dos dedos en la garganta para hacerlo callar. No hay tiempo para hablar. Cállate y escucha.

—¿Dónde está esa pollita que dijiste que estabas cazando? —preguntó el joven Henry.

—Debería estar aquí en cualquier momento. Y no la llames pollita. Es una dama —corrigió Murray—. Hablando del diablo...

La música se había detenido. Una pareja entró en el vestíbulo por la puerta principal con paso casi majestuoso. Al menos el hombre lo hizo. Un hombre cuya mera presencia envió escalofríos por la espalda de ambos Henrys.

Jabin, director ejecutivo de Geber Laboratory.

Las formas en blanco detuvieron sus bucles, girando al unísono para mirar al hombre que entraba como si fuera el dueño del lugar. Lo cual era.

Su traje negro estaba hecho a medida para adaptarse a su figura corpulenta. Una camisa rojo sangre resaltaba contra una brillante corbata negra, atada con una banda dorada, incrustada con un rubí tan grande como sus ojos.

Lo más peculiar era la chica agarrando su brazo.

Su piel era extremadamente blanca, casi brillante. Sus ojos eran tan grandes como faros que parecían sonreír tan brillantemente como sus labios rojos, haciéndola parecer una muñeca de porcelana. Tenía mejillas redondas con algo de grasa de bebé todavía, acentuadas por su cabello enrulado en cascada. Se veia simplemente despampanante

—No me jodas —dijo el joven Henry—. ¿Estás detrás de la hija de Geber? ¿Tas loco?

—Créeme, sé que es una locura. Pero ella es demasiado linda.

—Era —dijo Zizi, con una sonrisa maliciosa.

—¿No es un poco joven para ti? —preguntó el joven Henry—. Todavía está en la universidad. ¿Qué podrían tener ustedes dos en común?

Murray se bebió el resto de la bebida de una sola vez y estrelló el vaso contra la barra. —Me haces sonar como un pervertido. Todavía tengo veinte y tantos años.

—Lo que sea, Mur. Igual siento que es como un universitario saliendo con una de prepa. Regla número uno: nunca cagues donde comes. Especialmente si te estás cagando en la hija del jefe.

—Jesús, Henry. Nunca llegarás a ninguna parte en la vida si no te arriesgas. Además, me gusta mucho esa chica. Su arte la hara famosa, simplemente lo sé. Es inteligente, brillante, divertida... ¿qué más puede pedir un hombre?

Tenía la mentalidad correcta, ¿sabes? —dijo Zizi. —Dulce Murray. Si solo...

—Vamos —dijo Murray, arreglándose el traje mientras se ponía de pie—, saludemos al jefecito. Tengo que establecer una relación con el futuro suegro.

—Si te escucha decir eso, te va a madrear.

—Cállate. Vámonos.

La pareja atravesó a Henry, enviando un escalofrío por su espalda. Zizi tocó su hombro una vez más y, al igual que antes, el suelo se movió bajo sus pies, colocándolo justo en frente de la mirada fría como la piedra de Jabin.

Henry se congeló en su asiento, sin esperar encontrarse con esos ojos de nuevo. Frío. Analítico. Juzgando.

Tampoco esperaba que su mano extendida llegara a su rostro. Henry cerró los ojos, preparándose para su toque, pero en cambio, una mano salió de su propio cuello y se encontró con la de Jabin a mitad de camino.

Con otro toque en el hombro, la habitación se desplazó hacia la izquierda, dándole a Henry una mirada de reojo de la acción. La mano que se encontró con la de Jabin era la de Murray.

—¡No pude evitarlo! —exclamó Zizi, riéndose como una niña pequeña—. Qué cobarde, temiendole a un fantasma.

Henry permaneció en silencio, echando humo en su asiento, sin atreverse a confesar que se había orinado un poco.

—Sr. Prendergast —dijo Jabin con su voz profunda y aterciopelada, con apenas un toque de acento que suavizaba las R y acentuaba las L—, es un placer verlo hoy. Espero que esté pasando una velada maravillosa.

—¡Más que maravillosa! —dijo Murray, estrechando la mano de Jabin—. Esta es la temporada para estar alegre y toda esa basura comercialista.

Jabin lo miró por un momento con diversión, como si no estuviera realmente seguro de lo que quería decir. No obstante, le dio a Murray una risa ahogada.

—¡Oye, Mur! —dijo la joven Zizi, mirando desde detrás de la espalda de Jabin. Su sonrisa era arrogante y traviesa, pero extrañamente infantil.

—Milady —dijo Murray, haciéndole una pequeña reverencia, a lo que ella respondió con una reverencia y una risita.

—¿Quién sería ese joven detrás de ti? —preguntó Jabin, mirando a Henry desde atrás de Murray.

—Henry White, encantado de conocerle, jefecito. Soy el nuevo de marketing —dijo, extendiendo una mano temblorosa hacia Jabin. Jabin la sacudió con una fuerza que no esperaba, prácticamente aplastando su mano. Jabin se limpió la mano en los pantalones después, con una sonrisa que no se tradujo en absoluto en sus ojos.

—Igualmente. Entonces, Sr. Prendergast —dijo Jabin, volviendo su atención a Murray, bloqueando físicamente a Henry de su vista—. Quiero discutir algunas cifras con usted hoy si no le importa tomarse un tiempo fuera de la fiesta. Sé que podría ser demasiada imposición...

—¡Para nada! —dijo Murray con entusiasmo—, Me encantaría. ¿Vamos?

—Como desees. ¿Dónde está Clara?

Como si hubiera sido convocada de la nada, una mujer corrió hacia ellos, con amarrado en una cola de caballo y una personalidad burbujeante.

—Aquí, señor —dijo una joven Clara, entregándole un sobre marrón—. Las cifras que pidio.

—Gracias, Clara. Eres muy eficiente.

—Hola, Clarita. Cuidado se te cae el envoltorio, bombón —bromeó Murray.

El rostro de Clara se tiñó de rojo, dándole a Murray una sonrisa valiente. —Basta, tú.

—Por favor —interrumpió Jabin, caminando hacia el espacio de la oficina. Clara lo siguió detrás como una sombra. Murray estuvo a punto de seguirlo también, pero el joven Henry lo agarró del brazo antes de hacerlo.

—Mur, ¿qué carajos? Dijiste que me ibas a presentar a algunas chicas —susurró el joven Henry.

—Relájate. Tan pronto como termine con el jefe, te diré quién es fácil aquí. Mientras tanto, trata de coquetear con Katie de Recursos Humanos. Está ahí junto al sofá —dijo Murray, señalando una de las figuras borrosas.

El joven Henry soltó a Murray como un niño con una rabieta. No iba a correr el riesgo de coquetear con un trabajador de recursos humanos. Eso sería un suicidio, el pensó. En su lugar, caminó hacia el bar a ahogar sus penas.

—Curioso—dijo Zizi.Incluso antes de que todo sucediera, Baba sabía que estabas lleno de basura. Continuando...

Dos golpes más en el hombro de Henry lo llevaron a la barra, donde una chica con un vestido azul ya estaba sentada y discutiendo con la figura borrosa de lo que debía ser el barman.

—¡Solo un poco! Te juro que no lo diré.

—No —dijo una voz distorsionada—. No seré yo quien emborrache a la hija de Jabin. Quiero que me paguen.

—No me emborracharé. Baba no tiene que saberlo.

—No significa no. Todavía eres menor de edad. Puedo darte una coca cola si quieres.

Justo cuando el camarero servía la bebida, el joven Henry se sentó a su lado. El barman colocó la bebida frente a ella, e incluso agregó una pajita en forma de remolino para puntuar su aparente infantilidad, lo que hizo que Zizi hiciera un puchero.

El joven Henry echó un vistazo al pasillo en el que Murray había desaparecido como si esperara que apareciera en cualquier momento. Sin señales de movimiento, dirigió su atención hacia Zizi.

—Apesta ser menor de edad en estas fiestas. Ni siquiera puedes ponerte sabrosota.

—¿Qué? —dijo ella, inclinándose más cerca de Henry.

—Dije, apesta ser un chicuelo en estas fiestas. ¡Ni siquiera puedes beber!

—No soy una chicuela. Tengo diecinueve. Solo que Baba es sobreprotector

—¿Baba? —preguntó el joven Henry.

—Papá. Significa papá. Juro que está alejando a todos de mí. Mis únicos amigos aquí son Murray y Clara.

—Bueno, tienes uno nuevo. Henry. ¡Encantado de conocerte! —dijo, estrechándole la mano.

—Zinet. Pero la gente me llama Zizi.

—Bueno, Zizi, déjame hacer algo por ti —susurró—. ¡Barman! ¿Puedes darme un Cuba Libre?

El barman asintió y sirvió ron y Coca-Cola en un vaso alto, el mismo vaso que la Coca-Cola normal de Zizi. Colocando el vaso frente al joven Henry, tomó un trago, igualando el contenido del vaso de Zizi.

—¿También puedo tomar un vaso de whisky escocés? El que está en la parte de atrás.

—¿Cuál? —dijo el barman, dándose la vuelta para mirar las botellas.

—El del medio. No, ese no, el otro.

Mientras el joven Henry daba instrucciones, cambió su vaso por el de Zizi, asegurándose de poner la pajita en espiral sobre el Cuba Libre. —¿Sabes? No importa. Terminaré esto primero. Gracias de todos modos.

El Barman asintió, moviéndose hacia otra persona que llamó su atención. Zizi miró a Henry con asombro, pronunciando un gracias antes de tomar un sorbo, que casi escupe.

—¡Esto sabe a culo! —dijo mientras se reía.

El joven Henry le dedicó una sonrisa incómoda. —Esta no es la primera vez que bebes, ¿verdad?

Ella asintió con una sonrisa incómoda.

—Bueno, por supuesto que sabrá a mierda —dijo el joven Henry—. No se empieza con ron. Se empieza con vino o algo así y entonceste pruebas el ron.

—Lo siento. Solo quería ver cómo sabía. No salgo mucho.

—¿Por qué?

—Baba es muy protector. Me despierto todos los días y hay un chofer esperándome para llevarme a la universidad. Y ni siquiera una pública, sino una universidad católica engreída donde me paso el día aprendiendo cada cosa inútil que puedas imaginar. ¿Quién usa el latín ya? ¿Realmente se puede llamar lengua muerta si lo enseñan en todas partes?

El joven Henry se rió entre dientes, no por su historia, sino por ella. Se emocionaba con algo tan tonto como el latín, agitando los brazos y haciendo muecas. Podía ver sus ojos llenos de asombro e inocencia. Podía ver el encanto que veía Murray en ella.

—Era tan linda en ese entonces. Burbujeante. Ingenua. Tonta. Tenías que venir tu a corromperme.

—Tu vida suena dura—dijo el joven Henry, con solo un toque de sarcasmo.

—Ni me lo digas. Ni siquiera tengo un teléfono celular. Baba dice que te vuelve tonto. Lo único que aprueba que haga es pintar. Pinté este vestíbulo, ¿lo sabías?

—No mames, no sabia —mintió el joven Henry—. Cuéntame sobre eso.

—Vamos a saltarnos esta parte, ¿de acuerdo?

Con dos toques más en el hombro, la habitación se cerró debajo de ellos. Varias parejas bailaban al son de una melodía lenta, con algunas incluso abrazándose amorosamente bajo la iluminación ambiental. En el costado de la pista de baile, el joven Henry caminaba justo al lado de Zizi.

—Entonces, ¿me dices que nunca has comido donitas del dunkies?

—No —dijo Zizi, con una sonrisa llena de dientes y las manos a la espalda.

—¿Nunca has ido al parque publico?

—¡No!

—Tienes que estar bromeando.

Zizi se rió, cerrando los ojos mientras hacía un puchero. —No. Soy un mal bostoniano.

—¡Eres un mal humano! ¡Tenemos que poner algo de vida en ti!

—¿Por dónde sugieres que empecemos? —preguntó ella, mostrando una sonrisa traviesa.

La sangre de Henry se congeló. Recordaba muy bien este momento. Ese fue el momento en que decidió robar a Zizi para sí mismo. Un momento puntuado por las notas iniciales de una canción, tocada lentamente por la banda en vivo.

Un beso de ensueño, por Luis Amstrong. Su canción.

—¿Por qué no empezamos aquí? —dijo el joven Henry, tirando de Zizi por la muñeca sobre la pista de baile.

Ella se sonrojo locamente, fijando su mirada en el suelo. —Yo-yo-yo no... no puedo...

—Confía en mí —dijo el joven Henry, colocando una mano en su cintura mientras tomaba su mano con la otra—. Solo cállate y baila.

Toda la habitación se congeló. La música se detuvo. Todo el aire alrededor de la habitación parecía haberse estancado. Todo por culpa de un dedo colocado en la cabeza de Henry. Un dedo huesudo.

—Cállate y baila. Pensé que era solo la sabiduría de un chico mayor que quería mostrarme el mundo. Que niña tan estúpido. Esa fue una orden, no una solicitud. Solo querías que te siguiera. Querías ser mi héroe o alguna cosa enferma y pervertida como esa. Y funcionó.

Con tres golpes en los hombros, la habitación se desintegró en bocanadas de humo. Gente. Muebles. Paredes. No quedaba nada más que oscuridad y humo.

Dos toques más hicieron que la oscuridad creara nuevas formas. Arboles muertos. Bancos de madera. Una estatua. Nieve. Todo surgió desde cero. Henry tardó un segundo en darse cuenta de que el humo había desaparecido. La noche era oscura y nublada, lo que hacía que parque publico de Boston tuviera una sensación amenazante, como si una bestia estuviera al acecho, esperando a su próxima víctima.

Debajo de una lámpara se podían ver dos figuras, una con un vestido azul y la otra con una camiseta morada. El joven Henry tenía una bolsa de papel en la mano. Zizi estaba comiendo una dona, usando el abrigo del joven Henry para calentarse.

—¡Esto es hermoso! —gritó, lanzando sus brazos al aire—. Este donut, sin embargo, es terrible.

—Cuidado, nunca sabes quién está escuchando —dijo el joven Henry—. Las donas son el patrimonio de Boston. Ese tipo de conversación puede meterte en problemas.

—Solo para que conste, sigo pensando que son terribles.

—Lo que sea —dijo, sacudiendo la nieve de un banco antes de sentarse—. ¡Dame otro, cabron!

—¿Qué pasó con el lenguaje de dama de sociedad?

—Pues me canse. Eso es solo para Baba. ¿Dónde está esa dona?

El joven Henry sacó una dona de fresa de la bolsa. Zizi lo tomó con ambas manos, prácticamente metiéndosela entera en la boca.

—De nada —dijo Henry con sarcasmo. Ella respondió con una reverencia, casi dejando caer la dona en el proceso.

—Entonces, comimos frijoles horneados en el Faneuil Hall; un rollo de langosta-

—Que comiste, porque soy alérgico a los mariscos —comentó Zizi.

—Cállate y sigue comiendo tu dona.

—Pendejo.

—Pendejo.

—Como estaba diciendo: fuimos a la cima del Prudential Center-—

—Donde casi vomitaste el rollo de langosta.

—Luego una bolsa de donitas —continuó el joven Henry, ignorando su broma—, y ahora, el paque. ¿Algo más que necesite ver, su alteza?

—Nop. ¡Ha sido una noche maravillosa! Gracias por ser mi guía. Primera vez disfrutando de mi ciudad como se debe.

El joven Henry tragó saliva. Henry también tragó. Sabía lo que estaba por venir.

—Sabes —dijo, tomando asiento junto a ella—, podemos ir hasta el final con tus primeras veces hoy.

—¿Qué me...?

No llegó a terminar esa frase. Henry empujó sus labios contra los de él. Sabía a fresa y ron, un sabor que sorprendentemente funcionó. La suavidad de sus labios estaba más allá de todo lo que había sentido.

Así como empezó, terminó.

Zizi estaba estupefacta. Le tomó unos segundos procesar lo que acababa de suceder. Sus mejillas fueron lo primero que se puso al día, estallando de un rojo remolacha.

—Q-q-qué...

—Ese fue mi primer beso. Podrías haber sido más amable conmigo, cariño.

El joven Henry no esperó a que ella recuperara el aliento para volver a besarla. Su lengua pinchó sus labios, rogándoles que se abrieran. Desafortunadamente para él, ella se negó, empujándolo lejos.

—¡Alto! ¿Qué diablos estás haciendo?

Henry se limpió la boca, frotándose los ojos en el proceso. —Pensé que lo querías.

—¡No! Quiero decir, sí, pero no así. Jesús. ¡Está todo jodido!

Enterró la cabeza entre sus piernas mientras las agarraba con fuerza. El joven Henry se sentó a su lado, dispuesto a palmearle la espalda, pero ella se apartó de él.

—Solo... no me toques, ¿de acuerdo? Déjame pensar por un momento.

Intentó ponerse de pie, pero Zizi lo detuvo, agarrándolo de la mano.

—No dije que tenías que irte. Solo... quédate conmigo, pero mantente en silencio.

Él asintió, un poco confundido, contenido en el pequeño consuelo de sus palmas tocándose.

Puso su cabeza entre sus piernas una vez más, respirando profundamente, tratando de traer claridad a su mente revuelta. Mientras lo hacía, su pulgar acarició suavemente el dorso de la mano del joven Henry, una acción que envió escalofríos excitantes por todo su cuerpo.

Su pequeño cuerpo se veía frágil y quebradizo rodeado por el gran abrigo, haciéndola lucir aún más adorable que antes.

De repente, su cabeza se elevó, haciendo una sola inhalación determinante. —Si vamos a hacer esto, lo haremos correctamente. Ponte de pie.

Él obedeció, y esta vez, fue conducido de la mano hacia un sauce que daba al estanque helado. Dos golpes en el hombro de Henry hicieron que el parque se moviera debajo de él, colocándolo justo encima de las aguas.

Empujó su espalda hacia el árbol, agarrando al joven Henry por los costados. —Esta vez, sé gentil. Tranquilízame. No tengo mucha experiencia.

—Está bien —fue todo lo que respondió.

Henry puso su mano derecha en la mejilla de Zizi. Era fría y áspera, después de haber sido azotada por los vientos helados, pero se sonrojaron de un rojo intenso que, sin embargo, se extendió por toda su cara. Sus labios, brillantes y rosados, temblaron con anticipación, soplando cálidas bocanadas de aire cada vez más rápido mientras su corazón se aceleraba.

Por mucho que lo intentara, sus ojos no podían encontrarse; ella desvió la mirada en cada oportunidad por vergüenza, solo moviéndole los ojos a la cara de vez en cuando para confirmar que él estaba mirando.

Decidió ir despacio esta vez, saboreando el momento. Él le acarició los labios con el pulgar, un movimiento que ella correspondió mordisqueándolo con torpeza. Inclinándose en su cuello, depositó un beso en la base de su clavícula, subiendo por su mejilla.

Ella gimió entre respiraciones, acariciando tiernamente su nuca. Ella besó su cuello tímidamente, no más de medio segundo, pero para él, se sintió como si le hubieran puesto un atizador caliente en el cuello, imprimiendo sus labios en su piel.

Puso su brazo alrededor de su cintura, acercándola más. Su cabeza encajaba perfectamente en medio de su pecho. Movió su mano desde su mejilla hasta su barbilla, tirando de ella para encontrarse con él. Esta vez, sus ojos se encontraron. Sus labios se separaron. Su respiración se contuvo. Todo su cuerpo le gritaba. Tómame. Tómame ahora.

Y lo hizo, antes de ser tragado por la oscuridad una vez más.

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