El Swing Del Diablo - Corte
Graham se despertó con el pie derecho ese día. El lúgubre apartamento de Frankie parecía brillar con colores inexistentes, con el olor terroso del café recién hecho tentando su nariz tan pronto como abrió los ojos. Por supuesto, el apartamento no había cambiado en absoluto: era el mismo infierno sucio, barato y almizclado que antes, pero ese día, Graham se sintió diferente. Más feliz. Útil, incluso; no se había sentido así en mucho tiempo.
En todo caso, estaba innecesariamente ansioso por ponerse a trabajar. Incluso Frankie notó su cambio de comportamiento.
—¿Por qué mierda estás tan lleno de vida temprano? ¿Tuviste un sueño húmedo o algo así?
Graham se sintió tan bien que ignoró a su malhumorado compañero y se sentó en silencio frente a él. La silla de metal se sentía fría en su espalda. —Nah. La chamba ha estado bien estos últimos días. Tengo este caso que logré abrir ayer. Huelo un ascenso.
Frankie frunció el ceño, empujando una taza humeante de hojalata llena de café hacia Graham. —Mira mi loco, hablame claro. ¿Por qué carajos te importa ese trabajo? Sabes que estás allí pa' lavale el culo a Dara, ¿verdad? Tu chamba principal es con nosotros.
Graham tomó un sorbo de café. Sin azucar. Desagradable. —Eso no es del todo cierto. Dara todavía tiene que responder ante sus jefes. Todavía tengo que hacer un esfuerzo para no cagarla. Y es diferente a chambear con el sindicato.
—¿Por qué? ¿La paga es mejor?
—La paga es una mierda —dijo Graham, riéndose—. Es solo que no hago mucho por los Lynch y lo sabes. Obedezco. Se me da bien obedecer. Pero con mi otro trabajo, puedo pensar por mí mismo y tomar decisiones. Puedo demostrar que soy inteligente. Me gusta que me reconozcan. ¿Cuándo fue la última vez que Kenny te dijo: Buen trabajo, Frankie. Aquí tienes un coche?
Frankie se sorprendió por un segundo. Sus ojos grandes y mudos se clavaron en los de Graham con un sentimiento que Graham sabía que no era de mucho aprecio. —No vayas a hablar mierda de Kenny ni de ninguno de ellos. Pagan por el pan en la mesa. Pagan por este techo. Un techo en el que vive tu malagradecido culo.
—Frankie, relájalo —dijo Graham, levantando las manos en señal de rendición—. No estoy hablando mierda de nadie. Solo trato de decir que siento la necesidad de recibir una palmadita en la espalda cuando hago algo bueno de vez en cuando. Además, ayudar a la gente se siente bien; obtienes todo tipo de gratitud.
—Ayudo a que tu culo no se quede sin hogar. Se siente de la mierda y no recibo las gracias.
—Te compré esa botella de whisky. ¿Qué más quieres?
Recordando que, de hecho, todavía tenía algo de alcohol en esa botella, Frankie se puso de pie, taza en mano, hacia el mostrador de la cocina, donde una botella de Jameson lo invitó a verter su contenido en su café. Frankie cumplió sus deseos. —Podrías haber elegido uno mejor.
—Tengo que pagar pensión alimenticia. Eso es todo lo que podía pagar.
Frankie volvió a su asiento, limpiándose la mano mojada en el batidor de su esposa. —¿Cómo está esa perra? ¿Cómo que se llama?
—María. Ella está bien. Ligando a un tipo francés, Pierre.
—¿Quieres que les dé una visita? —dijo Frankie con una sonrisa maquiavelica—. No le di un regalo de bodas. ¿Qué tal un juego de cuchillos por la espalda?
—No vale la pena. No quiero tener otra chica muerta en mi record.
—¿Qué quieres decir con 'otra'?
Graham miró su reloj. Todavía tenía algo de tiempo y estaba de buen humor. Qué diablos, hablemos.
—Bueno. Dara me dio este caso. Una estudiante universitaria desapareció. Su nombre era Tracy Esposito. Una joven dulce. ¿Sabes cómo la ciudad trata de joder a Dara todo el tiempo dándole algunos casos imposibles de resolver? Bueno, este fue uno de esos.
—Aja, ¿entonces? —dijo Frankie, tomando su café ahora tibio entre sus manos. No lo admitiría, pero le encantaba cotorrear.
—Entonces, me asignaron el caso. Empecé a investigar y reunir algunas pruebas, pero no surgió nada. Dara me estaba apoyando en este caso. Me estaba dando pistas y ayudándome. Pensé que teníamos una pista sólida con un choco quien estaba obsesionado con ella, pero al final, nada. Al final, Dara optó por usar el sindicato para investigar.
—Ah. Como que me suena la vaina. Como hace dos años, ¿verdad? Kenny nos hizo buscar a una chica.
—Esa misma. Al final, encontramos su cuerpo flotando en el río, hinchada como un cerdo asado por el sol. Desde entonces, Dara me da mal de ojo. No me podía degradar por eso porque Asuntos Internos iba a clavarla si lo hacia, pero las cosas no han sido las mismas desde entonces. Me quitó el auto, me da todos los casos de mierda, todas esas cosas. Este nuevo caso fue mi regreso y lo logré.
—Felicidades. Pero no olvides pa' quién trabajas. Te vas a ir de jeta si te tomas en serio este asunto de la policía.
—Rela —dijo Graham, no del todo relajado él mismo—, lo tengo bajo control. —Graham echó otro vistazo a su reloj, marcaba las seis y media. —Mira, me tengo que ir. Gracias por el café. Nos vemos.
—¡Trae un roncito de regreso!
El aire era fresco y limpio, cortado por el vaivén de los coches que pasaban zumbando frente a la comisaría. La ciudad había vuelto a su bullicio habitual, arrastrando a todos, desde hombres de negocios hasta asalariados por igual. Era algo que Graham siempre sintió refrescante: no importa en qué lugar de la sociedad se encuentre una persona, las calles no discriminan a nadie. Pero ese día se sentía en la cima del mundo.
Lo primero que hizo Graham al entrar en la comisaría fue llamar a la puerta de la Capitána.
—¡Adelante! —gritó desde el otro lado.
Dara estaba apoyada en su silla, comiendo unas galletas en la mesa. Estaba mirando fijamente un bloc de notas en su mano, girando un bolígrafo rojo entre sus dedos. La forma en que arrugaba la nariz mientras pensaba mucho en algo era algo que Graham siempre encontraba adorable, como un malvado gatito pelirrojo tramando una travesura, pero eso era todo. Sus labios gruesos y carnosos estaban articulando algo; sus ojos recorrieron el papel de un lado a otro.
—Capitána —dijo Graham, rompiendo su concentración. Dara lo miró, plasmando una gran sonrisa en su rostro pecoso.
—La mejor de las mañanas, Dunne. Toma asiento. Cierra la puerta detrás de ti.
Graham se sentó en una silla de hierro barata. Dara empujó el pequeño paquete de galletas hacia él, en un gesto para ofrecerle a Graham algunas. Él declinó con otro gesto.
—Registramos al pendejo. No encontramos na' interesante en él. Tomamos algunas muestras de orina que dieron positivo por hierba, así que lo tenemos por ahi.
—Bien, bien —respondió Graham, moviéndose en su asiento— ¿Informaste a la oficina del fiscal?
—Sípo. ¿Terminaste con el papeleo?
—Ya te lo di ayer.
—Qué chico tan diligente —bromeó—. Sígame, detective. Tengo algo para usted.
Graham no había estado en el estacionamiento del sótano en años porque el olor a gasolina y aceite baratos era demasiado para sus sinuses. Las patruyas iban y venían a todas horas, botando humo y basura por doquier. Y estaba a punto de unirse a ese bombardeo olfativo una vez más.
—Por aquí —dijo Dara, señalando la esquina del estacionamiento.
Parado allí estaba su antiguo coche patrulla, un Ford Crown Victoria granate. Era un modelo antiguo, pero ya había sido su pareja antes. Graham conocía cada rincón y grieta de ese vehículo.
Graham acarició el coche con la mano y se le quedó una capa de suciedad y polvo en la palma. Nadie lo había conducido desde éntonces.
—¿Qué hace' toqueteando ese auto como una universitaria? No vas a conducir ese pe'azo 'e mierda.
—¿Qué quieres decir? Este es mi auto.
—Nu-uh, no vas a manejar ese mojon con ruedas. Vas a navegar con estilo.
Dara sacó un juego de llaves de sus bolsillos y se las arrojó a Graham. —Cuídalo, grandullón.
Graham no reconoció esas llaves. El control remoto era negro, con varios conjuntos de números y un símbolo de Dodge en la parte superior. Presionó el botón más grande, produciendo un poderoso pitido desde algún lugar detrás de él.
Los ojos de Graham se iluminaron cuando se dio cuenta de lo que hizo ese sonido. Un Dodge Pursuer negro azabache, nuevo.
—Pero... que... —Graham trató de hablar, pero fue inútil, se quedó sin palabras.
—Es un poco exagerado, pero que rico es manejarlo dijo Dara, palmeando a Graham en la espalda—. Déjame darte el recorrido.
Dara abrió el auto para revelar tapicería de cuero falso en los asientos. El tablero estaba lleno de todo tipo de indicadores y luces.
—Esto es lo que'ay. Tiene GPS, cámaras en la parte delantera y trasera que se copian automáticamente en un servidor especial; una radio de última generación y todos los elementos básicos de una patruya. Todo es a prueba de balas, por supuesto. Desde el control remoto, puede bloquear y desbloquear el automóvil, e incluso enviar una señal de socorro.
Graham colocó ambas manos en el techo del auto, asimilando todo. Era un monstruo de auto. Incluso cuando estaba apagado, podía sentir el poder puro de la bestia. —¿Estás seguro de que quieres darme esto?
—Te lo mereces, papi. ¿Por qué no lo pruebas?
Graham no lo pensó dos veces antes de subirse al vehículo.
—Diviértete. Pero regresa antes de que llegue el fiscal. Les haras tu el informe.
Ella tenía razón. Ronroneaba como un gatito y también corría como un puma. Graham corrió por la pica con las sirenas encendidas. Ver los autos moverse por él le dio una oleada de poder. El Dodge se deslizó por la calle como si pudiera flotar. Graham no pudo hacer otra cosa que reírse. Hace un año, estaba en lo más bajo, haciendo mandados para los altos mandos. Ahora él era el chivo que mas mea. Nada inspiraba más respeto que él en ese momento.
Quería ver a su bebé en acción. Con un movimiento de muñeca, la radio de la policía cobró vida. Graham estaba decidido a atender la primera llamada que llegara, siempre que no fuera demasiado peligrosa. Por suerte para él, una llegó casi de inmediato.
—...tenemos un 10-56 en progreso cerca de Boston Commons. Repito, tenemos un 10-56 en progreso cerca de Boston Commons...
Un peatón intoxicado. Eso es fácil, pensó. —Detective Graham Dunne, estoy cerca. Echaré un vistazo, cambio.
—10-4, cambio —sonó la radio. Era la hora del juego.
En cuestión de minutos, Graham llegó al parque. Boston Commons estaba cubierto con una gruesa capa de nieve, pero estaba repleto de gente mezclándose alrededor. Los patinadores se deslizaron por el estanque congelado mientras niños y adultos corrían por las pendientes sobre las tapas de los botes de basura. El mayor grupo de personas rodeaba el famoso Monumento a los Soldados y Marineros, un obelisco que honra la memoria de los soldados caídos en la Guerra Civil. Graham estaban rodeados seguro de que no estaban allí por el valor histórico. Estaba seguro de que su objetivo estaba allí.
Y efectivamente, rodeada por una horda de gente burlona que filmaba el espectáculo, una mujer joven estaba gritando en el suelo. Llevaba un vestido gris andrajoso sin mangas, sucio con manchas marrones y amarillas. Sus muñecas estaban ensangrentadas y en carne viva, con rasguños mezclados con marcas de huellas en todos sus brazos. Ella estaba gritando en algún idioma extranjero que él no entendía del todo, pero Graham supuso que era algún tipo de idioma asiático, por el tono y cadencia.
Su piel era morena y bronceada, pero increíblemente cenicienta, muy probablemente como resultado de la deshidratación. Su cabello negro estaba despeinado y anudado, lleno de mugre y grasa. Un par de ojos marrones estaban ocultos por pesadas bolsas negras, desenfocados y trastornados. Lo que fuera que estaba tomando, era increíblemente poderoso. Era obvio que la mujer estaba en un plano existencial diferente en su mente por alguna droga.
—Señora, ¿está bien? —preguntó Graham, abriéndose paso entre la multitud.
La chica siguió gritando, ignorando por completo a Graham y la multitud. Graham sacó su placa y se la mostró a la multitud que se reía.
—Se acabó el espectáculo. Policía de Boston. ¡Atrás!
La calma que invadía la comisaría hace unas horas había sido reemplazada rápidamente por el pánico durante el poco tiempo que Graham estuvo fuera. Los oficiales iban de un lugar a otro, respondiendo llamadas o llenando papeleo. En medio del caos, la capitana Dara Lynch estaba sentada en un escritorio de metal, supervisando las idas y venidas de los oficiales.
Sin la ayuda de ningún oficial, Graham tuvo que transportar solo a la mujer que chillaba, agregando una nueva capa de ruido a la cacofonía caótica.
—Has estado ocupado, Dunne —dijo Dara con una sonrisa—. ¿Quién es el bombón?
—Una vagabunda que recogí en Boston Commons.
—Tírala al tanque de borrachos. Tenemos trabajo que hacer.
—Puedo ver eso. ¿Qué diablos está pasando?
—Ayer se cayó un coche del puente de Harvard. Todo chimgon. Sin embargo, no es tu problema. El fiscal llegará en cualquier momento.
—Sí, señora —dijo, caminando hacia las celdas de detención.
Un oficial encorvado estaba holgazaneando detrás de un mostrador, claramente el único oficial aparte de él que estaba libre en ese momento. Parecía más muerto que vivo, apenas se movía de su asiento. Era, con mucho, el oficial de mayor edad en el recinto.
—¡Marvin! —Graham gritó, golpeando su mano contra el mostrador. El oficial ni siquiera se inmutó, moviendo sus ojos caídos hacia Graham con una lentitud solemne, como si sus ojos pesaran una tonelada.
—Sí. ¿Qué puedo hacer por ti, Graham? —dijo con una enunciación lenta, pero clara. Su voz profunda y sin emociones siempre le dio un tono de no importarle lo que sucedía a su alrededor, siempre y cuando la gente lo dejara en paz.
—Pon a esta chica en una celda de detención hasta que esté sobria.
—Estoy bien, gracias por preguntar —dijo el oficial, empujando algunos formularios para que Graham los llene—. El clima ha sido especialmente gris, lo cual me encanta.
—Lo siento, Marvin. Las cosas están agitadas hoy y-—
—Sí, este es un nuevo corte de pelo —interrumpió Marvin—, gracias por notarlo.
—Estás calvo, Marvin.
—Podría tener pelo —dijo, terriblemente lento. A Graham le agradaba Marvin, pero podría ser un dolor en el trasero si quisiera, aunque no es que Graham lo culpara por eso. Estar encerrado en las celdas de detención como esta todos los días puede hacer que un hombre pierda la cordura. Para Marvin, significó perder su cabello, por lo que todavía estaba amargado a pesar de que su último mechón de cabello cayó cuando lo hizo el Muro de Berlín.
—Sí, seguro. Lo que tú digas, amigo.
Mientras completaba el formulario, se dio cuenta extrañamente de que el único sonido en la habitación era el de su bolígrafo raspando el papel. En algún momento que él desconocía, la chica había dejado de gritar. Una mirada rápida a su figura que desaparecía por el pasillo le hizo darse cuenta de que la chica tenía la mirada clavada en él con una ira intensa.
Después de unos minutos, Marvin se arrastró de regreso a su escritorio, con sus ojos arrastrándose por todo el piso mientras caminaba.
—Cosa graciosa, esa mujer —comentó.
—¿Por qué? ¿Por el hecho de que parece una sirena piedrera?
—No —dijo, ignorando el pobre intento de comedia de Graham—. Ella estaba murmurando el Ave María en vietnamita. El catolicismo no es tan grande en Vietnam.
—¿Hablas vietnamita? ¿Por qué?
Marvin resopló con la mandíbula, seguido de una sonrisa desdentada. Graham asumió que esa era su versión de la risa. —Luché en Vietnam. Uno aprende el idioma, especialmente para las damas. Me casé con una.
—Oh, no sabía que estabas casado.
—'Estaba'. Esa es la palabra operativa allí. Ella murió...
—Mis más sinceras condolencias —dijo Graham con la voz más dulce.
—... de sífilis. Era una puta buscando una green card.
No hay comentarios de Graham. Le devolvió los papeles a Marvin, quien los introdujo lentamente en la computadora.
—Oye, si sabes el idioma, tal vez puedas ayudarme a interrogar a esa mujer. De todos modos, parece que no responde en espanol.
—Claro. No es que tenga algo mejor que hacer. Todos están dando vueltas, tomando café con el alcalde, y el pobre Marvin se encarga de la chusma. Cuarenta años en la fuerza...
Graham lo desconectó de su mente y caminó hacia la celda de detención lo más rápido que pudo. Allí estaba ella, de pie en un rincón, hablando al aire. Ella parecía tener una conversación muy acalorada, mientras agitaba las manos para enfatizar.
—...desde entonces, nadie pudo encontrar el cuerpo de Jimmy Hoffa. Un escondite inteligente, ¿eh? —dijo Marvin, alcanzando finalmente a Graham.
—Sí —respondió con desdén—. Hagámoslo.
Graham golpeó los barrotes de la celda, llamando su atención. La cabeza de la chica se giró hacia la fuente del sonido, fijando sus ojos en Graham.
—Bien. Está bien, Marvin, primero... —comenzó a decir pero fue interrumpido por el desgarrador gemido de la mujer. Era un sonido increíblemente agudo, como la nota más aguda de un violín tocada una y otra vez.
—¡Jesús! ¡Detente! —gritó Graham. Marvin permaneció imperturbable.
La chica trepó contra la pared como una araña depredadora, poniendo tanta distancia humanamente posible de la pareja. Siseó y escupió, señalando con un dedo huesudo la cara de Graham.
—¡Táu! ¡Táu! ¡Táu! —gritó, asegurándose de enfatizar cada palabra con un empujón de su dedo.
—¿Qué está tratando de decir? —preguntó Graham.
Marvin se frotó la barbilla por un momento en profunda reflexión. —Bueno. Significa barco. Un barco grande. Un barco de carga.
Graham la miró confundido. Entonces se dio cuenta.
Ella no era una bagaunda bajo los efectos de la droga. Ella era una de las personas que él había pasado de contrabando en ese último lote.
UN DIA DESPUES DEL SEGUNDO DESASTRE
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