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El Blues Del Vagabundo ~ Riff

Se suponía que Graham no debía estar en la comisaría tan temprano. En realidad se suponía que no debía estar allí en absoluto. El departamento le debía esos días libres de vacaciones ya que lo tenían trabajando tanto en Navidad como en Nochevieja. Pero no podía rechazar una orden directa de la capitana, especialmente porque ya estaba hundido hasta las rodillas en mierda y le debía una.

Cuando Graham recibió la llamada a las 3 a. m., se le dijo explícitamente que tenía que estar en la oficina de la capitana a primera hora de la mañana. Ahora eran las 10 en punto, y no solo la capitana estaba tarde, sino que era el único detective que se encontraba alrededor. La mayoría de sus compañeros de trabajo se habían tomado días libres por Año Nuevo, por lo que el recinto parecía desierto.

A Graham no le importaba; después de todo, odiaba trabajar en esas oficinas abarrotadas. Menos gente significaba más espacio para respirar. Y, sin embargo, todo se sentía inquietantemente silencioso. Demasiado tranquilo para una comisaría. Sin nada más que hacer sino esperar, decidió soportar el viento invernal para fumar un cigarrillo.

Aunque le encantaba el frío, Graham apenas podía soportar el viento gélido de esa mañana en particular. Dejaba su piel oscura seca y cenicienta, más prominente en las comisuras de su boca. Se maldijo en voz baja por olvidarse los guantes y la bufanda en casa. Si no fuera por el cigarrillo entre sus dedos, sus manos estaban temblando de frio.

Excepto por algún corredor ocasional, la avenida frente a la comisaría estaba completamente vacía. A esta hora todos estaban en la misa del domingo o todavía tenían resaca de la fiesta de la noche anterior. Su única compañía era una bandada de palomas gordas que peleaban por las migajas de una dona tirada perezosamente cerca de un cubo de basura. Trató de entrar en una cafetería cercana donde solía pedir cafe la mañana, solo para descubrir que estaba cerrada por las vacaciones de Año Nuevo. Lo único que había dentro era oscuridad y su reflejo en las ventanas.

Incluso en la superficie semirreflectante, podía ver claramente que se veía de la mierda. Sus ojos inyectados en sangre saltaban contra su piel áspera, producto de años de cuchillas de afeitar baratas y de estar demasiado ocupado para aplicar loción para después del afeitado. Su postura encorvada era una nueva vista gracias a muchas noches incómodas durmiendo en un sofá elástico que lo hacía sentir más cansado y dolorido por la noche.

Estaba enojado y hambriento, y lo más importante para él: privado de sueño. Estaba a punto de enviar todo al infierno y regresar a casa cuando la cabellera roja de la capitana Dara Lynch señaló su llegada. Llevaba una bolsa de papel marrón en las manos y se balanceaba alegremente al pasar. Tan pronto como vio a Graham congelándose fuera de la comisaría, dobló sus pasos y le gritó desde el otro lado de la calle mientras se acercaba.

—¡Buenas buenas, Dunne! ¿Has estado esperando aquí todo este tiempo?

—¿Yo? No —mintió con sarcasmo apenas disimulado—, acabo de llegar. Decidí fumar un cigarrillo antes de entrar.

La capitana colocó su bolso en el suelo, jugueteando con un gran llavero que colgaba de su cinturón. —Fui por un desayuno de donitas. Todas las tiendas por aquí parecen estar cerradas o algo así. Supuse que estarías esperando como el buen nene que eres, asi que me tomé mi tiempo.

Había una cosa, y sólo una cosa, que podía hacer enojar a Graham Dunne en un instante, y era que otras personas le hicieran perder su precioso tiempo. ¿Esperó durante horas por unas donas de mierda? Si fuera cualquier otra persona, le habría dicho dónde meterse esas donas, pero sabiamente eligió morderse la lengua y soportarlo.

—¿Vas a quedarte afuera todo el dia o que? —dijo la capitana, abriendo la puerta para que entrara Graham.

Fue un corto paseo desde la entrada a la oficina de la capitana, en medio del primer piso, más allá del escritorio polvoriento y vacío de los otros detectives de precinto. Ambos entraron a una pequeña oficina, tomando sus respectivos asientos.

Graham odiaba estar en esa oficina. Podría jurar que la silla de la capitana estaba un poco más alta que la silla opuesta, haciéndolo sentir pequeño y castrado.

La capitana sacó una dona glaseada de su bolsa de papel y la mordisqueó como un niño pequeño con sus grandes dientes salidos. Dara Lynch era una chica de barrio irlandesa hasta la médula, musculosa y maliciosa. Las pecas en su rostro a menudo estaban oscurecidas por los mechones rojos de cabello desordenado que se negaba a llevar en un moño, con sus saltones ojos verdes mirando con curiosidad a Graham.

—¿Dónde están mis modales? ¿Quieres una dona, Dunne? —dijo, empujando la bolsa lentamente hacia Graham. Graham la empujó devuelta con la misma lentitud, su orgullo interponiéndose en el camino de un desayuno perfectamente bueno. Podía sentir los pasteles aún calientes a través del papel.

—Como quieras —se burló, lamiéndose los dedos antes de limpiarse la mano en los pantalones.

Graham se estaba impacientando, golpeando su zapato agresivamente en el piso para llamar la atención de la capitana. Cuando eso no logró producir una reacción, intervino. —Entonces... ¿por qué me llamo, capitana?

Como si recordara que, de hecho, había una razón para estar allí, se levantó y hurgó en una pila de carpetas apiladas en un escritorio en la parte trasera de la habitación. —Le dije a los muchachos del distrito adyacente que me quitaran algunos casos de la mano. Todos merecen unos días de vacaciones, incluso esta niña de azul. Pero bueno, aquí estamos, y el deber llama. Tengo un caso para ti.

Colocó una sola carpeta manila frente a Graham. El número de caso estaba grabado en la etiqueta de la carpeta. número de caso 27-223987; Geber, Z.

La primera página era el informe del caso. Era un incidente bastante reciente y que recordaba claramente. —¿No era esta la señora que destrozó ese coche de aspecto caro hace unos días? Recuerdo haberlo visto en las noticias.

—Esa mero mero —respondió la capitana, inquieta en su asiento con impaciencia—. Se suponía que era un caso abierto y cerrado. Ya viste lo jodido que estaba todo en la televisión. El cuerpo se convirtió en papilla, el auto se convirtió en una bola amontonada de nada. Un accidente horrible.

La atención de Graham estaba pegada a las fotos adjuntas al expediente del caso. Pedazos de carne y sangre esparcidos en una carretera helada. Algo bien sangriento. Sin embargo, algo estaba mal.

—Pero no fue un accidente, ¿no? Si lo fuera, no hubiera llamado a un detective —afirmó.

La capitana aplaudió repentinamente, haciendo que Graham saltara de sorpresa. —Bingo. El cuerpo es un callejón sin salida para nosotros, viendo que era más papilla que persoa. Pero logramos salvar el auto, y encontramos algunas cosas interesantes. Pasa la página.

Graham hizo lo solicitado, mostrando una imagen de un automóvil desarmado, algunas partes derretidas o dañadas de alguna manera. Engrapado a él había un informe, detallando los hallazgos.

—Dejame resumirtelo. Alguien cortó los frenos. O al menos eso es lo que piensan los nerdos forenses. No se rompieron, ni se cortaron con el impacto, nada. Definitivamente cortaron con alguna herramienta de precisión. Necesitamos a alguien profundizar en esto.

—Aquí dice que es solo una posibilidad. Podría ser el resultado del accidente. Además, no leo nada sobre motivos, sospechosos o cualquier otra cosa. ¿Estás seguro de que quieres que investigue esto?

La capitana se volvió inusualmente asustadiza, hurgando sus uñas sucias con un lápiz de mina. —Sí... no hay mucha evidencia, lo sé, pero todo esto huele a muerto. Además, esta es una orden directa de la central, por lo que no podemos rechazarla.

Graham rió secamente. —Quieres decir que no puedo negarme.

—Más o menos, sí.

—Pero —dijo Graham—, ¿por qué yo? ¿Por qué no puedes llamar a Eriksson o Méndez?

Graham se encontró con silencio sepulcral. Los profundos ojos verdes de la capitana se encontraron con los suyos color avellana, manteniendo contacto visual por un segundo. Graham sintió que había algo que ella quería decirle, pero no quiso. O no pudo.

—Sabes que me debes una, Dunne. Y también necesitas el caso. Tómalo como una redención de tu anterior cagada.

Se quedó un poco frío ante la breve mención de dicho error.

—Diablos, Dunne, no te pongas palido —resopló la capitana, aligerando la pesadez de la habitación—, piensa en ello como si un amigo tte diera la mano. Este caso te ayudara a volver a ponerte de pie.

—Bueno, gracias, supongo.

—¡No hay problema! —dijo la capitana, dándole una palmada en la espalda mientras caminaba hacia la puerta—, Ahora, saca ese culo de aquí y ponte a trabajar. Llévate el archivo contigo. Yo siendo tú comenzaría con el esposo, averiguando todo lo que puedas de él. Envié a Johnson y Williams hace unos días a interrogarlo. Las notas que tomaron están en los archivos. Cualquier otra cosa que necesites, puedes llamarme. Suerte.

No hace falta decir que sus días de vacaciones habían terminado.

CINCO DÍAS DESPUÉS DEL DESASTRE

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