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9

Caminamos en silencio, uno al lado del otro, durante largos minutos. El paisaje que nos rodeaba era maravilloso- un vasto valle platinado, pintado por la nieve que coronaba también los altos pinos y los árboles de manzanas verdes que crecían por todos lados como hierba y el sonido de un río, sin dudas el mágico Danubio, que aunque no se dejaba ver desde allí fluía majestuoso hacia las montañas, provocando un efecto tranquilizador en mi pecho turbado. Sin embargo,  lo que acaparaba toda mi atención era el roce de su brazo contra el mío cada vez que dábamos un paso y el sonido rítmico de su respiración. Creo que, de haberme esforzado, podría haber escuchado también los latidos de su corazón. Presumo que serían más acompasados que los míos que en aquel momento galopaban desbocados por su arrebatadora cercanía.

Sin embargo, el dolor en mi pecho había vuelto y me aprisionaba, haciéndome difícil respirar. Y no era por el ritmo de mi corazón. Era porque aun cuando lo tenía tan cerca, sabía que estaba destinado para alguien más. "Jamás se fijará en ti…", me repetía una cruel voz interna sin ninguna piedad.

También sabía, y quizás eso era lo más doloroso, que en un par de días aquel paseo inocente por el borde del frondoso bosque no sería más que un lejano e insignificante recuerdo para Mew. Porque era algo inevitable. Debíamos separarnos. No sólo por varias estaciones de tren sino por la vida misma. Mi camino y el suyo no se cruzaban en el futuro.

Aunque ahora sí, por casualidad o causalidad- aquella palabra me vino de la nada- nos habíamos conocido pero el final estaba claro: tarde o temprano yo tendría que volver a Berlín y rehacer mi vida. Una vida que estaba hecha jirones y desconocía cómo arreglar.

Tampoco sabía cómo contarle a Mew sobre lo que me había pasado. Sabía sí, que debía hacerlo. Él lo merecía  pero me daba terror pensar en ello. ¿Qué diría cuando supiera mi historia? ¿Podría comprenderme? ¿Me aceptaría? ¿Me amaría…? ?Amaría…? Ese pensamiento se había colado sin permiso. Me mordí el labio casi con violencia. No fuera cosa que ese último pensamiento encontrara el camino desde mi cerebro hasta mi boca. Sería lo peor que pudiera pasarme. No podría soportar que aquellos ojos mágicos, profundamente azules, tan llenos de vida, me miraran con desdén o peor aún con odio, tal como me habían mirado muchos otros ojos en el pasado, al enterarse de quién era yo realmente…

Volví a morderme el labio al recordar aquellos años tristes. Y alcé la mirada con brusquedad, al atravesarme la idea aterradora de que Mew pudiera leer mis pensamientos. Busqué su rostro inconscientemente y hallé su mirada en mí y todo el terror se desmoronó. Tal como la nieve se vuelve líquida cuando la mano cálida del Sol la roza, así mi miedo, mis nervios y mis fantasmas de la niñez se fundieron con aquella mirada color del cielo.

Me pregunté si el Paraíso tendría un cielo tan intenso, vívido y hermoso como aquella tonalidad que ahora me miraba a través de sus pupilas claras. Y cómo percibiendo mi cambio, me regaló una sonrisa que me terminó de derretir. Agradecí en silencio que los seres humanos no tuviéramos la capacidad de leernos mutuamente los pensamientos.

Abrí la boca buscando que las palabras me salieran. Pero Joachím levantó su mano y, sin perder su sonrisa, me dijo con voz extremadamente varonil:

   — Ni se te ocurra volver a darme las gracias…

Me reí y él pareció disfrutarlo.

   — ¡Esa sonrisa…!—me pareció que balbuceaba.

   —No iba a darte las gracias, Mew.– le mentí sonriendo- Iba a contarte sobre mí… Te lo mereces. Seguro tienes muchas preguntas…

   —Sólo si tú quieres, Gulf. Sólo cuéntame lo que tú quieras contarme. No sé qué te ha sucedido, pero sí imagino que no fue agradable. La forma en la que llorabas… Parecías estar…

   — Huyendo… Como lo hago siempre…

   Mew me miró en silencio.

¿Hubiese sido mejor si no hubiese huido? Ahora que lo pensaba entendía que no. Y las siguientes palabras de Mew parecieron confirmar mi conclusión:

   — Cuando uno reacciona ante una situación, envuelto en el calor de las pasiones negativas, difícilmente obtenga buenos resultados. Es mejor alejarse y esperar a estar más…fríos. Te lo digo desde mi propia experiencia.

Entonces empecé a ver todo desde una nueva perspectiva y dejé, por primera vez en mi vida, de sentirme un cobarde. Intuí que Mew tenía razón. No sé qué hubiese hecho si me hubiera quedado allí…junto a los traidores. 

Seguimos avanzando unos minutos más en silencio, internándonos en el bosque de pinos. La pureza del aire y el silencio absoluto hizo que me decidiera:

   —Ayer, cuando me viste, yo huía… Porque vi algo que se suponía que no debía ver. Me traicionaron…— dije casi en un susurro ahogado.

   Mew me miró serio y me pareció ver en sus ojos una sombra.

   — Lo…lamento…—dijo con a penas un hilo de voz.

Estaba conmovido y eso me desarmó aún más por dentro. Pero me apresuré a explicarme, antes de que pudiera preguntar:

   — El amor y la amistad me traicionaron. Los vi besándose y sentí que…mi mundo se rompió en pedazos.

   —Y no es para menos.—dijo Mew con voz suave dando un paso hacia mí.

Lo tenía muy cerca, tanto que podía sentir su respiración en mi rostro. Y era tan embriagante su perfume que disimulé que me limpiaba las lágrimas del rostro mientras retrocedía unos pasos.

   —No sé que hubiese hecho… sino me hubieras encontrado— dije.

Él sonrió y seguimos caminando. El bosque se hacía más espeso y más hermoso. Estaba fresco pero yo no sentía frío. Aquella mirada añil me proporcionaba todo el calor que podía necesitar.

   —¿A qué te dedicas?— pregunté de repente.

Quería saber más sobre él y también buscaba no seguir siendo yo el tema central de la conversación.

   —A lo que haga falta…— me respondió risueño.

Lo miré con curiosidad y me sonrió.

   — Ayudo en la posada, hago los quesos, cosecho manzanas, arreglo cercas, pinto paredes…, lo que haga falta.

   — ¿Y cuál es tu vocación?

La pregunta salió de mi boca sin permiso. Me miró con curiosidad.

   — ¿No crees que recolectar manzanas y pintar paredes pueda ser mi vocación?

Sentí que me sonrojaba. Pero su sonrisa volvió a desarmarme. 

   — Es broma. No, no es mi vocación.

   — Aunque pudiera serlo…

   —  Sí, claro. Y hacerlo no me desagrada en absoluto. Pero en realidad, lo que más me gusta es…pintar…

   — ¿Pintar…paredes?

Se rió divertido.

   —  ¡Claro!— me dijo.

Volví a sonrojarme y volvió a reírse.

   —Cuadros. Me gusta pintar cuadros.

   — ¡Vaya!— exclamé fascinado.

Podía imaginármelo sin ningún esfuerzo; abstraído frente a un lienzo y sus manos suaves y delicadas plasmando su arte, su mundo, sus sentimientos.

   —¿Podré ver…algún cuadro tuyo…alguna vez?—  mi pregunta sonó como un ruego.

Y fui consciente de que volvió a acercarse. Su brazo ahora me rozaba cada vez que dábamos un paso.

   —Depende…— me dijo Mew con media sonrisa.

Habíamos llegado a un pequeño lago de aguas cristalinas. Nos sentamos sobre unas rocas grandes, revestidas de musgo, tan cerca el uno del otro que volví a sentir su respiración. No osé mirarlo pues no sabía hasta que punto me perdería en aquel océano azul. Fijé en cambio mi mirada en la dirección opuesta y pregunté como al pasar:

   —¿Depende de qué…?

Me pareció que esperaba mi pregunta porque contestó con rapidez:

   —Si tú me dejas leer algún libro tuyo…entonces yo te muestro alguna pintura mía.

   —Yo no soy escritor. No sé porqué me has presentado así a la gente de la posada.

   — Tú me dijiste que cuando eras niño querías ser escritor.

   — Pero no lo soy. Trabajo en un buffet de abogados y escribanos y estudio derecho por las noches.

   Mew me miraba sorprendido.

   —No tienes cara de abogado. Tienes cara de escritor. Así como tú te has dado cuenta de que mi vocación no son las manzanas ni las cercas, así yo sé que lo tuyo no es el derecho, ni trabajar en un buffet, ni siquiera Berlín…

Evité mirarlo a toda costa, aunque me moría de ganas de hacerlo. Me conocía hacía menos de un día y ya me conocía mejor que yo mismo.

   —Hace mucho que no escribo. Nunca lo he intentado seriamente. Sólo he escrito algunos garabatos. Mi…pareja me convenció de que puedo sacar mejor provecho a una carrera de derecho que a unas cuantas líneas garabateadas en un papel que no le importan a nadie.– reconocí la voz de Eric en aquellas palabras.

   — ¡A mí me importan! Me encantaría leer algo escrito por ti…

No pude evitarlo y me volví hacia él de repente. Estaba tan cerca de mí como yo lo había sentido pero sus ojos no me miraban. Estaban perdidos en un camino de tierra, angosto y húmedo que se abría a varios metros de nosotros. Miré hacia allí buscando la razón de su expresión risueña y desfachatada- una expresión completamente nueva para mí en aquel rostro hasta ahora angelical.

A unos veinte metros creí encontrar la razón: una mujer, arrebatadoramente hermosa, venía hacia nosotros. Vi cómo intercambiaba miradas con Mew.

 Mi mundo volvió a hacerse pedazos.

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