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7

Me desperté pero no quise abrir los ojos. Lo primero que percibí fue su aroma. Y al reconocerlo me envolvió una pacífica sensación. Sentí que mi rostro era atravesado por una sonrisa apenas recordar aquellos ojos azules que brillaban como zafiros. Y me estremecí de pies a cabeza al recordar su cercanía y su calor cuando me abrazo en el tren. Alargué, inconscientemente, mi brazo, sintiendo las sábanas y suspiré, sabiendo que tenían su aroma. Mi sonrisa entonces se hizo más evidente. Me moví un poco y estiré los dedos, buscando los bordes de la almohada para acercarla más a mi nariz pero entonces…me topé con algo inesperado, muy cálido y suave. Sólo tardé un segundo en darme cuenta de que era la palma de una mano. Entonces me senté en la cama de golpe y abrí los ojos grandes como platos.

   Mew me observaba sonriendo, en cuclillas, al lado de la cama. Su mano todavía estaba donde yo la había rozado. Y me miraba con ojos hipnotizados y profundos. Se le percibía con un halo de felicidad a su alrededor. Y sus siguientes palabras me lo confirmaron:

   —Estoy feliz…de que estés aquí, Gulf. No sabía si habías aceptado mi invitación. Me alegro que fuera así.

Yo no sabía qué responder. Me encontraba completamente obnubilado por aquella mirada. Mew, entonces, ante mi silencio se puso de pie al tiempo en que se le borraba la sonrisa del rostro.

   — Lo siento…Tendría que haber llamado a la puerta y no entrar así de golpe. Es que…Mutter Ava me confirmó que estabas aquí…y ya no pude esperar a que bajaras. Quería ver por mí mismo que era verdad que estabas aquí. Lo siento…— volvió a repetir mientras caminaba cabizbajo hacia la puerta. Parecía avergonzado.

   — Mew…,¡no te marches!— le dije.

Me incorporé de la cama de un salto. Aún sentía el calor de su mirada. Y se me hacía difícil hilvanar dos frases seguidas coherentes en su presencia. Sentí que el rostro se me encendía de la vergüenza. Para mi alivio, Mew volvía a sonreír y tomó la palabra otra vez:

   — Yo…llegué hace unas horas…Y vine a verte. Estaba a punto de despertarte cuando…te moviste y abriste los ojos. Te veo mejor esta mañana…

   — Gracias a ti…

   — No, no. Creí que ya habíamos dejado atrás la etapa de los agradecimientos.— bromeó.

¡Cómo le brillaban los ojos cada vez que sonreía!

Aparté mi mirada de él con rapidez y me puse a tender la cama para evitar que se diera cuenta cuánto me temblaban las manos. Seguía sin entender el porqué aquel extraño me provocaba esas sensaciones tan profundas…y tan fuera de lugar.

   — Y…¿qué te parece la habitación? ¿Estás cómodo aquí?

Sentí urgencia en su voz y no pude evitar volver a mirarlo. Y como preveía, sus ojos estaban clavados en mí. Me miraba sonriendo. Esperaba una respuesta. Se veía tan…lindo…Allí parado…con su altura envidiable, su camiseta de manga larga, blanca con cuello alto, ceñida al cuerpo. Parecía un ángel. Y esa imagen sólo hizo que precipitara mi decisión de dejar aquel lugar lo más pronto posible.

   — Mew, yo te agradezco todo lo que estás haciendo por mí.

Una vez más, al escucharme decirle gracias, intentó interrumpirme pero con un gesto de la mano lo hice callar y proseguí:

   —Ayer, yo me encontraba muy mal. Pero…hoy las cosas han mejorado. Pienso con más claridad. Por eso, he decidido que…volveré hoy mismo a Berlín.— le mentí— Hoy mismo…

Yo sabía que era mentira. Pues no tenía ni un centavo para tomar un tren, ni a Berlín ni a cualquier otra parte. Y en cuanto lo recordé, pareció que Mew también lo hacía porque se acercó a mí y dijo:

   —Puedes quedarte aquí el tiempo que necesites.

Cambié de estrategia. Sabía que no podía seguir mintiéndole.

   —No tengo dinero, Mew.

   — Yo te daré el dinero para tu boleto de tren. No debes preocuparte por eso.—dio un paso más hacia mí.

Mis manos seguían temblando así que busqué qué hacer. Me puse a doblar una manta, aparentando mucha concentración. Cuando terminé, miré de reojo a Mew. Aún seguía con sus ojos fijos en mí y no se había movido ni un solo centímetro. Respiré profundamente y decidí encarar la situación. Me paré frente a él, erguido, muy cerca y lo miré a los ojos.

   —No puedo quedarme.— le dije casi en un susurro.

   — Gulf, ¿no puedes o no quieres…?

¡Qué dulce podía sonar su voz cuando me hablaba de aquella forma! Parpadeé desconcertado ante el fulgor de aquella mirada azul.

   — No tengo dinero para pagar el alojamiento, ni la comida.

Seguíamos susurrándonos el uno al otro.

   — Y no lo necesitas. Eres mi invitado.

Su aliento me rozó la cara. O al menos eso sentí yo. Era tan fuerte la atracción que aquel joven me provocaba que pensé que quizás me estaba imaginando cosas…

   —Quédate… por este fin de semana…—me rogó con voz extremadamente dulce.

Tragué saliva. Y lo consideré. ¿Y si me quedaba? Al fin y al cabo, un par de días no me causaría demasiados problemas. ¿Qué prisa tenía de volver a Berlín? No estaba listo para enfrentarme a Eric y su traición.

   — El domingo es la boda.— me dijo Mew. El alma se fue a los pies y a penas pude seguir escuchándolo—Tendremos un gran movimiento por los preparativos…

¿Qué me causaría más dolor: hablar con Eric o ver a Mew contrayendo matrimonio?

Me costaba respirar. Sentía un nudo formándose en mi garganta.

   —Piénsalo…Te espero abajo.— me dijo caminando hacia la puerta.

Y antes de que pudiera decirle algo, se marchó. Suspiré y me dejé caer en el borde de la cama. Era totalmente consciente de que no quería irme. No me hacía ninguna gracia volver a Berlín. Ya no tenía una vida allí. Sólo quedaban pedazos. Aunque también sabía que, tarde o temprano, debía enfrentarme a la realidad. Y eso incluía tener frente a frente a Eric. 

Volví a inspirar profundamente y me llené los pulmones de aquel dulce perfume a pinos silvestres. Miré el dormitorio con repentina curiosidad. Ahora, con la luz de la mañana temprana, el lugar me causó aún mayor impresión de lo que lo había hecho la noche anterior. No había mucho mobiliaria. Las paredes estaban pintadas de un suave tono celeste. Junto a la cama había una vieja mesa de luz y más allá una cajonera pequeña Y había una media docena de estantes atestados de libros. Me puse de pie para echarles una mirada más de cerca. Pero cuando iba hacia allí, alguien golpeó la puerta. Me acerqué y la abrí.

   — Buenos días, Gulf.— Bridgit me miraba con una sonrisa de oreja a oreja— Mew me dijo que ya estabas despierto. Te he venido a buscar para que desayunemos.

La seguí por las escaleras, mientras me arreglaba la ropa y me peinaba con torpeza.

   —Buenos días.— saludé.

En la cocina, el Sol de la mañana, bañaba a todos y a todo de una forma blanca y radiante.

   —Hermoso día, ¿verdad?— me dijo mutter Ava, acercándose a mí tomándome un brazo con suavidad.

Miré de reojo a través de una de las ventanas. La nieve brillaba con el nuevo día y el incomparable paisaje de la Selva Negra se abría en todas direcciones.

   — Realmente hermoso, Mutter Ava.— dije sonriendo.

Vi cómo Mew sonreía ante mis palabras, mientras me invitaba a sentarme a su lado.

   —Mario, tráenos el pan, por favor.

   — Claro, Ava…

   — Mario es el esposo de Ava.— me explicó Mew en un susurro—  Llevan más de cuarenta años de casados. Y se siguen amando tanto como el primer día. Son mis abuelos.

No pude evitar ver en ellos a mis propios abuelos.

   — Y Bridgit, quien me ha dicho que ya has conocido anoche, es…

   —¡Soy la novia más feliz del mundo! ¡Y este Domingo será el día más feliz de toda mi vida!— gritó la joven alzando los brazos y haciendo reír a todos.

Hice un esfuerzo para unirme a las risas mientras que por dentro se afianzaba mi decisión de marcharme de allí ese mismo día. Me aclaré la garganta y pregunté lo primero que se me vino a la cabeza:

   — ¿Hace mucho que…están de novios Mew y tú?

Las risas se elevaron al final de mis palabras. Sentí que me ponía colorado.

   —Bridgit es mi prima…, más bien mi hermana…— me dijo Mew acercándose a mí.

   & Mew le tiene alergia al matrimonio. Soy yo la que se casa y…con su mejor amigo…— y a su aclaración la coronó una nueva tanda de risas.

Mi cerebro tardó en entender aquellas últimas palabras. Parpadeé confundido y miré a Mew. Su sonrisa amable me envolvió y por unos segundos me olvidé de todo lo que nos rodeaba.

   — ¿Y qué…? ¿Te quedas este fin de semana…como mi invitado?— me susurró Mew, guiñándome un ojo.

Buscando romper el hechizo de su mirada, desvié mis ojos hacia la mesa que se mostraba a rebozar de los más ricos manjares. Después un largo segundo, me volví hacia él otra vez y asentí como respuesta a su pregunta. Y su sonrisa me supo más dulce que nunca.

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