Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

6

Justo cuando el Sol se escondía por detrás de un grupo de árboles desnudos y, al girar la carreta en un recodo del camino, mis ojos se abrieron desorbitados. La casa que se alzaba justo en frente de mí parecía sacada de un cuento de los hermanos Grimm: techo a dos aguas, bajos, tanto que casi tocaba el suelo en ambos costados; el frente, de un blanco inmaculado, tenía una pequeña puerta de entrada coronados arriba por dos ojos cuadrados de madera, vestidos con hermosas cortinas violetas. Sobre el dintel de la puerta color chocolate había un enorme reloj, con ornamentadas manecillas de suave tonalidad marfil apuntando a unos enormes números romanos del mismo color. Como si fuera por arte de magia las flores rojas que vestían las ventanas y los diminutos balcones de la planta alta me embriagaron con su perfume exquisito. Y el verde esmeralda del césped cuidado que rodeaba la vieja posada me tranquilizó  y un humo grisáceo que despedía una de las chimeneas de piedra ? la del lado sur- me hizo sentir que estaba llegando a mi hogar. Un hogar, por cierto, en el que nunca había estado antes, pero que se parecía mucho al de mi infancia. 

Me bajé de la carreta sin poder quitar mis vista de la ventana que presumí era el altillo. Me vi a mí mismo, sin ningún esfuerzo, mirando desde allí hacia el camino, esperando. Esperando a que llegara él… No tuve tiempo de cuestionar aquella fantasía. Miré hacia el camino de repente y me imaginé a Mew viniendo hacia mí. Me sonreía con dulzura, mientras clavaba sus magníficos ojos azul celeste en los míos. Pero entonces un viento gélido que sopló desde un grupo de viejos pinos me abofeteó el rostro. Y me trajo no solo una fea sensación helada sino las últimas palabras del conductor que me había traído hasta allí: "… La boda es este domingo… Y sin él, por supuesto, no hay boda…?"

El alma se me vino a los pies. Crucé los brazos a la altura del pecho buscando protegerme de aquella tarde invernal. Y de aquella revelación. Mew se casaría en tres días. Y saberlo, me provocaba- de una forma incomprensible- tanto o más dolor que el que sentí cuando presencié aquellos besos de la traición. 

¿Qué estaba pasando conmigo?, ¿por qué reaccionaba así?

Todo el dolor que había sentido desde el momento en el que salí huyendo del departamento, amenazó con apoderarse otra vez de mi ser. Sacudí la cabeza, como buscando espantar los fantasmas. Fantasmas que, curiosamente, tenían la voz y la mirada de Eric. Sus ojos burlones y su sonrisa despiadada, buscaban seguirme mientras daba mis primeros pasos hacia una puerta lateral de la posada. Volví a sacudir la cabeza, esta vez con más energía y entonces noté cómo se soltaban de mi cabello gordos copos blancos. Había estado nevando y yo no lo había notado. Miré hacia atrás, hacia el camino de piedra por el que habíamos venido y me maravillé: todo estaba totalmente pintado de blanco. Yo amaba la nieve. Amaba ver todo blanco. Una sonrisa tímida me calentó los labios, sin pedirme permiso. Y entré a la posada, guiado por el viejo conductor, olvidando por un minuto el dolor en el pecho. 

Si  afuera todo era como un cuento, una vez adentro sentí que había viajado en el tiempo, uno ó tal vez dos siglos atrás; y por un instante me quedé sin habla. Me sentí transportado en un abrir y cerrar de ojos a la cocina de mi abuela, con sus coloridos ladrillos en las paredes, sus cacharros de bronce y de madera desgastados en armarios viejos sin puertas. Y por supuesto las infaltables hormas de quesos, jamones, morrones secos, cáscaras de naranja, ramilletes de lavanda, eneldo y albahaca colgados por doquier. Y un inconfundible aroma a anís llenaba toda la atmósfera. Una herrumbrada cocina a leña se alzaba en un rincón, donde podía caber sin esfuerzo un animal entero. El fuego estaba en su apogeo y el aroma a pan recién hecho se mezclaba con los otros olores. 

Y entonces sentí que llegaba a mi hogar, después de un largo, muy largo viaje. Sólo me faltaba algo: su mirada. Aquella mirada azul celeste que era capaz de lograr cualquier cosa que se propusiera. Y con la evocación de aquella mirada vino también el recuerdo de la próxima boda. Y otra vez el dolor- tan familiar en mi pecho débil- se hizo presente igual de despiadado como al principio.

   — Ah, tú debes ser Gulf, ¿verdad? ¡Bienvenido!— la dulce voz de una señora, anciana, de cabello completamente blanco y recogido en una redecilla, con un delantal colorido y debajo un vestido grueso y negro, me recibió con los brazos abiertos.

Me acerqué a ella, muy despacio, no muy seguro. Sentí que el rostro se me encendía por la vergüenza pero aquella sonrisa dulce pudo más y me dejé envolver por sus brazos cálidos. No me salían las palabras. Temí entonces que, por un momento, tomara mi silencio de una forma equivocada. Por lo que cuando aflojó el abrazo, me aclaré la garganta y hablé de la forma más clara posible:

   —Muchas gracias, señora.

   — ¡No, señora no! Llámame Mutter Ava. 

Sonreí ante semejante invitación. Me sentí real y completamente bien recibido. Y tuve que hacer un esfuerzo para no ponerme a llorar allí mismo. Alguien entonces carraspeó y caí en la cuenta de que había un par de personas más en aquella cocina.

Un hombre de unos setenta años, de calvicie profunda, alto, aunque un poco encorvado, vestido con un grueso pulóver de lana beige me sonrió y se presentó, ofreciéndome su mano ancha:

   —Mario Neuer…

 Le estreché la mano y le devolví la sonrisa. Entonces se acercó a mí una joven mujer que no aparentaba más de treinta años, de finas facciones, grandes ojos- vivaces y brillantes- y una larga cabellera oscura, lisa y larga hasta la cintura.

   — ¡Bienvenido, Gulf! Soy Bridgit. Te estábamos esperando. Joachím nos ha mandado a decir que venías.

Otra vez aquel nombre. Y otra vez aquella sensación única que parecía nacer desde el propio corazón y cubrirme todo el cuerpo, de la cabeza a los pies, en a penas segundos, arrasando con cualquier dolor o tristeza que buscaban instalarse en mi estómago y en mi pecho.

   — Llegas en un excelente momento. Justo para la boda. Estamos un poco liados por todos los preparativos, aún cuando será una ceremonia pequeña e íntima. Pero siempre hay lugar en esta posada para un huésped más. Sobre todo si se trata de un amigo de Mew.

Suspiré y bajé la mirada. La joven no paraba de hablar y se la veía realmente feliz. No supe qué responder cuando terminó. Sentía la mirada de todos sobre mí así que logré balbucear después de largos segundos:

   — Yo…quiero agradecerles…por permitirme…venir…

   —¡Es un placer! Como dijo Bridgit, siempre hay lugar para un amigo de mi nieto Mew.— asintió la anciana señora.

No quería oír más aquel nombre. Por lo que me volví a aclarar la garganta y dije en voz alta una decisión que ya había tomado en mi interior:

   —Les agradezco por recibirme…pero…sólo me quedaré hasta mañana. Partiré temprano para tomar el primer tren a Berlín.

(Aunque sabía que eso sería imposible sin dinero)

Vi de reojo cómo las sonrisas se desvanecían y tuve que auto-convencerme de que aquella decisión iba a ser la mejor. No estaba dispuesto a quedarme para presenciar los preparativos para la boda de Mew. Aquella joven, bella a su manera, irradiando felicidad por cada poro de su tersa piel, no se merecía que yo anduviera por ahí con mi tristeza a cuestas. Cuanto más rápido me fuera de allí mejor sería para todos.  

   Quería escabullirme- sin saber a dónde- lo más pronto posible. Y seguramente mi estado de ánimo se comenzó a reflejar en mi cara porque la anciana, con voz extremadamente dulce me dijo:

   — Debes estar muy cansado, querido. Ven que te mostraré la que será tu habitación. Expreso pedido de mi nieto, Mew.—  y con un ademán de su regordeta mano me invitó a seguirla. 

Miré a los demás, tratando de enfatizar mi rostro cansado, y seguí a la señora Neuer por unas estrechas escaleras caracol hasta el segundo piso de la casa. Avanzamos por un pasillo angosto y largo hasta el final del corredor. Y entré con ella a una pequeña habitación que comenzaba a  inundarse por la luz crepuscular que entraba a lentamente por un ventanal de vidrios recortados. Un dulce aroma me invadió de repente y me sentí, de golpe, maravillosamente obnubilado. Aquella fragancia me era extrañamente familiar, aunque no podía precisar de dónde.

   — Aquí tienes el armario…— me dijo señalando un mueble que ocupaba casi una pared entera- Aunque veo que no traes equipaje. Así que…toma de allí toda la ropa que necesites. También hay sábanas, frazadas y…toallas limpias. Por aquel lado tienes el baño, al final del pasillo. Es compartido por todos los huéspedes. Estamos en temporada baja, así que sólo hay un par de habitaciones ocupadas. No tendrás problemas. 

Yo la miré, sin saber muy bien cómo responder a tanta amabilidad. Me pareció ver en sus ojos que entendía que yo estaba agradecido aunque no lo hubiera expresado en voz alta. Asintió ante mi mirada y con una leve sonrisa, que le arrugó más el rostro, me dijo:

   — Estás en tu casa, Gulf. Y…como ya hemos cenado…te traeré algo en unos minutos. ¿Hay algo en especial que te apetezca comer…?  

En cuanto mencionó la palabra cena, mi estómago reaccionó emitiendo un débil rugido. Había pasado todo el día sólo con un té y una porción de strudel, sin embargo me atormentaba la idea de tener los bolsillos vacíos. Aún no sabía cómo iba a pagar por aquella noche de alojamiento. Y no quería que mi deuda se abultara más. Así que aclaré mi garganta y respondí, tratando de parecer lo más convincente posible:

   — Gracias señora…

   — Mutter Ava…para ti… 

   —Gracias Mutter Ava.—mi voz pareció quebrarse pero proseguí antes de quedarme mudo completamente por la vergüenza— No tengo hambre. Comí en el tren… Prefiero acostarme ya…Ha sido un…largo día.

   —Claro, querido. Como gustes. Aquí nos vamos a dormir temprano. Pero si cambias de parecer, sabes donde está la cocina.

Asentí y volví a darle las gracias. Cuando la dulce anciana cerró la puerta tras de sí, y me vi sólo por primera vez en muchas horas, me derrumbé. Un llanto silencioso, visceral, como nunca antes había experimentado estalló en mí y me llenó, en cuestión de segundos, el rostro de lágrimas. Me cubrí la cara con ambas manos y me dejé caer en la cama, haciéndome un ovillo. Temblaba, con pequeños espasmos, de pies a cabeza. No podía controlarme, sólo fui lo suficientemente consciente de no dejar escapar los gemidos de dolor que pugnaban por salir. No quería que nadie me oyera. 

A medida que la noche fue cayendo, plateada y fría, colándose por la ventana, mi cuerpo pareció cansarse de llorar y temblar. Y me quedé así, en la misma posición, tumbado, helado, destrozado, sin emitir sonido alguno. Creí incluso que ya no me quedaban más lágrimas, si me ponía a llorar aunque lo hubiera intentado. También creí que no sería capaz de conciliar el sueño, ni esa noche ni las próximas. La imagen del beso de la traición, obsesivamente repetida por mi mente, sin piedad, me cortaba a la mitad. Pero después de lo que creo fueron horas, mi mente pareció darse por vencida. Y todo cesó. El silencio de aquella extraña habitación me rodeó y fui capaz de percibir aquel dulce aroma que sentí cuando entré.

Lentamente, me acomodé mejor en la cama. La deshice y me metí adentro, tapándome hasta la cabeza con la sábana y la gruesa manta azul que se desplegaba doble, sobre el cómodo colchón. Y entonces, como por arte de magia, aquel aroma pareció hacerse más fuerte y hasta palpable. Me rodeaba por todos lados; me envolvió como si fuera una mano suave, cálida, reconfortante. Unas notas a pinos silvestres y a mar me invadieron, en cuerpo y en alma e inexplicablemente…me quedé dormido…siendo vagamente conciente de porqué me parecía tan familiar y acogedor aquel aroma. Era el perfume de Mew. El mismo que me envolvió cuando me sus brazos me envolvieron en el tren. E igual que aquella vez, la paz- su paz- me acunó y me entregué a un sueño profundo y reparador, siendo consciente de que aquella habitación y aquella cama eran las de él.
 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro