Capítulo veintiocho: peluches para todos
Los gritos y risas resuenan en el lugar.
No podría amar más este ambiente.
—¿Una feria? ¿En serio? —Raven está sorprendida.
—Siempre quise tener una cita aquí —confieso, ella niega con su cabeza, mientras ríe.
«¿Siempre quisiste ir a un lugar donde te estafan, pidiéndote una cantidad de dinero muy elevada para los premios que ofrecen?»
Exactamente.
«Perdón, se me había olvidado que eres rico»
Entrelazamos nuestras manos, adentrándonos al lugar.
—¿A dónde vamos primero?
—¿Tiro al blanco? —Ella asiente. Los dos corremos como críos al puesto donde se encuentra esa atracción.
Compro los boletos; el señor del sitio nos da una pelota de tenis a cada uno y nos explica que debemos darle al círculo rojo que está en otro círculo.
—Tú primero —señala, me encojo de hombros y me acomodo para lanzar.
Mi puntería siempre ha sido mala, así que no me sorprende que la pelota no se haya acercado al centro.
—Te toca. —Raven me quita, posicionándose para lanzar. Tiene el semblante serio, mirando fijamente el tablero.
Echa su mano hacia atrás y abre las piernas en horizontal... Y lanza.
Y sí le atina.
—¡Lo logré! —celebra dando saltos. Yo me limito a aplaudirle con una sonrisa.
—¿Qué desean? —El hombre nos señala los peluches, triste porque le ganamos y tendrá que darnos algo de su mercancía.
—Osito cariñosito —pide la castaña, con la voz increíblemente aguda. Cuando se lo entregan, vuelve a dar saltos.
»Siempre quise uno. —Me abraza, sonrío.
Y así pasamos el resto de la noche, yendo a juegos donde yo siempre pierdo y Raven gana.
—¿Cuál desea? —A este punto tenemos más peluches que edad.
—El tigre.
—¿Qué vamos a hacer con todo esto? —le pregunto, mientras caminamos a un puesto de helados.
—Hmm... No lo sé. Por lo menos son pequeños. —Reímos, a lo lejos visualizo un carrito de helados, ya sé cuál será la siguiente parada.
—Hola, ¿eres Raven Stokes? —Oh, no.
—Hola, sí, ¿quiénes son ustedes? —Las niñas deben tener la edad de mi hija.
—Yo soy Danna —contesta la misma que saludó al principio—. Ellas son Melly. —Señala a la rubia— y ella Sophia. —Señala a la que queda.
—Que lindos nombres —exclama, agachándose a su altura.
Yo veo a un punto indefinido, tapándome el rostro disimuladamente con un peluche de tiburón.
—Gracias —responden en unísono.
—¿Quieren una foto? —les sugiere Raven, las niñas son tímidas o tiene pena.
La rubia asiente energéticamente, las otras dos sonríen.
—¡Mamá! —No me había dado cuenta que una señora de unos cuarenta años nos observada detenidamente.
—¿Qué pasó, mi cielo? —Se acerca a nosotros.
—Sí es Raven —le contesta con una sonrisa—. Tomamos una foto. —Yo voy saliendo poco a poco del cuadro.
«Son niñas, no sabrán que eres tú»
Reconocieron a Raven.
«Sí, pero no podrán saber que están en una cita. Los niños no saben»
¿Perdón? Los niños saben más que tú y yo juntos.
—Gracias. —Las pequeñas abrazan a Raven, ella les devuelve el abrazo a gusto.
—De nada.
—Qué lindo peluche.
—Danna —la regaña su madre.
—¿Qué? —la morena no entiende el porqué del regaño.
—No se preocupe, señora. —Raven le da una sonrisa tranquilizadora a la mujer—. ¿Quieren uno? Todos están disponibles, excepto el osito cariñosito. —Las niñas sonríen, asintiendo.
—¿Ese me lo puedes dar? El de tiburón.
Oh, no.
—Claro. —Les da una sonrisa—. Aleix —me llama, yo gimo.
—¿Qué pasó? —me acerco a ellas.
—Ella quiere ese peluche, entrégaselo, por favor.
Muy a mi pesar, se lo entrego a la pequeña Melly. No sin antes mirar mal a Raven.
—¡Es Aleix Miller! —Oh, no.
«Ya has dicho oh no tres veces, ¿estás bien?»
No. No estoy bien.
—Sí, hola. —Me rasco la nuca.
—¿Están saliendo?
Te dije que si sabían, los niños saben todo.
«Vaya, me sorprende»
—Mellisa —la regañan.
—Solo es una pregunta, señora Daniela —le replica.
—Exacto, solo es una pregunta. Y no, no estamos saliendo. —Me dolió.
—¿Y qué hacen aquí, entonces? —interrumpe Danna.
Sophia es la única que está tranquila, observando su unicornio de peluche.
«Más jóvenes como Sophia, por favor»
—Solo vinimos a jugar un rato —le contesta Raven, manteniendo su sonrisa.
—Ah, vale. —Las dos niñas todavía están dudosas.
—¿Qué otro muñeco van querer?
—¿Están regalando muñecos? —Un niño de unos ocho años aparece en mi vista.
—¡Sí! —le contesta Danna.
—Yo también quiero —agrega otro niño.
Cuando me doy cuenta estamos rodeados de pequeños saltamontes, que digo, niños.
—¡Yo quiero ese!
—¡La tortuga es mía!
—¡Yo quiero el gato!
Y siguen y siguen reclamando sus muñecos. Nosotros como personas obedientes se los damos.
—Se acabaron, yo también quería uno. —Una niña de unos tres años, nos mira con tristeza y decepción.
—Espera, ya te consigo uno —le digo.
Me acerco al primer puesto que veo y saco mi tarjeta.
»¿Cuánto por toda la mercancía? —La vendedora ve mi tarjeta negra como si hubiese visto al mismísimos Dios.
—¿Cuánto tienes? —Me habla, pero no aparta la vista del plástico.
—Solo pásala, no saldrá rechazada créeme.
En poco tiempo, ya estoy de nuevo con los niños.
—¿Llegó la Navidad? —cuestiona un pequeño pelirrojo. No puedo evitar reír.
Hasta los adolescentes y adultos se acercan a buscar sus muñecos.
La señora que me los vendió, su hija, Raven y yo los repartimos.
Los peluches se vuelven a acabar, claramente. Raven se me adelanta en ir a saquear algún juego.
Así pasamos el resto de la noche, hasta que todos las personas están satisfechas y felices, yo también estoy muy feliz.
—¡Qué locura! —Raven entrelaza nuestros brazos, caminamos hacia los helados como dos borrachos.
—¿También quieren todo mi helado?
—No. —Rio—, solo queremos dos.
—Por favor —agrega Raven divertida.
Caminamos un rato con nuestros helados en la manos, buscando un banco alejado de las personas. Para nuestra suerte, encontramos uno atrás de un árbol, no hay ninguno foco cerca así que estamos en la oscuridad.
—¿Te ha gustado la cita? —Ella asiente, lamiendo su barquilla— ¿Mucho o poquito?
—Mucho, es divertido ganarte. —Ruedo los ojos, ella ríe.
—¿Tienes hambre?
—No, ¿por qué?
—Para ir a comer, dah —le contesto, ella ríe.
—Ah, perdón. —Me empuja, amistosamente. Río—. ¿Y Lizy?
—Está con mis hermanos.
—¿Tu nunca usas niñeras?
—Ventajas de tener cuatro hermanos —le contesto, ella ríe—. Te estoy mintiendo, sí uso niñeras, cuando lo cinco salimos, mis padres están ocupados y mis amigos no pueden, solo cuando pasa eso, uso niñeras. No me gusta dejar a mi hija con extraños.
—Tiene sentido. —Me mira—. ¿A qué sabe tu helado?
—Es de fresa, es obvio que sabe a uva. —Ella me mira con los ojos entrecerrados, río.
—Quiero probar —pide.
—Te aseguro que sabe muy mal. —Ella me da un empujón.
—Dame un poquito. —Hace un puchero, yo lamo mi helado.
—En serio, sabe muy mal. —Miento, ella gime.
—Por favor. —Le doy un mordisco a la bola de helado, congelándome los dientes, no tardo en quejarme.
—Por egoísta —se burla.
—Eres mala —la acuso.
—Tú fuiste el que no me dio helado —contrataca.
Vuelvo a morder mi helado, la escucho bufar.
—¿En serio no me vas a dar?
—Quítamelo de la boca —la reto, volviendo a morder el helado.
—Hubieras empezado por ahí. —Ella no tarda en acercar su boca a la mía.
Lo mismo que tarda en acercar nuestras bocas, tarde en invadir mi boca con lengua.
Cuando termina de saborear todo el helado de mi boca, se separa llevándose con ella mi labio inferior.
—¿Qué tal?
—Delicioso, el mejor helado —declara, río.
—Quieres probar el mío —muerde su helado, yo sonrío.
—No, gracias. La próxima. —Ella me mira mal.
—Aguafiestas.
—Sucia.
—Lento.
—Loca.
—Mogigato.
—Perversa.
Seguimos acusándonos por unos segundos más, hasta que ya no aguantamos la risa.
—¿Quieres ir a la rueda de la fortuna?
—Sí. —Se levanta de su asiento, tomando mi mano y jalándome.
Corremos, porque sí, hoy no conocemos la palabra caminar.
Esperamos en la larga fila, hasta que por fin es nuestro turno.
—Fueron los seis minutos mas largos de mi vida. —Me acomodo la gorra.
—Ni me lo digas.
La rueda avanza lentamente.
»Antes le tenía miedo a estas cosas —comenta—, todo fue gracias a mi hermano.
—¿Por qué? —Recuesta su cabeza de mi hombro.
—Cuando éramos niños, tenía como unos ocho años, él me dijo que, estás ruedas se podían salir y empezarían a dar vueltas por toda la ciudad.
—Creo que vio muchas películas.
—Totalmente.
—Mi hermano y yo peleábamos siempre cuando éramos niños.
—¿Por qué?
—Mamá nos crío con una rivalidad, siempre teníamos que ser mejor que el otro, en cualquier cosa. Si estábamos jugando algún juego de mesa y yo perdía, ella decía "debiste haber ganado, así como tú hermano" —susurra.
—Eso no es sano.
—Para nada, la comparación siempre estaba presente. Las inseguridades aún más.
—¿Tu papá no hacía nada?
—Cuando estaba en casa, él pasaba todo el día trabajando, para darnos de comer.
»Cuando entramos en los doce, nos dimos cuenta eso estaba mal. Que él perdiera, no significado que era menos que yo.
—Mis hermanos y yo somos muy competitivos —comento, después de unos segundos de silencio.
—¿En serio? —dice divertida.
—Sí, ayer estábamos jugando monopolio, Axa y Xahi casi se matan —contesto. Ella ríe—. Me gusta mucho tu risa.
—Mi risa, es la risa más escandalosa de la tierra —me contradice.
—Tal vez, pero aún así me gusta. Tu risa se contagia.
—Si tú insistes —se queda con la última palabra.
—Sepárate un momento —le pido, ella no pregunta, solo se aleja de mí.
Meto mi mano en mi bolsillo, sacando la pequeña caja carmín.
—¿Qué es?
—Espera. —De mi otro bolsillo saco una pequeña carta. Eso sí se lo entrego.
—¿Para mí? —Su voz es ilusionada.
—Obvio, ¿para quién más seria? —Ella ríe nerviosa, abriendo el sobre con cuidado.
—Nunca me habían dado una carta.
—¿Ni tus fans?
—Tenía mucho tiempo que no interactuaba con ellos, cada vez que se me acercaban huía. Por eso soy de las actrices más odiadas, me acusan de narcisista. —Saca la carta del sobre.
—¿Puedo preguntar por qué huías?
—Ya lo preguntaste.
—Bueno. —Rí, nervioso. No quiero incomodarla.
—Desde que mis fotos fueron públicas, me atacaron mucho en internet y en persona. Una vez me rodearon, ese día decidí salir sin ninguno de mis guardaespaldas. —Suspira—. Me acusaron de puta, ramera, zorra... Hasta que sugirieron ser actriz porno.
—Esos no eran fans.
—No sabría decirte si eran o no —dice—, acababa de empezar mi carrera, no conocía a los fans.
—¿Por eso te alejaste de las redes sociales?
—Sí, cuando entraba mi bandeja de mensajes estaba llena de insultos y demás. Por mi salud mental, me alejé de todo eso. Ni siquiera voy a entrevistas, mucho menos a premiaciones.
—¿Nunca has recibido un premio? —pregunto confundido.
—Si los he recibido, pero nunca voy a las premiaciones. Decidir ir a unos Emmy. —Me mira—, fui tendencia el otro día y el resto de esa semana.
—¿Por qué? —No recuerdo muy bien que pasó.
—Por alcohólica. —Mis ojos y mi boca se abren.
—¿Alcohólica? —cuestiono confundido.
—Una actriz subió una foto conmigo, yo sostenía su copa de champagne. Cuando salí obviamente los paparazzi estaban en la salida, nos tomaron fotos a todos. Las que más destacaron fueron las mías, porque según estaba muy borracha —finaliza aún sin desdoblar la carta.
No puedo creer que ella haya pasado por eso, Raven es de las chicas más cautivadoras y genuinas que conozco... Simplemente no merecía ese trato.
«Nadie merece ese trato»
—El mundo te debe una disculpa. —La abrazo, ella esconde su rostro en mi cuello.
—Tal vez —susurra.
Nos abrazamos por unos segundos, hasta que ella se separa. Esta vez sí lee mi carta... en voz alta.
»Hoy, veinticuatro de febrero, te pido, por favor, permitirme ser tu novio. Estos últimas semanas contigo han sido las mejores, nunca había sido tan feliz, nunca había reído tanto. Amaría pasar más días contigo.
»Necesito que aceptes esta propuesta, para presumirle a mis hermanos la increíble novia que tengo. —Ríe, yo siento mi rostro enrojecerse—. Te amo, princesa. Eres la mejor.
»Amo como amas a mi hija, como sonríes y como ríes; el sabor de tu boca, tus delineados y cabello. ¿Ya dije que te amo a ti?
»No pensé que me sentiría así por alguien jamás, me asusta, pero a la vez me gusta.
»En fin... ¿Puedo ser tu novio? Seria todo un privilegio. —Termina de leer y me mira, yo cubro mi rostro con mis manos.
—Debías leerla en tu mente —le digo.
—¿Por qué? Es más divertido verte a ti sonrojado. —Ríe, abrazándome—. Ya sabes la respuesta a esa pregunta.
—Sí, pero necesito que la digas en voz alta —pido.
—Vale. —Me mira—. Sería un placer iniciar una relación contigo, hoy veinticuatro de febrero del año dos mil veintiuno.
Sonrío, antes de besarla.
—Espera, espera. —Me separo de sus labios—, todavía falta algo.
Le entrego la pequeña caja, ella la abre rápidamente, me gusta la sonrisa que decora su rostro.
Me gusta aún más saber que yo soy el causante de esa sonrisa.
—¿Un sol? —cuestiona confundida. Observando la cadena con un pequeño sol plateado.
—Una leyenda cuenta que el sol y la luna estaban enamorados. —Saco mi cadena que estaba dentro de mi camisa. A diferencia de la Raven, la mía tiene una luna—, pero que su amor era imposible, porque cuando salía la luna, el sol se estaba yendo. Entonces Dios habría creado el eclipse, para mostrar que ningún amor es imposible —termino de relatar ella tiene la vista fija en la cadena.
—Te amo tanto. —Sus ojos están cristalizados. Rápido corre a abrazarme.
—Yo te amo a ti, princesa.
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