🎄Prólogo🎄
🎁Buenos Aires, Argentina
🎁Finales de Noviembre
El sol radiante de la pronta llegada del verano en la ciudad bonaerense no dejaba acobardar a la joven mujer con tacos asesinos que se dirigía a la empresa de su padre porque este la había mandado a llamar.
Brisa era hija de un empresario agricultor a la que nunca le había faltado nada, ni afectivo y tampoco material, hasta el día de hoy.
—¡Hola, papuchis! —exclamó abrazándolo y dándole un beso en la mejilla.
—Hola, cariño. ¿Cómo estás?
—Bien, ¿y vos? Me llamó Carla para decirme que querías hablar conmigo. Justo había salido de la manicura.
—Yo estoy muy bien... ¿Carla te dijo algo del porqué quería verte?
—No, ¿pasó algo? —Levantó las cejas.
—No, nada —le dijo sin saber del todo cómo decirle la verdad—. Vos querés mucho a tu papá, ¿no?
—Ay, ¿me estás cargando? Obvio —le respondió entre risas.
—Y harías lo que fuese por él, ¿no?
—Obvio que sí, papá —afirmó—, no entiendo a lo que querés llegar.
—Entonces vas a hacer un favorcito para mí —le sonrió sin mostrarle los dientes.
—El que quieras —le sonrió de vuelta.
—Dado que no vas a estudiar y tampoco veo que tengas ganas de saber las cosas que pasan en la empresa, te enviaré de viaje.
—Bueno, eso sabes que no es ningún sacrificio para mí, amo viajar —dijo contenta por saber lo que le estaba por decir su padre—. Y decime, ¿dónde es? ¿Por cuánto tiempo?
—Veo que tenés mucho entusiasmo por saberlo, así que no te lo voy a extender más, necesito que le entregues un paquete a un viejo amigo que no veo hace algunos años.
—Eso no es ningún problema.
Santiago se estaba preguntando si cuando le dijera la verdad iba a pensar lo mismo sobre hacerle el favor porque claramente no iba a estar para nada contenta.
—El paquete tiene que entregarse en la noche del 25 de diciembre, así que tendrás mucho tiempo para poder localizarlo.
—¿Por qué? ¿Vive muy lejos?
—En Stowe, Vermont.
—¿Qué zona es esa? —Tragó saliva con dificultad y frunció el ceño.
—Es un pueblo —le respondió y el rostro de Brisa quedó de piedra.
—¿Un pueblo? ¿Un pueblo al estilo lejano oeste? ¿Dónde pasan esas bolas de pasto seco cuando hay viento? —sus preguntas eran preocupantes.
—No tan así, hay 600 habitantes, vos serías la número 601. Y tienen una vida muy austera y normal, sin tanto glamur como la tuya.
—¿Pretendés que vaya al culo del mundo a vivir con gente que ni conozco y que no comparten mi estilo de vida por un paquete? —Se sintió indignada.
—Exactamente, dijiste que ibas a hacer lo que fuese por mí. Y eso es lo que quiero, que vayas a Stowe, busques a mi amigo y le entregues el paquete. Eso sí, vas a ir bajo mis condiciones.
Brisa revoleó los ojos y bufó.
—Sin plata y sin tarjetas de crédito, tampoco las de débito —recalcó y la cara de la joven quedó como el color de la hoja de un papel—. Te vas a ir con lo justo y necesario, viajarás con lo puesto y con una valija para que puedas poner tus ropas, nada más.
—¿¡Qué!? ¿Por qué me haces esto? Parece que querés que pase penurias.
—Para nada, quiero que aprendas a vivir de otra manera.
—Claro, como si vos hiciste eso alguna vez.
—Lo hice en su momento, por eso te mando a Stowe. Para que veas que, con simples cosas, vas a poder vivir también, ah... me olvidaba, sin celular tampoco —le comentó y le afirmó algo más—. Y el pasaje de vuelta, si querés regresar, vas a tener que conseguirlo trabajando.
—¡No! —exclamó irritada y al borde del llanto—, ¿no me querés? Por eso me lo estás haciendo, ¿no? —su voz sonaba trémula para que tuviera lástima de ella.
A Santiago le causó risas.
—Te adoro, sos lo mejor que tengo, pero hay cosas que vas a tener que transpirar para conseguirlas. No querés estudiar, no querés hacerte cargo de la empresa, te lo vine diciendo desde hace meses atrás, que podías empezar a ver cómo funciona de a poco, pero nada de eso quisiste hacer. Y por eso estoy tomando la decisión de mandarte a Vermont, por una buena causa.
—Por una buena causa que solo a vos te beneficia y a mí me hunde. No quiero ir —declaró con seriedad.
—Lo harás, aunque te empaques, harás la valija y te subirás al avión, no te lo diré más. El último beneficio que te doy será el que viajes en primera clase y unos pocos dólares, después de ahí, te las arreglarás sola y vivirás como las demás personas de ese pueblo.
—No, no quiero ir —golpeó el pie contra el piso con irritación.
—No hagas un berrinche como si tuvieras quince años, ya no sos más una adolescente, tenés veinticinco años, ya es hora de que empieces a ver las cosas de otra manera y afrontar la vida de adulta, Brisita.
—No me podés obligar a que vaya.
—Oh sí, puedo obligarte y lo haré —rio mientras se lo decía—, porque si no vas te saco todo, no vas a ver un peso y te las arreglarás como puedas para conseguir trabajo y vivir en un departamento.
—¡Soy tu hija! —chilló.
—Y por ser mi hija vas a ser una buena chica en ayudarme a que el paquete llegue a destino —le respondió y luego suspiró—, Bri, no te estoy reprochando que seas como sos. No tuviste una madre y tus tías ni siquiera se acordaban de vos cuando eras adolescente, no puedo culparte por no saber cocinar o encargarte de la casa, pero tenés que saber que a partir de ahora las cosas van a cambiar —le declaró mirándola a los ojos—, si el paquete se lo entregas en las manos, te devuelvo las tarjetas, la plata y tu amado celular, e incluso te haré partícipe de la empresa sin que tengas que practicar para ello. Yo te ayudaré a supervisar las cosas y juntos la manejaremos.
—¿Cómo se llama tu amigo? —le formuló apretando los dientes.
—¿Irás?
—No me queda otra, ¿no? Entregaré el paquete y volveré.
—Siempre y cuando consigas trabajo y sueldo.
—¿Acaso dejarás a tu pobre hija abandonada en el medio de la nada con gente extraña? —Le lloriqueó.
—No te estoy abandonando y no son gente extraña, fui varias veces, así que tenés que hacer buena letra y adaptarte a sus costumbres y estilo de vida —le dio una sonrisa mostrándole los dientes.
La chica se mordió el labio inferior y revoleó los ojos.
—¿Me vas a decir cómo se llama?
—Le dicen Grumpy Mark.
—¿Y el apellido?
—Lo conocen por su apodo, en ese pueblo se conocen todos.
—Miércoles —se lamentó—, no se va a poder hacer nada travieso —rio—, con ese carácter de cascarrabias, ¿cómo lo aguantaste?
—Siempre fue así, la única que lo pone en su eje es su esposa.
—Se pone como un dulce de leche.
Santiago se rio y le habló:
—Más o menos.
—¿Y cuándo me tengo que ir?
—Mañana, bien temprano —anunció y se levantó de la silla para buscar el paquete—, no lo abras, no lo abolles, y tampoco intentes darselo a alguien más.
—Tampoco soy una tarada, voy a preguntar, si en el pueblo se conocen todos, es factible que lo encuentre rápido.
—No te olvidés que tenés que buscar un trabajo para el pasaje de vuelta.
—Cierto —resopló resignada y agachando la cabeza.
—El sobre tiene dólares —se lo entregó en las manos—. Tiene un poco más de un viaje en micro, porque vas a tener que ir en micro hasta Stowe.
—¿En micro? Pensé que iba a tomar un taxi.
—Bris, es un pueblo, se manejan en camionetas o en micros de larga distancia, no en taxis como en las grandes ciudades.
—Está bien, ¿me vas a llevar vos al aeropuerto mañana?
—No, te pedís un Cabify y vas sola.
—¿Tampoco vamos a cenar juntos?
—Eso sí, nos vemos en la casa más tarde, ahora anda a hacer la valija —le contestó dándole un beso en la mejilla.
Brisa solo asintió con la cabeza y salió de la oficina de su padre con los brazos ocupados. Carla, la secretaria de Santiago le pidió un Cabify a la chica y mientras esperaba le preguntó sin pelos en la lengua si le gustaba su progenitor.
—Bri, qué cosas decís, no, no me gusta tu papá.
—Ay, dale, no te hagas —le dijo riéndose—, sé cómo lo miras y cómo él te mira. Hace años que no tiene pareja, podrías aprovechar... Yo no seré un obstáculo, así que podrían... —le hizo un gesto con los dedos índices acercándose en una señal clara de que podían emparejarse luego de haber dejado el paquete sobre el asiento.
—No... —le contestó sin evitar reírse también—, me comprometes, Brisita.
—No le estás haciendo mal a nadie y él tampoco, ahora que me manda a entregar este paquete —se lo señaló con el dedo—, pueden conocerse mejor.
—¿Dónde te manda? —Frunció el ceño.
—A Stowe.
—Bien al Norte, casi limita con Canadá.
—No sé, le tengo que entregar el paquete a su amigo.
—Me dijeron que el pueblo no tiene muchos habitantes.
—Lo sé, me lo comentó.
—El Cabify está abajo.
—Gracias, Carla. Nos vemos pronto y pensá lo que te dije —le manifestó dándole un beso en la mejilla, guiñándole un ojo y yéndose de la empresa con el paquete en las manos.
Apenas llegó a la casa, llamó enseguida a su mejor amigo para que fuera a la residencia y la ayudara a empacar, cuando se vieran le contaría todo.
Marquitos, pegó un grito cuando supo que su amiga favorita se iba de viaje sin placeres y que debía trabajar para tener platita.
—¿Mirá si conoces a alguien y te quedas a vivir ahí planchandole las camisas y teniendo hijos? —rio ante su elocuente pregunta.
—Buah —imitó como si llorara—, ni lo quiero pensar. Ni se te ocurra decirles a las otras dos, que esas empiezan a burlarse y a hacer memes, por favor te lo pido.
—Tranquila, no les diré nada. Ya sé cómo son, por eso siempre vos y yo nos entendemos.
—Bien, no tenés idea del miedo que tengo.
—¿Por qué? Si sabes inglés —quiso saber su amigo mirándola con mucha atención.
—Nunca trabajé, la vida que tengo no es nada igual a lo que veo en los demás.
—No es nada del otro mundo trabajar y tener tu propia plata, yo trabajé, siempre lo hice, el tema es cuando no te gusta el trabajo que conseguís y para rematarla el que te tocó de jefe es un explotador.
—Creo que es algo normal, ¿no? A nadie le gusta cuando le hacen trabajar de más y peor si no te lo pagan.
—Exacto —expresó y le habló enseguida—, vas a ver que todo saldrá bien, una lástima que no puedas tener celular, pero si conseguís un teléfono, podés llamarme.
—Lo sé, pero no es lo mismo.
—Sería peor si el pueblo no tuviera teléfono para que las personas se comuniquen, ¿no te parece?
—Sí, obvio que sí, pero sigue siendo raro.
—Bri, es eso o mierda —afirmó rotundo.
La muchacha se sentó en el borde de la cama y sollozó ante lo inevitable, Marcos, su amigo, la abrazó por detrás ya que se había arrodillado sobre la cama y le dio un beso en la mejilla.
—Vas a estar bien, te lo aseguro. Sabes que nunca me equivoco y esta vez tampoco, la experiencia será demasiado abrumadora para vos, pero te irá muy bien.
Durante el resto del día, su amigo la ayudó a guardar las cosas y se quedó a cenar con su padre y ella.
Lo que le esperaría al día siguiente a Brisa iba a cambiarle no solo su estilo de vida sino la manera en cómo veía el mundo a su alrededor.
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