🎄9🎄
🎁Restaurante de Olivia
Los dos se sentaron en una mesa para dos personas y fue la propia dueña que los recibió y atendió.
—Pero si es una muñequita, Desmond.
—Olivia, te presento a Brisa, Brisa te presento a Olivia, la dueña del restaurante.
—Gusto en conocerla, señora —le dijo con una sonrisa.
—Olivia para ti y el gusto es mío también, eres hermosa, latina.
—Gracias —rio con algo de vergüenza sintiendo sus mejillas coloradas y Desmond vio el color carmín teñirse en sus rosadas mejillas.
—¿Qué van a comer?
—Las hamburguesas que me hizo probar hace poco —contestó la chica.
—El gruñoncito amansadito por el brillito de sol —rio mientras ponía unos individuales de papel madera sobre la mesa.
Desmond rio y de alguna manera le dio la razón.
—Marchando esas hamburguesas.
Una hora y algo más tarde, los dos saludaron a la dueña y se retiraron de allí.
Brisa agarró la mano del hombre y este se sorprendió al punto de mirarla con fijeza.
—¿Quieres ir a caminar un rato? —le formuló y ella asintió con la cabeza.
Mientras caminaban, él quiso saber si al final había hecho la llamada a su padre y ella le dijo que no.
—Cuando lleguemos a la casa, lo harás.
—Bueno, gracias desde ya. Se me estaba olvidando, ¿estuviste averiguando por las pantuflas para tus sobrinas? Va a llegar Navidad y Santa se las tiene que dejar debajo del árbol.
—Todavía no miré nada, lo podemos hacer cuando lleguemos.
—Me gusta la idea —le sonrió y él también.
Desmond se sentía muy a gusto con Brisa y no podía creer que era un polo opuesto, demasiado diferente a él y sin embargo le encantaba porque se complementaban a la perfección. Grumpy y Sunshine pensó, sonriendo por dentro, algo que, aunque no lo hubiera pensado antes, no le disgustaban para nada esos apodos, él estaba acostumbrado, pero tener a alguien con el apodo contrario le sacó sonrisas.
Ambos hicieron tres cuadras de recorrido y regresaron a la camioneta para volver a la casa. Dentro del vehículo, ella le preguntó si le había avisado a su hermana de que iban a comer afuera y este le respondió que sí.
Cuando llegaron, se bajaron y entraron a la finca, todo estaba en silencio, pero Brisa vio cajas en un rincón del comedor con adornos navideños y la embargó una nostalgia terrible, como todos los años, le encantaba la Navidad, pero siempre se sentía melancólica.
Desmond vio la expresión del rostro de Brisa y le tomó la mano.
—¿Estás bien? —le inquirió preocupado mirando sus ojos.
—Sí —asintió con la cabeza también—, me encanta Navidad, pero es un poco nostálgica también, ¿no?
—Sí, es un momento para reflexionar y estar en familia y recordar. Vamos al cuarto para que hagas la llamada —le insistió para que cambiara el semblante.
—Me parece bien —le sonrió.
Brisa creyó que irían al cuarto de ella, pero se equivocó, él la invitó a su dormitorio y se encontraron con Snowflake echado sobre la cama.
—Con razón no hubo recibimiento por tu parte —le emitió su dueño y este bufó.
—Qué linda tu pieza —declaró con sinceridad.
—¿Por qué le dicen pieza si es más bien un dormitorio?
—Nosotros estamos acostumbrados a decirle así, asociamos pieza con cuarto, dormitorio y eso. Aparte de significar otra cosa, para nosotros se relaciona con la habitación también.
—Entiendo, tienen una palabra con mil significados.
—Más o menos —rio dándole la razón—. Y así con varias más —se carcajeó tapándose la boca.
—Usa el teléfono con confianza —le ofreció.
—¿Qué prefijos tengo que usar? ¿Los de tu país o los del mío? Nunca lo terminé de entender.
—Los tuyos, porque llamas para tu país no para el mío —se lo dejó entender un poco más.
—Cierto, tenés razón —rio por lo bajo y marcó los prefijos y luego el número de su casa, creyendo que ahí estaba su papá.
Brisa no sabía si las risitas que tenía eran porque de alguna manera se sentía nerviosa estando en el cuarto de él o qué, pero no le desagradaba tampoco esa sensación de nervios estando a solas con Desmond.
Mientras ella intentaba comunicarse con su papá, él se sentó al lado de ella con la laptop encendida.
—No puedo comunicarme, no debe estar en casa.
—¿Probaste a llamarlo a su trabajo?
—No, ¿puedo?
—Sí, ya te dije, úsalo con confianza y si no te da allí tampoco, prueba con su móvil.
—Bueno —le habló y marcó el otro número.
En este la atendió Carla.
—Ay, ¡hola, Carla! ¿Cómo estás?
—¡Hola, Brisa! Todo bien por acá, ¿y vos?
—Bien, gracias. ¿Papá está por ahí? Necesito hablar con él, por favor.
—Ya te lo paso, te mando un beso.
—Otro para vos.
En pocos segundos, la voz de su padre se escuchó desde la otra línea.
—Pero si es mi hija llamando desde Stowe, ¿cómo estás?
—Bien, ¿y vos? Como no me dejaste el celular, me las ingenié para conseguir un teléfono.
—Y ni tanto se las ingenió —fue Desmond quien respondió en un español medio raro.
Brisa sintió cosquillitas en el estómago, su modo de hablar español fue tan natural, pero con ese acento característico de él siendo norteamericano que se derritió de amor al darse cuenta de que entendía su idioma también. Se había llevado una sorpresa y de las lindas.
—¿Ese fue Desmond?
—Sí, respondiendo a tu pregunta, yo estoy bien, con frío, pero estoy bien.
—¿Cómo te trata el pueblo y su gente?
—Muy bien, no me puedo quejar. Bueno, solo llamaba para saber cómo estabas, no quiero cargar tanta plata a la cuenta del teléfono.
—Pregúntale por esas pantuflas tuyas, no las encuentro en esta página —le pidió el capataz.
—Pa, ¿dónde me compraste las pantuflas de conejo? Las sobrinas de Desmond las vieron y las quieren, así que su lindo tío se las va a comprar —rio.
A su padre le extrañó demasiado la manera de hablar de su hija refiriéndose al hijo de su mejor amigo, pero no dijo nada al respecto, solo se limitó a decirle que las había comprado en Nordstrom.
—Ya las encontré, gracias.
—Bueno, papi, te dejo tranquilo, te mando un beso, hasta pronto.
—Nos vemos, otro beso para vos y saludame a Desmond.
—Lo haré —cortó la llamada y miró la pantalla de la notebook—, ¿qué colores les gustan?
—Rosa y lila hay, que son los favoritos de dos, pero no hay azul que es el que le gusta a Evelyn.
—Hay celeste, ¿crees que no le gustará ese color? No es el mismo, pero es de la gama del azul —le contestó abrazándolo por el cuello y posando su mano en el hombro.
El sutil gesto hizo estragos en el cuerpo de Desmond.
—Mi papá te manda saludos.
—Gracias —comentó y terminó comprando las pantuflas y cuatro más para varones—. Les compré a los chicos también, no de conejos, pero otras de pielcita sintética.
—Me parece bien. ¿Cuáles eran tus ideas para regalarles?
—Había pensado comprarles sombreros.
—¿Estilo texano?
—No tan así, algo más sencillo para niños.
—¿Y averiguaste dónde comprarlos y los precios?
—Los venden Juliet y Donovan.
—Si querés podemos ir a verlos cuando tengas un rato libre.
—No hagas planes con el dinero ajeno, Brisa —respondió, ella quedó cortada y él se arrepintió de haberle dicho aquello.
La argentina quedó molesta con lo que le dijo.
—Me voy a dormir —se puso de pie—, buenas noches.
Cuando ella pasó frente a él, este la sujetó de la mano reteniéndola, dejó la laptop a un lado y se puso de pie frente a la chica. La miró con atención, pero la joven no estaba entendiendo el por qué la había detenido. La abrazó por la cintura y escondió el rostro en su cuello, luego apoyó la barbilla en el hombro y le pidió disculpas. Brisa quedó demasiado sorprendida.
—No tenía que haberte dicho eso, sé que lo hiciste para que los niños tengan otro regalo más aparte de las vinchas y las pantuflas, pero por alguna razón, terminé diciéndote eso.
—Creo saber que la razón habrá sido gracias a tu exnovia, porque para decirme eso, es una señal de que te manejaba la plata a su antojo.
—Así es.
—Pero, si ella tenía plata, ¿por qué te manejaba la tuya?
—Porque creyó que así era estar más unida a mí, no sé.
—Ah, ¿y cómo es? ¿Lo mío es mío, pero lo tuyo es mío también? —cuestionó riéndose.
—Lamentablemente yo fomenté de alguna manera que terminara haciendo lo que quisiera conmigo, por eso a veces me comporto así de duro y gruñón contigo, y sé que no tienes la culpa de lo que me pasó a mí con la otra.
—Te lo entiendo, no te preocupes. Y acepto tus disculpas, pero en serio, me voy a dormir, estoy cansada y tengo sueño.
—De acuerdo, descansa y buenas noches.
—Gracias, vos también.
Una vez que salió del cuarto y cerró la puerta a sus espaldas, Desmond volvió a sentarse en el borde de la cama con la laptop en el regazo, para hacer una compra más, no sabía si había hecho lo correcto o no en demostrarle hasta donde podía llegar con el dinero ahorrado, puesto que aquel obsequio que le entregaría en Navidad eran un par de aretes de diamantes. Pero el impulso por darle algo de lo que ella estaba acostumbrada pudo más que abstenerse a hacer la compra y buscar otra cosa para Brisa. Ni siquiera se lo había pedido, y eso también fue un peso más a la balanza de lo bueno, eso, las ganas que tuvo en tomarlo de la mano cuando caminaron por las calles del pueblo y cuando lo abrazó por los hombros sin ninguna intención de insinuación por su parte y, a raíz de todos esos gestos, él estaba anhelando una vida junto a ella.
Cuando vio que había recibido en su casilla de correo el mail de confirmación de la compra, apagó la laptop y la dejó sobre la cómoda. Se metió al baño para darse una ducha y luego a la cama para dormir.
🎄🎁🎄
Después de varios días en decorar los árboles y la casa tanto en el interior como en el exterior, todos habían ido a la competencia de trineos, donde los ganadores recibirían un trofeo y cocardas por haber participado. Eran cuatro categorías, niñas, niños, adolescentes y adultos. Las niñas fueron con su madre, pero no ganaron, luego les tocó el turno a los varones quienes participaron con su padre, pero tampoco ganaron, Gregory y Evelyn siendo los preadolescentes fueron junto a sus padres y ellos sí obtuvieron el trofeo y un par de cocardas, y faltaba el turno de los adultos, que siempre participaban Beverly y Tarren, pero esta vez la mujer quiso verle la cara a la nueva integrante de la familia como espectadora más que como participante.
—Vayan ustedes —los animó la americana.
—Sabes que no participo desde mi última relación.
—Oh sí, fue hace un año y algo, no seas así, gruñón. Participa con Brisa, no te hará nada.
—No, gracias. No quiero que se queje luego.
—No seas tan pesimista, cuñado —le expresó Tarren palmeando su hombro—. Pregúntale, es posible que quiera, no saques conclusiones antes de tiempo.
Haciendo ruiditos con la boca se acercó a la chica y le preguntó si quería participar.
—¿No se rompen?
—Son de madera liviana, son fáciles de deslizarse por la nieve.
—Bueno, aunque me da un poco de miedo, me animo a meterme dentro del trineo —rio.
—Entonces vamos porque ya se están poniendo en fila para sentarse.
Ambos caminaron y dejó que primero se metiera ella y luego él. La pareja se puso detrás de ellos para estar atentos a la hora de empujarlos y cuando el marcador terminó de contar, los empujaron y Brisa empezó a gritar como si dependiera de ello.
—¡Me equivoqué en decirte que me animaba! —gritó chillando.
Desmond en vez de enojarse y gruñir, empezó a reírse de a poco y fue en aumento. Le causaba risa toda la situación, pero, sobre todo, los gritos de ella.
—¿Cuándo termina la carrera? Ya quiero bajarme —cuestionó queriendo saberlo.
—Pronto termina, pero debes calmarte —la abrazó pasando sus brazos alrededor de su cuerpo—, esto lo tienes que disfrutar, es solo un juego. Para darte ánimos, te digo que estamos ganando, pero si de verdad quieres el trofeo y tener la cocarda, vas a tener que hacer lo que te diga para llevarlos de ventaja más de una cabeza. ¿De acuerdo? —le preguntó mirando su perfil.
—De acuerdo —le respondió asintiendo con la cabeza también.
El capataz le dio un beso en la mejilla y miró al frente.
—Inclínate hacia la derecha para que cuando yo haga lo mismo el trineo pueda inclinarse un poco también.
—¿No nos caeremos?
—No, tranquila.
Ambos se inclinaron y el trineo lo hizo también, el mismo tomó más velocidad para ir por delante de todos los demás y chocaron con un muro de fardos de heno dando por finalizada la carrera. Algo de heno se les quedó en el cabello de los dos y salieron del trineo arrastrando el vehículo de madera hacía donde se encontraban los demás.
Los ganadores fueron ellos y les entregaron un trofeo y las coloridas cocardas de tela.
—Tuvo que aparecer Sunshine Breeze para que volvieras a competir —declaró Olivia a los dos, pero más a Desmond.
—¿No competías?
—Lo hice, pero con mi última exnovia dejé de hacerlo.
Un chico se acercó a los ganadores para ofrecerles chocolate caliente.
—¿Qué es esto? —Brisa miró con suma atención la taza navideña con un bastón de caramelo rojo y blanco, crema montada y una lluvia de no sabía qué—. ¿Qué es eso espolvoreado?
—Nuez moscada —dijo el chico.
—Y se supone que tengo que tomarlo, ¿no?
—Sí, porque es chocolate caliente —insistió el capataz.
—No es como el que me diste en la casa de tus papás.
—Ella lo prepara igual que aquí, ese día yo no quise que te lo diera tan decorado.
—Ya voy entendiendo —le dijo y tomó un sorbo—, qué rico es —admitió agarrando el bastón y pasándolo por la crema chantilly con nuez moscada para llevárselo a la boca y probarlo—. El chocolate que hacemos en fiestas patrias es espeso, rico también, pero es más sencillo, creo que esto de la crema y el bastoncito es más por Navidad, ¿no?
—Sí, en nuestras fiestas patrias como caen en verano, no hay chocolate —acotó Desmond—. Hay hot dogs.
—Panchos, qué ricos —dijo la chica suspirando al imaginarse comiendo uno.
—El de aquí es el de barbacoa.
—Ah, nosotros lo llamamos chorizo, y sí, va a la parrilla también, el pancho es con salchicha y mejor dejar acá el tema de diferentes alimentos de cada país porque me haré un enredo al explicartelo.
Desmond se rio y le habló;
—De acuerdo.
Entre un tema y el otro, les sacaron un par de fotos para el periódico del pueblo y luego pasaron a festejar en la feria navideña. Grumpy y Sunshine caminaban por su lado mientras que los hijos de Beverly querían ir con ellos.
—Ahora no, niños, déjenlos un rato solos, a ver si su tío le dice algo para que la convenza más en que se quede.
—¿Se quiere ir? —cuestionó asombrado Oliver.
—Pues, por lo que me dijo sí, quiere irse, así que cuando ahorre dinero de las propinas y lo que le daré de la casita de té, comprará los boletos y se iré a su país.
—Podrías no darle el sueldo de la casita —sugirió su marido.
—No des esa clase de ejemplos que tus hijos te están escuchando, sería algo horrible que le hiciera eso —contestó algo molesta su esposa.
—No es que sería algo tan malo, es por una buena causa, que la nueva conquista del tío Desmond se quedé, ¿o no? —Incentivó a sus hijos mirándolos y estos gritaron un sí fuerte.
—Aun así, le estoy privando de algo que se ganó por ayudarme. Y aparte, Brisa no sé si se acostumbrará a adaptarse aquí. Viene de una ciudad que desborda movimientos, instalarse en el pueblo es como si le cortaran las alas.
—Pero ¿no te gustaría tenerla de cuñada? Hablemos claro, si quiere, se puede adaptar y tendría muchas más posibilidades de adquirir cosas que si está en su país.
—Me encantaría, pero a esa chica no le hace falta nada, y estoy segura de que tiene gente que la extraña.
—Como todos, pero sería una tonta si no acepta a tu hermano solo porque acá no tiene las comodidades que tiene en su casa o país.
—Eso ya es cosa de ella, Tarren, no la podemos obligar a que se quede, yo de alguna manera la entiendo también, es difícil adaptarse a un cambio tan grande, porque una cosa es que vengas por vacaciones o porque tu padre te obligó a venir, otra diferente es que te instales permanentemente aquí —le respondió pagando lo que había acabado de comprar para la casa.
—Lo sé, pero no quita que podría pensárselo bien.
—Podría, pero no nos debemos meter en esa clase de decisión.
—A nosotros nos gustaría que se quede con el tío —habló Theodore—, la novia anterior que tuvo no era amable con nosotros y ella es la única que pasa tiempo con nosotros de forma sincera y no por obligación. La vemos como una posible tía.
—Ustedes, pero Brisa es seguro que tiene otros planes en su mente. Así que, lo que les pido es que no le insistan para que se quede, esa elección debe venir de ella solamente.
—Sí, mamá —le dijeron varios de ellos.
Por otra parte, el capataz descolgó una bufanda para ponérsela alrededor del cuello de la chica.
—Me gusta cómo te queda —confesó y pagó por el accesorio.
—Desmond, no —le dijo incómoda y sacándosela del cuello—, comprale algo a los chicos o para vos.
—Me gustó para ti, ¿a ti no te gusta? Es muy navideña —admitió con una sonrisa.
—Sí me gusta, pero no entiendo por qué me la quisiste regalar.
—Porque quise, como no te pagué, te lo compenso con una bufanda.
—Creo que la bufanda es más cara que lo que en verdad merecía obtener de dólares.
—Si realmente te gusta, debes usarla, salió de mí la compra, así que, tranquila —se lo dejó claro para que no se sintiera avergonzada—. ¿Acaso ningún hombre te regaló algo?
—Sí, mi padre y mi amigo. Gracias por el regalo, me gusta —sonrió y miró su perfil.
Más tiempo pasaba con él y más ganas tenía de quedarse, pero, tenía que volver a su casa después de Navidad, porque qué podría hacer en un lugar donde ella no tenía idea del campo.
Durante el resto del día, recorrieron la feria, escribieron mensajes para dejarlos colgados en el árbol de Navidad del lugar, y terminaron con una pelea de bolas de nieve entre ellos mientras que Snowflake ladraba y corría de un lado hacia el otro contento.
Cuando regresaron a la casa, prepararon la cena y una hora y algo más tarde cada uno se retiró a dormir. Brisa miró su árbol de Navidad, con sus lucecitas blancas y los adornos en rojo y dorado, y la nostalgia le trajo lágrimas en sus ojos sin evitar llorar.
Desmond estaba a punto de entrar de nuevo a su cuarto cuando la escuchó sollozar, miró por la rendija que estaba sentada al borde de la cama abrazada a un cojín y mirando el árbol. Entró y se sentó a su lado.
—¿Me quieres contar? ¿Extrañas a tu padre?
—No lo extraño, solo lloro por recuerdos. En algún momento te los contaré.
—¿Quieres que te prepare un chocolate? —Se ofreció.
—No, quiero que te quedes y me abraces, ¿podés? —Lo miró expectante.
—Puedo —sonrió y la abrazó por los hombros atrayéndola contra su cuerpo.
Un rato después, quedaron dormidos sobre la cama y abrazados.
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