🎄5🎄
🎁Vermont
🎁Casa de los Mansfield
Al llegar a la finca, los primeros en bajar fueron Brisa y Snowflake ya que le abrió la puerta al perro. Desmond bajó pocos segundos después y se acercó a ella porque lo estaba esperando.
—La casa es de mis padres —le confesó y ella abrió más los ojos levantando las cejas y sorprendiéndose.
La joven de una reacción sorpresiva pasó a un entrecierro de ojos para saber el por qué no se lo había dicho.
—Quisiera saber por qué no me lo dijiste ayer cuando vinimos.
—Porque si le digo que eres la hija del amigo de mi padre, va a creer que tú y yo somos algo más, y gracias, pero paso de tener que explicarle que no eres mi novia. No te tendría como pareja porque no sabes hacer nada, Buenos Aires.
—Uy, salió a relucirse el dechado de virtudes —dijo con burla—. Se lo podés explicar bien clarito, ella va a entender que solo vine por un paquete y porque necesito plata para el pasaje de vuelta —se lo recalcó porque le molestó lo que dijo de ella.
—¿Vas a poder con las flores para reemplazar las que se necesitan? —cuestionó.
—No sé hacerlo.
—¿Nunca viste un video de cómo se plantan?
—Tampoco —levantó las cejas y movió la boca hacia un costado sin tener idea.
Desmond se pasó la mano por la cara tratando de tenerle paciencia sin dejar de gruñir. Sacó su teléfono móvil, abrió la aplicación de videos y buscó uno para que vea cómo plantar. Se lo acercó y lo miraron juntos.
—Es bien fácil, ninguna ciencia que se deba saber de más.
—Para quien está acostumbrado a plantar cada tanto, sí. En mi caso, no —frunció el entrecejo estando preocupada.
—¿Te las vas a poder arreglar sola? Te bajaré las cajas de madera con las flores y los pinos que se necesitan plantar aquí y las bolsas de tierra y fertilizante.
—Está bien, sí, creo que podré.
Una vez que él le dejó todo en la parte de la entrada y no en el porche, la dejó sola y entró a la casa para saludar a su madre, Snowflake prefirió quedarse a hacerle compañía a la chica, pero él luego salió de la casa para advertirle algo.
—No holgazanees, voy a contar las horas que trabajas por reloj, así que, es mejor que las aproveches para plantar.
—De acuerdo —asintió con la cabeza también.
A medida que el tiempo pasaba, Brisa fue intentando plantar las flores en los canteros de la ventana, en las macetas colgantes, en los macetones que estaban en el porche, y algunas otras debió hacerle hoyos al pasto que estaba muy debajo de la nieve para plantar las flores de invierno que la mujer había elegido.
Su estómago comenzó a hacer ruidos de nuevo de hambre y los dedos se le estaban congelando, así como también la cara. Sentía que cada movimiento de los dedos le costaba más que antes.
La señora salió de la casa y se acercó a los primeros escalones para hablar con la chica que se encontraba plantando una hilera de alelíes.
—Ven a almorzar, querida.
—Señora, no salga, hace mucho frío.
—Estoy acostumbrada —rio con sutileza—, ven, entra, lávate las manos y siéntate a almorzar con nosotros.
—Pero, Desmond me dijo que tengo que terminar lo más rápido que pueda, me falta la mitad de la hilera.
—Desmond puede decir todo lo que quiera, pero es mi casa y mando yo, ese grandulón no ordena en mi territorio.
Brisa se puso de pie, se sacudió las manos en el jean y subió las escaleras para entrar con la mujer a la casa. La chica entró primero y la señora le indicó dónde podía lavarse las manos.
La argentina se sorprendió por las comodidades que tenía el baño para los invitados, un cuenco rústico, grifería moderna, un amplio espejo, un inodoro y hasta incluso una bañera.
Cuando salió de ahí, la mujer le ofreció una silla frente a su hijo. De a poco les fue entregando un plato playo y luego puso una tarta bastante grande en el medio de la mesa.
Desmond la cortó en porciones y le ofreció una a su madre, y otra a Brisa, él fue el que se sirvió el último.
—Espero que te guste, se llama Pot Pie —dijo la mujer.
—Parece una empanada —acotó la chica—. Por lo menos el repulgue parece así.
—¿Qué es eso? —preguntó el hombre.
—Es una masa pascualina, parecida a esa tarta, si no es que es la misma masa, pero viene en un tamaño estándar, para empanada, se rellena de lo que se quiera, y después se unen por la mitad y le haces el mismo repulgue que la tarta u otro que quieras —explicó Brisa.
—Para una mujer que no sabe cocinar, me sorprende que sepas el paso a paso —comentó con seriedad—. ¿Tu madre nunca te enseñó?
—No —negó con la cabeza también y su mirada se ensombreció de repente.
—Me parece que mi hijo se olvida que su madre tampoco sabía cocinar y fue su abuela, mi suegra, quien me enseñó, todo se aprende, querido, las primeras veces te saldrá muy mal hasta que le encuentres la forma y comience a salirte bien —le refutó al gruñón de su hijo.
—Está muy rica —le confesó con sinceridad cuando terminó de probar un bocado.
—Gracias —sonrió con amabilidad mientras la miraba a los ojos.
Una vez que terminaron de almorzar, Brisa ayudó a acomodar las cosas a la señora de la casa, pero Desmond la apartó y le dijo que terminara de hacer el jardín.
—De acuerdo —asintió con la cabeza—, gracias por el almuerzo, señora —le respondió y salió de la casa.
Apenas el hijo y la madre se quedaron a solas, esta clavó la vista en él, y le preguntó algo muy directo.
—¿Quién es? Porque cuando habló sobre las empanadas, empecé a sospechar, no todos los países la tienen como una comida típica. Nosotros, por ejemplo, no acostumbramos a comer eso.
—Es la hija del amigo de papá y es de Argentina.
—¿Y por qué se te ocurrió mentirme diciéndome que era una empleada nueva?
—Porque ya sé cómo eres cuando me ves con alguien del sexo opuesto, piensas que estoy saliendo con esa persona.
—¿Y no te parece linda acaso? —lo pinchó con una sonrisa.
—¿En qué me podría ser útil? —Unió las cejas estando molesto—. No sabe cocinar, no tiene ni idea del campo y dudo mucho que sepa planchar y atender una casa.
—Nene, no todas las mujeres nacieron para esas cosas, estás demasiado machista últimamente y creo saber por dónde viene ese enojo injustificado —lo enfrentó molesta con su comentario.
—Ya vas a empezar —apretó el puente de su nariz—, seguro que me lo dices por la novia que tuve.
—Acabas de dar con la respuesta —le dijo en tono burlón.
—Ella también es una niña rica, que solo se la pasa gastando dinero, viajando y visitando restaurantes, no tiene nada para ofrecerme, su vida es puro ocio.
—La anterior era lo mismo —frunció el ceño siguiendo molesta—, la diferencia era que no hacía un cuerno, esta chica por lo menos hace algo.
Desmond rio con elocuencia.
—No sabe hacer nada —admitió con seriedad—, y si tanto quieres que conozca a alguien, te aviso que hace una semana le pedí una cita a Victoria y mañana saldré con ella.
—¿Victoria? —cuestionó sin poder creerle—, ¿la recepcionista del hotel? —Abrió los ojos quedándose sorprendida.
—Sí, la del hotel.
—Perdón que te lo diga, pero esa mueve más el culo que lo que atiende a los clientes. De todas maneras, no diré más que eso, ya estás demasiado grande para que te dé consejos, tampoco los necesitas, tú sabrás bien lo que vas a hacer con tu vida personal.
Un rato después y para no seguir con ese tema y terminar en una discusión, le dijo a su hijo que le llevara una taza de chocolate a Brisa.
Desmond salió de la finca con dos tazas calientes, pero no encontró a la chica en ninguno de los dos laterales de la casa, y caminó en dirección a la parte trasera, encontró a su samoyedo restregarse contra la nieve patas para arriba y a ella al lado, acostada boca arriba y moviendo los brazos y las piernas, uniéndolas y separándolas. Ella se incorporó poniéndose de rodillas con una sonrisa y él con las patas hacia abajo, resoplando y metiendo el hocico en la nieve para levantarlo y tirar pedazos de esta por el aire. Brisa hizo lo mismo que le había hecho en el vivero, armó la bolita de nieve y se la puso sobre la trompa.
El americano volvió a ver la escena y su estómago sintió rarezas, avanzó con paso firme sin darle importancia y vio el suelo, había una plantación de flores ubicadas en un gran círculo, desde las más grandes hasta las más pequeñas.
—¿Cómo se te ocurrió eso si mi madre nunca te dijo que hicieras algo así?
La chica se quedó cortada.
—Me pareció bien, supuse que como no pidió algo en concreto se me ocurrió hacer un círculo y plantar todas así, algo fácil para que no esté yendo y viniendo para regar.
—No puedes hacer algo sin que te lo pida mi madre o el cliente —declaró y ella supo que tenía razón—. Y ninguna va a poder crecer y expandirse.
—Cierto, tenés razón —habló asintiendo con la cabeza también.
Con la pala y el rastrillo de jardín fue escarbando de nuevo la tierra en la primera planta que tenía frente a ella y quiso sacarla, pero Desmond le dijo que no.
—Ya es inútil, se van a romper todas, para la próxima pregunta antes de meter la mano donde no sabes —espetó sabiondo.
Brisa se tragó lo que iba a decirle porque se acordó de su papá en decirle que tenía que hacer buena letra y hacerlo quedar bien.
Puso las herramientas dentro de una de las cajas de madera y se puso de pie agarrándola entre sus manos, para luego ponerla debajo de su brazo.
—Chocolate —le ofreció el hombre y ella le dio las gracias agarrándola por el asa.
Unos minutos posteriores, la chica saludó a la señora dándole las gracias por todo y le dijo a él que lo esperaba dentro de la camioneta. Snowflake y Brisa se subieron esperándolo.
Diez minutos luego, el hombre se metió en la camioneta y encendió el motor para continuar el viaje.
—¿Vamos al terreno?
—Sí —le respondió y le miró el semblante.
Tenía los labios partidos, las ojeras se le estaban marcando y vio las manos entrelazadas, un pulgar tenía una uña esculpida, la siguiente estaba rota y la otra intacta, y así el resto de los dedos. Entrecerró los ojos sin dejar de observarla mientras pispeaba lo que tenía delante de él.
Cuando llegaron a un punto medio entre la casa de sus padres y la de su hermana y cuñado, se bajaron ya que allí se encontraba el terreno que le había mostrado el día anterior.
—El dueño quiere pinos en la parte trasera formando un semicírculo expandido y que esté bastante alejado de la finca. Un par de árboles de magnolias al frente y luego te digo cómo vas a plantar las flores.
—Está bien. Es gigante —se asombró al ver la construcción que todavía tenía maderas y una posible fachada.
—Lo es.
—¿El dueño viene a ver cómo sigue su casa?
—Casi nunca, pero me avisó que quiere continuar con la construcción, así que como es una finca estilo moderno, me pidió que la supervisara y comience a plantarle vegetación.
—Bueno, si me bajas las cajas, las voy llevando a la parte de atrás para empezar a plantarlas.
Brisa se acordó de algo que no hizo en la casa de los padres de él.
—Al final no fuimos a ver la cabrita —se disgustó.
—Mañana iremos, te lo aseguro.
—Te tomo la palabra, podríamos llevar a tus sobrinos para que la vean, ¿no?
Desmond la miró extrañado, pero le dijo que luego verían sobre ese tema.
El americano solo bajó dos cajas de pinos porque veía que el tiempo no estaba bueno y ya era algo tarde.
—Plantarás solo dos cajas de pinos por hoy, el lunes retomarás la tarea hasta que la termines.
—¿No trabajaré mañana?
—Te daré el día libre, para que te recuperes mejor de la cintura.
—Gracias, patrón —rio ante su propio chiste, pero él ni se inmutó.
El capataz estaba de mal humor desde que había salido de la casa de sus padres por la discusión que tuvo con su madre.
Como antes, Brisa rastrilló la zona sacando la nieve para luego arrodillarse y hacer un hueco bastante grande, sacó una maceta descartable del pino que eligió y fue moviendo la tierra para sacarlo. Desmond se arrodilló frente a ella y le dijo que iban a plantar juntos el pino y los demás en aquel terreno.
—¿Tenés miedo que haga una macana?
—No, te quiero ayudar, nada más.
—Si es así, gracias —sonrió sintiendo sus labios tirantes y les pasó la lengua para humedecerlos un poco y que el frío no se los terminara por partir y que sangraran.
A medida que plantaban, sus manos se iban rozando, pero ninguno de los dos miraba al otro. Trataron de que esos toques de manos no fueran nada y sin intención, solo porque estaban trabajando ambos en un mismo lugar.
Al completar dos cajas, el hombre se levantó y le ofreció la mano para que ella se pusiera de pie también.
—Gracias.
—Será mejor que volvamos a la casa, el tiempo no está muy bueno y es preferible regresar.
—Me parece bien —le dio la razón de nuevo y caminó a su lado junto con el samoyedo.
Llegaron media hora después, encontrándose con el marido de Beverly y ella los presentó mutuamente.
—Cariño, te presento a Brisa o Breeze, es hija del amigo de nuestro padre. Brisa, te presentó a Tarren, mi marido.
—Un gusto conocerte, Breeze —le dijo el hombre y dándole un beso en la mejilla.
—Lo mismo digo, Tarren —respondió ella con amabilidad también.
Los niños los saludaron y tanto él como ella entraron a sus cuartos para darse una ducha.
Alrededor de la mesa, casi una hora después, estaban cenando todos y charlando los tres adultos entre ellos mientras que Brisa se divertía un poco con los niños.
Hasta que la conversación se iba hacia un lado y sus hijos pararon las orejas con atención.
—¿Fiesta? —cuestionó Gregory.
—¿Mañana? —le siguió Oliver.
—Sí, nos invitaron a cenar a Spruce Peak.
—¿A esa villa que parece como de cuento? —preguntó ansiosa Evelyn.
—Sí, a esa villa —rio ante la interrogación de su hija—. El dueño del lugar tiene una finca que le superviso en el pueblo que linda con este. ¿Tú vendrás? —Miró a su cuñado.
—Me invitaron también, pero la rechacé. Tengo una cita.
—¿Tienes una cita con Breeze? —Levantó las cejas con curiosidad Zachary.
La joven se ahogó con un pedacito de carne y tuvo que tomar jugo para poder tragarlo del todo.
—No, no tendré una cita con ella. La tendré con la chica del hotel —le explicó mirándolo con atención.
—¿Con esa? —le reprochó su sobrina del medio gesticulando con desagrado.
Avery quedó ignorada ante su pregunta porque enseguida su padre habló:
—Pues entonces vendrás con nosotros —le dijo Tarren a Brisa—. No tendrán ningún problema en agregar un plato de más.
—No, no... me puedo quedar acá sin problemas. No se preocupen por mí —rio con nervios.
—Por favor, insisto.
—No, en serio. Me quedaré acá, no sería la primera vez que me quedo sola, en mi casa a veces lo estoy.
—¿Estás segura? —formuló Beverly.
—Sí, te lo aseguro, no tendré problema en quedarme.
—Se quedará contigo, Snowflake —aclaró Desmond y el can ladró como si lo afirmara.
«Traidor, clara señal de que te gusta la chica», pensó el hombre y vio cómo su perro entrecerró los ojos mirándolo con fijeza y dándole a entender que a él también le gustaba.
Creyó que de alguna manera lo estaba desafiando para ver en qué momento él también caería por Brisa.
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