🎄4🎄
🎁Stowe, Vermont
🎁Casa de Beverly
Una de las primeras en levantarse e ir hacia la cocina fue Brisa, que encontró a Desmond sirviéndose un café.
—Buenos días.
—Buen día —dijo ella—. ¿Los demás?
—Duermen, hoy no tienen escuela, así que aprovechan en dormir un poco más y el negocio de mi hermana abre más tarde también.
—Qué bueno, aprovechan también que es viernes.
—¿Cómo te sientes?
—Bastante mejor, gracias —se quedó callada, pero luego le quiso preguntar otra cosa—, ¿tu hermana está separada?
—No, su marido trabaja en otra ciudad y cada quince días viene. Es capataz también —le respondió—, ¿qué quieres desayunar?
—Lo mismo de ayer. ¿Hay lavarropas o se lavan a mano las prendas?
—Detrás de la casa hay un cuarto que tiene un lavarropas, cuando acumules prendas sucias, puedes usarlo.
—Gracias.
Rato después, salieron y se subieron a la camioneta junto con Snowflake.
—Iremos a comprar árboles, arbustos y flores.
—Bueno, pero ¿no tenés que ir a trabajar?
—Los viernes rara vez me doy una vuelta por los lugares que tengo a cargo, solo iremos a la casa donde encontramos la cabra y de paso si quieres, puedes verla.
—Sí, me gusta la idea —sonrió entusiasmada al saber la noticia.
—Ya que vas a quedarte por un par de semanas, creo que, a ninguno de los dos le vendría mal saber algo más del otro, ¿qué opinas?
—Si querés, no tengo problema, pero prefiero que me preguntes cosas al azar, porque eso de contar mi vida, me aburre un poco.
—Después de terminar la preparatoria, ¿qué hiciste?
—Nada, mi papá me regaló un viaje a Nueva York al que fuimos juntos y posterior a eso me dediqué a viajar, conocer restaurantes y comprar, no implementé nada importante en mi vida en realidad. Solo hice un curso de etiqueta y protocolo en la mesa, que en realidad fue más porque quise, porque no es algo que se pueda tener como un trabajo, a menos que estés en una zona demasiado moderna y que vivan basandose en las apariencias.
Por una extraña razón, Desmond se acordó de nuevo de su exnovia y la apariencia que tenía.
—¿Y eres buena comprando?
—Papá me dice que sí y mi amigo también. Suelo conseguir rebajas o comprar bien, con precio caro, pero bien.
—¿Y en cuanto a cantidades? ¿Te manejas bien o solo compras así como me has dicho con productos específicos?
—¿Vos querés saber sobre compras de supermercado, por ejemplo?
—Supón que sí.
—Cocinar, no sé —rio—, pero con papá ya sabíamos más o menos las cantidades y cosas que teníamos que comprar, así que, podría decirse que sí, pero no te lo puedo afirmar.
—Yo sé que no entiendes el tema de la agricultura, pero necesitaría a alguien más que me dé un vistazo en lo que se tendría que comprar de más y en lo que falte para reponerlo.
—Creo que te vas a arriesgar a hacer un desastre y no quiero echarte a perder algo que de seguro hace años haces. No puedo hacer algo así porque nunca aprendí, cuando mi papá me quiso enseñar, lo dejé pasar y cuando se cansó, terminé acá.
—¿No te parece que en algún momento vas a tener que ser responsable de algo?
Brisa levantó los hombros sin tener idea.
—¿Qué edad tienes, Buenos Aires?
—Veinticinco años.
—Edad más que suficiente para enfocar algo. No sabes, pero puedes aprender.
—Ayer intenté aprender y me dejaste para que me las arreglara sola.
—Sí, ayer me equivoqué, lo siento, Buenos Aires. Hoy podemos hacer otra cosa, las compras de la arboleda, y en base a esa compra me podrías decir las cantidades que se necesitan de cada cosa.
—No podría saber mucho sin tener idea de los metros cuadrados que tiene el lugar.
—Algunos árboles y flores irán a la casa donde almorzamos ayer, todo lo demás en otra finca que todavía no está levantada, solamente hay algunas maderas.
—Bueno, veremos qué podemos hacer, siempre y cuando me digas la medida del terreno que no está construido.
—El terreno al que luego iremos tiene mil hectáreas.
—No sé calcular en hectáreas.
—Diez millones de metros cuadrados.
—¡Miércoles! —exclamó sorprendida—, es mucho.
—Lo es. El terreno es inmenso. Y continuando con las preguntas, ¿tu novio sabe que estás aquí?
—No tengo novio, el único que sabe que estoy acá es mi mejor amigo. ¿Y vos tenés?
—Tampoco, estuve en una relación.
—¿Y qué pasó?
—No era lo que esperaba.
—Entiendo.
Quedaron en silencio, hasta que ella le preguntó su edad.
—¿Vos cuántos años tenés?
—Tengo treinta y tres años.
—¿Puedo preguntarte algo relativamente personal?
—¿Por ejemplo? —La miró extrañado y entrecerrando los ojos.
—¿Por qué vivís con tu hermana?
—Su marido se queda un fin de semana cada quince días, trabaja bastante más lejos de Stowe y, casi siempre ella y los niños se quedan solos, me mudé con ellos para asegurarme de que estuvieran bien, el pueblo es seguro, pero lo hice también para que Beverly esté más cómoda para hacer sus cosas mientras yo los trato de cuidar —le expresó con honestidad, pero le ocultó que se había instalado con ellos porque no quería terminar de construir la casa que había soñado para vivir con la novia que había tenido.
—Es comprensible, es un lindo gesto también y los chicos son educados y divertidos.
—Se ponen pesaditos también, te lo aseguro.
—¿Quién no se puso denso cuando era chico? Y de adulto también —le tiró un dardo.
—Nos conocemos poco, pero debes ser pesada cuando te lo propones también.
—No creo que más que vos. Lo gruñón nadie te lo saca.
—Es de herencia, no me gusta perder el tiempo y menos cuando se trata de trabajo.
—Pero tenés que entender que a veces no es malo relajarse y tomarse las cosas con un poco de humor mientras trabajas. Harás igual lo que tenés hacer.
Desmond solo la miró de reojo con la ceja levantada, su opinión no le había disgustado del todo y en parte había acertado, pero él, no siempre tenía buen humor cuando se trataba de su trabajo.
—Bájate, llegamos —le dijo mientras salía de la camioneta.
Brisa miró a su alrededor y enfocó la vista en el local al aire libre con el cartel indicativo de que estaban en el vivero. Se bajó y caminó con ligereza detrás de él.
—Ven a mi lado, no me gusta que estés detrás como una sumisa.
—Me molesta un poco la cintura, por eso ralenticé el andar.
—De acuerdo.
—¿Te gustan las sumisas? —le picó por ahí.
—No, me gustan las mujeres fuertes, independientes, pero que también se dejen ayudar y que acepten el cariño que alguien les puede dar.
—Creo que es algo que la mayoría de los hombres quieren encontrar en una mujer.
—Supongo que sí —hizo un gesto de disgusto.
—Por ese gesto se me hace que no fue lo que creías.
—Prefiero no hablar de eso.
—Está bien, lo respeto. No tenés porqué contarme esas cosas si no querés, aparte para vos soy una desconocida.
—Te ofrecí hospedaje en la casa de mi hermana, así que en parte supe que eras inofensiva.
—Gracias por la confianza sin saber quién era.
—Agradécelo a Snowflake también, tiene buen ojo para las chicas.
—¿Lo tuvo también para tu anterior novia? —fue una pregunta de lo más normal, pero él se detuvo y giró en sus talones para mirarla.
Ella frenó en seco y lo miró también pensando que había metido la pata.
—Eso es un tema aparte —rio un poco.
Brisa rio junto a él también y continuaron caminando hacia el lugar.
Al entrar al vivero que era al aire libre, Snowflake caminaba al lado de la joven argentina que desde que había llegado no se había despegado de ella, mientras que Desmond entró a la casita donde se encontraban las macetas y todos los artículos de jardín para pedirle a la señora que atendía, algunas flores, árboles y arbustos para plantar.
—Hola, Des. ¿Cómo estás?
—Hola, señora Debby. Todo bien, ¿y usted?
—Todo muy bien. ¿Qué te trae por aquí hoy?
—Necesito árboles, pinos, flores y arbustos. Tengo que plantarlos en la casa de mis padres y otra parte en la zona cerca de Beverly y ellos.
—Tu zona.
—Exacto —asintió con la cabeza.
—¿Ya sabe tu madre lo que quiere?
—Aquí tienes la lista —le entregó un papel escrito.
—Bien, ¿y lo otro?
—Estoy en dudas, no tengo mucha idea de flores y arbustos, sí de pinos y árboles, pero de las otras dos cosas, no.
—Te puedo dar ideas, depende de lo que quieras, si quieres que duren todo el año o solo en invierno.
—Prefiero en invierno y luego reponerlas.
—Bien entonces.
El americano miró por la ventana que daba detrás de la señora Debby y quedó sorprendido con la escena que había acabado de ver. Snowflake sentado en sus dos patas traseras y con su hocico levantado mientras Brisa le colocaba con cuidado una bola de nieve mediana. La chica sonreía y el perro abría la boca, contento también, veía que ella le hablaba y luego él sacudió la cabeza, le puso las dos patas delanteras sobre su estómago y la joven se las sujetó para bailar con él, algo que en realidad era caminar hacia atrás y posterior hacia delante.
La mujer del vivero giró la cabeza mirando a los dos y emitió un «qué bonitos», mientras continuaba con el listado de lo que le podía ofrecer.
—¿Ese no es Snowflake?
—Así es.
—¿Y la señorita? ¿Es tu novia? —Sonrió levantando la vista hacia él.
—No, es la hija del amigo de mi padre.
—¿Y cómo apareció aquí?
—Tiene que entregar el paquete a Grumpy Mark de parte de su padre.
—¿Y sabe que viene una vez cada tanto al pueblo?
—Sí, pero como es vísperas de fiestas, pasaremos juntos la Navidad.
—Me parece muy bien. ¿Quieres elegirlas? —Le mostró el catálogo.
—Llamaré a Brisa para que me diga las cantidades —le comentó.
Una vez que la joven entró y Snowflake se quedó lloriqueando en la puerta, Desmond las presentó y se dieron la mano con una sonrisa.
El americano le acercó la carpeta abierta para que mirara lo que tenía el vivero y fue pispeando todo.
—No sé mucho de flores y árboles —rio con vergüenza—, me guio más por lo que veo que por lo que podría plantar.
—Pues elige lo que te guste, yo ya elegí lo que irá para la casa donde fuimos a almorzar ayer, ahora falta la otra, la del terreno.
—Bueno, pero me ayudas, por favor —él asintió con la cabeza.
Después de un extenso tiempo dentro del vivero, decidieron llevarse una gran cantidad de abetos, cipreses, arces y varios más, así como también arbustos y flores, entre estas, rosa de Navidad, jacintos, campanillas de las nieves, alelíes, poinsettias y más. Prácticamente dejó que la argentina eligiera todo.
—Nosotros les decimos Estrella Federal —refiriéndose a la poinsettia—, incluso la conocemos como la flor que representa la Navidad.
—Tengo en color blanco también —le comentó mostrándosela.
—Es hermosa —dijo encantada.
—¿Te gustaría ponerlas en canteros colgantes? —le preguntó mirándola.
Debby sin ninguna duda se dio cuenta de que a Desmond le gustaba.
—¿Y no crees que necesitan cuidados?
—Claro que sí, pero tu obligación será las de cuidarlas.
—¿Y así podría obtener un pago?
—Podría ser.
—Trato hecho, patrón —le ofreció su mano riéndose con sutileza.
—Patrón no, solo Desmond.
—Bueno —asintió de nuevo con la cabeza.
Pronto compraron lo que se necesitaba calculando un poco de más que de menos cada cosa. Al americano no le gustaba quedarse en falta y comprar a las apuradas, por lo que le hizo caso a Brisa en que era mejor comprar un par de más de lo que iban a plantar.
Al salir del vivero metieron las cajas de madera dentro del baúl y él subió los pinos y árboles porque eran los más pesados. Incluso compró maceteros colgantes y macetas para piso y ventana, así como también tierra y fertilizantes.
Brisa le abrió la puerta trasera y Snowflake subió sentándose en el medio. Los dos subieron y Desmond condujo hacia la casa de sus padres.
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