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🎄3🎄

🎁Vermont

Durante todo el recorrido, lo único que Brisa vio fueron campos, casas rurales, fincas y hectáreas de cosechas. Hasta que llegaron a la primera parte del día de trabajo. Llenar tachos de leche vacuna.

Al bajar, algunos empleados andaban caminando por fuera de lo que parecía una fábrica.

—¿Qué es? —formuló la chica.

—Un tambo, vas a aprender algo básico, ordeñar de forma manual.

—Pensé que me ibas a enseñar a ordeñar con maquinaria.

—Primero debes saber cómo hacerlo con las manos. No te daré algo tan fácil siendo nueva. Si aprendes rápido eso, puede que te enseñe cómo conectar las mangueras para que las máquinas ordeñen por ti.

Apenas entraron, todos saludaron al capataz y él les presentó a Brisa como una posible empleada si hacía bien su trabajo.

Desmond le hizo buscar un banco y sentarse frente a las ubres, teniendo debajo de estas un tacho de aluminio, le explicó la manera de apretar para que la leche saliera, sin hacerle daño al pezón. El capataz la dejó que se arreglara sola, diciéndole que cuando estuviera lleno el tacho, le avisara.

Ni en dos horas pudo hacer lo que le había pedido, entre los grititos que pegaba cuando el chorro de leche le entraba al ojo, algún otro en la frente y otros más en la boca y la dejaba casi ahogada por la presión que salía, fue un desastre. Los empleados se reían y murmuraban diciendo que al patroncito lo iba a volver loco.

Un chico muy amable se acercó a ella para explicarle mejor y se quedó a su lado para controlar cómo ordeñaba. Le sonrió cuando de a poco intentaba tomarle el ritmo del ordeñe, pero Desmond frenó la charla en seco y se presentó entre ellos dos.

—Taylor, te recomiendo que vuelvas a tu puesto para verificar si las pezoneras funcionan bien y cambiarlas de ser necesario.

—Sí, patrón —le dijo irguiéndose y mirándolo—, espero que te haya parecido más fácil así, un gusto conocerla, señorita —expresó extendiéndole la mano y ella se la estrechó también.

—Igualmente, Taylor —le sonrió con amabilidad.

—Nos iremos, no sirves para ordeñar.

—Estaba intentando tomarle el ritmo —se puso de pie diciéndoselo indignada ante la actitud del hombre.

—Hay que ser muy rápida, tus manos con esas uñas son imposibles para seguirles el ritmo a los demás. Andando —le ordenó y ella tuvo que seguirlo sin chistar.

Se subieron nuevamente a la camioneta junto a Snowflake quien los estaba acompañando y continuaron el trayecto hacia otro campo.

En este, solo tuvo que llenar los comederos de alimentos para los animales de campo. En otros, tuvo que darles comida a los cerdos y pienso a los pollitos y gallinas.

Poco después del mediodía, llegaron a una casa rural bastante más alejada que las otras dos que habían ido, allí les dieron almuerzo, pero Desmond nunca le dijo que era la casa de sus padres. La razón era simple, su madre comenzaría a pensar que era la nueva pareja y no quería relacionarse más de lo debido con la argentina.

—Es muy linda la casa —le dijo mientras comía de un cuenco de macarrones con queso fundido.

—Tiene buena amplitud, es muy iluminada y tiene una buena cantidad de hectáreas.

—En primavera y verano esto debe ser muy lindo de ver —se metió otra ración de fideos con queso a la boca.

Desmond la miró de reojo, pero se mantuvo callado.

—¿Qué es eso de allá? —quiso saber viendo algo que se movía—, es como si fuese un animal queriendo soltarse.

—No tengo idea.

—Parece una cabra —la chica se levantó de la silla, dejó el cuenco sobre el asiento y salió de la casa para verla más de cerca.

El hombre agachó la cabeza sabiendo que tenía que ir detrás de ella por las dudas.

—¿Qué te pasó, bonita? —le preguntó al animal y esta lloraba y balaba por sentirse acorralada.

Brisa se acercó aún más hacia ella y con cuidado y hablándole, fue intentando soltarla de los alambres. Cuando la cabrita quedó libre, esta comenzó a balar y a saltar feliz. Se acercó más a la joven para que la acariciara en señal de gratitud.

Desmond llegó con una manta y un botiquín veterinario para curarle alguna lastimadura que tuviera.

—Tiene rasguños —le dijo la muchacha.

El americano le desinfectó las pequeñas heridas mientras Brisa la abrazaba consolando su llanto y acariciándole la cabeza.

—Debe tener hambre.

—Llevo siempre un maletín con biberones para ponerles leche y alimentos por si encuentro animales así.

—Es buena idea.

El hombre la arropó, pero fue la chica quien la sostuvo en sus brazos para llevarla dentro de la casa al tiempo que él preparaba el biberón con leche de cabra y le entregó este para que tratara de dárselo.

—¿Sabes cómo alimentarla?

—No, pero quiero aprender, no creo que sea tan difícil.

Brisa se sentó en la silla del porche y le acercó la tetina a la boca de la cabrita, esta de inmediato la olfateó y comenzó a succionar.

Desmond se rio y ella dirigió la vista hacia él sin tener idea del porqué se reía.

—No entiendo por qué te reís.

—Me causa risa ver tu mano con esas uñas hechas sosteniendo el biberón para alimentar a la cabra.

—Es un diseño común y corriente, y no son largas tampoco. No es nada del otro mundo. Me gusta arreglarme, ¿o te tengo que dar explicaciones?

—Esa clase de uñas aquí no van. Todas las personas a las que vimos durante la mañana te miraban rara.

—Lo lamento, pero soy así. Tu hermana se viste bien y se arregla por lo poco que le pude ver.

—Pero es más normal, modesta y simple para vestir.

—Espera, ni siquiera sos mi novio como para decirme cómo tengo que vestirme, y si lo fueras, tampoco tenés derecho a pedirme que me vista como a vos te gusta, Almendra —sonrió de lado y arqueó una ceja.

—¿De dónde sacaste esa palabra?

—Es una palabra en español, almendra es igual a almond... como Desmond, ¿te suena? —le recalcó con burla y riéndose con sutileza.

La madre del hombre miraba y escuchaba la conversación afilada desde la ventana y este entró a la casa refunfuñando, la mujer se hizo la tonta en fingir que acomodaba un par de adornos.

—Nos vamos —anticipó—. Mañana vendremos alrededor de este horario.

—¿Qué harás con la cabra?

—La pondré en el corral, de donde se escapó.

—Podrías llevársela a tu hermana, a los niños les gustará y a ella también.

—¿A quién? —Unió las cejas con curiosidad.

—A tu... empleada.

—No, la llevaré donde pertenece. Hasta mañana.

El americano salió y ella se levantó de la silla teniendo en brazos a la cabrita.

—¿Qué vamos a hacer con ella? —le preguntó por el animal.

—La llevaremos a su corral, se escapó de allí, alguien le habrá abierto la tranquera.

—¿Y no podríamos llevarla hasta que se recupere? Está temblando —le sugirió mirándolo con atención.

—Los animales pertenecen a su hábitat, no todos se pueden domesticar.

—Pero, es muy pequeña, ¿no te da lástima? Hasta podría hacer amistad con Snowflake —sonrió la joven.

—No tiene porqué darme lástima un animal que prácticamente es para que se críe en el campo.

—Insensible.

—Sube a la camioneta, debemos dejar la cabra en su lugar y luego seguir el recorrido.

—Si, patrón —le expresó con burla.

Los dos junto al can y a la cabrita emprendieron el camino hacia la hectárea rural que pertenecía a la casa. La zona no estaba muy lejos de allí y apenas frenó, se bajó y ella tuvo que bajarse también con cuidado. Brisa no tenía mucho equilibrio con una cabra a upa y menos cuando el camino estaba repleto de nieve. Desmond la vio como si se estaría destartalando y se apretó el puente de la nariz para resignarse a buscar el rastrillo y limpiar el camino para que pisara sin problemas.

La argentina se sorprendió ante su amabilidad y le dio las gracias.

—Me serás un gasto extra e innecesario, Buenos Aires.

—Yo no te pedí que me llevaras con vos, tu hermana les dijo a sus hijos que iba a ayudarla, no sé en qué, pero supongo que no sería algo tan arduo como lo que estoy haciendo desde la mañana.

—No te quejes, solo te enseñé a ordeñar una vaca, una, y ni siquiera llenaste la mitad del tacho.

—No es mi culpa.

—Los horarios no se pueden atrasar, menos mal que los demás empleados son rápidos, porque lo de hoy fue un completo desastre, las ubres las ponías para cualquier lado y encima los chorros de leche caían en cualquier parte menos dentro del tacho —confesó con seriedad y molestia en su voz.

—Te dije que no sabía hacer nada, menos algo de campo —dijo exasperada—, vos solo me quisiste humillar.

—Si eres una floja y nunca te preocupaste por algo en tu vida, no es mi problema, pero aquí, yo te digo lo que debes hacer, porque se supone que necesitas el dinero, ¿o no? —habló con sorna y arrogancia.

Brisa no le respondió, estaba de malhumor y al borde del llanto, pero se lo tragó porque no iba a llorar frente a él.

Cuando la dejaron en el corral, la cabrita comenzó a balar porque no quería quedarse allí, la argentina se acercó a ella para acariciarla, pero se resbaló con la tierra mojada que había en el suelo y cayó de culo, sintió que su cintura se había resentido y no gritó por vergüenza, no quería mostrarse débil frente a un hombre qué claramente la estaba tomando por tonta y floja.

Intentó incorporarse como pudo, primero se puso de rodillas con lentitud y luego trató de pisar con firmeza un pie y después el otro. Las manos las tenía embarradas y tuvo que limpiárselas contra el jean. Parte de su cabello había quedado sucio también y ni hablar del suéter de color claro que llevaba puesto que quedó oscuro.

Alrededor de las cuatro de la tarde, se metieron en la camioneta y condujo hacia una finca donde debía revisar la construcción de un nuevo granero. Y más tarde, corroborar que no faltaran alimentos en otro campo.

Cuando el reloj pulsera de Desmond marcó las ocho de la noche, regresaron a la casa de su hermana y Brisa casi llora del dolor cuando se bajó de la camioneta.

El americano miró la manera en cómo caminaba ya que estaba detrás de ella y frunció el ceño cuando comprobó que se había lastimado la cintura cuando cayó de cola en el corral.

Ni siquiera le dijo algo, solo lo esperó en el porche para que abriera la puerta con las manos entrelazadas hacia delante y con la cara contrita de dolor. Dejó que pasara primero ella, después el perro y luego él.

Su hermana los recibió con una sonrisa y sus hijos también.

—¡Hola, tío! ¡Hola, Bree! —les gritaron los niños al verlos.

A Brisa la llamaban con su nombre en inglés.

Evelyn se acercó a ella para preguntarle si se encontraba bien y la joven mujer la miró a la cara sorprendiéndose.

—Sí, estoy bien. ¿Por qué me lo preguntas? —su voz se notaba algo solloza.

—Me sorprendió la manera en cómo estás caminando y por tu cara no parece que lo estés del todo.

—No te preocupes, estoy bien, gracias por preguntarme —le expresó intentando tocar su mejilla para acariciársela, pero luego la sacó dándose cuenta de que estaban con barro—, tengo las manos sucias y te mancharé la cara.

—No pasa nada —le contestó la niña tomándola de la mano—, el tío y papá a veces nos saludan cuando están sucios.

—Lo tendré en cuenta para la próxima —rio y la niña le regaló una sonrisa.

Se giró para mirar a Beverly y se disculpó con ella para avisarle que no tenía hambre y que no cenaría, solo se daría una ducha y se iría a dormir, por lo que les deseó las buenas noches a los demás.

Una hora y media más tarde, los niños se fueron a sus camas y ella se quedó en la cocina con su hermano y, mientras terminaban de acomodar las cosas que habían usado, Beverly le habló muy directa de lo que pensaba al respecto.

—Parecería que se lo estás haciendo por despecho, porque te recuerda a la relación anterior que tuviste que fue como ella, rica, ambiciosa y despectiva —admitió su hermana mirándolo con atención—, mira... ninguno de los dos la conoce, salta a la vista que no es una chica de campo, no sabe nada de eso, por su modo de vestir y los modales que tiene, todo el que la ve se da cuenta que es rica, pero es mejor darle el beneficio de la duda, no puedes ser así con alguien que no te hizo nada o que no sabe de las cosas solo porque te hizo daño la anterior que era igual a ella —Beverly de alguna manera quiso que su hermano reaccionara con sus palabras.

—Como dijiste, no la conocemos y no me puedo dar el lujo de ponerle trabajos fáciles, sabiendo que quiere un sueldo para largarse de aquí.

—Pero eso no te da derecho a actuar así con ella dándole trabajos que son para hombres, Desmond —manifestó con seriedad ante la actitud que tenía él—. Nunca se lo hiciste a la otra, cuando le preguntabas si quería ayudarte a hacer algo normal y que no era difícil como darles de comer a las gallinas o incluso darles el biberón a las crías de los animales, te ponía una excusa y era tu novia, tú te callabas y la dejabas que hiciera lo que quería contigo, y eso, mi amor, no puedes negarlo, eso no era amor sino comodidad para que le fueras el hombre de sus caprichos —respondió con énfasis—. Y lamento mucho que ahora lo tengas que saber por mí, pero era una inútil que solo se veía su trasero, egocéntrica y asquerosa que ni siquiera soportaba por una hora a mis hijos, y nosotros tuvimos que aguantarla porque te queremos, pero ella no fue nada agradable con nosotros y, mucho menos con papá y mamá.

—Beverly, no creí que la tuvieras en esa consideración a mi exnovia.

—Oh sí, querido, papá y mamá me lo dijeron, pero nunca te hablaron de eso porque creyeron que no debían hacerlo, pero yo sí te lo digo, alardeaba de muchos lujos y se creía la mejor por tener más dinero que los demás, y nosotros no somos así, vivimos cómodamente con gustos que de vez en cuándo nos podemos dar, pero jamás le echamos en cara a ella lo que teníamos, era como si vivía en otro mundo —remarcó las fallas que su ex tenía.

—¿Y crees que esta damita no tiene algo de mi ex?

—Tiene algo, obviamente, es rica, se viste bien y tiene modales finos, pero mal que mal, intenta adaptarse a algo que jamás hizo en su vida, trabajar.

—Y yo me tengo que aguantar su lentitud y falta de experiencia, ¿verdad?

—Exacto, ¿por qué? Porque a pesar de lo gruñón que eres casi siempre, eres un caballero y no dejas a una dama hacer el trabajo fuerte que le correspondería a un hombre o incluso a una máquina —expresó con total honestidad.

—Y ahora... vendría una reivindicación, ¿no? —cuestionó con algo de burla en su voz—. Digo, después de la charla de madre a hijo —continuó burlándose—, debe de venir unas disculpas.

—No seas tonto, no quieras ver otras cosas. La chica es buena y por lo menos está intentando ser útil a pesar de los errores que comete y la inexperiencia que tiene en trabajar —notificó con una sonrisa.

—¿Y qué quieres que haga? —Levantó una ceja.

—Que le lleves un rico té y una píldora para el dolor de cintura, llegó arrastrando los pies, ¿te diste cuenta?

—Sí, claro que me di cuenta, pero estaba tan cabreado con las cosas que hizo sin un buen resultado que me terminó por joder el día —dijo cansado y resignado.

—¿Y ni siquiera te divertiste un poquito cuando la veías hacer las cosas? Digo, me da lástima lo que le pasó, pero nadie nació sabiendo y experto en algo, se aprende con el tiempo y tú no tienes mucha paciencia. Eres como papá —rio por lo bajo y vertió el agua caliente en una taza con un saquito de té.

—Bueno, un poco sí, pero me terminaba por amargar el día cuando la veía que no podía hacer una cosa tan simple como ordeñar una vaca.

—Yo tampoco soy una experta en eso, Desmond. Por eso preferí algo más sencillo como atender un negocio. Lleva trabajo también, pero no como el cuidado del campo —le contestó y le entregó una bandeja—. Llévaselo, tiene galletas de la casita de té, creo que le gustaron desde que las probó.

—Me siento como un niño malcriado que lo obligan a ser bueno.

—Pues, querido, lo has sido —dijo con risitas al tiempo que miraba cómo se dirigía hacia el cuarto de Brisa—. Ay... el amor, el amor que le está creciendo y no se da cuenta —continuó diciendo con gracia mientras preparaba la mesa para cenar.

El americano llegó a la puerta cerrada y golpeó antes de hablar, nadie le respondió, la abrió con cuidado por miedo a que la encontrara con ropa interior, pero lo único que vio fue un bulto tapado de espaldas a él y a su samoyedo subido a la cama haciendo custodia.

—¿Y tú qué haces aquí? —le preguntó al perro en susurros—, creí que estabas en mi cuarto, traidor.

Fue del lado de la joven para poner la bandeja sobre la mesita redonda que tenía y la llamó con suavidad.

—Buenos Aires, despierta. Bree —la nombró y sintió algo raro en el estómago cuando él mismo se escuchó el nombre de ella entre sus labios.

La argentina abrió de a poco los ojos y enfocó la vista dirigiéndola hacia el hombre.

—¿Qué necesitas? —Se estiró y giró la cabeza para ver al perro a los pies de la cama.

—Te traje un té con galletas para que te tomes una píldora para el dolor de cuerpo, pero te hará bien para la cintura también.

Brisa agradeció que el cuarto estaba solo con las guirnaldas de lucecitas blancas alrededor del dosel porque supo que sus mejillas estaban coloradas como un tomate por la amabilidad de Desmond.

Se acomodó con algunos almohadones detrás de su espalda y Snowflake se acercó a ella apoyando la cabeza sobre su panza suspirando muy relajado.

El capataz le pidió a su perro que se echara a un lado y colocó la bandeja sobre el regazo de la chica. La proximidad era tan casual que los dos se sintieron cómodos.

—Gracias —le susurró.

—De nada —le dijo él para luego mirarla.

Sabían los dos que se estaban mirando sin verse del todo y él se sentó en el sillón individual porque creyó que era lo mejor.

—Está muy rico —se refirió al té y tomó otro poco.

Agarró una galleta dulce del cuenco y le dijo a él que se sirviera también. Este tomó una en la mano y la mordió enseguida.

El silencio se instaló entre ellos, no se hablaban, pero no les parecía tan raro tampoco ya que no era de esa clase de silencios incómodos que se debían cortar con alguna pregunta o un tema de conversación.

—Quiero pedirte perdón —confesó ella y él levantó la cabeza para mirarla—. Soy un desastre, no sé hacer nada, para lo único que soy buena es para comprar cosas, viajar y comer en restaurantes —se lamentó.

—No tienes que pedirme perdón, no has hecho nada malo.

—No necesito hacer algo malo para darme cuenta de que soy pésima para ayudarte, no hice ni la mitad de las cosas que me pediste y encima me resentí la cintura, soy una buena para nada —sorbió el té y mordió un pedazo de galleta para masticarla.

Sollozó y dejó la taza sobre la bandeja para secarse los ojos con las manos.

—¿Te gustan las flores, Buenos Aires? —su pregunta fue una sorpresa para la joven.

—Sí. ¿A quién no le gustan las flores?

—Te aseguro que no a todos les gustan —afirmó recordando a su exnovia cuando le regaló un pequeño ramillete de jacintos y esta le echó en cara que odiaba las flores y le tiró el ramo al suelo—. ¿Qué te parece si mañana plantamos flores perennes y árboles? No hay mucho en esta época del año, pero podemos conseguir algo.

—Está bien. Por lo menos no será ordeñar las vacas.

Desmond rio ante la respuesta.

—No, mañana no habrá vacas para ti.

Brisa se tomó la pastilla.

—¿Por qué no me preguntaste si de verdad era una píldora para los dolores?

—Confío en vos, si me metiste en la casa de tu hermana es porque de alguna manera no me consideras una busca problemas. No sé, ¿todos acá son así de serviciales? —quiso saber con curiosidad.

—Nos conocemos todos y sí, lo somos, cuando alguien viene no preguntamos de dónde y el porqué, lo recibimos como alguien más.

—No fue mi caso.

—No, es cierto, no lo fue. Tuve que preguntarte porque llegaste con tacos altos a un pueblo que por calzado tienen botas de campo, tenis, y zapatos bajos, rara vez las mujeres de aquí usan tacones.

—Es mi manera de vestir, no traje calzado bajo, ni siquiera uso zapatillas, las tenis para ustedes.

—Si quieres una paga por semana, vas a tener que usar calzado bajo y adaptarte aquí hasta que ahorres dinero y te puedas ir.

—Me parece bien —asintió con la cabeza también.

—Te dejaré tranquila, puedes levantarte y pedirle a Beverly que te dé un plato para servirte comida o seguir durmiendo.

—Creo que me quedaré en la cama para intentar dormir de nuevo, estoy cansada.

—De acuerdo, buenas noches.

—Buenas noches a ustedes.

Desmond llamó a su perro para que fuera con él, pero resopló para acomodarse mejor y descansar.

—Bueno, cuando te dé piñas como recompensa no habrá ninguna para ti.

Brisa se rio y el samoyedo bajó de la cama yendo con su dueño.

—Por interés baila el mono —se descostilló de la risa y el americano no pudo dejar de reírse también.

Cuando escuchó la puerta cerrarse, la argentina se calmó y suspiró con tranquilidad. Le habían gustado varios chicos, salió con algunos sin llegar a la fase de besos, pero Desmond estaba a otro nivel, ella misma supo que la vara que quería era demasiado alta y jamás iba a poder tenerla.


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