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🎄13🎄

🎁Dos días después...

Brisa y Beverly continuaban atendiendo la casita de té mientras que sus hijos pasaban el día en la casa de sus abuelos y Desmond y Tarren controlaban los campos y las fincas, tenían vacaciones, pero querían de alguna manera verificar que todo marchara bien.

—¿Qué piensas hacer a partir de ahora, cuñado?

—¿A qué te refieres? —Lo observó con atención.

—Con respecto a Breeze, ¿piensas pedirle matrimonio? Vas a tener que seguir con la construcción de la casa.

—En algún momento lo haré y sobre la casa, tengo pensado demolerla y armar algo que ella quiera o que los dos queramos.

—Ya veo, primero la casa y luego el matrimonio, me parece bien. Has cambiado bastante desde que Bree llegó al pueblo y me alegro mucho por ti, cuñado. Cuando terminaste con la anterior, te volviste huraño, pero Breeze supo llevarte a pesar de que tienes malhumor —rio palmeándole el hombro.

—Siento que a la damita tengo que darle ese sueño, no sé, yo creo que le gustará.

—Tienes que hacer lo que creas y sientas.

—Es lo que haré —asintió también con la cabeza y continuaron trabajando.

Mientras los hombres hacían sus labores, dentro de la casita de té las chicas atendían a los clientes y llegaron dos que se acercaron enseguida a Brisa. Esta los miró con atención y abrió más los ojos cuando se dio cuenta de quiénes eran. Los abrazó contenta de verlos de nuevo y ellos se quitaron los abrigos, las bufandas y los gorros de invierno.

—¿Hay mesa para dos?

—Sí —les dijo con una enorme sonrisa—, en un rato los atiendo.

—Está bien —le sonrió su padre—, estás hermosa —le acarició las mejillas.

—Gracias —le regaló una sonrisa también—, vos también te ves muy bien y Carla te queda bien también —rio por lo bajo y la mujer se sonrojó.

Ambos se fueron a sentar a una mesa y la argentina atendió a un par de mesas más y luego a ellos.

—Pensé que iban a venir más para el treinta de este mes —comentó la chica.

—Mark nos invitó para pasar días antes de fin de año y después de este, ¿sorprendida de vernos?

—La verdad que sí, ¿cómo le hiciste para dejar la empresa?

—La cerré por vacaciones festivas.

—Me parece genial —le dijo con una sonrisa—. ¿Hasta qué fecha?

—Hasta el quince de enero.

—Y se quedan acá, ¿no?

—Así es, nos dieron estadía tus suegros —le regaló una sonrisa al verla.

—Qué loco todo, ¿no? Vine por un paquete y me puse de novia con el hijo de tu amigo —rio con vergüenza de la buena.

—¿Creíste esto alguna vez?

—No —negó con la cabeza también—, pero creo que fue el mejor viaje de mi vida —admitió con honestidad—, en fin, ¿se fijaron la carta? ¿Quieren probar algo muy bueno?

—¿Querés chocolate caliente? —le preguntó el hombre a Carla.

—Sí, ¿y qué nos podés recomendar? —quiso saber la mujer.

—La tarta de ciruelas con frambuesas, es espectacular —declaró—, hay pan dulce, galletitas de jengibre que las hice yo —volvió a reír.

—¿Vos? —Su padre abrió más los ojos, sorprendido.

—Sí, Beverly me enseñó, la verdad que no me puedo quejar porque mi cuñada dijo que me salen mejor que a ella y las puso para vender en cajitas —rio de nuevo.

—Entonces traenos una porción para cada uno de esa tarta, pan dulce y galletitas de jengibre que las vamos a probar —dijo Carla.

—Está bien, en unos minutos les traigo todo —notificó y se alejó de la mesa.

—¿Cómo la ves? —cuestionó Santiago queriendo saber la opinión de su pareja.

—Está súper feliz, creo que diste en el blanco cuando la mandaste acá.

—La quise mandar acá para que disfrutara de la vida porque la veía vacía, tiene todo, pero sabía que necesitaba a alguien para poder apoyarse y seguir adelante.

—E hiciste lo correcto, Santi, ¿por qué te preocupas ahora?

—Porque está a miles de kilómetros de distancia.

—No empieces, los hijos son de la vida y ella debe construir su propia vida, Santi. Vos podés aconsejarla, pero es ella quien tiene que vivirla. Después de todo, vos fuiste quien decidió traerla acá, con ayuda de tu amigo, pero vos le pediste que viniera acá porque no la veías feliz a pesar de que la excusa que le diste había sido que no estaba decidida a tomar las riendas de la empresa y tampoco hacer una carrera, y, sin embargo, ¿mirala ahora? Es toda una mujercita —sonrió al observarla cómo se desenvolvía para atender a los clientes.

—Tenés razón, aunque la excusa no fue tan excusa al principio.

—Lo que haya sido, pero tenés que reconocer que se la ve feliz y se siente útil.

—Lo sé, yo me estoy preocupando por nada, sé que puede y puedo venir a verla cuando quiera.

—Aparte, le pediste a Desmond que sea tu socio, eso es una cosa más para que estén cerca.

—Tenés razón —asintió con la cabeza también.

Brisa se acercó y fue ubicando las cosas sobre la mesa. Las porciones de tarta se las dejó en un plato de postre frente a ellos, y las galletitas y las porciones de pan dulce en una torrecita para masas cerca de la ventana, luego dejó las tazas de chocolate caliente y los utensilios.

—Qué servicio de mesa —dijo Santiago.

—¿Viste que rapidita? —rio—, espero que les guste y cualquier cosa me avisan.

—Gracias —le expresaron ambos al mismo tiempo sonriéndole.

Minutos antes de cerrar la casita de té, Desmond y Tarren aparecieron para buscar a sus mujeres, pero el capataz se encontró con una sorpresa. Fue el americano quien se acercó a ellos para saludarlos y ambos se pusieron de pie.

—Al fin nos conocemos, Desmond —respondió el argentino con un sacudón de manos.

—Lo mismo digo —contestó con una sonrisa—, ¿cómo les fue el viaje?

—Muy bien, llegamos por la tarde y apenas alquilamos una camioneta vinimos a verla —le dijo, refiriéndose a su hija.

—Me parece excelente. ¿Mis padres saben que vinieron?

—Sí, lo llamé, me dijo que cuando quisieramos, fueramos a su casa, nos dará hospedaje ahí.

—Perfecto.

El capataz se acercó a su novia y le entregó un ramo de rosas de Navidad luego de darse un beso en los labios y su padre, y Carla vieron la escena.

—Tu nena está enamoradísima —manifestó contenta por la chica.

—Ya me lo veo venir —acotó con lágrimas en los ojos y parpadeó fuerte para que no se le cayeran.

—¿Qué cosa? —preguntó la mujer mirándolo con atención.

—El casorio, es como si me dieran un sopapo sin aviso.

—Los casorios no avisan, Santiago, salvo que lo anuncien —emitió entre risitas.

Un rato después todos se fueron a la casa de Mark y Chelsea para cenar juntos.

En la sobremesa, Brisa le dijo a su padre que había estado hablando por chat con Marcos.

—Me dijo que pasaban las fiestas en Cariló.

—¿Qué es eso? —preguntó con curiosidad Evelyn.

—Es un balneario de la Costa Atlántica que tenemos en nuestro país —le explicó la argentina.

—Ah. Pero ¿no es invierno en Argentina? —Unió las cejas con intriga.

—No, es pleno verano, el veintiuno de diciembre para nosotros comienza el verano.

—Qué raro —admitió Gregory habiendo escuchado con atención lo que decía su futura tía.

—Un poco, sí, pero es lo que nos tocó —rio con gracia.

Cuando levantaron las cosas para ponerlas a lavar, Brisa saludó a su papá y a Carla y se fueron de la casa para que ellos descansaran, no sin antes, Santiago darle la notebook y otra valija a su hija con su ropa, sus calzados y varias cosas más.

Dentro de la camioneta, Brisa le contaba a Desmond lo feliz que estaba de saber que su papá estaba ahí y que iba a pasar varios días con ella.

—Me alegro mucho de que estés feliz, hermosa —la tomó de la mano.

Así, tomándose de la mano, el capataz condujo hasta la casa de su hermana para poder dormir unas horas. Desmond estaba feliz también, porque de alguna manera había encontrado a su precioso brillito de sol, ese que le ponía patas arriba su vida, pero que lo mantenía con calor y firme también y sabiendo que ella se quedaba con él porque quería.

Al llegar, se desearon las buenas noches y cada uno se fue a dormir, Snowflake fue a dormir con su nueva dueña, el cual fue el primero en subirse a la cama de ella y echarse mientras suspiraba de regocijo.

🎄🎁🎄

Apenas despuntó el sol en el cuarto de Brisa, se despertó y salió de este para entrar sin pedir permiso al dormitorio de Desmond y empezó a saltar como una niña, sus sobrinos, los siete, ni cortos ni perezosos se subieron también para despertarlo. El hombre los miró con el ceño fruncido y gruñendo, pero se tapó hasta la cabeza riéndose con lo que estaban haciendo. Este se destapó de golpe y gruñó como un monstruo y los más chicos se carcajearon tirándose encima de él y las dos niñas más grandes se tiraron encima de Brisa para acostarla también.

El capataz proyecto una vida así con ella e hijos o no, pero sí la idealizaba con ella, y pensando aquello, supo lo que debía de hacer aquel día. Con unas nalgadas los bajó de la cama porque él tenía que levantarse también, Brisa hizo lo mismo que los chicos y luego de desearle los buenos días, lo dejó solo junto a Snowflake.

Una hora más tarde, cada uno fue a sus quehaceres, las chicas al negocio, los niños se quedaron con su padre y Desmond estaba buscando las herramientas para empezar a demoler la estructura de la casa que había construido para otra persona.

Santiago y Carla, se encontraban desayunando en la casita con tranquilidad, hasta que Taylor, el empleado del americano, quien había conocido y visto solo una vez Brisa, se encontró allí también para beber algo caliente mientras que le comentaba a alguien más que Desmond estaba por derrumbar la casa que había hecho. De esto lo supo Brisa, ya que lo estaba escuchando e intervino.

—Buenos días, disculpame que me meta, pero quiero saber qué casa está por tirar abajo —le habló y Taylor un poco incómodo se lo dijo.

—Esa casa que hizo y que nunca terminó, la que tiene pinos nuevos.

Brisa se lo agradeció y se acercó a Beverly para decirle que necesitaba salir porque debía hablar con Desmond.

—¿Sabes conducir?

—Sí.

—¿Tienes licencia extranjera?

—Sí, la renové hace unos meses atrás.

—Entonces llévate mi camioneta —le respondió la mujer.

Su padre se acercó a ella y le preguntó si quería que la llevara.

—Pero Carla se va a quedar sola.

—No se queda sola, tranquila. Vamos que te llevo, es mejor que te lleve, con la desesperación que tenés encima, no creo que sería bueno que agarres la camioneta de tu cuñada —afirmó su padre mirándola con atención.

—Está bien —asintió con la cabeza también.

Ambos salieron de ahí y se metieron enseguida a la camioneta que había alquilado. Brisa le fue indicando hacía dónde debían de ir hasta que vieron al capataz agarrar un hacha y darle contra una columna de madera.

La argentina se bajó del vehículo de inmediato y corrió gritándole.

—¿¡Qué haces!?

El hombre giró su cabeza mirando en dirección a aquel grito.

—¿Qué haces tú aquí? —Frunció el ceño.

—¿Quiero saber lo que vas a hacer? Taylor me dijo que vas a tirar abajo la casa, ¿por qué?

—Porque es obvio, ¿no te parece?

—Es solo la estructura, ni siquiera tiene todas las paredes levantadas. Vas a gastar plata al cuete —su expresión argentina hizo reír a Desmond, pero la entendió bien.

—¿Por qué quieres que deje una estructura que ni siquiera fue hecha para ti la casa?

—Porque es una casa, es lo mismo que si compras una, antes era de otro y ahora es tuya. No la derribes, a mí me gusta, y te dije que, si la ponías como lo que me dijiste una vez, iba a quedar hermosa, así que, no la toques. Gasta la plata en otra cosa que se necesite, pero no para rearmarla.

Brisa se lo dijo tan convencida y firme que Desmond tiró el hacha al suelo y le dio un beso en los labios mientras la tenía sujetada de las mejillas.

—De acuerdo, la dejaré así y comenzaré con la construcción.

—Me parece bien —sonrió muy enamorada de él.

—¿Qué te parece si hago plantar los pinos de los que me hablaste?

—¿Cuáles pinos? —Unió las cejas sin acordarse de aquella idea.

—La idea de hacer un camino de pinos a ambos lados entre las tres casas.

—Me gusta que hayas tomado en cuenta mi idea. Puedo contribuir con la plata para eso.

—No, si quieres contribuir, después me vas a ayudar en decorar el interior de la casa.

—¿Y con la plata? —Lo miró con intriga.

—Por el dinero no te preocupes, si antes tenía pensado poner de mi dinero para alguien que consideré en su momento para casarme y que fue todo lo contrario, ahora no me molestará nada poner de más para hacer la casa por completo incluyendo el camino de pinos.

La joven lo agarró de las mejillas y lo inclinó hacia ella para darle otro beso.

—Te veo a la tarde, capataz —le guiñó un ojo y se fue a la camioneta.

Mientras padre e hija regresaban a la casita de té, él quiso saber por qué lo frenó en que no derrumbara la casa.

—Porque me parece que no tiene porqué desarmar algo por alguien nuevo que le llegó a su vida, es una casa, como le dije a él, cuando se compra una casa hubo gente antes y no por eso la vas a tirar abajo, se compró, entonces, ahora es tuya. En este caso es lo mismo, la empezaste, pero si la otra persona no la quiso, problema de ella, le dije que cuando la pusiera como me había dicho iba a quedar preciosa.

—¿Cómo había pensado hacerla?

—Tonos cálidos, con cosas rústicas y modernas.

—Son como las que te gustan a vos también.

—Sí.

—¿Y ya no va a derrumbarla?

—No, yo no quiero que lo haga, es una casa que, si bien la empezó a construir para otra persona, ahora va a ser de nosotros —dijo contenta.

—Cambiaste mucho y me alegro de verte así de feliz, Bri.

—Gracias, papá. Soy feliz de verdad. Nunca creí enamorarme de alguien muy opuesto a mí, el hombre que conocí es un completo bombonazo y caballero.

—Lo único que quiero es que seas feliz y que te trate como una reina, sufriste demasiado y tengo que confesarte que aparte de que sabía que no ibas a estudiar una carrera y tampoco hacerte cargo de la empresa, no te veía bien, estabas apagada, podías tener diversión, un amigo en quien apoyarte, pero sabía que necesitabas algo más, por eso te obligué a venir acá, necesitabas esa chispa que una vez tuviste.

Brisa quedó con los ojos llenos de lágrimas y apoyó la cabeza en el hombro de su papá.

—Y no tenés idea cuánto te lo agradezco por haberme obligado a venir acá. Marquitos se va a caer de culo cuando lo sepa.

—¿Todavía no le dijiste nada?

—No, solo le dije que todavía estaba acá y que pronto le iba a dar el paquete a tu amigo, pero no sabe más que eso —rio.

—Cuando se entere... —rio él también.

Ella terminó por reírse a carcajadas también y Santiago continuó manejando hacía la casita de té.

🎄🎁🎄

El treinta de diciembre por la noche Brisa y Desmond tuvieron otra cita, en donde él compró hamburguesas en el restaurante de Olivia y luego le tapó los ojos con un pañuelo porque le dijo que era una sorpresa.

—¿Adónde me vas a llevar? ¿A la casa?

—No, la casa todavía no la terminé, pero le falta poco.

—¿Entonces?

—Sorpresa —le repitió con una sonrisa y tomándola de la mano para asegurarle que todo estaba bien.

Desde el pueblo hasta el mismo lugar que una vez él le mostró, les llevó pocos minutos, ya que no estaba tan lejos de donde vivían. Cuando Desmond estacionó apagando el motor y se bajó, bordeó la camioneta para abrir la puerta del copiloto y ayudarla a bajar.

—¿Ya puedo sacarme el pañuelo?

—No, falta un poquito nada más.

—Bueno —le dijo caminando con ayuda del hombre.

Brisa sintió que la agarraba de la cintura y la sentaba en la parte trasera de la camioneta y él subía también, sin que se quitara el pañuelo de los ojos, la siguió ayudando hasta meterla del todo a la parte de atrás y ella escuchó cuando levantaba la puerta, le ponía las trabas y cerraba algo parecido a una cortina de plástico. No sabía lo que estaba pasando y empezó a ponerse nerviosa.

—Desmond, ¿qué está pasando? Me estoy poniendo nerviosa.

—Tranquila, no pasa nada —le respondió encendiendo una pequeña luz a batería y luego encendió unas guirnaldas de lucecitas blancas alrededor de donde estaban.

Él abrió la ventana del asiento trasero, la que daba a la cabina y tomó la bolsa de madera donde estaban las hamburguesas para dejarla un lado y luego se dedicó a ella, primero le sujetó una pierna para quitarle la bota y enseguida hizo lo mismo con la otra, y unos segundos después le sacó el pañuelo.

Brisa parpadeó un par de veces para enfocar la vista y se sorprendió por lo que había preparado Desmond en la parte trasera de la camioneta.

—Qué lindo —dijo con honestidad y muy sorprendida.

—¿Te gusta?

—Me encanta, es muy romántico.

—Me alegro de verdad —le contestó con una sonrisa y le dio un beso en los labios.

Cenaron con tranquilidad mientras conversaban, sus temas eran variados, a veces cursis y otros tantos serios, de alguna manera ambos sabían que, si bien sus personalidades y caracteres eran opuestos, pensaban casi lo mismo y eso los afianzaba mucho más que antes. Desmond estaba totalmente seguro de que Brisa era la correcta para él y la argentina sabía que él era el indicado para ella y, supo con exactitud que quería estar con él en el sentido más íntimo de la palabra.

—Traje chocolate caliente, ¿quieres?

—Sí —asintió con la cabeza también y le sonrió.

Apenas los dos terminaron la taza de chocolate, Brisa se acercó a él poniéndose de frente y de rodillas.

—¿Esta noche tenías pensado dormir acá? —le inquirió con una sonrisita.

—¿Tú quieres dormir aquí?

—Si vos querés, yo también.

—¿De qué hablas? —cuestionó creyendo que su sugerencia se la había puesto para otro tema.

—Digo que me gustaría.

Desmond ni siquiera le preguntó algo más porque supo bien a lo que ella se estaba refiriendo. Brisa lo abrazó por el cuello y lo besó de lleno en la boca, él la abrazó por la cintura y correspondió de buena gana a su beso.

De a poco y con lentitud fueron desnudándose y ella se metió primero dentro de la cama que había preparado el hombre con un colchón, un juego de sábanas y mantas esponjosas, alrededor de ellos había almohadones para que el momento sea más acogedor y bonito, el capataz se metió dentro también y le acarició el pelo besándola una vez más.

Brisa experimentó por vez primera lo que era ser realmente amada por alguien que la valoraba y la tenía como lo más preciado también. Y Desmond supo que con cada minuto que pasaba junto a ella, más enamorado estaba, la amaba tanto a pesar de que había pasado un mes y sabía perfectamente que pronto iba a ser su esposa.

La argentina lo sostuvo de las mejillas para mirarlo a los ojos y confesarle lo que estaba manteniendo en secreto.

—Te amo, Desmond —expresó con sinceridad absoluta al tiempo que le acariciaba las ásperas mejillas.

—Te amo yo también, Brisa —confesó con dulzura y la besó de nuevo mientras le acariciaba el pelo.

Cuando la pasión entre ellos mermó, quedaron sentados, él detrás de ella y la chica apoyando la espalda contra su pecho desnudo. El americano la abrazaba pasando un brazo por delante sujetándola de los hombros y el otro alrededor de su cintura, sin dejar de besarle el cuello, la mejilla y el hombro descubierto.

—Fue precioso y perfecto, jamás pensé que mi primera vez sería así de linda y romántica —susurró sintiéndose un poco cohibida con él y enamorada.

—Esto... eh... también fue mi primera vez en la camioneta —rio por lo bajo para que ella se sintiera más cómoda y se riera también.

Brisa se rio sin poder evitarlo, pero, así como rio, se armó de valor para contarle el por qué sus tías no la querían ver.

—Desde que tenía quince años, que mis tías no quieren saber nada conmigo —declaró y él la escuchó con atención para seguir contándole—, había ido un fin de semana con Marcos y su hermana del medio a la casa de ellos que tienen a las afueras de Buenos Aires, era por el mes de septiembre y ya era primavera. Ese fin de semana llovió de una manera que no se podía ver ni a un metro de distancia, mamá insistió para llevarnos provisiones a pesar de que teníamos comida, yo le dije que se quedara, pero ella siguió insistiendo, nos dejó las cosas, le dijimos que era mejor que pasara el día con nosotros, pero quiso volver y de camino a la casa chocó contra un camión que no vio, habrá intentado frenar, pero el asfalto estaba demasiado mojado y resbaladizo —hizo una pausa para recobrar la normalidad de la respiración—, cuando mis tías, sus hermanas se enteraron, me echaron la culpa porque de no ser porque yo estaba en esa casa, ella podía quedarse adentro ese fin de semana sin tener que salir a complacer mis caprichos con una lluvia tan peligrosa —habló con angustia—. Les repetí que era ninguno de mis caprichos y que con mis amigos le suplicamos que se quedara con nosotros, pero ella quiso volver —expresó y se secó las lágrimas—. Me terminaron por decir que era una despreocupada, que no servía para nada y miles de palabras más que no quiero acordarme. A veces pienso que yo tuve la culpa.

—¿La culpa de ese accidente? No, Bree, no debes culparte por algo que estaba fuera de tus manos, tú le dijiste que se quedara en la casa, luego le insistieron en que se quedara con ustedes, pero lo que piensen tus tías ya es un tema de ellas, está en ellas creerte o no, por más que les insistas con tu verdad, si tus tías no te creen, pues, no hay nada más que hacer.

—Nunca más las vi y terminamos quedando papá y yo.

—Ellas fueron las equivocadas, tú no tienes que sentirte culpable. Te agradezco que me hayas contado esto.

—De alguna manera siento que la carga no es tan pesada al contartelo.

—Y no lo será a partir de ahora. Te amo, Bree y espero hacerte muy feliz.

—Desde que te conocí que sentí que mi vida ibas a ponermela diferente —admitió mirándolo y dándole un beso en los labios—, te amo también, mi capataz gruñón. Ahora me gustaría dormir, me siento cansada.

—Por supuesto.

Ambos se acostaron y ella recargó su cuerpo casi sobre el masculino para que él la abrazara por la espalda y le sujetara la mano femenina que estaba sobre su pecho.

La mañana de la noche vieja amaneció nevando sobre el techo de la cabina y él se acurrucó contra el suave cuerpo de Brisa para seguir durmiendo unas horas más.


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