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🎄10🎄

El capataz fue el primero en despertarse en un dormitorio que no era el suyo y cuando se dio vuelta y la miró supo que se había quedado consolándola y abrazándola hasta que ella se quedó dormida y por consiguiente él también.

El cabello rubio matizado era una maraña que le caía sobre la cara y en la almohada también. Los dedos de Desmond desearon enterrarse en aquella cabellera, pero lo único que atinó a hacer fue sacarle un par de mechones del rostro para verla dormir con tranquilidad.

Cuando le acomodó el pelo, ella le clavó la mirada en la suya, verde contra verde y Desmond supo con exactitud que aquellos ojos, quería ver junto a él todos los días.

Snowflake y cinco de los siete sobrinos se subieron a la cama de Brisa saltando para despertarla. La sacudían de tal manera que por poco la rompen. Se sorprendieron cuando vieron a su tío en la misma cama y frenaron para arrodillarse.

—¿Por qué estás acá? —le cuestionó intrigada Avery mirando a uno y luego al otro.

—Bree no se sentía muy bien anoche y me quedé a cuidarla.

—¿Se van a casar? —la pregunta de Oliver dejó descolocado al hombre.

—Tienes siete años, ¿tú qué sabes de esa palabra? —Frunció el ceño su tío.

Brisa se rio a carcajadas contra la almohada.

—Sí, tío. ¿Te vas a casar con BreeBree? —Fue el turno de Theodore preguntar lo mismo.

—Ya vayan con sus padres que ni se saben limpiar el trasero todavía, vamos —les dijo riéndose y dándoles palmadas en las nalgas para bajarlos de la cama.

Los cinco gritaron mientras se reían también.

—Iré a ducharme —le dijo ella y bajó de la cama—. Gracias por quedarte anoche a mi lado.

—No fue nada, iré a darme una ducha yo también.

Aquel día, luego de desayunar, Tarren se quedó con sus hijos en la casa, Desmond fue a hacer el recorrido de todas las mañanas y Beverly junto a Brisa y Snowflake fueron a la casita de té para abrirla y atenderla.

Durante la semana, Brisa estuvo ayudando a la hermana de Desmond y solo faltaban dos días para Noche Buena, lo más raro era que todavía no había comprado los pasajes del micro y el avión, se quedó sentada en el cuartito detrás del mostrador para contar todo lo que había juntado en propina toda aquella semana. Antes del cierre del negocio, le pidió a Beverly salir antes para ir a comprar algo que necesitaba. Regresó casi a la hora del cierre y fue la americana quien la encaró en el cuarto de la casita.

—Compraste los pasajes, ¿verdad?

Brisa no sabía qué decirle, pero tampoco podía mentirle y fue con la verdad.

—Sí, regreso el veintiséis.

—¿Ni siquiera podías esperar dos o tres días más? ¿Y mi hermano qué? ¿No te importa? —cuestionó preocupada.

—Me importa.

—Si te importara, jamás hubieras comprado esos pasajes —le reprochó con enojo en su voz.

—Le estuve pensando mil veces para comprarlos o no, pero al fin y al cabo tu hermano no me va a asegurar nada, y tampoco puedo estar en una casa que no es mía sabiendo que después de varias semanas empiezo a molestar.

—Si eso crees, estás equivocada. Tú no nos molestas, ahora si es al revés, lamento que tu padre te haya obligado a caer aquí —volvió a contestar molesta.

—¿Por qué no te ponés un poco en mi lugar, Beverly?

—No puedo, lo siento, pero no. Antes dije que sí, porque debe ser difícil llegar a un lugar donde no sabes cómo te va a tratar la gente y si vas a caerles bien a quienes te hospedan en una casa o hotel, pero ahora, ahora ni ganas tengo de ponerme en tu lugar porque todos te abrimos las puertas de nuestras casas, te dejamos pasar a nuestras vidas, sobre todo Desmond y si sabe que te vas, creo que nunca más va a intentar tener algo con otra mujer.

—Pero es que lo mío iba a ser fugaz, algo de semanas, no era con el objetivo de instalarme acá por definitiva, y si quiere, la relación la podemos tener a distancia.

—No seas tonta, ¿acaso no te das cuenta de que Desmond no necesita una relación a distancia? Eso no es para él y tampoco mudarse a una gran ciudad solo por tu antojo.

Brisa cuando escuchó lo que le dijo, supo que de alguna manera la estaba comparando con la anterior excuñada y le sentó mal.

—No soy como la anterior que lo piensa arrastrar a una ciudad bulliciosa para su conveniencia.

—Pues entonces fíjate bien lo que vas a hacer a partir de ahora, porque solo tú quieres largarte de aquí.

Beverly la dejó sola con un sabor amargo en la boca, sintió que había discutido con su futura cuñada solo por ser una insensible con el hermano.

🎄🎁🎄

Noche Buena

Brisa golpeó la puerta del cuarto del matrimonio preguntando si podía pasar y la voz de la mujer le dijo que no había problema.

—¿Quisieras que te preste algún vestido?

—No, me pondré algo de lo que tengo, gracias —le dijo muy escueta y ella asintió con la cabeza y cerró la puerta para regresar al suyo.

—¿Por qué no hablas mejor con ella, Bev? Me parece que es un buen momento para que las dos aclaren las cosas.

—Yo ya las aclaré, es ella quien tiene que pensar si se queda después de las fiestas o se va olvidándose de Desmond.

—Tú misma dijiste que nadie se tenía que meter con eso y eres la primera en faltar a esa petición —expresó su marido y ella apretó los labios sintiéndose frustrada.

—No quiero que se vaya —le dijo con lágrimas en los ojos y su marido la abrazó por los hombros—, es una gran compañía no solo para los chicos sino para mí, pero sobre todo para Desmond, Brisa es lo que mi hermano siempre estuvo buscando, es injusto —le confesó mirándolo a los ojos.

—Lo sé, pero tienes que entender que todos somos adultos y debemos aceptar las decisiones de los demás, aunque no nos gusten —le respondió quitándole las lágrimas—. Lo importante es que se hayan conocido y es cierto, por lo poco que la conozco, no tengo dudas de que a Desmond le hace bien, pero lamentablemente solo ella debe decidir lo que hará, como habías dicho antes, no podemos insistirle si ella no quiere quedarse.

—¿Y no crees que tiene dudas sobre eso? ¿Si quedarse o no? —cuestionó.

—Es posible, pero solo tenemos que aceptar lo que Brisa decida, nos guste o no.

Beverly asintió con la cabeza, se separó de Tarren y se secó las lágrimas.

—Iré a hablar con ella —notificó.

—Me parece muy bien —le sonrió su marido.

Caminó hacia la puerta y la abrió para dirigirse al dormitorio de la chica, golpeó y la argentina le dijo que pasara.

—¿Tienes algo para mí? Primero no iba a pedirte nada, pero Tarren es de esa clase de hombres que te hacen carcomer la consciencia y dar el brazo a torcer para darse cuenta de que una se equivocó.

—¿En qué te equivocaste? —La miró sorprendida.

—En haberme metido en tu decisión porque en el medio está Desmond.

—Lo sé y no creas que a mí me hace gracia todo esto. Quiero volver, pero también me quiero quedar. Sí siento que a veces estoy como una intrusa en la casa porque ahora que está tu marido, tendrían que estar solos compartiendo momentos en familia.

—Desmond no tiene donde ir, y es normal que él esté también en la casa, por más que esté Tarren también. Si te quedas, él podrá terminar de construir esa casa y mudarse... los dos —le dijo con sutileza como algo muy normal a pesar de que su marido le dijo que no debía insistirle.

Pero para Beverly era algo que no podía evitar y más si se trataba de la felicidad de su hermano.

—Conozco tu intención, pero dudo que me convenzas fácil.

—Conste que lo intenté —le comentó y luego le preguntó por una prenda—, ¿tienes un vestido sencillo? Me estreno calzado.

—¿Qué color buscas y te digo?

—Preferentemente rojo, pero si tú te lo pondrás, elijo otro, no tengo problema.

—Traje dos rojos, uno con lentejuelas y el otro es de una tela gruesa.

—El de la tela gruesa mejor, el de lentejuelas creo que es demasiado.

—Ese me lo pondré yo —rio por lo bajo—. ¿Qué te parece este otro? —Le mostró el rojo que tenía para la hermana de Desmond.

—Me gusta, me lo llevo, gracias por prestármelo, Bree.

—De nada, Beverly —le respondió y la mujer salió de allí cerrando la puerta a sus espaldas.

Después de prepararse, el matrimonio con sus hijos fueron los primeros en irse a la casa de sus padres y el capataz junto a Snowflake esperaron por Brisa.

El perro por pedido de su dueño se presentó en el cuarto de la chica y esta lo miró con atención.

—¿Y vos qué querés? Ya salgo y nos vamos, no te preocupes —le dijo riéndose mientras se elegía un par de aros.

Desmond apareció en el umbral de la puerta y se apoyó contra el marco cruzado de brazos al tiempo que la miraba con fijeza.

—Vaya... vaya, ¿ese es el vestido que se te había caído?

—Sí —rio poniéndose los aros y luego se acercó a él—. Estoy lista.

—Te ves preciosa.

—Y vos estás hecho un potrazo —sonrió embelesada.

—¿Qué sería eso?

—Que estás hermoso, pero en mi país sería esa palabra, potrazo para el hombre.

—¿Y te parece con el suéter navideño? —Arqueó una ceja sin dejar de mirarla.

—Sí, te queda relindo.

Brisa levantó la cabeza y vio colgado en el marco de la puerta un ramito de muérdagos, un ramito que antes no estaba y que sabía bien que la americana lo había colgado cuando ella ni siquiera se había dado cuenta.

Desmond miró el ramito y fue más rápido que ella, no dio vueltas, tan solo se inclinó y la besó en los labios, la argentina lo abrazó por el cuello y él por la cintura y dejó que la besara como quería. El beso fue intenso, como un shock de energía, vibrante y dulce también y, con aquel beso Brisa supo que lo quería para ella.

—Eres una bocanada de aire cálido, Bree —le emitió en susurros sin alejarse demasiado de sus labios, pero mirándola a los ojos con devoción.

—Fue sorpresivo tu beso, creí que no ibas a animarte.

—Desde hace días que quiero besarte, el muérdago fue un paso, pero mis ganas estaban desde antes —sonrió.

—Y fue muy lindo, pero creo que ahora nos convendría ir a la casa de tus papás —le dijo sacándole con sus pulgares un poco del labial rojo que tenía el borde de los labios masculinos.

—Tienes razón, mejor nos vamos —respondió besándole la mejilla.

—Llevaré el paquete.

—De acuerdo.

Ambos y el perro salieron de la casa para meterse dentro de la camioneta y así dirigirse a la finca de los Mansfield.

Una vez allí, la argentina quedó con una duda tremenda que antes no se la había puesto a pensar.

—¿Crees que está bien que pase con ustedes la Noche Buena?

—Sí, te aseguro que sí, ¿por qué piensas que no?

—Porque es una noche para compartir en familia y si bien mi papá me mandó hasta acá, no sé lo que opine en que pase las fiestas con ustedes.

—Creo que si te envió aquí es porque sabía bien que ibas a pasar las fiestas con nosotros, ¿no te parece? —La miró con atención.

—De la manera en cómo lo decís, tiene lógica.

—Por eso, no pienses más y bajemos para entrar a la casa. Nos están esperando.

Convencida por él, Brisa bajó y le abrió la puerta a Snowflake también.

Al entrar, fueron recibidos por el aroma navideño del abeto natural que se encontraba en el comedor de aquella casa, el pan dulce recién sacado del horno y una melodía instrumental navideña. Brisa dejó el paquete debajo del árbol y se le llenaron los ojos de lágrimas cuando los vio a todos por sentarse a la mesa y fue la señora de la casa, Chelsea, quien se acercó a ella y la acompañó a sentarse al lado de su hijo Desmond.

La cena navideña transcurrió de lo más tranquila y hermosa, y luego sirvieron el postre y más tarde los frutos secos, los panes dulces, la champaña y un ponche casero que Brisa no dejó de probar.

—Está delicioso este ponche —declaró con franqueza.

—Gracias —le dijo la dueña de la casa con una sonrisa.

—¿Ustedes comen algo de todo lo que comiste esta noche? —quiso saber Beverly.

—No, nada, solo es parecida la mesa dulce, pero en cuanto a salado, como es pleno verano para nosotros, tratamos de cenar alimentos fríos, ensalada rusa, vitel toné, tomates rellenos con arroz y mayonesa, sanguches de miga, alguna ensalada de hojas verdes, asado si se quiere, algún arrollado agridulce, sanguchitos de matambre.

—Parece todo rico —dijo Tarren.

—Y todo es rico —rio Brisa.

—¿Qué es eso que nombraste casi al principio? ¿Eso de vitel no sé qué? —preguntó curioso Desmond.

—Vitel toné, es una salsa espesa de anchoas con atún, crema y un par más de ingredientes, es como una mayonesa, pero no es mayonesa, se tira encima de rodajas de peceto cocido y frío. Es tradición navideña de mi país, pero creo que es un plato que se debería comer durante todo el año.

—Tu padre me llamó antes de que vinieran, me dijo que espera que la pases bien esta noche y que te manda saludos, me dijo también que te verá pronto —comentó Mark mirando a la chica.

—Gracias. Espero que él la esté pasando bien también.

De aquella conversación pasaron a otra y a otra hasta que se hizo la medianoche y todos brindaron deseándose una feliz Navidad.

Después del brindis de medianoche, la argentina prefirió salir para que aquella familia tuviera un espacio íntimo solo para ellos y quien la siguió fue Snowflake que se puso en dos patas y sosteniéndose de la baranda y mirando el paisaje nevado con sus lucecitas blancas.

—¿Qué haces acá, copito de nieve? Te queda muy linda esa vincha de cuernos de reno. Sos la cosita más bonita que conocí —sonrió mirándolo y se arrodilló para acariciarle la cabeza y abrazarlo por el cuello—. Te voy a extrañar mucho —emitió sollozando.

El capataz los miró por la ventana y su padre se acercó a él.

—Si de verdad sientes algo por ella, vas a tener que seguir construyendo la casa y pedirle matrimonio. No esperes, Desmond. Le tienes que asegurar algo tú también.

—Ella no me aseguró nada aún.

—En tu caso, siendo hombre, es diferente. Tienes que darle un lugar para que vivan y luego le pides matrimonio o se van a vivir juntos, pero no así.

Gruñó como si estuviese pensando lo que su padre le dijo y salió para estar con ella. La encontró secándose las lágrimas.

—Bree, ¿estás bien?

—Sí, solo es la nostalgia.

Desmond quedó sorprendido por lo que le respondió.

—¿Extrañas a tu padre?

—Sí, pero sé que él está bien con Carla.

—¿Es tu madrastra? —la pregunta tomó por sorpresa a Brisa.

—No lo había pensado de ese modo, quiero creer que está saliendo con ella.

—¿Y te gustaría?

—Es una mujer muy buena y a la que podría considerar como mi madrastra también. Antes de venir acá, le dije a ella que si mi papá le pedía salir le dijera que sí, papá se merece ser feliz.

—¿Y tú?

—¿Yo qué? —Lo miró extrañado.

—¿Acaso tú no te mereces ser feliz?

—Supongo que sí.

—Te quiero, Brisa —le expresó con honestidad y ella lo miró perpleja del asombro.

—Creí que solo las chicas eran las de enamorarse rápido, ¿por qué vos?

—Llegaste a mi vida como una brisa cálida de verano, me gustas mucho y te quiero, no eres como mi anterior novia que siendo rica no tenía sentimientos, es increíble saber y que yo vea los sentimientos puros que tienes. Y a pesar de que no sabes hacer la mayoría de las cosas, te quiero —afirmó de nuevo.

—En ese caso, señor capataz gruñón —le dijo riéndose con sutileza y acomodándole el suéter navideño—, va a tener que hacer algo más que decirme esas lindas cosas —respondió mirando hacia arriba para que él mirara también.

Desmond le sonrió de oreja a oreja y se inclinó hacia ella para besarla, Brisa lo abrazó por el cuello y se dejó llevar por él. Se besaron bajo uno de los muérdagos que tenía el techo del porche trasero y que estaba colgado junto a guirnaldas de luces blancas.

El beso fue mágico y único como el de la primera vez en la casa de su hermana. Suave, pero con dulzura y amor.


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