El coche llegó a aquel edificio en un abrir y cerrar de ojos. En silencio, obligaron al chico a bajar rápidamente de allí. No deseaban tenerlo cerca en aquellas horas de la noche. La mente del muchacho volaba de un lugar a otro intentando encontrar una manera de salir de allí sin causar más problemas. Aquellas personas no se irían tan de rositas así como así... lo pagarían caro.

Lo acompañaron hasta su nueva habitación, hacía su nuevo hogar. Una vez allí, le quitaron sus esposas y abandonaron el lugar. Había alguien más, aparentaba uno o dos años mayor que él y tenía todo su brazo izquierdo repleto de diversos tatuajes. No le prestó mucha atención, quería concentrarse en lo que haría a partir de ahora... no se iban a librar tan fácilmente. Tenían que pagar por lo que le acababan de hacer.

Le preguntó a su nuevo vecino si allí podrían hacer llamadas y le comunicó que podría realizar tres al día por tener su edad y por no haber tenido aún su juicio. Su compañero le intentó sacarle más información sobre su persona, pero la mente del nuevo estaba demasiada ocupada recordando aquel número que siempre había marcado.

Cada día, en diferentes horas, llamaría. Da igual que no lo cogiera porque les haría saber que aún sigue ahí. Que no va a abandonarlas tan fácilmente... Nadie se libraba así de rápido de Nicolás Anderson. Y ellas no iban a ser una excepción.