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Capítulo 6


Narra Camila

Me quedé absorta con su cercanía, sus palabras no hicieron más que acelerar mi estúpido corazón. Tratando de recuperar un poco de mi cordura quise alejarlo pero en su lugar con sus fuertes y gruesas manos me tomó de la cintura pegándome a él.

—¿Qué pasa? —inquirió —¿Ya no disfrutas mi cercanía? Porque déjame recordarte que antes gozabas de ella, disfrutabas de mi calor y siempre parecías ansiosa de mi.

Mi respiración se volvió acelera recordando los momentos apasionados que viví con él, la manera en que con tan sólo unas palabras habían vibrar mi cuerpo.

Pasó sus manos por mi espalda baja haciéndome tensar ante su tacto, se detuvo hasta posarla sobre mi trasero y apretarlo suavemente.

—Tu cuerpo responde ante su dueño.

—Tú no eres mi dueño —traté de alejarlo una vez más pero fue inútil, era tan fuerte que ni siquiera se movió ante el empujón que lancé.

—Oh, si que lo soy —se alejó de mi oído y se acercó peligrosamente a mis labios —aún me deseas, sé que tu cuerpo y tu mente no me han olvidado. Dime, ¿cuántas veces te tocaste pensando en mi? Porque ese cuento de que sólo jugaste conmigo no te lo creo.

—¿Tú orgullo de hombre no quiere aceptarlo? —me burlé, no tenía caso aclarar cómo sucedieron las cosas puesto que no me creería —Tu ego no te permite aceptar que te tuve en la palma de mi mano, ¿no es así?

Se quedó en silencio analizándome, logrando infundir temor en mi ante aquella mirada tan escalofriante.

—Olvida el pasado porque esta vez nada será como antes —habló soltándome y alejándose de mi volviendo a tomar asiento tras su escritorio.

—Me dices que olvide el pasado, sin embargo, me tienes aquí sin poder superar lo qué pasó hace cinco años.

—¿Y tu lo superaste? —alzó las cejas —Porque no lo parece

—Si, lo hice —mentí —Sino fuera por tu maldita culpa ahora mismo estaría disfrutando mi luna de miel con mi esposo.

Río mirándome con burla.

—Los mimos no los tendrás, pero el sexo te aseguro que si —me guiñó un ojo, inconsciente apreté mis piernas al imaginarme lo que vendría.

—No tendré sexo contigo

—Tu cuerpo me dice lo contrario —se recostó sobre la silla —a puesto a que ese coño estará tan húmedo y dispuesto para mi, como solía estarlo siempre.

Sus palabras lograban desestabilizarme fácilmente, por más que trataba de hacerme la dura no funcionaba. Mi cuerpo y mi corazón me traicionaban, se delataban ante aquel hombre.

—Sólo déjame ir, Dmitry —dije en un acto desesperado por cambiar el rumbo de la conversación.

—No gastes tu saliva en peticiones estúpidas. Permanecerás aquí el tiempo que a mí se me de la gana —volvió su mirada a los documentos sobre la mesa —lárgate a tu habitación.

Las ganas de llorar me inundaron, con el nudo en mi garganta me di la vuelta saliendo a prisa de ahí. Esto no lo quería, no así, no de esta forma. Mi corazón me pedía a gritos que le dijera la verdad, como si eso lograría que él me volviera a venerar como antes. Pero no era así, él ya no me amaba, ya no era el centro de su mundo y eso me mataba.

Me apresuré a llegar a aquella misma habitación de la que había escapado y sin poder contenerme más me las lágrimas comenzaron a salir sin parar, bañándome las mejillas. Me sentía una cobarde al ser incapaz de defender lo que siempre quise, me sentía miserable por qué nunca tuve el valor de enfrentar a mi padre por Dmitry.

Era muy consciente que con lamentos no lograría nada, pero a veces era muy necesario sacar todo eso acumulado en nuestro interior. Hace años que sentía que me ahogaba, que no me merecía siquiera llorar al no luchar por él y optar por actuar de la manera más horrible. Lo herí, no sólo su corazón, sino su orgullo.

Una niñita había sido capaz de calar tan hondo él y se había burlado en su cara restregándole que solo fue un capricho.

Las horas fueron pasando, llegaron con bandejas de comida las cuales rechacé, me sentía perdida en un estado de limbo que ni siquiera me di cuanta cuando la oscuridad se cernió en la habitación.

La puerta se abrió y la luz se encendió dejando ver la figura alta y atleta del ruso, su mandíbula definida y su barba rasurada le daban ese toque tan atractivo y ni hablar de sus profundos ojos azules que me han hecho suspirar como una tonta enamorada tantas veces.

—¿Vienes a matarme? —le pregunté, aún acostada en posición fetal, desde la cama.

—No —se metió las manos en su bolsillo —vine a invitarte a cenar.

Sorbí los locos y volteé a verlo incrédula.

—No quieras burlarte más de mi, maldito —siseé con enojo a lo que él respondió con un encogimiento de hombros.

—Si quieres morirte de hambre por mi está bien.

Se dio la vuelta cerrando la puerta al salir dejándome en sola nuevamente. La sola idea de ingerir algo me causaba asco, mi estómago rugía necesitado pero mi garganta no quería pasar nada. Mi mente no me deja descansar preguntándome en cómo estará Ángel, le había disparado en la pierna y sólo rogaba porque estuviera bien.

Necesitaba conseguir un celular y comunicarme con él. Si seguía así la culpa me iba a matar.

Volví a dormirme con la cabeza hecha un lío y eso no cambió cuando desperté a la mañana siguiente, su rostro lleno de dolor cuando me marché y la cara de decepción de mi padre. Me levanté agarrando ánimos de donde no los tenía y caminé hacia el baño, abrí el grifo para lavarme el rostro, al ver mi reflejo en el espejo traté de mentalizarme que iba a encontrar una solución y buscaría la manera de marcharme de aquí.

No fue así que soñé nuestro reencuentro, ahora comprendía que lo mejor era olvidarnos el uno del otro, no me gustaba su profesión. El constante peligro que implicaba estar a su lado no me apetecía, aún recordaba con horror lo que viví cuando lo conocí, aún me estremezco llena de pánico al imaginarme que hubiera pasado si él no me hubiese salvado.

Mi aspecto era deplorable, mis ojos estaban rojos al igual que mis mejillas, mis labios resecos y mi cabello enmarañado.

La puerta de la habitación fue abierta poniéndome alerta, tomé una toalla y me sequé el rostro rápidamente para salir a ver quien había entrado. Respiré con tranquilidad cuando miré que era una joven del servicio.

—Buenos días señorita, el señor ordenó que se vistiera y bajara a su despacho lo más pronto posible —dijo ubicando prendas sobre la cama.

—Enseguida bajo —contesté volviendo a entrar al baño, quizá esta vez si me diría a que me trajo exactamente. Rogaba porque pudiera llegar a un acuerdo con él.

Me quité el vestido ensangrentado que aún portaba, y entré al chorro de agua dejando que este terminara de quitarme la pesadez de mis ojos.

Terminé de bañarme y envolví en una toalla mi cabello, y con otra mi cuerpo. Tomé las prendas, era un conjunto deportivo lo que me hizo fruncir el ceño no sabiendo a qué se debía aquello, pero sin rechistar me lo puse ansiosa por obtener respuestas.

Salí bajando las escaleras y encaminándome a la oficina, no me molesté en tocar la puerta sólo las abrí encontrándolo de espaldas a mi, observando el exterior a través de los grandes ventanales.

—¿Al fin me dirás qué harás conmigo? —pregunté caminando hasta quedarme en el medio de la estancia, él se dio la vuelta mirándome de pies a cabeza, el leggins se adhería a mi cuerpo como una segunda piel y el top corto dejaba mi abdomen plano a la vista. Me sentí devorada ante su mirada, confirmándome que aún no era inmune a mi y que aún tenía cierto poder en él.

—Si —contestó luego de unos largos segundos —te integrarás a mis filas y serás un soldado más.

Horror

Pánico

Esos sentimientos me inundaron, negué repetidas veces con la cabeza retrocediendo unos pasos.

No, no, no.

Prefería morir a convertirme en uno de ellos, seres despiadados, crueles e inhumanos, gente que carecía de alma pues esta se la habían vendido al demonio que tenía frente a mi.

—Prefiero morir a convertirme en uno de tus soldados

Chasqueó su lengua caminando hacia mi, retrocedí un paso más y él dio otro hasta enterrar sus dedos en mi mandíbula.

—Te juré que te arrepentirías de haberte metido conmigo, no soy ningún pelele con el que jugarías y saldrías sin recibir consecuencias —podía sentir su aliento mentolado chocar contra mi rostro —tu castigo será convertirte en lo que más odias, serás una jodida criminal y me encargaré que la primera muerte sea ese hijo de puta con el que te ibas a casar.

—¡A él déjalo fuera de esto! —exclamé soltándome de su agarre mirándolo furiosa y no reconociendo al hombre que tenía frente a mi. Estaba empezando a conocer su verdadero ser.

—¿Tanto lo amas, Camila? —inquirió ladeando el rostro —¿Qué tanto estas dispuesta a hacer por él?

—Todo, haré lo que me pidas por preservar la vida de mis seres queridos —aseguré posándome firme y desafiante, amaba a Ángel desde que era una adolescente, fue mi primer amor y aún conservaba un bello recuerdo de nosotros juntos, estaba a punto de casarme con él y no iba a permitir que algo le sucediera por los errores que cometí en el pasado.

Asintió lentamente con la cabeza sin dejar de mirarme fijamente, queriendo averiguar lo que transmitían mis ojos y aunque me estaba muriendo de miedo, traté de que este no se viera reflejado.

—¿Estás segura, malenʹkiy? —soltó despacio llevando su mano a mi mentón elevándolo

—Si

Acercó su rostro a mi, entrecerró sus ojos y aspiró mi olor.

Vkusnyy «deliciosa» —susurró haciendo erizar mi cuerpo

—¿Qué quieres de mi, Dmitry?

No respondió y siguió acariciando mi rostro, se detuvo en mis labios, inconscientemente cerré mis ojos disfrutando su roce.

«¡Dios! Extrañé tanto esto»

—Quiero todo de ti, tu cuerpo, tu alma y tu devoción para mi —siguió susurrando con su voz ronca —haré que olvides las caricias de ese, y recuerdes la manera en la que te hacía vibrar. Ya no eres una niña y por fin podrás aguantar todo mi voltaje.

«Ya tienes todo eso de mi» respondí en mi mente, toda yo le pertenecía desde hace años. Pero eso él no lo sabía, seguía creyendo que todo fue mentira.

—¿Solo eso? —pregunté con la esperanza de que desistiera en convertirme en una de ellos.

Sin esperarlo, sus labios tomaron los míos en un acto brusco, chupando mi labio inferior con ferocidad, con sus manos fuertes tomando mi cintura pegándome a su musculoso cuerpo. Me sentí en la gloria sentirlo, su calor, su olor, su cercanía. Mi corazón palpitaba sin control, mi cuerpo completamente erizado y sin poder contenerme un gemido salió de mi garganta, mis manos se elevaron hasta su cuello y fueron ascendiendo hasta su cabello. Correspondí su beso con la misma ferocidad, éramos como dos personas hambrientas probando su postre favorito.

Sus manos se fueron deslizándose hasta mi trasero, apretándolo con fuerza sacándome otro gemido que fue ahogado en su boca, que ahora mismo era explorada por mi lengua. Era exquisito, aquel hombre era como probar la gloria. Peligrosamente rico.

De un momento me alzó haciéndome enrollar sus piernas en su cadera, me moví sintiendo su dureza «rico», quería más, mucho más que besos y estaba segura que él también. Me llevó hasta el escritorio barriendo con su mano lo que había sobre él sin dejar de besarme tan ferozmente, tocando mi cuerpo sintiéndose el dueño de él.

—Ah —gemí cuando su mano tocó mi entrepierna por encima de la tela, estaba tan húmeda que no dudaba que hubiera mojado el leggins también.

—Aún me deseas —dijo contra mis labios sin dejar de tocarme, como respuesta volví a tomar sus labios devorándolos queriendo impregnarme de su sabor. Mis manos soltaron su cuello descendiendo a su pecho y dejándolas ahí, sobre su torso sintiendo lo tonificado que lo tenía.

Coló una de sus grandes manos al interior de mi prenda, apartando la pequeña tanga para acariciar con sus dedos ese pequeño botón del placer, arrancándome un gemido con sus hábiles dedos.

—Mmm —me saboreé, se sentía delicioso su tacto.

—¿Él sabía tocarte como lo hago yo, Camila? —introdujo uno de sus dedos en mi interior arrancándome otro gemido —Contesta

Tampoco respondí, me moví contra su dedo en busca de más placer, desesperada deslicé mis mano a su bragueta bajando el cierre para acariciar su miembro erecto sobre la tela de su bóxer. Al no obtener ninguna negativa de su parte metí mi manos liberándola y sintiéndola tal y como la recordaba, gruesa, larga y venosa «deliciosa» la acaricié de arriba a bajo gimiendo ante el glorioso trabajo que estaban haciendo sus dedos.

—¿La quieres dentro, malenʹkiy?

«malenʹkiy (pequeña)»

Si —contesté en un aullido, estaba nublada por el éxtasis del placer y lo único que podía pensar era en la manera de liberarme de ese fuego en mi interior.

Se apartó de mi, sus ojos oscurecidos por el deseo, se deshizo de mis pantalones junto a mis bragas, su pantalón también lo bajó con sus bóxer dándome una vista estupenda de su miembro viril. Inconsciente me mordí el labio, extasiada de imaginarlo en mi interior después de tanto, me incliné para jalarlo de la corbata pegándolo a mí para tomar sus labios mordisqueándolos en el proceso. Con mis manos temblorosas, debido al nerviosismo que me causaba tenerlo cerca, aflojé su corbata y desabotoné su camisa, con mis piernas rodeé su cadera restregándome él sintiendo la dureza friccionando en mi humedad.

—¿Quieres? —tomó su miembro introduciendo su punta en mi vagina, gemí alto.

—¡Si! Dame

Volví a gemir sintiéndome descontrolada cuando de golpe se introdujo en mi, comenzando a moverse con rudeza arrancándome gritos de placer. Hacía tiempo que no gemía tan alto como lo estaba haciendo en ese momento, abrí más mis piernas dándole más acceso para que la metiera toda sin contemplaciones, así como él sabía que me gustaba, duro y rápido.

Sentir su cuerpo chocar con brusquedad contra el mío era como un delirio, al verlo con su boca entre abierta lanzando gruñidos, su cuerpo sudoroso entrando y saliendo de mi era como un sueño, algo irreal. Me pellizqué sutilmente tratando de averiguar si era una ilusión, pero para mi absoluto placer no lo era.

—¿Te gusta? ¿Te gusta como te follo, Camila?

—¡Ah! Si, Dima —entre jadeos pedí —dame más.

Sus manos apretaban fuertemente mi cadera, hundió su rostro en mi cuello chupando, aumentó su ritmo dando unas dolorosas y ricas estocadas. Cómo pude libere mis senos, estaba deseosa porque les diera atención y sin necesidad de pedírselo rápidamente descendió a ellos, arqueé mi espalda para darle un menos acceso. Los succionaba de a uno, mordisqueándolos y lamiéndolos con su lengua, su maravillosa legua.

Me encantaba escuchar el sonido de nuestros sexos chocando, su cuerpo pegado al mío y sus ojos sobre mi abrumándome en mil sensaciones. Sentí mi cuerpo tensarse ante la liberación que se acercaba, cerré mis piernas enrollándolas en él, apretándolo sintiendo llegar el orgasmo que me hizo soltar un grito de placer. Unas estocadas más y su cuerpo también tembló para segundos después sentir su espesa liberación en mi interior.

Nuestras respiraciones eran pesadas, sentía mi corazón latir a mil y desde mi posición también podía sentir el suyo. Un vacío se apoderó de mi cuando tomó mis piernas apartándolas de él para luego salir de mi. Se subió sus pantalones y caminó hasta el baño que había en el sitio, no se molestó en cerrar la puerta y desde mi lugar lo observé limpiarse.

En ese momento me llegó el golpe de la realidad.

«Le fui infiel a Ángel» «Soy una maldita perra»

La culpabilidad se apoderó de mi, rápidamente me bajé de la mesa y el líquido espeso de su derrame me bajó por las piernas acrecentando más el sentimiento. Caminé hasta el baño arrebatándole el papel para limpiarme, no dijo nada sólo se retiró volviendo al despacho acomodándose el pantalón y la camisa.

Me miré al espejo, tenía las mejillas rosadas y mis labios rojos, descendí a mi cuello encontrándome marcas, en mis pechos también las tenía. Tomando una larga inhalación de aire volví al despacho, en silencio recogí mi ropa para ponérmela, acomodé mi top dispuesta a marcharme.

—Aún no termino de hablar contigo —su imponente voz me detuvo, despacio me giré para mirarlo con atención.

—¿Qué más tienes que decirme?

—Lo de tu entrenamiento lo decía en serio, tú, Camila Ferretti, te convertirás en la pesadilla hecha realidad de tu padre —sonrió siniestramente —y lo harás sin refutar si deseas conservar la vida de tu asqueroso novio y la de tu padre.

Lo haría por ellos, no se merecían que por mi estúpida culpa pagaran con sus vidas.

—Haré lo que me digas, pero dame tu palabra que no le harás nada

Para un mafioso su palabra lo era todo.

Hizo un gesto de aburrimiento encogiéndose de hombros.

—No lo sé, dependerá mucho de ti —hizo una pausa relamiéndose los labios —tal vez sólo le saque los ojos y le arranque las manos, la mujer de un mafioso es intocable y el que lo hace no vive para contarlo.

Caminé rápidamente hasta él, posando mis manos en el escritorio e inclinándome a él.

—No se te ocurra tocarlo, porque entonces de mi no obtendrás nada.

Rió

—Te ves patética queriendo amenazarme, de ti obtendré lo quiera cuando quiera, una muestra es lo que acaba de suceder —me echa en cara —no trates de chantajearme con algo que ni tu misma puedes controlar.

Di un manotazo fuerte a la madera, sintiéndome histérica ante la impotencia. No pudiendo creer aún en la situación que me encontraba.

—No me convertiré en una asesina, Dmitry

Sonrió mirándome con burla.

—Te convertirás en algo más que una simple asesina. Te adentraré tanto a mi oscuridad que jamás podrás salir de ella, donde tu única salvación sólo seré yo. Te haré depender de mí tanto que no podrás vivir sin estar a tu lado.

Las lágrimas amenazaban con salir, pero no podía permitirme verme aún más débil.

—De mi no tendrás amor si es lo que pretendes, acéptalo de una vez por todas que no te amé ni nunca lo haré —decidí optar por la misma arma de siempre, de algo tenía que servir la vil y dolorosa mentira.

—Amor —soltó con burla —¿Quien dice que busco un sentimiento tan banal en ti? No te creas el centro del universo, Camila. Tú eres un pasado que quiero borrar y lo lograré bureando tu existencia, la cual lograré no precisamente con tu muerte, sino con algo mucho mejor.

Sus palabras me hicieron sentir estúpida, pero qué esperaba, era obvio que ya no me amaba. Lo que sentía por mi, era lo que sentía por cualquier mujer atractiva, deseo.

—Oksana te llevará al campo de entrenamiento, donde te preparan para tu nuevo cargo. No quiero quejas y mucho menos refutas, harás lo que te ordene sin rechistar. No olvides que te jugaras la vida de tu novio y tu amado padre —ironizó lo último

Mordiéndome la lengua salí del despacho, azotando las puertas y poniéndome más furiosa al encontrar a la que suponía se llamaba Oksana, la misma tipa de ayer que por alguna razón la detestaba. Su energía no me era grata y mucho menos tenerla cerca.

En silencio la seguí cuando se dio la ínfulas de ordenarme que la siguiera. Salimos de la casa y atravesamos el jardín trasero, hasta adentrarnos a un pequeño bosque, en el centro de este se encontraba un gran campo de entrenamiento donde se podía observar a hombres ejercitarse de manera inhumana, un espacio de tiro y un ring de hombres matándose a golpes.

—Aquí veremos de qué está hecha, señorita —su burla no me pasó desapercibida, pero una vez más me mordí la lengua para no hablar, seguí caminando hasta llegar al lugar donde abundaba el barro.

—¿Qué hace esta barbie por estos lados? ¿Vienes a que te follen todos estos hombres, niña estúpida? —un hombre de al menos cuarenta años, de músculos grandes y de una altura que lo hacía parecer un gigante se acercó a nosotras, me sentí diminuta a su lado.

—Es la nueva, el Jefe ordenó que la entrenes sin contemplaciones —habló la estúpida

—No durará ni un día —el hombre me examinó con una sonrisa burlona —creo que el Jefe se equivocó por primera vez.

—También lo creo —me miró con desdén —pero equivocación o no, debes seguir sus órdenes.

El hombre me miró una vez más pero esta vez con su semblante serio, me hizo un gesto con la cabeza señalando la edificación a sus espaldas.

—Sígueme

Comenzó a caminar con pasos fuertes en el barro, lo seguí junto con Oksana, mirando a mi alrededor, los hombres que ni siquiera reparaban en nuestra presencia enfocados en lo que estaban haciendo.

Nos adentramos al edificio caminando entre oscuros pasillos y subiendo algunas escaleras hasta detenernos frente a una puerta.

—Tu nueva habitación, princesita —se rió el hombre abriendo la puerta dejando ver la ringlera de camas de tamaño unipersonal. Era horrible, el mal olor de ropa sucia y de humedad se podían sentir. Tapé mi nariz y los miré con incredulidad.

—Dmitry no mencionó nada de esto —dije mirándolos desafiantes, no iba a permitir que me trataran como quisieran.

—El Jefe para ti, niña —corrigió el hombre mirándome con mala cara —así te referirás a él durante tu estancia aquí.

—¿A caso te creíste especial? —se burló la rusa —El Jefe dijo claro "Sin contemplaciones" y eso aplica a que como cualquier otro, dormirás, comerás y entrenarás como todos los soldados.

«¡Maldito seas!»

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