La alegría se viste de chocolate
Aquellos vivaces y pequeños ojos castaños no paraban de mirar con afán el reluciente contenido helado de la tarrina que en su mano sostenía.
Una y otro vez la diminuta cuchara tomaba con ahínco una porción de aquel tesoro de cacao, y ella a sus pocos seis años ampliaba su bonita sonrisa con cada nuevo bocado no dejando indiferentes a la atención y la gracia de los ahí presentes.
El bamboleo del vagón no era un impedimento para degustar aquel dulce manjar, más bien le confería cierto ritmo a su paladar que aprovechaba cada giro para saborear un poco más.
Satisfecha hacia su madre su pequeña mano extendió con la tarrina ya vacía y la única marca de su gozo en sus labios y en la punta de la nariz yacía. Su madre sorprendida una risa no pudo acallar acompañada por quizás alguno más.
Y dirás que pinta este humilde observador ahí, la respuesta sencilla es, era él único que con diligencia un pañuelo le cedí.
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