Capitulo 1: Silencio encantador ↷
♡˚༘˚ SILENCIO ENCANTADOR ˚༘˚.♡
Emira
Hay algo encantador en el silencio.
El mundo suele catalogar a las personas por su manera de comportarse en la sociedad. Unos sociales, otros asociales y un gran etcétera que no me interesa citar. A algunos los etiquetan como extrovertidos, mientras que a otros, como a mí, me etiquetan como una jovencita introvertida, antisocial, asocial y todo lo que tenga que ver con pasar la mayor parte de mi tiempo a solas, con ausencia de compañía humana y sin ruidos molestos.
Desde que tengo memoria, he sido comparada en incontables ocasiones con mi hermano mayor. Ya estoy acostumbrada a ello, pero eso no quita lo molesta que llego a sentirme cada vez que una persona ignorante abre la boca para hablar de mí.
Es por esa razón que accedí gustosa cuando mamá nos propuso pasar el verano en nuestro antiguo pueblo, Noosa. Un pueblo costero ubicado en la Sunshine Coast de Queensland, Australia. Accedí como una niña pequeña ilusionada con la idea de aprender a montar en bici a la orilla del mar. Estaba emocionada por volver, enfocada en atesorar los buenos momentos y sensaciones que tengo plasmadas en mis recuerdos. Llegamos la noche anterior y todo iba a un excelente ritmo. Si papá me escuchara me pediría mantener la calma y no ser tan negativa cuando ni siquiera estoy segura de las cosas que pueden pasar, pero papá no está, y sé que las cosas se pueden complicar, porque él también estará aquí durante los próximos meses.
Aunque sentía anhelo sentía por venir, la decepción me invadió cuando esta tarde escuchamos ruido en una de las casas de al lado. A pesar de toda la emoción que había acumulado desde que mamá nos dijo que pasaremos las vacaciones en nuestra antigua casa, me sentí como una miserable arrepentida.
Corrijo: cuando vi a los residentes de la casa que queda justo al lado de la nuestra, casa en la que nos quedaremos los próximos meses, me sentí como la miserable arrepentida que fui, soy y seré.
Lo sé, tengo que exponer mis razones, pero ya habrá tiempo. Ahora tengo que fingir demencia.
—Joseline y yo planeamos estas vacaciones, extrañaba mucho a mi amiga, cariño, no entiendo por qué estás tan molesta.
—Es por Joseph —responde mi hermano, recostado del marco de la puerta, tecleando en su teléfono pero prestando la suficiente atención como para hacerme parecer más ridícula de lo que ya me siento.
—Continúa con lo estabas haciendo, Esher, estoy hablando con mamá —le respondo, cruzándome de brazos.
—No sabía que los chicos iban a venir, creí que solo vendría con Roy.
Le creo, le creo a mi madre, pero al mismo tiempo sé que era obvio que ellos vendrían con los chicos. A pesar de que lo más seguro es que los tres ya sean totalmente independientes, nadie puede resistirse a unas vacaciones en Noosa.
Yo no pude.
Y me imagino que si Joseline les comentó a sus hijos que mi hermano y yo también vendríamos, estos decidieron hacerlo también.
A menos que mi hermano les haya invitado en secreto.
—Un momento —digo—. Tú le dijiste a los chicos que íbamos a venir ¿verdad?
Mi hermano se tensa, y levanta la mirada, pero no responde.
—Esher… —mascullo.
—Son mis amigos, Emi —levanta la mirada un segundo, para luego volver a centrarse en lo suyo—. Estábamos hasta más no poder con los exámenes de la universidad, puede que se me haya escapado lo de las vacaciones en el pueblo.
Suelto un suspiro llevándome las manos a la cabeza.
—Dios, no lo puedo creer. Eres un traidor.
—Ya, superalo.
Lo observo con cara de circunstancia mientras él teclea totalmente absorto de la situación en la que estoy por su culpa.
—Uff.
«Todo iba tan bien».
—¿Sí vas a venir con nosotros? —vuelve a preguntar mamá—. Tenemos que darles la bienvenida.
—Ya olvídala, está a punto de hacer un berrinche.
—Esher, si vuelves a abrir la boca le voy a decir a Dash que se coma tu gato en el almuerzo de mañana.
—¿La estás escuchando? —se vuelve hacia mi madre, indignado.
—Ya paren —empieza a decir ella, con tono de advertencia.
—¡Ha empezado tu hija! Si ese perro le toca un solo pelo a Grummy le cortaré la cola.
El idiota sabe muy bien como hacerme perder los estribos, nadie se mete con mi perro.
—¡Dash! —Lo llamo y de inmediato empiezo a escuchar sus pisadas mientras se acerca a mí, trotando, en estado de alerta—. Repite lo que dijiste. ¿A quién vas a cortarle la cola?
Mi hermano me observa con cautela.
—No dejes que se me acerque.
Mi vínculo con Dash es indudable, a pesar de que el Pastor Australiano se ha adaptado muy bien a nosotros desde que lo rescaté, él hace solo lo que su dueña le dice, y yo tengo la dicha de ser esa.
Dash gruñe en respuesta, refugiándose entre mis piernas como si esperara mi orden.
—Repite lo que haz dicho.
—Ya paren.
—No lo descuides —murmura en advertencia—. Una llamada a Control de Animales y lo pierdes.
—¡Mamá! —Me invade la angustia, sé que lo dice para molestarme, pero el solo hecho de escucharlo me pone histérica.
—¡Dije que paren!
—Está bien —levanto las manos en señal de rendición—. Me voy a mi cuarto. Vamos, Dash.
Muerdo el interior de una de mis mejillas y doy la vuelta con toda la intención de subir las escaleras y desaparecer, con mi perro como acompañante.
—Emira.
Frenamos en seco.
—¿Sí? —Me vuelvo lentamente hacia ella.
Tiene los brazos en jarra y señala la puerta trasera de la casa en una clara invitación al peor de mis temores. Lo peor de todo es que me ha llamado por mi nombre y eso solo significa una cosa.
—Lavaré los platos —retrocedo, para adentrarme a la cocina.
—Emira.
—Y haré pasta para cenar —intento tocar su lado sensible, pero ella solo me mira con el rostro impasible.
Le doy un vistazo a mi hermano, suplicando por ayuda, en una invitación a la tregua en nuestra estúpida rivalidad de mascotas, pero él solo se encoje de hombros y se vuelve a perder en el teléfono.
—No intentes chantajearme.
—Por favor —suplico. Tal vez a ella le suene como un capricho, como otro de mis berrinches por quedarme encerrada pero la verdad es más que eso, preferiría socializar con cincuenta extraños durante una hora completa que tener que volver a ver de frente a ese idiota—. Prometo que saldré cada vez que quieras mientras aún viva contigo.
Si eso no funciona, no sé qué lo hará.
—Emira, a saludar.
«Mierda».
Bufo en respuesta y tomo mi abrigo del sofá. Me lo pongo de mala gana y meto las manos en los bolsillos, clavándome las uñas en las palmas de manera inconsciente.
Cuando Evelyn consigue dejarme sin alternativas, sale por la puerta, para luego dirigirse a nuestros vecinos.
Observo a Esher con los ojos bien abiertos.
—Juro que jamás voy a olvidar lo que me has hecho hoy.
—Mi hermanita la menos rencorosa —se burla.
Le doy un puñetazo en el hombro y salgo detrás de mamá, luego de decirle a Dash que se quede dentro de la casa.
Con cada paso que doy el corazón se me acelera, me digo una y otra vez lo ridícula que me veo, lo tonta que me siento al estar temblando como una hoja solo ante la idea de volver a tenerlo frente a mí.
Cuando llegamos a la casa de los Lundson, mamá toca el timbre hasta que Joseline abre la puerta. La susodicha abre poco después, emocionada por volver a ver a su mejor amiga de toda la vida. Sucede lo mismo con Roy, su esposo. Estos primero se centran en mi madre, luego en Esher y después en mí, cuando me ven se quedan sorprendidos, no entiendo muy bien por qué, la verdad, solo sé que siento ganas de desaparecer.
—¿Esta es la pequeña Emira?
—Sí es —responde mi madre, al tiempo que Joseline se acerca a mí, genuinamente alegre por volver a verme, pero yo no siento lo mismo; solo quiero irme a casa cuanto antes y que estos meses pasen tan rápido como sea posible.
—Estás aún más hermosa, cariño.
Correspondo su abrazo e intento regalarle una sonrisa como agradecimiento.
—Se lo agradezco.
Ella suelta una risa leve en respuesta, para luego volver a entablar conversación con mamá.
Estoy a punto de celebrar cuando mi hermano dice:
—¿Y los chicos?
«Traidor, traidor, traidor».
—Los mellizos están arriba, Kenan avisó que llegaría un poco tarde. Pasen, por favor.
Cuando anochece y la marea va en aumento y te encuentras varada en medio del mar, sabiendo nadar, pero cansada y temerosa de lo que puede acontecer durante la noche; la mejor opción es mantener la calma. Es por eso que no hablo, no me muevo y me quedo estática en mi lugar cuando todos empiezan a entrar a la casa. La última en hacerlo es mamá, ella me dedica una mirada acusatoria, pero esta se suaviza conforme pasan los segundos.
—Gracias por complacerme. Vuelve a casa —dice, tomándome por sorpresa.
—¿De verdad? —pregunto en un susurro.
Asiente.
Me acerco a ella, dejo un sonoro beso en su mejilla y me alejo casi corriendo del lugar.
—¡Te quiero mamá!
—Y yo a ti —responde, negando entre risas.
Al volver a casa subo las escaleras a toda prisa y me encierro en mi habitación. Dash protesta al otro lado de la puerta y abro para dejarlo entrar. Cuando estamos solos, pongo seguro y me apresuro a buscar en mis maletas casi deshechas por completo, hasta que doy con la cajita que traje con la intención de lanzarla al mar y que este se llevara consigo todos los jodidos recuerdos que he conservado durante años.
Mis ojos se cristalizan de solo pensar en lo que tengo dentro. Mis dedos arden por abrirla pero lucho contra ese deseo, lucho contra mí misma porque juré cumplir mi palabra, juré nunca más volver a intentarlo, juré nunca más volver a mirarlo a los ojos, juré que jamás volvería a llorar por esto...
Pero aquí estoy.
Aquí estoy.
En el pueblo en el que crecimos, cerca del mar que me vió dar mi primer beso, cerca del mar que me vió ser rechazada por Joseph Lundson una y otra vez.
El viento fresco hace que las cortinas de las ventanas se muevan con violencia. Dash se sube a la cama y me mira, como si entendiera todo lo que está pasándome.
—Tú estuviste conmigo, Dash —me acuesto en la cama, acurrucandome a su lado—. Si me vuelvo a acercar a él, arrastrame lejos si es necesario, pero no dejes que intente conquistarlo de nuevo.
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