Capítulo 1: 2 de Diciembre, 2015
El celular sonó. Eran cerca de las once de la mañana. Salió de la cama maldiciendo y trastabillando. Tenía el pelo alborotado y las ojeras pronunciadas. Estaba sola y no se había molestado en juntar los platos de la noche anterior, ni de la anterior a esa. Encendió la televisión mientras se dirigía a la heladera. En el informativo hablaban de una compañía de ballet. No pensaba en nada en particular hasta que pasó frente al calendario con un cartón de yogurt en la mano y vio la fecha. El año ya casi acababa y se acercaba la trágica escena familiar en la que todos se miraban a los ojos desde el otro lado de la mesa fingiendo que no sentían esa aversión casi visceral por la vida de los otros. Ami no era la hija que sus padres habían querido: De hecho era todo lo contrario, su madre se había encargado de reforzar incansable sus complejos y para cuando la imagen de perfección que le habían trazado en su mente se sintió tan imposible como indeseable, se abandonó a otra imagen de sí misma, una con la que sus padres no estaban ni remotamente de acuerdo. Irónicamente, era en lo único que estaban de acuerdo entre sí. El cabello violeta, o fucsia chillón, o su más reciente amor, el rojo fuego, no iban de acuerdo con lo que ellos querían en la vida de su primogénita. Su padre esperaba una mujer resuelta, de apariencia clásica y austera, con título universitario a los 23 años y con hijos antes de los 25. Su madre quería una barbie con el pelo liso, sano y brillante, la ropa de moda, el apartamento en el centro y el trabajo de status. Ami estaba tan cerca de cualquiera de esas dos imágenes, como de ser la próxima mujer en la luna. No era femenina, jamás había tenido un novio que valiera la pena el título. Nunca había tenido un trabajo estable, y hacía años que lo había dejado de intentar, y sus estudios alcanzaban para hacer una carrera, un posgrado y una maestría, si tan solo hubiera cursado más de 4 materias en una misma facultad. No es que fuera tonta, de hecho, le gustaba pensar que era bastante más inteligente que el promedio. Es que no podía concentrar sus gustos en un solo futuro. Se dispersaba, y conforme avanzaba en algo, las ganas de probar algo más la movían.
Dejó caer el pote de yogurt mientras miraba con detenimiento el calendario, como si acabara de descubrirlo -¡No puede ser! ¿Ya pasó un año? ¿Pero cómo...?- Se dio media vuelta como espantada y fue a los tumbos hasta el televisor. En él mostraban a un periodista que haciéndose el galán pretendía entrevistar a una muchacha del ballet. La chica llevaba tacones dorados altísimos y un vestido ceñido que dejaba ver sus larguísimas piernas cruzadas; tenía el cabello teñido de rojo y labial haciendo juego. Ni todo el maquillaje y las joyas del mundo, podrían haber negado que la chica era Melissa. Volvió a mirar el calendario. -¡Mierda! Miró el nombre en la placa de la tele, como su buscara una confirmación a su desesperanza, sintiendo que el mundo se venía abajo: "Melissa S., primera bailarina". El entrevistador pasó por todo, desde pedirle que hiciera una pirueta hasta preguntarle por las prohibiciones y restricciones de la vida en una compañía de danza. La chica hizo una interminable lista que iba desde comer cualquier cosa que valiera la pena, hasta tatuarse, ingerir alcohol y dormir hasta tarde. –Es una vida de mucho sacrificio- decía la chica –Las personas se imaginan que es puro glamour: llegar a un escenario vestida con un tutú, ponerse en puntas y listo, pero la verdad es que nos levantamos a las cinco de la mañana, y entrenamos todo el día; desde el acondicionamiento físico a los ensayos le dedicamos al menos 6 horas diarias, pero después cada cual está por su cuenta y eso implica el gimnasio y los ensayos que cada uno quiera y necesite hacer... Cada papel en un ballet es diferente y tiene sus exigencias, recuerdo que para "La bayadera" me sentí muy exigida y practicaba al menos 10 horas... y cuando los pies sangran no es nada glamoroso, pero es parte del trabajo.- respondía al incómodo presentador que la miraba como a un filete. Ami se sentía conmocionada. –Dos meses.- dijo con los ojos como platos. –En dos meses tengo que contarle qué he hecho en un año...- pensó. Se vistió, recogió el yogurt y salió corriendo de su desordenado mono ambiente con el bolso colgado del hombro, destrabó la bicicleta de la reja del edificio y se fue a su trabajo; un call center mal pago en donde por fin entendía a qué se refería Marx en sus escritos sobre que el explotador solo pagaba al explotado lo justo para mantenerlo con vida. El piso del call center y los recibos de sueldo de Ami podían ser el mejor ejemplo de esa afirmación por supuesto, el sueldo de Ami ni siquiera se acercaba a lo que una persona promedio gastaba en un mes ¿Cómo sobrevivía? Era una pregunta que se hacía a diario. Claro que podía acercarse bastante más a un sueldo acorde, si trabajara todos los días, o al menos todas las horas que debía. Pero eso era algo que no estaba dispuesta a hacer. Era mucho más importante vivir. Y eso, según ella, no congeniaba con la idea de pasar 6 horas al día 6 días a la semana encerrada en una oficina.
Pedaleó por una avenida transitada. Sentía que su cabeza estaba metida en un globo que le amortiguaba los sentidos. Esa conocida sensación de desidia la invadía, era como si estuviera el piloto automático. Llegó a la oficina y volvió a la rutina de sentirse un bicho raro. -Buenos días Ami, tarde otra vez- la saludó Máximo. Un chico bastante aburrido, pero simpático, que trabajaba como supervisor de piso. Era esa clase de personas que no son nada molestas, pero te hacen enojar por lo predecibles que pueden ser. El niño popular y agradable, de los que derrochan seguridad, pero de una forma que no lo hacía ver como un imbécil creído. Las chicas morían por él y los chicos siempre tenían tema de conversación con él. Siempre había logrado lo que se proponía. O más bien, casi siempre, a excepción de dormir con Ami, que aparentemente, era su último divertimento. Ami se preguntaba por qué le seguía hablando, pero siempre terminaba por responder lo mismo: -mientras siga haciendo la vista gorda con mis faltas, puede intentar conquistarme cuanto quiera-. El chico le dedicó una sonrisa. -Ve a tu sitio.- indicó. Ella asintió y sonrió. -
Maximo era el típico galán de novela que trata a las chicas como damiselas en apuros. -Don quijote, ¿quién?- pensó ella sin reparo, y no pudo evitar reprimir una sonrisa. A Ami le resulta tan agotador su discurso de príncipe encantado que preferiría tirarse por la ventana a dejarlo estar a diez cuadras de su apartamento. Pero él insistía en que podía ser por quién su temor a las relaciones estables cambiara. Ella lo dudaba. Se limitaba a tener encuentros sexuales tan interesantes como efímeros. Máximo no escondía su rechazo a ese estilo de vida, que ella llevaba, sin embargo, podían llevarse bien si lo querían. En el tiempo que Ami no se dedicaba a gritarle a los clientes por el teléfono, o a vagar por la oficina sin rumbo hasta que una puerta se abriera sin que nadie se diera vuelta a ver, y salir por ella antes de que su turno terminara, pasaba el rato charlando con él, al que parecía agradarle la compañía aunque solo fuera la de ella, que casi no le hablaba o lo trataba de idiota cada 5 minutos. Cuando salían de la oficina en el mismo horario se iban a tomar unas cuantas cervezas y comer una pizza... y si tenían la suerte de coincidir un fin de semana, podían terminar en un antro escuchando una banda de garage tocar algo similar al thash o en un recital de poesía en un café perdido de la ciudad vieja. Esas eran las actividades que le gustaban a Ami, pero Máximo las toleraba casi exclusivamente por estar con ella. En el fondo, una parte de ella se alegraba de eso: aunque fuera un idiota y tenía esa manía de estar de buen humor que le ponía los pelos de punta, era el único amigo que tenía desde que Mel se había ido. Se sentía bastante libre con él, como si ser ella estuviera bien para variar. Él no compartía su gusto en literatura, música, o nada en particular, pero al menos, hacía el esfuerzo por acompañarla. Se preguntaba qué diría Mel si lo conociera. Definitivamente lo aprobaría. Tal vez no era su estilo de hombre, pero era el chico amable, inteligente, y chistoso que ambas agradecerían conocer. Claro que, en realidad, no tenía idea de qué agradecería en este momento Melissa, la prima balerina... No desde que el éxito le había explotado en la cara su año se había vuelto una locura. En un principio, ambas se habían esforzado por mantener el contacto, pero con el tiempo, probablemente debido a la "vida poco glamorosa de una bailarina" los mails habían empezado a llegar con menos frecuencia, para terminar desapareciendo del todo. Las últimas noticias que había tenido de su amiga eran producto de tabloides y posteos de instagram.
Resopló y se frotó los ojos. Allí estaba una vez más. En su diminuto box del call center había unas cuantas fotos pegadas: entre ellas, casi tapada por las notas de pendientes y los memos de Max que decían "más de 10 minutos tarde" una foto de dos chicas abrazadas. Le quitó las notas de encima y la miró con detenimiento. Las chicas le devolvían la mirada sonriendo desde la pared del box. Una de las chicas llevaba unos jeans rotos y converse, tenía un brazo tatuado y el pelo suelto y revoltoso sobre un hombro. La otra traía unos pantalones holgados color azul con lunares y una musculosa escotada negra. Tenía el cabello castaño y recogido en un moño tirante. -¡Hola, desastre!- dijo a su espalda interrumpiendo la linea de sus pensamientos- -¿planes para navidad?- había aparecido de la nada, y miraba la foto por encima del hombro de Ami, llevaba una tabla con una planilla en la mano y la sonrisa que tanto la molestaba. Al ver que la chica le devolvía una mirada asesina, dio dos pasos hacia atrás, como quien respetando el espacio de una fiera, se pone a reparo - Perdón, no quise invadir tu espacio, solo que, estoy ordenando los horarios de navidad y de año nuevo, y quería saber si alguien necesita un horario especial, y quienes tienen disponibilidad este año para cubrir los turnos. ¡Habrá incentivos para quienes vengan los dos días!- La cara de emoción que puso al decir esto último le revolvió el estómago como si hubiera comido algo en mal estado, y deseó con todas sus fuerzas partir el teclado de su computadora sobre su cabeza. Era tan patético que intentara ponerle alegría a un trabajo tan mediocre, que a Ami le costaba recordar que el imbécil no estaba siendo sarcástico. De todas formas, decidió no reprochárselo. No respondió, se limitó a mirarlo y luego, acomodar sus cosas en el box. El chico se quedó allí parado un momento, con la estúpida sonrisa en el rostro. Finalmente, se decidió a seguir por el pasillo. -¡Ponme los dos días!- gritó cuando lo vió alejarse. El chico asintió sin volverse, por si acaso su mirada volvía a partirlo como un rayo, y anotó en su planilla. Pero Ami pudo adivinar que reía por lo bajo. -¡Te odio!- le gritó. El chico se volteó: -No, me amas. Solo que aún no lo sabes.- respondió.
-¿Va todo bien?- La ventana del chat apareció en su pantalla para cambiarle el humor. –No, nada va bien. No dejas de sonreír como si fueras un duende y eso me pone de mal humor.- Él envió un emoji riendo. -Intenta ponerle buen humor a la jornada. No te vendría nada mal si lo intentaras.- respondió. Ami lo buscó con la mirada y le enseñó el dedo del medio. -¿Así es suficiente buen humor para ti?- Volvieron los emojis de risa. -Esta noche toca Silent Land Flowers. ¿Que opinás si nos tomamos unas cervezas en el under?- La chica envió una serie de emojis. -¿Cómo estás tan enterado de las movidas under si ni siquiera te gusta?- tipeó. El chico devolvió las caritas -Estoy indignado de que sugieras que no disfruto las notas desafinadas y los cánticos de gritos y chirridos que tanto disfrutas.- respondió -Entonces, ¿vamos?- Ami resopló. -Ya lo veremos.- contestó y cerró el chat. Tomó un par de llamadas, pero se sentía fatal. -¿Te sientes bien?- preguntó. Esta vez no le había enviado un mensaje por la app de mensajería interna, sino que se había acercado a ella. Ya no le preocupaba que el teclado de Ami pudiera terminar estampado en su cara. No usó su típico tono de príncipe al rescate, sino más bien procurando ser amable. -Yo... no tengo un buen día.- consiguió decir al final. Se le había puesto la cara pálida y le temblaban las manos. La sensación de estar cada vez más lejos y no controlar nada de lo que ocurría la agobiaba cada vez más. -Vamos,- dijo ayudándola a ponerse en pie. -Te llevaré a casa.- recogió las cosas de Amina en su bolso y la escoltó por la puerta colocando una mano en su cintura, no como un gesto galante, sino más bien para cersiorarse de que ella no se tambaleara. Aún así, sus colegas del sexo femenino no pudieron reprimir una mirada de profundo reproche. La mitad de ellas había intentado algo con Max, pero aparentemente, él las había despachado. Estaba cargando la bicicleta en la camioneta cuando ella se puso de pié. -De verdad, estoy bien. Puedo irme a casa sola.- soltó nerviosa. -Ami, esta bien. Puedo llevarte, de verdad. Me sentiría mejor si lo hiciera.- dijo casi con un tono de ternura.
No tuvo más remedio que aceptar. En unos minutos, habían atravesado buena parte del centro de la ciudad y tomaban la avenida hacia el diminuto apartamento de Ami, ella lo guiaba y él seguía sus indicaciones. En el fondo, Ami se preguntaba qué pasaría cuando llegaran. No quería que Máximo, el exitoso chico que manejaba un camionetón nuevo y tenía su hermoso apartamento en el centro, se metiera en su desvencijada casa, pero llegado el caso, no tendría otra opción. -Es aquí.- indicó con un gesto de la mano. Él aparcó su camioneta y bajó la bici mientras Ami buscaba nerviosa las llaves en el bolso. Cuando las encontró, Máximo se había puesto detrás de ella, cuando la reja se abrió, él empujó la bici dentro y volvió a salir por el pasillo hasta la reja. -Descansa. Y déjame saber si puedo hacer algo más por ti, ¿si?- dijo a modo de saludo.- Luego se dió media vuelta y se fue. Ami suspiró de alivio. Le temblaban las piernas. Puso el seguro en la reja y se metió a su casa con un portazo. Se quitó los zapatos y se arrojó en la cama.
No sabía cuanto tiempo había dormido, solo que afuera aún había luz, porque se colaba por la única ventana de la estancia. Buscó a tientas su movil y lo encontró a un palmo de distancia de su cara. Había varias llamadas perdidas y algunos mensajes de wpp. Su terror se materializó cuando el nombre de su madre brilló en la pantalla. Los mensajes no la tranquilizaron. -Ami, ¿estás bien? Tu amigo Max llamó para decirnos que te habías ido del trabajo temprano, y que no te veías bien. Por favor llámame.- A Ami no se le pasó por alto que ella había dicho "Tu amigo Max". Por muy seguro e idiota que pudiera ser Máximo, estaba segura de que jamás se habría presentado así. Si la conocía bien, estaba segura de que su pedido de que la llamara, tenía más que ver con sonsacarle información sobre la naturaleza de su relación con Max, que con chequear su estado de salud. Se negaba a darle esa satisfacción. No en ese momento. Cerró el chat de su madre y abrió el siguiente: Lena. Una compañera de trabajo con la que no se llevaba fatal. Eso era decir mucho. -Ey, nena. ¿Es verdad que te fuiste con Max del piso? Este lugar es un hervidero de chismes, ya sabes como son. ¿Cómo estas?- Reprimió un grito y escribió apurada. -Hey Len. Bueno, si es cierto... Y no. Me sentía terrible, Max solo me trajo a casa. Esperaba que volviera al piso antes de darle vida a los chismes. Pero ya veo que no volvió.- Finalmente, en el chat de Max había varios mensajes, o más bien, uno solo, pero repartido en varias líneas enviadas. Ya le había pedido que escribiera como un ser humano de treinta años que había aprobado la primaria, pero parecía que sus súplicas caían en oídos sordos. -Por millonésima vez, Máximo: ¡Escribe toda la puta idea en un solo mensaje! Gracias. Por cierto, si, estoy bien. Dormí un poco y me siento mejor. Supongo que era una crisis de pánico.- escribió y luego soltó el teléfono.
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