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Capítulo 2

¿Qué? ¿Esa hermosa niña de ojos tan claros como el alba era un monstruo? ¿Dónde estaba la justicia en este mundo? Casi podía golpearse por esa pregunta tan estúpida. Él y sus hermanos eran la justicia de ese mundo, la justicia guiada por la mano del Padre.

―Eres un monstruo ―No era una pregunta sino una aseveración―. Al parecer era demasiado pedir que fueras humana.

Los ojazos de la chica se agrandaron con sorpresa, pero pronto lucieron como rendijas que añoraban su muerte.

―Monstruo no, Karsiani ―masculló ella entre dientes―. A pesar de lo que somos mi familia y yo, podemos ser tan humanos― o incluso más― que cualquiera de tus protegidos. Te lo demostraré ―dijo decidida, agarrándolo por la muñeca y arrastrándolo escaleras abajo.

La electricidad corrió por su cuerpo nuevamente cuando los fríos dedos de ella entraron en contacto con su piel, pero esta vez ella no lo soltó. Al contrario, suavizó su agarre hasta hacerlo parecer una íntima caricia.

¿En realidad ella lo estaba tocando de esa manera tan personal o todo era un producto de su vívida imaginación? No importaba, lo único de importancia era cómo lo hacía sentir ese tonto contacto; diferente era una burda descripción para todas las emociones que confundían su cabeza en aquellos momentos.

Sorpresa, temor, ira, frustración, paz, satisfacción y... atracción; todas emociones evocadas por ella, la niña de ojos celestiales.

―Tierra al hombre que no sé su nombre ―llamaba la chiquilla chasqueando los dedos frente a su rostro―. ¿Me dices que vas a ayudarme, pero te quedas de piedra cuando te pido las cosas?

―¿Cuándo dije eso?

―¡Já, lo sabía! ―Una enérgica voz exclamó entre risas a su espalda―. Desde que entraron en la cocina me di cuenta que tu cabeza andaba por las nubes ―El dueño de la voz, quien se hallaba vigilándolos desde su asiento en la barra, no era otro que el monstruo a quien le debía su vida. ¿Acaso pensaba que podría proteger a la joven de una muerte prematura si lo vigilaba? No podría, pero hacía bien en preocuparse por la chiquilla―. Mi nombre es Răzvan y ella es mi hija, Catalin. ¿Cuál es tu nombre, ángel?

―Eso no es de tu incumbencia, monstruo.

Con su vista periférica se percató que los ojos azules de Catalin se aclararon hasta casi rayar el blanco y luego desapareció. Una fracción de segundo más tarde su rostro se encontraba en el suelo y la vampira estaba montada sobre su espalda, sujetando las alas que aún no terminaban de regenerarse.

―A mi padre se le trata con respeto, cazador ―Frío sustituyó la anterior calidez de su voz―. Es un Văcărescu con quien estás hablando no un cualquiera ―dijo ella con rabia contenida mientras tiraba de sus alas―. ¡Responde si no quieres que las arranque!

¡¿Es un Văcărescu!?

―¡Ya basta, Ali! ―gruñó su padre―. No tiene que responder si no lo desea. ¡Suéltalo ahora mismo!

El peso desapareció de su espalda inmediatamente y Catalin se disculpó bajito, pero de mala gana.

¡Maldita sea! ¿Cómo pude sobreestimar sus habilidades y también mi tiempo de recuperación? No me hubiera dominado si mi condición física estuviera al cien por ciento. Será mejor mantenerlos contentos por el momento.

―Mi nombre es Lézalel ―dijo mientras se sacudía la ropa que le habían prestado. Odiaba las ropas humanas, no eran suaves como las celestiales y le picaban la piel, pero era todo lo que tenía ya que las suyas fueron destruidas por el fuego infernal de aquel demonio y aún no tenía el poder suficiente para convocar otras―. ¿Qué fue con lo que accedí ayudarte? ―le preguntó a Catalin tratando de esconder su molestia.

―Sé buena, muñeca ―advirtió el Văcărescu a su hija desde la barra.

―Sí, papi ―Su voz advertía que no sería buena del todo―. Me ibas a ayudar a preparar coquito. Hay que hacer tres mezclas diferentes: la normal, la con alcohol, y la de sangre. Toma esos potes y ábrelos ―ordenó mientras señalaba cuatro latas de leche y le pasaba el abridor.

―No necesito esto ―aseguró Lézalel y ella guardó el aparato―. ¿Qué es coquito? ―preguntó curioso mientras abría las latas con un fino rayo de luz que surgía de su dedo índice.

La risa ahogada de Răzvan se oyó de repente, pero su hija no rió, sólo miró a Lézalel con fuego en sus hermosos ojos celeste.

―¿Acaso te estás burlando de mí?

―Yo no conozco todas las culturas del planeta. Soy Cazador no Guardián. Mi trabajo consiste en eliminar monstruos, no cuidar e interactuar con humanos.

―A lo que se refería mi niña tan elocuentemente era que el coquito es una bebida tradicional navideña aquí en Puerto Rico ―interrumpió Răzvan con una sonrisa en sus labios―. Se hace mezclando crema de coco, leche evaporada y condensada, canela, vainilla, y cualquier ron blanco que te guste; además se sirve frío.

―No debiste decirle nada, pa' ―le reprochó Ali de espaldas mientras mezclaba las leches en la licuadora―. Pásame la crema de coco que está a tu lado, Lézalel. Abierta por favor ―Sus mejillas se sonrojaron por la repentina vergüenza de llamar al ángel por su nombre.

―No te mentía, sólo sentía curiosidad ―confesó él al pasarle la lata. Sus dedos se rozaron al ella tomar el pote y entonces le tocó a Lézalel sonrojarse.

Răzvan carraspeó de repente y una sonrisa amenazante que mostraba sus colmillos curvó sus labios.

―En unos minutos debo irme a buscar mi sobrina al aeropuerto, no vayan a comerse entre sí, de ninguna manera, mientras yo no esté ―Los chicos miraron a Răzvan, cruzaron sus miradas y― dándose cuenta de a lo que se refería el vampiro― se alejaron lo más posible clavando la vista en los utensilios de cocina. Los labios de Răzvan se curvaron aún más en una malvada sonrisa de autosatisfacción―. Catalin debes mantener vivo a nuestro invitado a lo que vuelvo, tu madre podría hacer cualquier cosa en su estado.

―¿Dónde está?

―¡MALDICIÓN! ¡No ahora! ―el vampiro exclamó casi tirando al suelo su silla al levantarse.

Lézalel miró a Catalin; estaba lívida igual que su padre. El motivo era un monstruo que se acercaba, un vampiro muy antiguo, casi tan antiguo como él e igual de poderoso. Bueno, sería así si estuviera totalmente recuperado, pero en su condición actual ese vampiro lo aplastaría como cucaracha, igual que le hizo aquel demonio.

―Llévatelo arriba, Ali. Escóndelo en tu cuarto a lo que yo le explico a tu abuelo por qué hay un ángel en nuestra casa.

―No me esconderé como una rata sólo...

―¡Ahh!, deja el maldito machismo y ven. No hay tiempo para estupideces ―Ali lo agarró por el cuello de la camisa y para cuando terminó de hablar ya estaban en el tope de las escaleras.

Răzvan suspiró y prosiguió a continuar la preparación del coquito como si nada hubiera pasado.

Momentos después, la casa fue inundada con los característicos chillidos de los murciélagos. La puerta se abrió dejando entrar a la colonia de mamíferos alados y luego se cerró de un portazo. Los pequeños animales depositaron la maleta que cargaban en el suelo y se fusionaron hasta formar la figura de un hombre alto que tenía un gran parecido con Răzvan.

Su hijo no había salido a recibirlo así que aún debía estar metido en la cocina preparando Lucifer sabía qué. ¡Siempre como una niñita haciendo la comida! Ya era bastante malo que hubiera manchado su linaje casándose con una plebeya; ¿también tenía que rebajarse aún más tomando el rol de una mujercita?

Cuando llegó a la cocina, percibió un aroma― entre todos los asquerosos hedores de comida― que no había encontrado hacía siglos. Sus ojos se achicaron con sospecha y cuando iba a abrir la boca, su hijo le robó las palabras.

―Sí, lo que estás oliendo es un ángel ―confesó Răzvan mirando su padre a los ojos.

―Esto se va a poner bueno ―dijo Inés, apareciendo repentinamente y recostándose en la entrada de la cocina―. Anda, Răzvan. Explícale a tu padre porque hay un ángel en nuestra casa.

―Aún no ―Todos habían escuchado la bocina de un auto poco tiempo atrás; su hijo estaba por llegar―. Esperemos que Andrés llegue a casa. Él también querrá escuchar esto.

‡ ‡ ‡ ‡ ‡

Catalin llegó a su cuarto en tiempo récord, sólo le tomó treinta segundos hacer todo el trayecto desde la cocina hasta su habitación al fondo del pasillo en el segundo piso.

―Siéntate o acuéstate en el piso ―ordenó Ali mientras buscaba la canasta con su ropa sucia.

―¿Qué? ―respondió el ángel confundido.

―¡Qué te sientes! ―Ella lo obligó a sentarse en el suelo y prosiguió a vaciarle la canasta encima. Lézalel intentó levantarse, pero Ali lo detuvo rápidamente―. Necesitas oler como yo para poder esconderte con éxito. Mi abuelo va a subir a saludarme y si te encuentra... ―Ambos bajaron la vista sabiendo muy bien lo que pasaría en ese escenario.

―¿Y mi poder? Igual percibirá eso.

―Eso se arregla rápido, ya verás ―aseguró ella mientras tomaba piezas de ropa y las restregaba por su piel―. No pongas esa cara. Yo no sudo así que esta ropa técnicamente no está sucia.

Queriendo comprobar su trabajo, Ali se acercó al cazador hasta pegar la nariz a su cuello. Olía tan bien... A través del leve aroma a rosas que la caracterizaba, se podía percibir una mezcla de olores que le recordaban un bosque en la madrugada. Cedro y olivo se mezclaban con lluvia recién caída para crear el perfume más atractivo que había percibido en toda su vida.

Sin analizar lo que hacía, subió una mano por el cuello de él hasta tocar los cortos mechones de cabello tricolor con la punta de los dedos. Él se puso rígido y su aliento le hizo cosquillas en el hombro cuando habló.

―¿Qué estás haciendo, Ali? ―preguntó con la voz un poco más profunda de lo normal.

Por Lilith y su corte, era la primera vez que la llamaba por su apodo, pero que bien se oía su nombre salir de aquellos labios―. No es suficiente. Mi olor aún no cubre el tuyo y no tenemos mucho tiempo. ¿Los oyes, no? Están discutiendo.

―¿Y qué haremos? ―Su voz se hacía cada vez más profunda.

―Mis feromonas vampíricas harán el truco, pero necesito que me muerdas ―Él la miró con ojos de pez fuera del agua―. Mi cuerpo sólo liberará las feromonas si me excito y mordiéndome es la forma más rápida de hacerlo.

―No sé... ―Pero Catalin no le dio tiempo a continuar y se le sentó en la falda con la fluidez que solamente un vampiro podía lograr. Acercó sus labios a los de él hasta que prácticamente se tocaban y rodeó su cuello con los brazos. Estaban tan cerca que parecían fundirse el uno con el otro; sólo la ropa los separaba.

―Muérdeme, Lézalel. Hazlo rápido ―rogó, moviendo las manos sobre sus alas y acariciando las suaves plumas blancas.

El ángel reaccionó bruscamente, atrapándola contra el suelo con su cuerpo de roca―. No vuelvas a hacer eso ―Su voz sonaba ronca y respiraba pesadamente―. ¡Maldita sea! Tú ganas ―dijo un segundo antes de posar sus labios sobre la curvatura del cuello de Ali y morder aquella piel tan sensible.

Ella tuvo que morderse el labio para evitar gritar de placer. Sus colmillos crecieron rápidamente y las feromonas brotaron de su cuerpo, inundando la habitación en segundos. ¡Lo había logrado, ahora podría esconder a Lézalel sin problemas!

―¿Funcionó? ―Los ojos de él ardían con pasión insatisfecha y ella sólo pudo responderle asintiendo con la cabeza.

Lézalel se mordió el labio al verla indefensa debajo de él. Ya no aguantaba el fuego que corría en su interior. Su cuerpo estaba tan rígido, debía hacer algo para relajarlo. Algo. Aunque sólo fuera...

El ángel inclinó su rostro hasta estar a un milímetro de los labios de su vampira. Los suyos se resecaron de repente y en un intento por humedecerlos, accidentalmente rozó los labios de la chiquilla con su lengua. Ella se mordió otra vez para evitar que sonidos escaparan de su boca y fueran descubiertos.

Dos pares de pisadas subiendo las escaleras retumbaron por todo el cuarto. Con su sonido cada vez más cerca, ellos se quedaron helados cuando las pisadas se detuvieron frente a la puerta. El pomo giró suavemente y sus miradas se encontraron justo cuando la puerta comenzó a abrirse.

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