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Capítulo 1

Las notas rápidas de una orquesta de merengue llenaban la casa de alegría mientras su madre continuaba adornando el piso de abajo. ¡Era una locura, pero ella no quería oír razones de ninguna persona que no fuera su propia consciencia! La casa ya había sido adornada bastante el día después de Acción de Gracias, durante el llamado Viernes Negro, sin embargo su madre juraba que se debían colocar más adornos para la fiesta de esa noche.

Miró su reloj de mesa, eran las 2:00 de la tarde, aún debía estar confinada a la casa por cuatro horas más. La joven puso sus ojos en blanco, saltó fuera de su ataúd por tercera vez ese día, y se cambió su pijama con estampados de murciélagos por la primera camisilla y pantalones licras que encontró.

El suave sonido metálico de la parrilla al moverse para colocar la comida le llegó a sus oídos mientras el olor a especias, condimentos y una delicia escarlata, le inundaba la nariz; su padre ya estaba preparando la cena de aquella noche. Răzvan Văcărescu era el cocinero por excelencia de la familia, sus creaciones culinarias eran alabadas por muchos aunque éste no le sacara provecho monetario. En contraste, su madre creaba un desastre cuando trataba de cocinar; era un hecho que la cocina no estaba en los genes de Inés Montes.

La joven bajó las escaleras silenciosamente, giró en dirección al dulce aroma sin prestar atención a la invasión de adornos navideños que exhibía todo a su alrededor, y se sentó en la barra de la cocina.

Su padre, quien le daba la espalda en esos momentos, vestía unos pantalones cortos con palmitas por todos lados, una camiseta blanca de manga corta y, sobre eso, su tradicional delantal negro que leía: "¿quieres morder al cocinero?" en grandes letras rojas. El cabello largo y rubio, que nunca cortaba, lo llevaba en su acostumbrada cola de caballo.

Papi tiene el cabello más hermoso que yo. ¡No es justo!

―Tu desayuno está en el micro, muñeca ―dijo su padre sin levantar la vista de la estufa―. Sírvete mientras yo termino de preparar el arroz con dulce.

―No olvides utilizar parte del agua del arroz con dulce para mi batida especial ―le recordó ella a la vez que tomaba el cálido vaso del microondas y volvía a su lugar―. ¿El abuelo vend-?

―Catalin Marie Văcărescu Montes ―La voz de su madre se oyó desde la sala―. Si no vienes en este instante y me ayudas con las decoraciones, haré que tu hermano te lleve a un convento en Rumania. ¡Tú siempre has deseado ver la tierra de tu padre!

―¡Pero aún no he terminado de desayunar, mami!

―Trágate eso y ven aquí ―gruñó su madre.

―Corre, Ali. Ve y ayúdale a terminar de colocar los nacimientos ―dijo Răzvan con un largo suspiro.

―Ahhh, aquí una no puede saborear su sangre en paz ―murmuró entre dientes y se bebió el espeso líquido de un solo trago―. ¿Cuántos puso esta vez?

―No tengo idea ―contestó su padre con un leve escalofrío―. Me da miedo preguntar.

Catalin se acercó al marco de la puerta, ¡su madre había sobre-decorado la casa de nuevo! Guirnaldas serpenteaban por los pasamanos de la escalera de caracol, por las vigas de soporte en el techo, en el centro de entretenimiento, las seis mesas― incluyendo la de café en el centro― que se esparcían por la sala, en cada una de las tablillas de los libreros que se hallaban al lado izquierdo de la escalera, en fin, ¡estaban por todos lados! ¡El árbol de Navidad, al lado de la chimenea decorativa en el fondo de la habitación, no tenía más adornos porque no le cabían! Los espacios en blanco, que Ali había dejado deliberadamente para que se viera un poco de verde cuando decoraron en noviembre, habían sido cubiertos con todo tipo de muñequitos y lazos. ¡Ahora no parecía un árbol de Navidad, lucía como una gigantesca pirámide de adornos!

―Mami, ¿qué hiciste? ―preguntó Catalin tapándose el rostro con ambas manos y suspirando―. Se había adornado muy bien en noviembre.

―¡Oh no, señorita! ―Se volteó su madre, señalándola con el dedo acusador―. ¡Adorné a medias porque tú me aconsejaste que de ese modo se vería más bonito! ―Y sin dejar que Ali contestara si quiera, le tendió unas luces navideñas―. Toma estas luces y cuélgalas del techo.

La joven alzó la mirada buscando un espacio en el pudiera colgar las luces, pero sólo encontró fila tras fila de guirnaldas cubriéndolo todo. ¿Dónde rayos iba a colgar esas cosas?

―Ma', ¿dónde las quieres? ―preguntó Ali mientras subía la pared izquierda, teniendo cuidado de no hacer caer los cuadros, hasta pararse en el centro del techo. Su camisilla resbaló hasta sus costillas y el cabello cayó como una cascada más allá de su cabeza al ser halado por la gravedad.

―¡Pues en las vigas! ¿Dónde más?

―¡Pero si están llenas de guirnaldas!

―¡Deja de quejarte y hazlo, Ali! ―Inés se volteó y la fulminó con la mirada.

Okay. ¿Tú quieres que decore el techo con luces? Perfecto, porque tendrás un laberinto con ellas. Me aseguraré que esta casa termine siendo un horror navide-.

Sus pensamientos fueron bruscamente interrumpidos por el estruendo más espantoso que Catalin hubiera escuchado jamás. Parecía como si una roca gigantesca hubiera chocado contra los pinos en el patio, haciendo que la madera crujiera al astillarse y lanzara gritos de dolor desgarradores.

Espera un momento. Los pinos no gritan, y esos sonidos parecen humanos, pero los mortales no emiten ondas de poder; y éstas se sienten tan poderosas como las de abuelo.

Su madre dio un salto hacia el techo y la abrazó inmediatamente mientras su padre aparecía en el umbral de la puerta principal con su espada de plata antigua en mano.

―No pierdas de vista a nuestra hija, Inés ―dijo Răzvan dándole una última mirada a las joyas de su vida antes de abrir la puerta―. Ya sabes qué hacer si no regreso, amor ―Les lanzó un beso a ambas y desapareció bajo el sol de la tarde.

Ninguna de las dos podía seguirlo aunque así lo quisieran, no con el sol aún brillando. El único que podía investigar lo que había sucedido era Răzvan, pero él solo no sería competencia para lo que fuera cayó en el patio; ni siquiera con su sangre mixta.

Catalin deseaba preguntar qué se encontraba afuera, pues sus padres parecían haber reconocido la extraña presencia, pero se abstenía de ello. Prefería tener sus oídos alerta en su padre que distraerse con una conversación en la que su madre estaría reacia a participar. Una sola mirada le decía que toda la atención de Inés estaba afuera con su marido. Las líneas de tensión en un rostro normalmente perfecto y la preocupación reflejada en sus hermosos ojos ambarinos, hablaban más que mil palabras.

El sonido en los alrededores de la casa cesó de golpe. Al parecer la tención de sus habitantes había sido contagiada a la naturaleza que los rodeaba. Sólo eran perceptibles los leves gemidos de la criatura y las pisadas de su padre; cuando éstas últimas se detuvieron fueron reemplazadas por el quejido de la espada al separarse de su funda. Una voz que apenas le pertenecía a ser viviente pidió ser escondida, exhaló con dificultad y luego nada, no se escuchó nada más.

¿Habrá muerto?

Su madre se puso tensa y la abrazó con mayor fuerza―. Mátalo mientras aún puedas ―susurró.

El silencio se extendía cada vez más, ya ni siquiera eran perceptibles los movimientos de su padre. Probablemente él también se había quedado tieso como un muerto por las inesperadas peticiones. ¿Qué haría su papá?

Era obvio que Răzvan consideraba a esa criatura como un peligro para su familia pues, de otro modo, no hubiera salido con su espada en mano; pero las palabras de Inés parecían un poco extremas. Esa no era la madre que le había enseñado a ser educada con mortales y karsianis por igual. Quien juraba que la igualdad era el único camino hacia la verdadera paz y repetía incesantemente: "hasta tu enemigo tiene el derecho a cambiar y ser perdonado". ¿Dónde estaba esa mujer ahora?

La puerta se abrió de un portazo y una colonia de murciélagos entró a la sala, depositando una cosa chamuscada en la alfombra para luego volar en círculos, fusionándose unos con otros hasta formar la figura de su padre.

La cosa que estaba sobre la alfombra daba la impresión de tener una apariencia humana, pero al estar casi completamente carbonizado Ali no podía descifrar qué era.

―¿Alguien quiere decirme qué es esa criatura? ―Catalin logró zafarse del abrazo de su madre lo suficiente para bajar al suelo e intentar acercarse al ser, pero fue sujetada por Inés nuevamente―. ¡Ma', ya no soy una niña pequeña! ¡Tengo ciento-ochenta años! ¡Dame espacio!

―¡No! Esa cosa es peligrosa ―gruñó su madre.

―¡Eso es obvio por cómo ustedes están actuando! Pero, ¿qué es? ¡Sólo quiero que me digan qué es!

―Es un ángel ―Fue todo lo que Răzvan dijo antes de perder toda emoción del rostro. Parecía un asesino frío y capaz de cualquier cosa. Ella sabía que él no era un santo, su padre tenía historia― una muy sangrienta― pero Ali nunca lo había visto así y eso la asustaba.

―Uno que debiste haber asesinado, no traído dentro de la casa ―le reprochó Inés a su marido.

―¿Qué querías que hiciera? ―Ira tiñó la voz de Răzvan―. Me pidió ayuda.

―Ayuda pidió TU HIJO cuando uno como ESO lo decapitó y prendió en fuego ―dijo furiosa, señalando al ángel tendido sobre la alfombra―. Yo no seré responsable por la muerte de otro de nuestros hijos ―Tomó a Catalin y se la llevó de la habitación, pero no sin antes darle una última advertencia a su marido―. Conste que yo NO cancelaré mis fiestas navideñas porque esa cosa esté aquí.

‡ ‡ ‡ ‡ ‡

Tres horas más tarde, Ali se encontraba colgando de su balcón privado convertida en murciélagos. Inés había hecho la sexta entrada a su habitación esa tarde; todo para verificar que el nuevo invitado siguiera inconsciente en el colchón inflable del suelo.

¿Por qué el ángel estaba instalado en su cuarto? Eso era interesante de explicar.

Luego de la pequeña discusión, Răzvan trató en vano de encontrar una habitación que no fuera a ser ocupada por los invitados que pasarían la noche en la casa. Cada uno de los cuatro cuartos de huéspedes estarían ocupados por familiares que llegarían en unas horas. Así que al final no le quedó más remedio que dejar al ángel en la habitación de su hija.

Inés cerró la puerta al comprobar que la cosa seguía tumbada en el colchón y luego sus pisadas se alejaron escaleras abajo. Cuando Catalin estuvo segura que su madre no volvería por un tiempo, salió de su escondite y voló al lado de su precioso invitado, dejando que todos los pequeños murciélagos se fusionaran hasta formar su cuerpo de nuevo, para luego sentarse en frente del casi completamente recuperado ángel.

La "cosa", como su madre lo llamaba, era obviamente masculina y... hermosa. Alí sabía que no debía encontrar atractivo a un asesino de karsianis, pero era imposible evitarlo. Su rostro tenía una quijada cuadrada, pómulos altos y una frente lisa. Sus ojos mostraban nuevas pestañas largas y voluminosas que serían la envidia de cualquier mujer, y el cabello― que aún crecía― tenía una bellísima gama de colores: desde blanco, pasando por rubio, hasta terminar en castaño.

Es tan lindo...

Sin poder controlar el impulso de tocarlo, Catalin tendió su mano y tocó el sedoso cabello del cazador sólo con las yemas de sus dedos; pero en el momento que lo hizo, una chispa proveniente de sus dedos la obligó a soltarlo. Los párpados del ángel se abrieron de repente y sus miradas se encontraron un segundo antes que Ali se alejara de un salto.

Ella jamás había visto unos ojos tan hermosos como los de aquel cazador. Púrpura se mezclaba con añil y negro para crear la ilusión de movimiento dentro del iris. ¿Era una simple ilusión o de verdad los colores se movían?

―¿Dónde estoy? ―preguntó el ángel confundido, pero alerta.

―En mi casa. De hech-

―No. Me refiero a en qué país me encuentro ―la interrumpió él.

―En Puerto Rico ―respondió Ali lentamente, la sospecha ardió en su corazón por la pregunta.

―¡El maldito me lanzó al otro lado del planeta! ―Cerró los puños y crujió los dientes con evidente rabia―. ¿Qué eres? ―le preguntó a Catalin luego de una pausa.

Ella sabía que se arrepentiría de contestar esa pregunta, pero algo en su interior le advertía que era mejor no mentirle al asesino de karsianis.

―Soy vampira.

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