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Capítulo 24

Jimena notaba la tensión en el brazo de Gabriel al que se aferraba. Él no parecía tenso, o intimidado, su expresión era tan fría como la de una estatua de mármol, pero ella notaba lo que intentaba ocultar.

- Son sólo gente, Gabriel.-

El miró a sus ojos, y le lanzó esa mirada moja bragas, y esa sonrisa cargada de sucias promesas.

- No son ellos los que me preocupan.-

- ¿Ah, no?.-

Levantó la mano de Jimena, y llevó sus nudillos a sus labios para besarlos.

- No, cariño. Lo único que me preocupa, es dónde demonios puedo encontrar un lugar donde levantarte ese infame vestido, y meterme entre tus piernas, sin provocar un escándalo.-

Jimena ahogó una carcajada.

- Estás hecho un pervertido.-

- Todo es por tu culpa, mylady.-

Sí, era por su maldita culpa. El vestido era una creación hecha para atormentar la mente de un hombre, sobre todo de aquel que había visto lo que había de bajo sin ningún tipo de restricción. Pero sus zapatos, maldita sea, estaba tentado a comprarle media docena de ellos. Eran totalmente asesinos. Y sus ligas, eso era lo peor. Imaginar la ropa interior que había debajo, con aquellas ligas que había palpado en el coche de camino a la fiesta. Llevaba especulando con el color de esa lencería, desde el momento en que supo de su existencia. ¿Negro, rojo?, no podía decidirse por alguno de ellos. Levaba más de media hora luchando con sus pantalones, buscando la manera de acomodar su creciente erección, sin que nadie a su alrededor lo notase. Iba a ser una noche muy, muy larga.

Caminaron hasta la barra, donde pidieron unas bebidas.

- Gabriel, me alegro de verte de nuevo.-

El hombre de alrededor de 55 años le tendió la mano, y Gabriel la cogió sin mostrar nada más que reconocimiento.

- Sr. Casalls.-

- Lámame Pedro, ya no trabajas para mí. Es más, si no me equivoco, un día de estos seré yo el que trabaje para ti.-

Ni de coña, pensó Gabriel. Había estado trabajando en su bufete de abogados por más de un año, y había aprendido todo lo que su bufete podía ofrecerle. En ese campo, estaba bien cubierto. Pero no era estúpido, cerrar esa puerta, no era demasiado inteligente, sobre todo con los contactos que podía ofrecerle ese bufete.

- Todo es posible, Pedro.-

- Oh, estabas aquí, querido. El senador te estaba buscando.-

Jimena sintió el cuerpo de Gabriel tensarse otra vez, y de manera bastante diferente. ¿Había un pequeño temblor allí, inseguridad?.-

- Ah, querida, puede que te acuerdes de Gabriel, estuvo haciendo su pasantía en el bufete hace algunos años.-

- Claro que lo recuerdo, un joven con mucho potencial.-

- Seguro que dije eso, pero en fin, al final su decisión le llevó mucho más lejos.-

Jimena estudió atenta a aquella mujer. Era hermosa, y a todas luces unos 15 años más joven que su esposo. Ropa de diseñador, manos cuidadas, piel perfecta, sonrisa agradable... pero a Jimena no podía engañarla. Sus ojos se comían con avidez a un aturdido Gabriel. Estaba escrito en su forma de mirarlo, que se conocían más íntimamente de lo que querían dar a conocer en público.

- ¿Querrías tomar algo conmigo?. El grupo del senador parece bastante interesante para un hombre como tú.-

- Acabamos de llegar, y no quisiera dejar a Jimena sola.-

- Oh, no te preocupes. Yo me quedaré con ella. Seguro que encontraremos algún tema con el que entretenernos. Somos chicas, ya sabes.-

La mirada de Gabriel lo decía todo. No iba a hacerlo. Iba a rechazar esa oportunidad, antes que dejarla en las garras de esa mujer. Pero Jimena era una niña grande, él lo sabía, y era hora de recordárselo.

- Seguro, me encantaría. Hay muchos chismorreos de los que me gustaría ponerme al día, y ...-

- Marcela.-

- Eso, Marcela seguro que me puede poner al día.-

Jimena le miró directamente, y él pareció entenderla. Estaba preparada para lo que esa mujer le revelara. Tenía que confiar en ella en algún momento.

- De acuerdo. ¿Nos vamos entonces a saludar al senador?.-

Pedro asintió, y encabezó la marcha, Gabriel le dio una última mirada preocupada a Jimena. Estaba claro que en la que no tenía ninguna confianza, era en esa otra mujer.

- Bueno, y cuanto hace que están casados Pedro y Tú, porque puedo tutearte, ¿verdad Marcela?.-

- Oh, por supuesto. 18 maravillosos años, y dos hijos en común.-

Jimena era experta en ese tipo de "inocentes conversaciones", la alta sociedad estaba llena de ellas, pero no hacía esas preguntas con el fin de rellenar un incómodo hueco, ella quería tener más información sobre la persona que tenía enfrente. "Conoce a tu rival", le había dicho su tía abuela, y sus consejos siempre eran acertados.

- ¿Y cuanto tiempo tienen?.-

- El niño cumplirá 14 este otoño, y la niña tiene 11.-

- Umm, dos adolescentes. Seguro que será complicado lidiar con los dos al mismo tiempo.-

- No lo creas. Sólo tengo que pelear con ellos en vacaciones, pero he de reconocer, que en el internado se han ocupado muy bien de mantenerlos en su lugar.-

- Sí, los internados son un gran invento.-

- ¿Y tú, planeas tener hijos algún día?.-

- Es posible, tengo un legado familiar que transmitir.-

- Sí, toda una Fitz-James Stuart.-

- Juegas con ventaja, tú sabes quién soy.-

- Es culpa de mi marido, él es que se preocupa de conocer a todo el mundo.-

- Sí, para un abogado es importante saber con quién se relaciona. Las relaciones y la buena imagen lo son todo.-

- Vaya, no tienes pelos en la lengua, me gusta.-

- ¿Ahora va a decirme eso que se muere por revelarme?, ¿o daremos algunos rodeos más a esta insulsa charla?.-

- Directa.-

- Espero eso de ti también, Marcela.-

- De acuerdo, es justo. Sólo quería saber... si están ustedes dos juntos.-

- ¿Gabriel y yo?.-

- Sí.-

- ¿Y eso porqué debería interesarte a tí? Y no digas que quieres saberlo para informar a tu marido. Esa información no es importante para un abogado.-

- Sólo quería saber si estamos en el mismo bando, o no.-

- ¿A qué te refieres?.-

- Oh, vamos. Está escrito en tu cara que te lo has follado, y te ha traído a una fiesta para gente exclusiva. Eso quiere decir algo, Gabriel no suele llevar a sus chicas a este tipo de reuniones sociales.-

- Pareces alguien que se ha estado interesando demasiado, en su forma de tratar a las mujeres con las que sale.-

- Gabriel no sale con mujeres, el sólo se las folla. Primero lo hacía por dinero, después por placer, así que no entiendo porqué te ha traído aquí, a menos que quiera que le abras algunas puertas.-

La expresión de Jimena reveló la sorpresa que no tuvo tiempo de ocultar. La sonrisa satisfecha de Marcela.

- Así que no sospechabas que te estaba utilizando, ¿verdad?.-

- Te equivocas. Yo me ofrecí a prestarle ese servicio.-

- Ah, entonces fue lo otro.

Jimena intentó cerrar su expresión, pero la palidez de su rostro era difícil de disimular.

- ¿No sabías que Gabriel era un prostituto?. No, está claro que no. Pues sí, querida. Tu querido Gabriel cobraba por sus espectaculares habilidades sexuales. Y he de decir, que se ganaba cada maldito euro. El chico siempre fue muy bueno en eso.-

- Así que esa es tu manera de confirmar que tu usaste sus servicios.-

- Oh, sí. Repetidas veces.-

- Eso no casa mucho con la imagen de esposa y madre.-

- Oh, si te preocupa que mi adorado esposo se escandalice por ello, estate tranquila. Él es muy consciente de mis "pequeños placeres", al fin y al cabo, el paga todas mis facturas.-

- Cuernos consentidos, eso no es nuevo.-

- Qué puedo decir, escogí al mejor marido del mundo. Me mima, me consiente y sabe mirar hacia otro lado cuando quiero que lo haga.-

- Una joya.-

- Y hablando de joyas. Una chica como tú, no debería mezclarse con hombres como Gabriel. Las aristócratas y los prostitutos no hacen buen maridaje.-

- Bueno, he trabajado en cocinas selectas, si sé algo, es que los ingredientes más dispares a veces consiguen los maridajes más deliciosos.-

- Por tu bien, no deberías arriesgarte. Me dolería ver que la gente hablara a tus espaldas sobre tu error.-

Jimena entrecerró los ojos, estudiando a Marcela. No, no había una buena samaritana allí dentro. No, había resentimiento, maldad. Entonces, sólo tuvo que sumar datos para llegar a una conclusión.

- ¿Qué pasó, Marcela?, ¿él te rechazó?. Cuando él dejó de necesitar el dinero, no volvió a aceptarte, ¿verdad?. ¿Es por eso que estás dolida?. Tan hermosa, tan joven, tan sofisticada, y un simple hombre te rechazó. ¿Le dolió a tu gran ego?.-

- Cállate, zorra. No sabes de lo que estás hablando.-

- ¿Tú crees?. Porque lo que yo creo, es que las posibilidades de tenerlo de vuelta se esfumaron hace mucho tiempo. –

- Ah, ¿es eso?. Lo has probado y ahora quieres quedártelo tu.-

- Ahora es mío, asúmelo.-

- No durará, te dejará, como hace con todas.-

- Tal vez si, o tal vez me quede con él por mucho tiempo.-

- Sí, hazlo. Y yo susurraré en un par de oídos lo que sé de su pasado. En un par de semanas, nadie querrá relacionarse con él, nadie querrá tener negocios con él, hundiré su carrera.-

- Puedes hacerlo, y tu reputación caerá también.-

- Muchas de mis amigas comparten mis "pequeñas perversiones", ¿crees que me importa que sepan que me lo cepillé antes que tú?.-

Jimena alzó la barbilla, y enderezó su espalda. Aquella zorra de zapatos caros y anillo con un gordo diamante, no era suficiente para amedrentarla. Ella conocía el punto débil de todos ellos. Marcela había cometido el mayor error de su vida, y no era amenazarla a ella, sino haber amenazado a Gabriel por el simple hecho de haberla escogido.

- A ellas no les importará que te lo hayas cepillado, y a mí tampoco me importa que lo hayas hecho,  pero seguro que a tu marido si.-

- Te he dicho que mi marido sabe de...-

- Oh, no es que él directamente lo sepa. Pero, ¿qué pensarán los abogados con los que trabaja, con los miembros de su bufete, con sus clientes?. Tú amenazas la reputación de Gabriel con susurrar en un par de oídos. Yo sólo tendría que susurrar en uno, y la reputación de tu marido quedará tan manchada, que todos a su alrededor correrán lo más lejos posible para que no le salpique. Y estará manchada por tu culpa. ¿Y sabes que hará?, intentar alejarse de ti, de la puta que engaña a su marido con jovencitos a los que paga por sexo. Luego vendrá el divorcio, y es abogado, te dejará con lo mínimo. Y después, nadie te querrá en sus fiestas, ni en sus casas, tus amigas correrán lejos de ti, porque apestarás como las tripas de pescado después de cinco días en la basura.-

- Hija de puta.-

- Bueno, mi familia puede estar llena de cabrones, pero tiene mucho más pedigrí que el tuyo.-

- Esa es mi chica.-

La voz de Gabriel hizo que ambas giraran la cabeza en la misma dirección.

- Controla a tu zorra. Me ha amenazado.-

- He oído lo suficiente como para saber que tan solo se estaba defendiendo. Y para que quede claro, en esta fiesta hay más zorras que tú, pero mi chica, nunca será una de ellas.-

- Eres un hijo de puta.-

Gabriel se acercó a Marcela con esa mirada que decía que podías empezar a correr, porque estabas en serio peligro.

- Este cachorro con el que jugabas ha crecido, Marcela, y ahora muerde. Tenlo en cuenta.-

Ella les dio la espalda y se alejó con altanería.

- Así que muerdes ¿eh?.-

Gabriel la tomó entre sus brazos, inclinando su boca lo suficiente cerca de su oído, como para que sintiera su aliento acariciándola.

- En este momento voy a comerte hasta las horquillas del pelo.-

Presionó su tremenda erección en su cadera, para que notara que hablaba totalmente en serio.

- ¿Necesitamos ese lugar oscuro ahora?.-

- Me has puesto tan caliente mientras amenazabas a esa víbora, que o meto las bolas en una cubitera toda la noche, o nos encierro en el cuarto de la limpieza por una hora.-

- La primera opción parece fiable.-

- Acabo de descartarla.-

Cogió la mano de Jimena, y comenzó a caminar entre la gente, buscando desesperadamente ese lugar. Había estado escuchando por mucho tiempo, no se fiaba de Marcela, e hizo bien en regresar. Pero no intervino, su chica no solo se estaba defendiendo, sino que, además de lidiar con su peor pesadilla, el que descubriera su pasado como prostituto, le defendió como una leona defiende a su cachorro. Y joder que le había encendido. En aquel instante, podía ponerse a picar hielo con esa barra que amenazaba con rasgar la cara tela de sus pantalones a medida.

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