Capítulo 1
Jimena observaba por la ventana de su cuarto, al grupo de chicos que se zambullía escandalosamente en la piscina de la casa. ¡Niñatos!, adolescentes en vías de convertirse en adultos. Eternos niños de papá de buenas familias. No tenía porqué odiarlos, ella era una más, pero lo hacía. Porque estaba asqueada de ellos, de sus falsas vidas, de sus estúpidas pretensiones, fingidos intereses y de sus impunes malas acciones. Odiaba ese mundo, lo que representaba, y lo que habían hecho con ella. Pero ya estaba cansada de todo ello. Los demás podrían pensar que se había vuelto una estirada, una cínica, una elitista insensible y fría. Excéntrica, la llamaba su tía Helena, y podría decirse que lo era, si eso conseguía mantenerlos lejos de ella.
- ¿No vas a bañarte con nosotros?.-
Jimena giró la cabeza hacia la puerta. Su prima Zulema no entraría en su cuarto, no. La tenía respeto, el justo para intentar hacerse su amiga, sabiendo que no lo sería. Dos años más pequeña, sólo dos años, y pertenecían claramente a dos etapas distintas de la vida. Zulema aún era una eterna adolescente sin ganas de crecer, Jimena era una adulta, demasiado adulta.
- Tengo algo mejor que hacer.-
Zulema se quedó unos segundos intentando decir algo, negándose a no tener la última palabra, porque si no era así, parecía como si hubiese perdido. Sus padres fueron bastante claros, era importante que la prima Jimena se sintiera cómoda con ellos. Toda la familia se moría de ganas de tenerla contenta, como si esperasen en algún momento que les hiciera entrega de su cacareada herencia. Era un secreto a voces, todos sabían que una de sus tías, una vieja solterona, la había declarado heredera universal, y se rumoreaba que la vieja estaba forrada. Pero tenía que haber algo más, ellos también tenía bastante dinero, vivían en la zona residencial más cara de todo Madrid, su hermano Damián iba a la universidad privada de Madrid, y ella acababa de volver de Paris de renovar su armario para el próximo año. Su papá estaba en la junta directiva del Real Madrid Futbol Club, y tenía negocios inmobiliarios por todo el país. Eran gente importante, de verdad, pero aún así, le bailaban el agua a esa estirada y vieja prematura. Siempre que tenía ocasión, su madre comentaba que Jimena estaba pasando una temporada con ellos, como si pronunciar su nombre fuera la fórmula mágica para causar admiración entre sus conocidos. Y lo hacía, o al menos eso era lo que ella creía. Jimena Corona Fitz-James Stuart, todos conocían sus apellidos. Todos los que tenían más de 40 años, al menos, porque entre sus amigos, nadie tenía ni idea de quién era.
Finalmente, Zulema salió del marco de la puerta, y olvidó el desplante sufrido a los dos pasos de alejarse.
Jimena no pensaba ir a bañarse con aquellos críos, pero tampoco tenía ningún plan alternativo, hasta que vio el coche del entrenador personal de Damián subir por la carretera de acceso. Seguramente, con el lío de la fiesta y el cumpleaños de su primo, nadie se acordó de avisar al pobre hombre de que no había entrenamiento. Estupendo, llegar hasta aquí para echarle con una falsa disculpa. Era un simple empleado, alguien a quién no importaba hacer un desplante, alguien insignificante. Como lo había sido ella toda su vida, hasta que descubrieron quién era la otra mitad de su familia. Se vistió con rapidez; unos pantalones de ejercicio, una camiseta elástica de tirantes y unas deportivas. Llegó al pié de las escaleras al tiempo que su tía empezaba a despedir al entrenador en plena puerta.
- Si no te importa, tía Helena. Me gustaría aprovechar a mí la clase. Si usted no tiene inconveniente, ¿por supuesto?.-
La pregunta no iba dirigida a su tía Helena, sino al musculado y joven hombre que la miraba con atención. Era guapo, rubio, de ojos azules, con unos bíceps como melones. Sí, su mirada le decía que estaba encantado de cambiar al quejica de su cliente por ella.
- En absoluto.-
- ¿De acuerdo entonces, tía Helena?.-
La aludida sonreía extasiada, que Jimena la llamara tía en público era toda una recompensa social que la encantaba recibir.-
- Oh, por supuesto, querida.-
Jimena precedió al hombre hacia el costado de la casa, donde un pequeño porche daba paso a un trozo de césped bien cuidado donde a veces Damián recibía sus clases.
- ¿Suele practicar alguna disciplina deportiva?.-
- He probado algunas cosas; Tai- Chí, yoga, kenjutsu, pero no he hecho nada últimamente.-
- Bueno, entonces nos lo tomaremos con calma.-
Enrique sonrió para sus adentros, aquella pija de clase alta era una veleta que se aburría de todo con rapidez. Otra caza plebeyos como su prima Zulema. No recordaba la de veces que la niñata había tonteado con él, acercándose como una polilla a la luz. Al menos, esta era más mona y un poco más mayor que la otra. Quizás si mereciera la pena probar un poco de eso.
Damián escucho el gritito de su hermana Zulema cuando se arrojó dentro de la piscina. Le fastidiaba que se hiciera notar con tanto descaro, pero claudicaba, porque aunque sus amigos fuesen demasiado jóvenes para ella, siempre cabía la posibilidad de que se casara con alguno de sus hermanos. Y eso, según su madre, era el objetivo de una buena chica. A él le daba igual cual fuera el objetivo de su hermana. Mientras se largara pronto de casa, le era indiferente con quien se casara. Volvió su atención sobre Daniel, que estaba de pie junto a la piscina, riéndose de algo que decía otro de los colegas, cuando unos gritos llamaron la atención de todos ellos. Uno de los chicos camino deprisa de regreso al grupo, y excitado empezó a gesticular mientras hablaba. Los chicos comenzaron a caminar deprisa hacia el lugar desde el que procedían los gritos.
- ¿Qué sucede?.-
Preguntó Damián. Daniel se giró para responder, pero no se detuvo.
- Tu entrenador personal, que le está dando caña a tu prima.
Extrañado e intrigado, Damián salió del agua con un fuerte impulso y siguió a su amigo. Bueno, amigo, su hermano era el dueño de uno de los clubs con más ambiente de la ciudad. Tenerle como amigo le abría las puertas de la zona VIP, y hacía desaparecer las colas. Estaba bien ser alguien importante con 19 años.
Cuando llegaron al jardín lateral, el grupo se ocultó para ver sin ser descubiertos. Y menos mal, porque odiaría que la diversión se acabara pronto. Y aquello sí que era poco habitual. Jimena agarraba una larga vara de madera con ambas manos, como si fuera una catana, y le estaba machacando a Enrique a base de bien. Se lo tenía merecido el creído musculitos ese, siempre presumiendo de ser duro como la roca. Y ahora, una chica lo había puesto de rodillas. Bien por la estirada de su prima, que vista desde esta perspectiva, tenía un culo impresionante. Quizás se había precipitado a la hora de meterla en el mismo saco que su hermana Zule. No, definitivamente, su prima Jimena era algo totalmente diferente.
Jimena volvió a su posición y esperó a que Enrique se levantara y retomara la posición de salida. Ambos respiraban con dificultad, y sudaban como caballos, pero sonreían. Ella por haber encontrado una buena manera de sacarse el mal humor y la frustración de encima. Él por haber descubierto una chica, que lo hiciera calentarse como un horno de fundición. Era mona, rica, con clase, de buena familia, y no solo recordaba su nombre, sino que lo había puesto de rodillas en más de un sentido. No tenía ni idea de donde había aprendido aquellos movimientos, pero él sabía que tenía algo más que intuición. Enrique había practicado Kendo, y sabía de lo que estaba hablando. Ella era un pequeño misterio que se moría por descubrir.
- ¿Dónde has aprendido ese movimiento?.-
Jimena elevó los hombros y ladeó la cabeza, pero no bajó la guardia de su falsa arma.
- En Barcelona.-
- Barcelona.-
- ¿Seguimos?.-
- Lo siento, pero mi tiempo se ha terminado. Quizás otro día.-
Jimena bajó la vara, enfundándola a un costado, e inclinando la cabeza con respeto, como un auténtico samurái.
- Esperaba pasar un rato más, pero si estás cansado...-
- ¿Cansado?, estoy molido. Pero me he divertido mucho.-
Le tendió la mano para recoger su vara. Y ella la entregó con una sonrisa.
- Siento que podría estar saltando un par de horas más.-
- Wow, tienes mucha energía acumulada.-
- Seguramente.-
- Te gustaría venir a tomar algo más tarde.-
- ¿Es una cita?.-
- Sólo tomar algo, bailar, ya sabes, lo que hace la gente con ganas de seguir la marcha un viernes por la noche.-
- Suena bien.-
- ¿Te recojo a las 9?.-
- De acuerdo.-
Enrique salió de la finca con una enorme sonrisa en la cara, y su cuerpo vibrando ante las buenas perspectivas de aquella noche. Verla hacer los estiramientos de calentamiento había encendido su "detector" de hembras, y la paliza que había sufrido de sus manos no había hecho más que aumentar su "necesidad de conocerla". Era una peculiar Lara Croft, y tenía grandes expectativas con aquella pijita.
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