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Capítulo 5

Me costó llevarle a la cama, mi estatura y la suya no compaginaban mucho. No obstante, no sería la primera y algo me decía que menos la última que haría algo asi. Lo lanzo sin mucha ceremonia a la cama y cae abiertos de brazos sin dejar de maldecir. Retiro sus zapatos, parte de la ropa y hago mi trabajo desde que tengo cinco años.

Aquella época inocente en que no entendía su estado y el porque de tomar esa bebida amarga. Si, la tomé, en espera de hallar que era lo delicioso que papá le veía. Arrastro mis pies hasta llegar a la puerta limpiando el sudor de mi frente con las mangas de mi camisa, hasta que le escucho hablar.

—Nuestra vida va a cambiar —balbucea y al girar mi rostro noto que ha alzado la cabeza.

—Estás ebrio y me has metido en problemas. —me quejo aun a sabiendas que no va a comprender el tamaño de su locura —¿De dónde has sacado esa botella de Doyle-Turner?

—Yo no tomo ese maldito whisky. —escupe de mal humor y sacude las manos en el aire —es infernal, costoso y me recuerda a una época en que era feliz.

Todo ese sermón, era propio de su borrachera. Papá nunca había tenido para algo asi, era el alcohol lo que hacía decir y hacer tonterías. Paso mis manos por mi rostro mientras el se remueve incomodo hablando incoherencias y mencionando los mismos nombres de siempre "Eckberth, Jeffrey, Néstor, Aisha, Inés, naira"

—¿Y la que está en la sala a la mitad? —pregunto — Has caminado todo el barrio con ella. ¿Sabes lo que eso significa? Nos comerán vivos.

Le cuesta levantarse, pero lo logra y me ve fijamente. Pasa una mano por su cabello y mira a todos lado desorientado. Toma la mesa de comedor, la alza y lanza en mi dirección, que esquivo rápidamente. Sigue viéndome con ojos cargados de odio y esa furia que adquiere cuando lo he retado.

—Más te vale bajar ese tono, hoy no puedo hacer nada... Pero mañana es diferente. —amenaza apoyando los pies en el suelo —no tomo el Doyle-Turner por la misma razón que.... Mejor Lárgate Cara. —acaba de decir acostándose de nuevo en la cama y dando la espalda.

Cuando explote lo del robo de botellas los vecinos dirán que le vieron a mi padre con una de ellas en las manos. Me ha golpeado por traerme una muñeca del jardín, lápices que me obsequiaba la maestra. Se aseguraba ese otro día que fuera cierto mi historia ¿Para qué? Pienso mientras las lágrimas corren por mis mejillas.

—Eres igual a la mujer que trajo al mundo. Un vil ladrón. — exclamo con furia y consciente que es insulto me costara mañana, pero no me importa. —Yo te defendí, le dije al señor Doyle que eras incapaz de robar ¿Y apareces con una botella del lote perdido? Son más de mil quinientas ¡Tú tienes una!

Doy media vuelta saliendo de su habitación y azotando la puerta. Camino a mi habitación y cierro la puerta apoyando mi cuerpo en ella sin dejar de llorar. He soportado por mucho tiempo sus insultos y señalamientos, pero no estoy dispuesta a esta humillación.

Retirando mi ropa y yendo a la ducha, vienen a mi mente todas las veces en que insistió no robar, los golpes recibidos por traer a casa algo que no era nuestro. Incluso los obsequios recibidos se aseguraban que lo era y hoy él comete un acto mucho más fuerte ¿Qué hizo todo el dinero? ¿En qué momento tuvo acceso a mis llaves? Por mi mente pasan los cuatro años de trabajo y en ninguno de ellos llevo esas llaves a casa.

No lograré dormir, tengo la esperanza que la ducha fría haga el milagro. Cansada con los ojos hinchados me visto el pijama e ingreso dentro de las cobijas. Solo tenía pensado cerrar los ojos y fingir dormir, resultó que si logré descansar.

El olor a café recién hecho me despertó acompañado de pan fresco. Me siento en la cama desorientada son dos olores que nunca están en la casa en conjunto. Una mirada a la hora me dice son casi las cinco de la mañana. Minutos después la alarma empieza a sonar, estiro la mano y golpeo el reloj de manera automática bajo un pie y luego el otro.

No sé qué se trae Julius Morphy, solo que no es nada bueno. Suele hacer el desayuno, solo cuando se excede en los golpes (cómo el típico esposo maltratador). Mis siguientes movimientos son el reflejo de muchos días haciendo lo mismo. Abrir el cajón, sacar mi ropa interior, verificar mi uniforme y bolso, etc.

Una hora después, estoy lista para enfrentar la vergüenza más grande de mi vida. La pequeña sala con los muebles Vinotinto, ya sin la botella de whisky o rastros de la cruda de mi padre, luce limpia. Miro intrigada en todas las direcciones y no hay señas del desorden acostumbrado.

—Buenos días —giro lentamente hacia esa voz tan en calma y lanzo un grito al sentir sus manos cerniéndose en mi cabello que tira de él con violencia —repite lo que me has dicho hace unas horas.

Me lanza con rencor al sillón y aterrizo en al acolchado de manera indecorosa. Alzo el rostro hacia él enfrentándole, ha perdido el poco respeto que le podía tener. Me toma de las manos y me alza de un solo tirón.

—¿A quién llamaste ladrón? —reclama con una mano en un puño y la otra enredada en mi cabello largo, el que se niega a que me corte muy probable por esto que hace en estos momentos.

Apoyo mi mano encima de la suya y clavo mis uñas en su muñeca. No le haré daño, pero le dirá que no estoy dispuesta a soportar otro más de sus golpes por acusaciones de algo que no hice.

—¡A ti! —manifiesto con un valor que no sabía contaba —esa botella hace parte del lote que se robaron de la destilería... tu eres el ladrón no yo — sus ojos verdes brillan de manera peligrosa una vez me suelta.

Tambaleo varias veces intentado estabilizarse y el temblor en mi cuerpo va en aumento. Hiperventilo al verle empuñar sus manos cerrando los ojos en el proceso, ese gesto es la señal de la violencia que sigue o los golpes. Retrocedo hasta llegar a la pared y allí me quedo abrazando el bolso de manos. Julius Morphy es de los pocos que no olvida lo que hace ebrio, así que recuerda todo lo que le dije.

Está recién bañado, afeitado y limpio. En vaqueros desgastados y camisa blanca, zapatos en cuero marrón que les regalé en su cumpleaños. No es por ser mi padre o porque lo quiera tanto, pero es un hombre hermoso... Si tan solo se quisiera un poco.

—¿Me vas a golpear por decir la verdad? —pregunto con voz opaca. —siempre me has acusado de ser como mamá ¿De dónde sacaste esa botella papá?

—Soy yo quien hago las preguntas...

—¿De dónde sacaste eso? —vuelvo a preguntar aún más fuerte—más de mil quinientas cajas perdidas y tu apareces con una. Esa botella equivale a un año de comida para los dos. Tu apareces con una del mismo lote y no quieres que te llame ladrón. —culmino con voz agitaba.

Elimina la distancia con pasos rápidos alzando una de sus manos. Es la primera vez que recibo gustosa el golpe.

—Baja la maldita voz que sigo siendo tu padre — antes de terminar la frase su mano e impactándola en mi mejilla.

Una lagrima sale despedida de mis ojos y empiezo a sentir el sabor metálico en mi palada. Limpio mi boca con el dorso de mi mano y veo rastros de sangre en mi muñeca.

Si creo que ha acabado estoy equivocada, me arrastra hacia la cocina dejándome en mitad de la misma. Abre la heladera de dónde saca una bolsa de hielo que segundos después presiona en mi mejilla sin delicadeza. Tiro la bolsa a sus pies dando media vuelta y saliendo a la calle escuchando sus gritos al llamarme.

—Cara Murphy Fleming, vuelve acá ahora mismo...

Pero no hay vuelta atrás, el no va a dañar mi vida, podrá destruir la suya con el alcohol, jamás la mía. El viaje al trabajo es incómodo la gran mayoría no deja de ver en mi dirección. Dentro del autobús, abro mi bolsa y busco un espejo. El reflejo en el espejo me asusta, tengo los ojos rojos, nariz igual, el cabello revuelto y los dedos de mi padre marcados en mi mejilla.

Por más que intenté cubrir el golpe, fue imposible. La marca en mi mejilla y parte del cuello era notoria. El maquillaje solo le disminuyó un poco, aunque no lo suficiente para que los ojos curiosos lo notarán. Antes de sentarme en mi sitio decido entrar al tocador y hacer algo más por mí.

Guido

El ascensor se abre justo en el instante en que Cara sale del tocador, al notar mi presencia baja el rostro y su cabello oculta parte del mismo.

—Buenos días señor Doyle —saluda con voz inaudible y se detiene cuando ve la caja que traigo en mis manos.

—Buenos días señorita Murphy, traje sus cosas —hablo yendo hacia su escritorio y dejándolas encima —traje todo lo que encontré, si hay algo que no sea... lo devuelve.

—Yo pude hacerme cargo...

—Estaba allí con las llaves, no fue problema —respondo intentando ver su rostro que insiste en ocultar.

Estiro mi mano y la apoyo en su barbilla que alzo, su cabello cubre parte de su rostro y con la mano libre retiro el mechón de su cabello. Baja la mirada al notar mirada de asombro, mi humor pasa de la perplejidad, al miedo y de eso a la furia. Acaricio la marca roja de su mejilla con mis nudillos y la siento temblar ante ese gesto.

—No sé qué te han dicho, pero esto no es una forma de amar.

Aun no hablo con Slade, he pasado toda la noche y madrugada en las bodegas. Descubrí que Cara tenía razón, hacían falta esas cajas y parte de otro lote que iría a Estambul. En este instante, la policía revisaba las cámaras en búsqueda de algo sospechoso.

—Ven aquí —tomo una de sus manos y me dirijo con ella al sitio de descanso —hay un botiquín y debe existir algo frío que pueda usar en esa área.

—No es necesario señor...

—¿Por qué fue? —pregunto ignorando sus protestas y entrando al lugar.

Paso mis ojos por todos lados en búsqueda de un sitio en donde pueda hacer mi labor sin que la diferencia de estatura sea un problema. Lanza una exclamación de protesta al ser alzada y puesta en el buró, por un instante sus ojos verdes me ven con sorpresa y su respiración es agitada.

—Es usted... es decir, esto no es propio.

—Sin dudas, ese golpe no lo es —replico consciente que no se refiere a eso y calla de forma abrupta.

Abro la heladera y busco algo frio sin muchos éxitos. Una caja de jugo muy seguramente vencida llama mi atención y sonrío con satisfacción al notar está bastante frio.

—¿No me dirá quien fue? —pregunto cubriendo la caja con mi pañuelo y acercándome a ella —esto va a doler.

Apoyo con cuidado el pañuelo y la siento contener el aire. Sin despegar sus ojos de los míos me describe el acto, sin decirme ¿Quién cojones la golpeó? Mi enojo no es por la botella que ese maldito trajo, porque en este punto entiendo que esta siendo vendida en todos los rincones a menos valor por la ausencia de sello. Es porque no se si es novio, amante, padre o que mierdas de ella.

—¿Su novio? —pregunto y niega.

—Mi padre.

El hombre del diario, aquel que le ha golpeado por cualquier tontería típica de una niña o adolescente. Tiembla de dolor y la regreso al suelo nuevamente, esta vez esta preparada pues ha estado alerta a mis movimientos.

—El no robó esas botellas, confieso que no tiene como pagar una de esas —le defiende y no respondo nada —¿Estamos en problemas verdad?

Ella no, su padre lo estará en cuanto ponga mis manos en su asqueroso cuerpo. Niego un instante y la llevo hasta el sillón mas cercano, me ve de reojo tal cual lo hace siempre que estoy cerca y rio con amargura pues no baja la guardia.

—Cuando la hinchazón baje, vaya a enfermería y que le den algo para el dolor —mi pedido es más un ruego y afirma en silencio —¿Trae el móvil con usted?

Lo saca del bolsillo de su pantalón y me lo entrega, digito mi numero y le marco al mío. Guardo mi numero en su agenda con una "A" y el suyo en la mía como "prioridad", puedo sentir el cosquilleo que produce sus ojos fijos en mí y esa sensación empieza asustarme o gustarme, no lo tengo muy claro.

Cuando devuelvo el móvil desvía la mirada rápidamente y niego divertido. Sus actos son el de una niña que no desea ser pillada en una travesura, pero que fracasa en cada intento.

—Cuando este en problemas envíe su ubicación al contacto "A" —le pido y asiente —también le pasaré el de Slade, en caso que no esté. No vuelva a permitir que le golpeen de esa manera, es su padre, pero no su dueño.

—Usted no entiende...

—Más de lo que cree, conozco a alguien que como usted fue golpeada por su padre y que ello la hizo caer en mano de un agresor mas cruel.

Sigo diciéndole como tras presentarse ante ella como su salvador, cuando la defendió de su padre alcohólico de una paliza. La llevó a otro país, la sometió a todo tipo de agresiones, le prohibió tener amigos o hablar con alguien. Detallo cada cosa escuchada y ella abre sus ojos aterrada cada vez más. La estoy asustando y no es mi intención, por lo que bajo el tono

—Lo que quiero decirle es... que usted puede creer ese tipo de actos es normal y una forma de amar y no es asi. —afirma sin decir nada y le miro un instante —¿Me dirá si esta en problemas?

—Le diré...

—Lo promete —insisto y estira su dedo meñique hacia mí con la otra mano apoyando en su mejilla.

Por un instante no entiendo que quiere decir hasta que mueve su pequeño dedo y estiro el mío entrelazándolo con el suyo.

—Asi sello una promesa —me aclara y veo por primera vez una sonrisa en sus ojos que brillan de una manera que atrae.

(...)

La entrada de Slade esa noche en la oficina no me sorprende, ha esperado que Cara se vaya para poder hablar con tranquilidad. La mayor parte del día ha sido una locura, no hay rastros de Robert y de quien contrató vigilante de las bodegas en puerto. Tenía otra bodega arrendada a su nombre y un viejo almacén en el que solían estar personal independiente. Sin embargo, no he podido encontrar ninguno que haya trabajado con ellos en esos sitios.

—Julius Murphy Weber —habla lanzándose a la silla —hijo de un militar irlandés y una inmigrante alemán, fue desheredado hace 25 años al contraer matrimonio con una fémina mucho mayor que él y quien aseguraba tenia un hijo suyo.

—¿Tienen dinero? — Slade se levanta y sirve un vaso lleno de whisky niego el que extiende regresando de nuevo al sillón.

—No como tú, pero lo suficiente para poder ayudar a su hijo si lo desea —explica llevándose la bebida a la boca y vaciando casi la mitad del mismo —el viejo tiene una fábrica de telas en Adare. Si le preguntas no tiene y no ha tenido un hijo llamado Julius, el hombre a tocado la puerta de su padre en muchas oportunidades... en todas ellas por su hija. —mueve el licor en su mano y me ve atreves del mismo.

—¿Qué hay de la madre?

Tomo el bolígrafo más cercano y lo muevo entre mis manos de forma nerviosa. No es lo que esperaba encontrar, yo me imaginaba algo totalmente distinto, nunca un hombre siendo llevado a la ruina de esta manera.

—Deidre Fleming americana, sin futuro y quien creyó tocar el cielo con las manos cuando se quedó embarazada del único heredero de los Murphy...lo dejó justo el día del cumpleaños de su esposo.

Pidió el divorcio atreves de un abogado y alegó maltrato como defensa, le quitó todo cuanto tenía y lo entregó solo por que le dejaran a la niña. Julius era había heredado una pequeña fortuna de su abuela materna. Su padre solo le pidió no registrar a la niña y entregarla a un orfanato cuando su madre los abandonó.

—Me estas describiendo a alguien que ama a su hija —comento y Slade me mira sin responder —¿Por qué le golpea si es asi?

—Ella es el recuerdo de todo cuanto perdió y hasta donde me dicen el vivo retrato de su madre... que por cierto vive felizmente casada en este país, en la misma ciudad, tiene tres niños con el dueño de una revista. —veo el escritorio vacío y luego a Slade sin saber que hacer. —escucho tus gritos de auxilio Doyle, si el hombre no quiere meter a su hija es por algo.


No obstante, alguien tiene que tenderles una mano...

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