Capítulo 4
Cara
Llevo mas de una semana trabajando con el señor Doyle. No permanece mucho tiempo en la oficina y las veces que esta se encierra. Deja notas que encuentro en la mañana sobre lo que tengo que hacer y a donde enviar.
Es un hombre de comportamiento extraño, pero no es malo. Me permite salir antes de tiempo para tomar el auto bus, cuando se enteró donde vivía. Tiene una estrecha relación con su madre con quien habla seguido y eso lo hace un buen ser humano para mí.
—Señorita Murphy —saluda mirando la hora y viéndome detrás del pc. —buenos días.
—Buenos días señor —saludo con un hilo de voz y ya en ese punto muy preocupada por mi porvenir.
—¿Tiene algo para mí?
—Esta en el escritorio señor —respondo levantándome con la agenda en mano —su agenda esta libre ¿Anotara algo?
—No me pases llamadas —es su respuesta y junto las cejas.
¿Qué le sucede? Quise preguntarle al verle caminar con la cabeza baja y hombros caídos entra a su oficina y pasa seguro.
—Necesito encontrar esas cajas faltantes —susurro mirando la pantalla. No hay rastros de ellas, es la mitad de un embarque a Londres y eso me preocupa aún más.
Llevo el mismo tiempo sin saber de mi padre, no recibo de su parte los mensajes que estaba bien. Siendo ese comportamiento bastante común y su ausencia me permite respirar libre de miedos, no me preocupo.
Son esos faltantes los que me preocupan...
No entregué el puesto de manera oficial y no me han pedido hacerlo. Tengo claro que una de las cláusulas de mi nuevo contrato es dejar mi sitio de trabajo sin faltantes. Es ese punto el que he ha permitido el ingreso a través de la web a las bodegas. Yo fui retirada sin entregar el inventario que me han pedido y que debo firmar para que hagan el traslado oficial.
He revisado cada una de las entradas, salidas y hasta he pedido información al área de ventas. Solo me la entregaron cuando expresé mis miedos, la ausencia de mi jefe en ese tiempo me permitió trabajar con tranquilidad.
Con todo el material en mi escritorio y durante ese día estuve inmersa en mi investigación. Conforme pasan las horas me doy cuenta que no estoy equivocada. Tomo el teléfono y marco a Robert, como era de esperarse no me responde por lo que le llamo al móvil.
—¿Cómo has estado cariño? —saluda jovial y algo me dice que su buen humor acabara cuando le diga el motivo de mi llamada. —¿A que se debe el honor de tan grata llamada?
—Me han pedido estar al día para hacer el traspaso de dependencia...
—Tengo en mis manos ese documento —me interrumpe.
—¿Y el inventario? No puedes dármelo sin entregarlo.
—Yo me encargo linda —me calma y niego. —es mi trabajo y no el tuyo, en caso de problemas lo estaré yo...
—No es tan así, solo los dos tenemos ese juego de llaves —le recuerdo y siento su respiración pesada —creo que lo mejor es hablar con el jefe.
—Primero debemos volver al puerto y asegurarnos que no estén allí. No podemos alarmarnos, es una cantidad considerable ¿Cómo van a perderse de la noche a la mañana? ¿Qué crees que pensarán cuando lo digas?
—No pueden decir nada, porque soy inocente no me he robado una sola botella Robert —hablo perdiendo el control.
—¿Y Julius? Tu padre es alcohólico y tu maltratada por el.... será fácil especular.
—Papá no puede ser acusado de nada, porque jamás ha tenido acceso a las llaves Robert y eso una cámara de seguridad puede comprobarlo. Me he asegurado que me vean dejar las llaves en mi escritorio y no sacarlas ni siquiera cuando voy a almorzar. —cuelgo la llamada molesta y miro la pantalla.
Julius Murphy es un mal padre, quizás un pésimo esposo, abusivo y maltratador, pero jamás un ladrón. Mi primera paliza fue por traer del jardín un juguete que me gustaba. Me golpeó hasta la inconsciencia, no sin antes advertirme que no estaba dispuesto a tener en casa a una ladrona.
Cuando empecé a trabajar y al no poder hacerme cambiar de idea, me pidió no traer llaves de la oficina casa. Conocía sus debilidades y no quería que tuviéramos problemas legales por robar una botella. Todo sería diferente si el dejara el alcohol, estaba segura de ello.
Inspiro fuerte una y otra vez viendo los documentos. No pensaba rendirme, si estaba equivocada hoy lo sabría. No tengo claro cuanto tiempo pasa, solo se que me he quedado dormida y el ruido del móvil me ha despertado, descuelgo la llamada sin ver quien es.
—¿Cara? ¿Por qué no bajaste a almorzar? Tampoco te vi en la parada de bus —la voz de Elektra me hace mirar la hora.
—¡Las ocho! —La risa del otro lado no se hace esperar. —Elektra no vi la hora....
—¿Pierdes la noción del tiempo al tener frente a ti tanta belleza?
—No seas tarada—le reprendo, pero ríe sin control tanto que acaba colgando la llamada y miro el objeto en mis manos con fastidio.
Observo la hora y la puerta cerrada ¿Debería decirle lo que sucede? Niego cerrando todas las ventadas y apagando el ordenador. Mejor espero estar segura, no debo gritar fuego sin estar segura.
—Debes decirlo Cara —me reprendo en silencio —el debe saber que algo malo esta pasando.
Con la excusa de pedir salida recojo las cosas y las dejo en mi escritorio. Me incorporo y le veo tras el cristal con los ojos cerrados mirando a hacia arriba ¿Qué le preocupa a un millonario asi? No creo que tengan problemas reales, salvo el punto de maduración de un buen vino. Sonrío ante eso y toco dos veces la puerta empujando segundos después.
—¿Señor Doyle? —le llamo y retuerzo mis manos cuando fija sus ojos en mí.
(...)
Bajo el ascensor aliviada por haber hablado con el jefe y aunque no fue claro en lo que haría, pues solo me pidió ir a casa... por lo menos no me acusó.
—¿Señorita? —la voz de un hombre me tiene.
Es el novio de turno de mi amiga, Slade. Sonríe al abrirme la puerta del auto e indicándome entrar.
—No es necesario...
—Soy Slade, el escolta del señor Doyle y te aseguro es muy necesario —comenta mirando la hora —no voy a ser parlanchín, Joel y yo solo queremos asegurarnos que llegues bien.
Tras una pausa afirmo y acabo por aceptar, es demasiado tarde, no cuento con mucho dinero. Entro al auto en donde me presentan al chofer, Joel era su nombre y Slade vuelve a hacerlo sonriendo al ver mi rostro espantado.
—No soy tan feo sabe... —habla con falsa indignación.
—Ni yo—comenta Joel.
—No es personal... es que no suelo estar rodeada de tanto lujo —me excuso viendo el auto avanzar y la noche ya caer en pleno.
—Pues acostúmbrese, estoy segura que su esposo estará dispuesto a edificar un palacio.
—¡Que tontería! Ni siquiera tengo novio...—rio divertida ante su rostro de sorpresa y su teatro al apoyar una mano en su pecho.
—¿Querido, amigo, amado, fan, amigo con derecho, novio sin compromiso?
—¿Nada? —insiste en saber Joel que por el retrovisor me ha visto negar a todos los apelativos. —Ni fea que usted fuera.
—Creo mi padre les espanta —confieso y asiente —es bastante joven, la mayoría cree es mi esposo.
—¿Qué edad tiene?
Cuarenta y cuatro, pero aparenta tener mucho menos, es probable sea la buena vida. Normalmente la ida a casa se me hace lejana, Slade y Joel hacen que sea corta, al punto de no querer bajarme una vez llego. ¿O es la luz encendida?
—¿Vive aquí? —afirmo y mira la casa luego al barrio.
—Con papá —aclaro.
—Entre, esperaremos que lo haga para partir... dulces sueños Cara.
—Gracias por la compañía... —les digo.
—Se puede repetir cuando desee.
Dudo que el jefe lo vuelva a hacer, pero me guardo ese comentario al avanzar a casa. Al abrir la puerta, lo encuentro tirado en el sillón con una botella en las manos. Inconsciente y con ese olor pestilente que suele tener cuando hace eso.
La marca de la botella llama mi atención y avanzo en su dirección a paso rápido. Esta dormido y ebrio, el único estado en que es vulnerable y deja de ser un peligro para mí. Me he aprendido el número del lote de las cajas extraviadas.
—Papá ¿Dónde conseguiste esto?
—Déjame dormir, llegué para que vieras estoy vivo... ¡Ahora largo!
No puede ser. La botella con la que mi padre se ha dado la fiesta de su vida, tiene el mismo número. Por más que intento despertarle, y que me diga algo me es imposible.
Guido
—Señor Doyle —su cantarina voz hace que mi piel se erice solo con escucharla.
Retuerce sus manos en su vientre y muerde sus labios nerviosa. Me yergo del todo en la silla y mira el reloj con anhelo. Son casi las ocho de la noche y según recuerdo ella no ha ido a almorzar. Lanzo un juramento al levantarme y nuevamente ella retrocede al notar la violencia de mi gesto.
—¿No fue a almorzar? —La veo negar y apoyo una mano en el escritorio inclinando mi cuerpo hacia delante un poco —¿Por qué? —quise saber y su cuerpo se encoje.
Parte de su cabello cae en su frente, su gesto de bajar el rostro al ser interrogada y ese corte hace imposible que pueda ver sus ojos. Aunque puedo percibir su terror, su cuerpo tembloroso me lo dice.
—No tenía apetito señor...
—¿Le preocupa algo? —insisto en saber pues la he contemplado hablando por teléfono angustiada —¿Señorita Murphy? —ante su afirmación suspiro y le insto a sentarse, pero niega. —está en el mejor lugar para elevar cualquier queja, si alguien le ha causado problemas... dígalo.
—No es ese tipo de problemas señor...—aclara rápidamente —Antes de ser enviada a su oficina, yo estaba elaborado el inventario. El que usted pidió para entregar a Edimburgo, había un error en el y estaba por corroborarlo cuando me llamó a trabajar. Para ser traslada del todo, es necesario estar al día, asi que seguí en ello...
Yo debería decirle que no la pedí, fue Robert el que insistió era una buena empleada. Lo sugirió cuando tras averiguar que la mujer que había visto ser maltratada era su asistente. Creyó que buscaba una, cuando lo que realmente necesitaba era saber quién era el hijo de puta que la quería golpear en mis narices
—Robert estaba esperanzado que fue alguna factura que deje pasar. Insiste en decir que lo es... Se que no es así, mantengo al día el inventario, estoy muy pendiente a ello. Se que no son facturas pues las cajas son las que les falta la etiqueta...
—Las que están en puerto —afirma en silencio e inspiro fuerte para hacer la siguiente pregunta —¿De cuántas cajas estamos hablando? —cierro los ojos y espero el golpe
—Mil quinientas treinta y cinco... —abro los ojos de nuevo espantado por esa cifra.
—Es casi la mitad de un cargamento —repito—¿Cómo es eso posible?
Ella se ve tan o mas espantada que yo, aun asi logra controlar su miedo al alzar su mentón y seguir.
—Yo estoy a cargo del inventario. Quiero que sepa, que daré la cara, pero papá y yo somos inocentes.
Su temor tiene fundamento, solo ella y Robert cuentan con el manejo de la bodega. Siendo ella la empleada y conociendo la debilidad de su padre, teme que la cuerda rompa por el lado más débil. Le pido bajar y mientras ella recoge las cosas, hago un par de llamadas.
Saco de mi escritorio las llaves que ella me ha entregado y una idea llega a mi mente. Tomo el móvil y le marco a Slade, ante la imposibilidad de hacer dos cosas al mismo tiempo. No tengo el don de la omnipresencia.
—Slade, necesito que hagas algo por mí. —pido al hombre con el que hablo por teléfono —¿Recuerdas a la pelirroja que te negaste a ayudar o que yo le hiciera?
—Te salvé de una demanda segura Doyle ¿Por qué eres tan desagradecido? —sonrío pese a que las cosas no están para eso y decido ignorar su queja.
—Esta por bajar. Llévala a su casa y averigua con quien vive—hago una pausa al verla con el bolso en sus hombros —es mi nueva asistente por recomendación de Robert.
—Espero no hables en serio...
—Si no hubieras pedido ese descanso lo sabrías —replico —Y no es todo. Era la encargada del inventario, no son cajas las que faltan... Son miles.
Lanza una maldición mientras yo la observo alejarse hacia el ascensor. Le comento todo lo que se hasta ahora de la chica y me escucha en silencio. Asegura ella y su padre son inocentes, el que nunca lleve las llaves a casa, es buena señal.
—Todo esto a días de pedir ese inventario y de darte cuenta algo pasaba.
Yo pedí ese inventario porque noté el faltante, sin imaginar que se tratara de tanto. Dublín es el primer puerto por donde pasan las bebidas para ser distribuido en las sedes.
Sin saber cómo, acabé siendo el jefe de todas las cinco. Fue la condición que puso Gino para aceptar yo viviera lejos de casa. La mejor decisión hasta que Ainice decidió volver a mi vida y hacer que mi madre se aleje de mí, tras creer que le había mentido sobre haberla dejado.
Y no es que le duela volviera con Ainice (aunque sí), era que de todas las cosas la única que mi madre no perdonaba era una mentira. Sobre ellas aseguraba que era mejor le hablaran con la verdad, aunque doliera.
—Ella te dice el mismo día de empezar a trabajar contigo que deja las llaves en la oficina pues su padre es alcohólico. —sigue diciendo —Lanza ahora que hay faltante en las bodegas y el miedo que sea señalada de ladrona.
—¿Insinúas que la envían a propósito? Ella puede ser inocente...
La risa que escucho es de incredulidad. Enojado recojo la chaqueta, las llaves y demás avanzando hacia la salida. Slade insiste en que decir la debilidad de su padre fue apropósito, son demasiadas cajas e imposible maquillar ese inventario.
—Si te das cuenta, todo esto inició tras pedir ese inventario. Tres días después es maltratada por alguien en nuestras narices. Eres el tema de conversación en todo el Doyle-Turner, la gran mayoría sabe todo sobre ti. No es extraño que lo hicieran para llamar tu atención.
—Esos golpes no son fingidos Slade... —le comento lo que he visto en ella y ese terror no es fingido.
¡Es imposible!
Podría ocultar cualquier cosa, menos eso. Su comportamiento era el de alguien que estaba siendo dañada. Nosotros mismos fuimos casi testigos de cómo ese hombre la arrastró hacia la pared y ella se quedó paralizada sin hacer nada para defenderse.
—Peor aún, ella podría estar siendo obligada a esto.
—Lo que la convierte en una víctima y no en culpable —le interrumpo entrando a los ascensores. —Quiero todo sobre Cara Murphy en el menor tiempo posible.
Cuelgo la llamada apoyando mi espalda en la pared. Es demasiada mercancía para que sea un error de bodega. Las llamadas que siguen me indican que el personal está rumbo a al sitio.
Mi ingreso a una de las bodegas es en silencio, no se escucha nada, salvo las maldiciones de Robert. Atravieso el camino de cajas de licores, papelería y correo por entregar hasta llegar a su oficina. Apoyo mi cuerpo en la puerta abierta alzando la llave del escritorio de Cara.
—Creo que necesitas esto para abrirla — tiene un destornillador en las manos que pasa por las cerraduras del escritorio que intenta forzar.
Alza su rostro en mi dirección y ve un instante el llavero que muestro. Sonríe aliviado lanzando el destornillador al escritorio.
—Gracias a Dios estaba a punto de darme por vencido —se acerca a mi para retirar las llaves justo en el instante en que el grupo entra.
—Nada saldrá de aquí, las bodegas permanecerán cerradas —asiente haciéndose a un lado y le personal se dispersa.
Retira las llaves que cuelgan de su cinturón y las entrega a uno de los recién llegados. No da muestras de nerviosismo y hasta de ver aliviado ante la presencia de los chicos.
—Yo pude hacer ese inventario, pero me ahorraran el trabajo —dice alzándose de hombros —le dije a Cara que todo esto era innecesario, que esperara que fuera a puerto y volviera a revisar.
Avanzo hacia su escritorio, ingreso las llaves viendo como Robert recoge sus cosas y sale rápidamente. Busco una caja vacía y desocupo el antiguo sitio de trabajo de Cara Murphy, un libro de cuentas llama mi atención. Lo abrí al creer que era lo que anunciaba en la cubierta.
Libro de cuentas.
Lo que alcanzo a leer me arruga el corazón, leo extractos fugaces del diario de Cara. Más de veinte líneas pues mi piel se eriza y no pude tenerme hasta llegar al final de una de las hojas que leí al azar. Es su diario y corrobora aquello que creí, el miedo que ninguna niña debería pasar.
—¡Hijo de puta!
Gracias por leerme.
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