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Capítulo 11

Con la sensación de estar flotando y mi cabeza vacía abro los ojos. A mi alrededor todo es blanco. Me incorporo de un salto al no tener idea de donde estoy y miro a todos lados.

De lo primero que soy consciente es que nunca he estado en este lugar, no es un hospital y de serlo es de lujo porque la cama tiene el tamaño de mi habitación. Su colchón es suave, sabanas grises y verde oliva, almohadas en donde mi mano se pierde al apoyarla.

Yo podría dormir en esa cama de cualquier manera, captó el pijama blanco con la que estoy vestida y mis cejas se fruncen confundida. La prenda cae a mis rodillas y se pega a mi cuerpo como una segunda piel, de hombros descubiertos y nada que ver con lo que uso. Más asustada que intrigada, sigo viendo la prenda. Alzo la lujosa pijama y mis ojos amenazan con desorbitarse al ver mi ropa interior.

¡Esa no era mi ropa interior! En encaje, trasparente ¿Dónde estoy? ¿Quién me vistió? O lo que me aterraba mas ¿Quién me desnudó? Me acosté en mi cama con dolor en mi cuerpo, cabeza y mis vacíos existenciales.

Desperté rodeada de lujos de la cabeza a los pies y a mi alrededor ¿Me morí? ¿Estoy muerta o en otra dimensión? . Me siento en la cama y vuelvo a acostarme cuando todo a mi alrededor parece bailar producto de tantas dudas.

—Veo que ya despertó —busco el sonido de la voz femenina y me encuentro de frente con una mujer mayor.

Trae una charola con una taza de algo caliente, varias pastas un vaso descartable, huevos, pan, jugo de naranja y ensalada de frutas. Deja la bandeja en la mesa de noche justo de mi lado y apoya su regordeta mano en mi frente.

—Aún tiene temperatura, será mejor si no sale —comenta tomando las pastas y dejándolas en mis manos junto con el jugo en la otra.

¿Salir a donde? Desee preguntar detallando la habitación, tiene sin exagerar el tamaño de mi apartamento, con puerta en cristal desde donde estoy solo puedo ver el cielo azul y una terraza. El otoño está en sus últimos días, ya los árboles han soltado todas las hojas y en unos días empezara a caer la nieve.

El invierno es el peor clima para mí y no porque no lo soporte, es por todos los recuerdos que tengo. Mi cumpleaños suelo asociarlo con recuerdos malos, golpes, insultos y demás. El abandono de mi madre cuando tan solo tenía veinte días de nacida, marcó lo que seria esa fecha en adelante en papá y en mí.

—¿Dónde estoy? —pregunto confundida.

El ultimo recuerdo coherente que tengo, soy yo despertando luego de haberme quedado llorando con la ropa mojada. Estuve por unas tres horas mojándome con agua de lluvia, algo que desde los diez años no hacia. Aunque mi padre me daba azotes al llegar y me enviaba a bañar.

—En la casa de su novio —me responde con una media sonrisa.

Yo no tengo novio, quise decirle, pero en primera el mareo me ganó, segundo ella apoyo su mano en la que sostenía las pastas obligándola a tomar y la tercera era la entrada de un hombre.

Y que hombre.

—¡Retírese! —ordena con voz profunda a la mujer que, tras asentir y sonreírme se aleja.

No todas las veces tiene la oportunidad de estar frente a un hombre asi. Nota mi escrutinio y se queda viéndome en mitad de la habitación, con una mano en los bolsillos, un estetoscopio en su cuello y una sonrisa (creo) en sus labios.

—¿Qué se siente?

Toma una silla que acerca a la enorme cama y se queda viéndome sin decir nada y me imagino espera mi respuesta. Pero, yo tengo muchas preguntas.

—Estoy en casa de mi novio —empiezo a decir y el hombre alza su ceja rubia divertido —el problema señor es que no tengo novio.

—Entiendo —dice y sin disimular lo que mi confusión le divierte. —pero eso no lo puedo decir yo, estoy aquí para mirar su salud.

—¿Es doctor?

—Si. —responde y su ceja se arquea cada vez más —¿Qué hizo para caer dos días con resfriado?

—Me bañé con agua de lluvia. —confieso sin que pueda despegar mis ojos de su rostro serio mirándome.

—¿Por cuánto tiempo?

—Tres horas más o menos, pero me quedé con la ropa mojada.

—¿Motivo de esa insensatez?

—Me dormí...

Obvié decir que estaba llorando cuando lo hice, pero al sexy doctor no le importaba. Saca un termómetro del bolsillo de su camisa, se incorpora soltando un suspiro mitad aburrido, mitad fastidiado y se sienta en un costado de la cama.

—Abra la boca —me pide y le obedezco sin chistar —cierre y no haga preguntas —afirmo obediente y esta sí que me brinda una sonrisa —es la primera con la que no discuto, no me ofende o me golpea.

De nuevo mis cejas se juntan y algo debe ver en mi rostro pues su risa aumenta hasta que convertirse en una carcajada fuerte.

—Tiene razón... es la criatura mas adorable que he visto.

Siento que soy parte de un chiste personal, uno en donde el hombre frente a mí no tiene intención de hacerme participe. Aprieto el termómetro en mi boca y no lo pierdo de vista, lo que ocasiona en él aún más risa.

—Se parece a Popeye.

¡Su progenitora! Quise decirle, pero seguía con el termómetro en mi boca.

—Será mejor no lo deje caer o tendré que medirle la temperatura de otra forma.

Esta vez si tiene toda mi atención por lo que permanezco rígida como un palo en espera que me retire el objeto. Lo retira, cuando creo que pasa una eternidad y suelto el aire.

Ya me veía en una posición poco decorosa y con este hombre instalando eso en mala parte.

Con un simple "nada mal" guarda de nuevo el termómetro en la camisa y retira el estetoscopio de su cuello.

—Soy Gino—se presenta instalándose el objeto en su cuello y sosteniendo el extremo en sus manos mientras me ve a los ojos fijamente. —Gino Doyle III.

—¡Mi jefe! —hablo extasiada por tenerlo frente a mí. —el custodio del Doyle-Turner. —sigo diciendo y sonríe divertido.

—El mismo. ¿Y la señorita es?

Tengo al custodio revisando mi estado de salud. Con razón su belleza, he visto fotos de Gino II y del primero, de algunos de los custodios de décadas pasadas. La gran mayoría tienen en común su altura, porte y belleza.

—Cara Murphy —alzo la mano que estiro en su dirección y que toma sin dejar mucho tiempo esperando —es un placer conocerlo señor.

—El placer es todo mío... —comenta soltándome y moviendo el objeto.

—¿Dónde estoy?

—Creí que dijo en casa de su novio. —y sin verle puedo sentir que sonríe —inspire —ordena apoyando el frio metal en mi espalda y obedezco —ahora suelte el aire lentamente.

La figura en jeans y buzo blanco que hace presencia en la entrada me impide obedecer. Sonríe al entrar del todo a la habitación y sentarse en la silla que hace unos minutos ocupaba el que ahora se es su primo.

—Dije ...—tras ver a Guido niega y vuelve la mirada a mi —te pedí estar afuera.

—Tengo recuerdos bagos tuyos con Isabella...

—Debes aceptar la comparación es absurda —le interrumpe y me hace un guiño, pero sigo sin entender.

Permanecemos en silencio en lo que dura su revisión y tras acabar se aleja de mi cruzándose de brazos. Le pregunto si lo sucedido fue por mojarme y le veo pensar un poco la respuesta, me dice que mi primer error fue quedarme con la ropa.

—El agua de lluvia como tal no enferma, los gérmenes si —empieza—solemos tenerlos en nuestro sistema sin desarrollar, luego estar bajo la lluvia fría, el clima frio o la ropa fría —recalca y enumera cada cosa divertido alzando sus dedos en mi dirección —ayudan a que esos síntomas cobren vida. Por si fuera poco, cuando el agua de lluvia golpea el suelo, provoca que las bacterias y virus suban a la superficie.... Etc.

—Estuviste mucho tiempo bajo la lluvia muñeca y con esa ropa mojada, fue un error —vuelvo la vista a Guido y afirmo bajando los ojos.

—Tienes mi Ok. Fuiste prisionero de tus propias decisiones, tienes la llave hacia la libertad. —le dice a su primo levantándose y extendiendo una mano en su dirección —de ti depende que tan rápido sea...te espero abajo. En cuanto a usted —me dice dando media vuelta y fijando sus ojos en mis manos —debe ir cuanto antes al médico, aquí estoy limitado...

—Gracias señor —agradezco. Junta sus dedos índice y corazón que mueve dando media vuelta con una media sonrisa —no pensé que fuera tan lindo...

Empiezo a decir una vez se ha ido.

—¿Lindo? —me pregunta incrédulo —¿Gino Lindo? Preciosa, no lo conoces...

A mí me pareció lindo, pienso encogiéndome de hombros. Un poco de humor negro, pero lindo. Se incorpora y camina a la cama, ocupa el lugar libre a mi lado pasando una mano por mis hombros atrayéndome hacia él. Lo que sigue era lo que solía odiar de su presencia, la vulnerabilidad que sus brazos me producían era extraña.

—¿No te gusta que te abrace? —me pregunta —no solía importarte.

—No me gusta me hacen sentir tus brazos —confieso. —me siento vulnerable, mi corazón late con fuerza como si acabara de correr una maratón.

—¿Eso es malo? —pregunta con sus labios mi cuello y cierro los ojos, mis pezones se endurecen y mi cuerpo estremece —porque yo también lo siento...

—Lo es, no es bueno acostumbrarme a ti.

—Era tu cumpleaños y lo dejé pasar... pero estaba enojado —su voz sale pausada cerca de mi cuello causando que el cosquilleo aumente—dijiste que tenías una cita y yo creí que era con un hombre —sigue diciendo.

—No quería estar sola...

—Me tenias a mi —sigue diciendo —¿No soy suficiente?

Me hace verlo y se mantiene a escasos centímetros, puedo sentir su aliento en mis mejillas y estoy segura él puede escuchar los latidos de mi corazón apresurados. Sus pupilas están dilatadas y su respiración es irregular al igual que la mía.

—¿Por qué debemos ignorar lo que sentimos Cara? ¿En qué parte estipula que es malo?

—Eres mi jefe. —y es la primera lógica que encuentro, sonríe al empezar a eliminar la distancia entre los dos.

—Tendré que despedirte —responde. —voy a ascenderte... te nombro a partir de ahora...

Su mirada cambia, hay cierto grado de ternura en ellos, tanto que al contempla cada parte de mi rostro lo siento como una caricia. Inclina su rostro al mío y cada que la distancia empieza a disminuir, también lo hace el aire en mis pulmones.

Nunca había recibido un beso y algo me decía que era demasiado tarde para aclararlo. Cuando sus labios rozan los míos, los siento dulces y húmedos. Estaba descubriendo el desconocido sabor de sus labios, que por muchas noches intente imaginar sin conseguirlo ante mi inexperiencia.

Me sentía caer en una inmensa sensación de vacío, en donde era llevada su beso ardiente. El sonido de satisfacción que sale de mi garganta, parece sincronizar con el suyo apoya una mano en mi cintura empezando a descender abrazado a mi a la suave cama.

—La dueña de mi corazón... no hago más que pensar en ti, en tu sonrisa, tus ojos, tu rostro —sigue diciendo con voz ronca.

Se aleja un instante una vez me deja en la cama. Respiro al verme reflejada en sus ojos, el miedo me invade al notar entre ambos el calor que nos embarga.

—Intenté ignorarlo, usar el sentido común... pero no pude.

—Guido —susurro al sentir sus labios de nuevo en los míos.

La habitación empezó a dar vueltas a mi alrededor y no existía otra realidad para mi más que sus labios. Ahogada en todas las sensaciones que el febril movimiento de su lengua causaba en mí, el cosquilleo en mi abdomen, el acaloramiento que recorría todo mi cuerpo y su sonrisa al escucharme jadear su nombre.

—No tenemos por qué darle un nombre, no debe fecha de vencimiento o una explicación —se aleja de mis labios dejando en ellos un vacío indescriptible y sonríe al rozar con sus nudillos mi mejilla—nos gustamos y de momento es lo mas importante... puedo demostrarte que me importas y no estas sola.


Afirmo, consciente que le estaba brindando mi corazón con ese gesto y en espera que el estuviera entregándome el suyo.

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