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Capítulo 68

Sebastián y Loreta, decidieron que su boda sería un día sábado al atardecer, para no llamar la atención de una sociedad inescrupulosa. Deseaban celebrarlo pronto, para que no existan contratiempos que hicieran posponer esa boda.

Invitaron únicamente a la familia Fortunato, además de tío Jamal y tía Perla, que eran también parte de la familia.

A pesar de que Sebastián acudió con todas sus ilusiones y esperanzas a casa de sus padres para darles la invitación, no tuvo esta noticia una buena acogida por parte de ellos.

— CLARO QUE NO. TE LO PROHÍBO — Grita Agustín al escuchar la noticia que le estaba dando su hijo. Él tenía esperanzas de que Sebastián había recapacitado y había abandonado a la pelirroja para regresar a casa con ellos.

— No te pido autorización papá, ya tomé una decisión — responde en voz baja Sebastián, presionando sus manos en señal de nerviosismo — Solo esperaba que te alegrara por mí y compartan conmigo mi felicidad.

— Como podríamos compartir contigo ese momento, si vemos que estar arruinando tu vida — refutaba Agustín.

Celenia se mantenía en silencio, con la mirada fija en sus rodillas al estar sentada en un sofá de aquel salón, escuchando como su hijo se casaría en dos días con aquella muchacha que tanto lo lastimó.

— Padres, a ustedes no les permitieron vivir juntos a causa de las apariencias, sufrieron y fueron infelices, hasta que pudieron formar una familia — volvía a insistir Sebastián esperando compresión de parte de ellos — Eso mismo le ocurrió a mi hermano Víctor y por ese motivo escapo con Amelia, para ser feliz con quien amaba. Si ya han perdido en su oportunidad a un hijo por un amor frustrado, algo que ustedes también han vivido en carne propia ¿Por qué no pueden comprender mis sentimientos?

— Qué atrevimiento comparar a Amelia o a tu madre con esa mujer.

— Sebastián — interrumpe Celenia — Entendemos que cuando se está enamorado, no se escuchan razones y se ciega a la realidad ¿Cómo puedes creer que un matrimonio así durará, si ya no tienen confianzas?

— Si la tenemos madre. Entender sus motivos no me hace olvidar lo ocurrido, solo comprender por qué lo hizo

— Aún eres muy niño y te falta madurar en esas cosas. Toma un poco más de tiempo, sus vidas ahora serán muy difíciles, todos murmuran sobre ustedes y ya sabemos que les han expulsado de varios lugares.

— Nuestro matrimonio será este sábado, no lo pospondremos. Espero contar con mis padres ese día — concluye Sebastián, levantándose del sofá, en señal de marcharse, al comprender que no les haría cambiar de parecer.

Rápidamente, se levanta Agustín y lanza una advertencia a su hijo, en señal de desesperación.

— Te desheredaré, si no desistes de aquella decisión, lo haré. Esa mujer jamás será parte de nuestra familia y es un deshonor que sea miembro de los Fortunato, no merece llevar ese apellido.

Con una sonrisa triste, Sebastián le contesta a su padre.

— Quizás yo tampoco merezco llevar ese apellido — los ojos de Sebastián se inundan de lágrimas — Perdóneme, por no ser el hijo que ustedes querían... realmente lo lamento, pero les agradezco la vida que me dieron, fui muy feliz con ustedes.

Sin decir nada más, Sebastián se da la vuelta y se marcha rápidamente, para que sus padres no le vean llorar.

— Sebastián... espera — dice rápidamente Celenia, pero ya su hijo había cerrado la puerta tras de él, así que se dirige a su esposo — Agustín, no lo hagas, no quiero perder a nuestro hijo.

— Ten calma, recapacitará. Él no nos abandonaría por una mujer como esa, pero de seguir con su empeño de casarse, entonces que se marche y se gane la vida como pueda — responde Agustín molesto, apretando la mandíbula y marchándose también del lugar.

...

En una pequeña iglesia a la salida de la ciudad, fue el matrimonio de Loreta y Sebastián. A pesar de que el lugar era pequeño, se sentía el frío del vacío, puesto que solo había seis asistentes adultos y el pequeño Sebastián. Agustín y Celenia no acudieron, pero a pesar de no tener a sus padres ahí, Sebastián era feliz, al ver a Loreta con un modesto traje de bodas, pero hermoso en su sencillez, acompañado de decorado de flores en su cabello, lo que daba la inspiración de una primavera en el bosque.

A punto de finalizar la ceremonia, llega apresuradamente Celenia, cubierta con una capa y toma asiento en una de las bancas al lado de Amelia. El verla que había llegado, embargó de dicha a la pareja que, ahora, estaban recibiendo las últimas bendiciones.

Jamal había organizado un banquete en su mansión, para celebrar el matrimonio de Loreta y Sebastián, pero en aquella fiesta, no acudió Celenia, ya que no deseaba tener más problemas con su esposo Agustín, quien estaba muy sensible por aquel tema.

...

El tiempo transcurría y ya el palacio Fortunato estaba listo para ser ocupado por sus nuevos dueños. La mudanza trajo alegría al joven matrimonio, puesto que tenían muchas esperanzas en un futuro que se veía brillante para ellos y su pequeño hijo que, cada vez era más grande y ya a sus seis meses de edad, emitía ruidos para demostrar su descontento o alegría.

Por su lado, el matrimonio de Loreta y Sebastián, se mantenía tranquilo, pero él notaba como su esposa, al pasar los días, era más callada y triste, con un semblante angustiado, producto del encierro en aquella mansión, ya que tenía miedo de salir a la calle.

Los padres de Sebastián no volvieron a hablar con él, a pesar de que ya pasaron cuatro meses desde la boda.

Cada vez la situación se estaba haciendo más insostenible, ya que la discriminación social, el perder el apoyo de sus padres y la depresión por la cual estaba atravesando su esposa, hicieron que Sebastián tomara una drástica determinación por el bien de su nueva familia.

— ¡No! — gritan al unísono Sergio y Víctor.

Se encontraban en una cena familiar en el nuevo palacio Fortunato, en donde el matrimonio informa que, dentro de una semana, partirían a las Américas, con el propósito de llevar el control de las embarcaciones de tío Jamal en los puertos de Colombia. Hace más de un año atrás, aquel puesto lo había aceptado Sergio, para escapar de ver a Emelina casada con Sebastián, pero el giro del destino, hacía que ahora él tomará ese cargo.

— Ya lo decidimos, es lo mejor para nosotros. Aquí solo tenemos el apoyo de ustedes, pero nos sentimos como pajaritos en una jaula y no podemos seguir de esta manera — respondía Sebastián, tomando de la mano de Loreta, que estaba sentada a su lado en aquella gran mesa de ese comedor.

— Vengan a vivir con nosotros — interviene desesperadamente Sergio — Nuestro palacio es muy grande y ya hablamos sobre esto con Emelina. Estaríamos dichosos de que estemos todos juntos.

— Así es, y yo no me sentiría sola cuando Sergio se marche a trabajar — continuaba Emelina — sería tan hermoso ver a nuestros hijos crecer como hermanos.

— Se los agradezco inmensamente, pero necesitamos marcharnos, en donde el pasado de Loreta no sea un precedente para nosotros — dice Sebastián sin ver a la cara de quienes les hablaban, ya que no deseaba que su decisión flaquee — Queremos un lugar donde vivir en paz y ser respetados.

— Hablaré con papá, él recapacitará cuando sepas que desean marcharse — asegura Víctor — Ya sabes que siempre ha sido testarudo, pero cambia su decisión cuando se da cuenta de que ha perdido la batalla.

— Por favor no lo hagas, les pedimos discreción. Es mejor que él no se entere — solicita Sebastián.

— Pero si se marchan a San Fermín o Arger, tal vez cualquier otra ciudad, sin que sea necesariamente salir del país — buscaba una solución Amelia — podemos pasarle nuestra casa en la ciudad del puerto. No es bueno para la familia que se distancien.

— Exacto, además que has prometido ser el padrino de todos mis hijos — dice Sergio, aún alterado — ¿Cómo cumplirás tu promesa? Además, que Sebastián te necesita.

— Vendremos para el nacimiento de todos tus hijos, te lo aseguro. Pero nos marcharemos a Colombia, la decisión ya está tomada. Solo queremos que nos comprendan, esto no es fácil para nosotros...

Ya sin aguantarlo más, Sebastián rompe en llanto, a lo que Loreta toma de su mano y habla apresuradamente.

— Lo vamos a reconsiderar, yo me encuentro bien y sé que todo será para mejor en un futuro. Además, que me encantaría vivir aquí y tener la compañía de Emelina.

Rápidamente, Sebastián se seca las lágrimas y toma un poco de vino que estaba encima de la mesa para aclarar su garganta.

— Discúlpenme por ser egoísta, pero no cambiaré de parecer. Ahora soy responsable por Loreta y lo que estamos pasando aquí no es vida, esto nos terminará destruyendo tarde o temprano.

A pesar de la insistencia de Sergio y Víctor en buscar una solución a este problema, Sebastián no cambió su decisión, y aunque todos entendían sus motivos, nadie quería aceptarlos, puesto que decirles adiós sería muy difícil para todos.

Como si fuera solo un suspiro, ya el día de la temida partida de Sebastián y Loreta llegó. Todos esperaban que la pareja desistiera en último minuto, pero el rostro de ambos era luminoso y sonriente, ya que tenían puestas todas sus esperanzas en esta nueva vida que emprenderán, alejados de la amargura, los chismes y los resentimientos, cumpliendo con ello la promesa que le hizo Sebastián a su esposa el día que se reconciliaron, en donde crearía un nuevo mundo para ella, libre de preocupaciones.

Ya se encontraban en la estación del ferrocarril antes de subir a su vagón para dirigirse al puerto, en donde zarparía su barco con dirección a las Américas. Sus maletas ya estaban en el interior y se despedían de todos quienes fueron a decirles adiós.

Corriendo por el andén, tropezando cada tanto con las personas que se encontraban por el lugar, llegan Agustín y Celenia, para impedir que su hijo se marche.

— Padres, han venido... gracias — alcanza a decir Sebastián con una sonrisa, antes de ser interrumpido por ellos.

— No te vayas... yo me equivoqué — dice Agustín con el aire entrecortado por haber corrido apresuradamente — No es necesario que te marches... quizás, jamás aceptaré a tu esposa, pero no le tendré rencor...

— Papá, no es por ti, es por nosotros... ya no podemos seguir viviendo en un encierro, debido a los comentarios mal intencionados

— Arreglaremos todo, ya sabes que los comentarios desaparecen con el tiempo — insiste Celenia.

— Los comentarios siempre serán una carga para mi esposa. Si no lo pudieron entender mis propios padres hasta ahora, no puedo esperar que el resto lo haga — Sebastián abraza a su madre y le besa en la mejilla — Además que ansiamos marcharnos y tener una nueva vida. Pero regresaremos, les vendremos a visitar.

— ¿No le puedes convencer, muchacha? Hace eso por nosotros — dice Agustín a Loreta, pero ella baja la mirada y sus mejillas se volvieron rojas, pero antes de que pudiera responder, Sebastián interviene.

— No Papá, esta decisión es por el bienestar de mi familia.

Ya solo quedaban un par de minutos antes de la salida del tren, dándose los primeros anuncios por los andenes, para que los pasajeros suban a los vagones. Rápidamente, Sebastián y Loreta comienzan a despedirse de todos ahí, dándole abrazos muy fuertes y logrando que varios derramaran lágrimas.

Por último, Sebastián se despide de Sergio. Sabía que era a quien más le dolería dejar y la expresión de él no le ayudaba a partir, puesto que tenía los ojos rojos y llorosos.

— Sé que es por tu bien, pero me cuesta tanto decirte adiós — decía Sergio abrazando a Sebastián con fuerza y respirando en su hombro — eres más que un familiar, hermano o amigo, siempre fuiste mi compañero, y nada, incluida Emelina, pudo destruir lo que siempre tuvimos.

— Volveré y tú nos visitarás, porque siempre estaremos unidos y la distancia tampoco nos separará — respondía Sebastián.

— Tienes que regresar. Además, debes estar presente para el nacimiento de todos mis hijos, tú ya sabes que serás su padrino.

— Y tú serás el de los míos

Se estaba anunciando la partida del tren, así que Sebastián, termina de despedirse, ayudando a Loreta a subir y sacando la cabeza por una de las ventanillas al llegar a su asiento.

La máquina comenzó a moverse lentamente, mientras salía el vapor de la sala de máquinas, inundando el ambiente de aquella neblina blanca. Sergio comenzó a caminar al lado del tren para poder decir sus últimas palabras a Sebastián, alejándose cada vez más de su familia que seguían manteniéndose en el andén.

— Júrame, que sin importar que... debes llegar para el nacimiento de mis hijos

— Lo juro, jamás me los perderé

— Además, quiero que me prometas, que todos tus hijos, nacerán aquí. Cuando seas padre, debes de traer a Loreta al aproximarse la fecha de su parto — Sergio comenzó a caminar más aprisa, puesto que el tren al avanzar aumentaba de velocidad.

— Sí, lo prometo. Eso quiere decir, que regresaremos en seis meses — respondía Sebastián sonriente.

Aquello sorprende a Sergio, mirándolo sin poder creer lo que escuchaba.

— ¡¿QUÉ?! ¿Desde cuándo? ¿Por qué no dijeron nada?

— Para que no nos impidan marcharnos... no se lo digas a nadie, será una sorpresa.

Ya la velocidad de la locomotora fue más rápida, y Sergio no la podía alcanzar, corre para tomar la mano de Sebastián y tener ese último contacto.

— Entonces será poco tiempo... te estaré esperando — dice Sergio.

— Regresaremos cuando comience el otoño... es una promesa.

Sergio deja de correr y se detiene, dejando ir a Sebastián, mirando cómo el tren se perdía de vista al alejarse y sintiendo el vacío que sería no tener su compañía, preguntándose ¿qué les deparará el futuro? Lo único que sabía, es que le extrañaría y esperaba que, a su regreso, pudiera convencerle de no volver a marcharse.

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