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Capítulo 67

Pasaron un par de días y Sebastián aprendía el manejo de la empresa naviera en compañía de tío Jamal. A pesar de que los días se mantenían tranquilos para la pareja de enamorados, ya se corría el rumor entre la servidumbre, sobre la relación de Sebastián con una antigua loba y miembro de los Coyotes del camino, lo que llegó a oídos de la burguesía, alegrando los chismes entre amigos.

Una tarde, visitaron a Sergio y Emelina en la mansión Calero, para poder conocer al pequeño Sebastián, tomando el té con algunos bocadillos en un salón decorado con gruesas cortinas escarlatas. Loreta estaba encantada al tener a ese bebé en sus brazos, y en su interior, un pensamiento cruzaba por su mente que, le alegraba y le hacía preguntarse, si ella algún día también podría ser madre.

— Soy tan felices por ustedes. Su bebé es precioso — decía encariñada Loreta al ver cómo el pequeño estiraba sus manitas al despertar.

— Sí, es precioso, porque se parece a mí — reía Sergio.

— Puedes venir cuando lo desees Loreta, me alegra que estés aquí — respondía Emelina sonriente — Además que Sebastián, debe de estar muy ocupado con el trabajo de los barcos y así no me siento tan sola con el excesivo trabajo de Sergio.

— Gracias, vendré y podré confeccionar algunos trajecitos para el bebé. Excepto los días en que vengan don Agustín y doña Celenia — decía Loreta de manera triste.

— Deben tener calma, todo esto pasará. Ya verán que en unos días, todo quedará en el pasado — les daba ánimo Sergio — No se arriesgaran a perder a un hijo por mantener el rencor.

— Sí, eso espero. Aunque con todos los rumores que corren sobre nosotros, eso puede afectar la decisión de papá — respondía Sebastián.

— Sabes muy bien que nuestra familia no se guía por esos rumores

Los jóvenes seguían charlando y disfrutando de aquel momento, hasta que Emelina debe retirarse por un momento, para mudar al bebé y darle de lactar.

No pasó mucho, hasta que ingresa al salón don Manuel Calero. Todos se levantan de sus sillas para darle sus respetos.

Don Manuel mira a Loreta con una expresión extraña y llama a Sergio para apartarlo y hablar con él de manera sutil.

— Esa muchacha, ¿es la loba?

Aquella pregunta incomoda a Sergio, puesto que no sabía cómo responder.

— Don Manuel, la gente dice muchas cosas.

— Responde a lo que te pregunté — dice Manuel con tono severo — ¿Es o no es? Recuerda que me has prometido en el altar que no volvería a cuestionar de tu honor, así que espero que respondas con la verdad.

— Ella desde hace mucho que dejó esa vida — responde Sergio con la mirada baja, avergonzado y mirando en dirección a Sebastián y Loreta que le devolvían una mirada expectante.

Sin decirle nada, Manuel se aproxima a los jóvenes que aún estaban de pie.

— Necesito pedirle que se retire de esta casa — Manuel se dirige a Loreta.

— Don Manuel, ellos son mis invitados — interviene Sergio molesto.

— Pero esta es una casa respetable y espero que se siga manteniendo igual. No me enfadaré contigo, Sergio, porque sé que deseabas que te visitase Sebastián y no tienes la culpa de la mujer que él ha escogido.

Aquello avergüenza a Sergio, lo que volvieron sus mejillas de un color rojo intenso, puesto que no podía defenderles, ya que esa era la propiedad de don Manuel y debía de mantener la armonía con su suegro, dejándolo en una incómoda posición.

— Está bien don Manuel, nosotros nos retiraremos ahora. Disculpe la molestia que pudimos ocasionarle — dice Sebastián bajando la mirada.

Esa respuesta era lo que necesitaba Manuel escuchar, y se marcha nuevamente de aquel salón. Sergio no tenía palabras y le preocupaba la reacción de sus invitados.

— Les pido disculpas, me siento avergonzado... — partió diciendo Sergio, pero fue interrumpido por Sebastián.

— No tienes por qué estarlo. Nosotros entendemos y te pedimos que nos perdones por dejarte en una situación difícil — contesta Sebastián.

Antes de que regresara Emelina, ya se habían marchado Loreta y Sebastián, dejando a Sergio con una sensación amarga, presintiendo que cada vez esta situación, se pondría peor.

A medida que el tiempo pasaba, ya Sebastián no podía salir tranquilamente a la calle y mucho menos con Loreta, debido a que su cabello pelirrojo le delataba, todo gracias a una publicación en la sección de chismes del periódico, haciendo conocer la situación de Loreta y su pasado como Pequitas, haciendo que las habladurías fueran más escandalosas, pero ahora con fundamentos. Eran apuntados con el dedo y algunos varones, lanzaban comentarios obscenos con respecto a que ellos también habían probado los placeres que daba "Pequitas".

A pesar de que Loreta se mantenía firme al lado de Sebastián, ella ya no podía seguir con la presión del estigma social y sentir que había arruinado la vida de Sebastián, además, de aún mantener la culpa por lo ocurrido con los coyotes del camino. Esa noche ambos tuvieron una discusión.

— Sabíamos que esto pasaría, y yo lo acepté así — decía de manera cariñosa Sebastián, tomando de las manos de Loreta.

Ella lloraba profusamente, con una respiración entrecortada, sentada en un bello sofá en casa de Jamal.

— Pero Sebastián... tu padre no ha cambiado de parecer, la gente se burla de nosotros... y yo me siento tan tonta, sucia y despreciable.

— Que quieras alejarte de mí, solo nos traerá más desdichas. Ya pasé por un periodo en el que estuvimos separados, y fue el momento más amargo que he vivido, no quiero sentirme así nunca más.

— Pero siempre sentiré que, a causa mía, has perdido todo... yo... soy lo peor que te ha pasado — volvía Loreta a llorar amargamente.

Sebastián tenía una pequeña risita en los labios, al ver a Loreta tan afligida por él, puesto que la situación actual no le preocupaba y tenía las esperanzas de que algo mejor estaba aguardando por ellos. Tener a Loreta a su lado, hacía que sus miedos desaparezcan.

A pesar de que Sebastián trataba de calmar a Loreta, esta seguía en un mar de lágrimas, así que, sin más alternativas, él le pide que le acompañe al dormitorio que ocupaban en casa de tío Jamal.

— Esperaba que pasara un poco más de tiempo, a que la situación actual se calme — decía Sebastián, sacando dentro de un cajón en el interior del armario, una pequeña cajita de terciopelo azul — pero creo que ya es momento de concluir esto.

Al ver lo que Sebastián traía consigo en la mano, Loreta negaba con la cabeza y volvía a llorar, colocando la mano encima de la caja y alejándolo, sin decir palabra. Sebastián volvía a intervenir ante aquella negativa.

— Dijiste que serias fuerte y no dudarías. Acaso ¿Me has engañado con esas palabras?

— No... — respondía entre lágrimas Loreta

— Entonces, dejemos de sufrir. Acompáñame y sé mi esposa — Sebastián tomaba de la mano de Loreta para atraerla hacía él — Ya sufrimos demasiado cuando estuvimos separados, nada puede ser peor que un corazón roto, así que, deja de sentir lástima por el pasado y seamos felices. ¿Lo aceptarás?

Sebastián abría la cajita para sacar el anillo que estaba en su interior, el cual, era modesto a comparación con el primer anillo que le había obsequiado cuando se comprometieron la primera vez. Ella volvía a llorar con más intensidad, asintiendo con la cabeza y entregando su mano para que Sebastián le colocará aquel anillo en el dedo, en señal de aceptar.

— Pero ¿Por qué sigues llorando? — reía él, secándole las lágrimas a Loreta.

— No lo sé, soy feliz, pero a la vez estoy triste... todo es tan confuso — decía ella riendo entre lágrimas y tratando de secarse los ojos de manera torpe con la palma de las manos, para luego abrazar a Sebastián.

— Todo va a mejor, si estamos juntos, todo será para mejor, ya lo verás.

Sebastián le daba un tierno beso en los labios, acariciando la cintura de ella y esta, lo abrazaba con mayor fuerza, como si quisiera fusionarse con él, puesto que no había nada más placentero y reconfortante como sentir aquel tierno amor.

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