Capítulo 65
Durante la tarde, en la posada en la que se estaba hospedado Sebastián en Villa Franca, no podía dejar de pensar en el adiós que le dio a Loreta y se preguntaba si eso fue lo correcto. Pero, ¿para qué estaba ahí? ¿Por qué fue a buscar respuestas de Loreta, si tampoco ha querido escuchar lo que ha dicho?
En la tranquilidad de aquella habitación, Sebastián reflexiona sobre lo que ella le contó y entendía ahora sus motivos para guardar silencio con respecto a los coyotes del camino, puesto que, al evitar el asalto, estos habrían tomado venganza en contra de ellos, aprovechando tal vez un día en que esté la familia de su hermano Víctor en casa de sus padres, para hacer más daño a los Fortunato. De solo imaginar aquello, un sudor frío le recorría el cuerpo y ahora agradecía que Loreta le librara de aquel trágico destino.
¿Cómo pudo estar tan ciego? ¿Cómo no pudo entender sus verdaderos motivos? Al pensar en todo, solo podía sacar de conclusión que, ella jamás lo traicionó, al contrario, fue él quien tomó el papel de víctima apresuradamente sin ver más allá de lo evidente, dejándola como una traidora y villana. En ese momento, Sebastián se odia a sí mismo, por no proteger a Loreta, por ser otro más en su vida quien le daba la espalda.
Su felicidad dependía de ella y no quería seguir oprimiendo su corazón que le dolía tanto. Ya no volvería a dudar de su amor y al tomar esta determinación, nuevamente las esperanzas nacieron para él. Pero, y si ella ¿ya no lo amaba? Ahora otro le pretendía, alguien que probablemente nunca dudaría y no la abandonaría como él lo hizo. Sin perder más tiempo, sale apresuradamente de la posada en dirección a la mansión de los López, para nuevamente buscar respuestas.
Loreta estaba preparando la mesa en el comedor, para la cena de los señores López, cuando una compañera le avisa, que el joven con quien habló durante la mañana, estaba preguntado por ella en la entrada, pero el mayordomo le estaba despidiendo. Inmediatamente, Loreta corre en dirección a la puerta de la entrada y escucha cómo Calisto le hablaba de manera rabiosa a Sebastián.
— Ya le he dicho que estas no son horas para interrumpir a una dama, esta es una casa respetable
— Quiero hablar un momento con ella. No le pido su permiso, le exijo verla ahora — responde malhumorado Sebastián.
— Si no se retira, me veré forzados a llamar a los guardias. Que usted sea rico, no le da derecho a exigir algo en otro lugar...
— Señor Calisto, creo que me corresponde a mi saber si quiero recibir visitas o no — interviene Loreta.
— Señorita Loreta, el sol se ha ocultado. No es conveniente que hable con un varón a estas horas a solas — Dice Calisto con un tono severo.
— Le respeto, señor Calisto, pero lo que yo haga, es mi decisión — Responde Loreta con determinación y seguridad.
Aquella respuesta le molesta al mayordomo.
— Como desee — dice Calisto, alejándose del lugar.
Loreta acompaña a Sebastián fuera de la mansión, para poder hablar en privado, y mientras caminaban, ninguno de los dos dijo nada. Loreta se abrazaba los brazos, ya que había salido sin abrigo y el frío de la noche que comenzaba, se sentía en el ambiente. Sebastián se quita la chaqueta, para colocarla encima de los hombros de ella.
— ¿Para qué has vuelto? — pregunta Loreta al sentir el calor de aquella chaqueta.
Sebastián no sabía que decir, porque las palabras se le hacían pocas para expresar lo que pensaba, además de sentirse un descarado al pedirle que regrese con él. Ella se aferraba a aquella chaqueta con las manos temblorosas, esperando una respuesta que se demoraba en llegar, así que vuelve a decir con una sonrisa tímida en los labios.
— Gracias por permitirme verte una vez más...
— ¿Me sigues queriendo? — interrumpe Sebastián
Aquello deja sorprendida a Loreta.
— Ya no tengo derecho a hacerlo, no merezco ese privilegio — responde Loreta con la mirada baja.
— No digas eso — contesta Sebastián, abrazándola al no contener más esa necesidad de tenerla cerca de él — las cosas que te han pasado en la vida, compártelas conmigo, para poder entender tu dolor, porque necesito desesperadamente volver a creer en ti.
— Yo no valgo lo que haces, Sebastián. Después de todo el daño que te he causado, ¿por qué sigues siendo amable conmigo?
— Porque te sigo amando y esto que siento, ya no quiero seguir reprimiéndolo, así que regresa conmigo, yo te protegeré.
Loreta negaba con la cabeza llorando y aparta a Sebastián.
— No puedo, mi amor solo te traerá sufrimiento, ya no puedo pensar solo en ti. También he dañado a tu familia, estar conmigo solo te alejará de ellos... debes de buscar a una buena mujer que te merezca... ya no quiero seguir causándote más tristezas...
— Dices eso, porque has dejado de quererme ¿Verdad?
— Eso nunca... te amo con mi vida... solo quiero que seas feliz...
— Entonces ya no digas nada más y ven conmigo — nuevamente Sebastián vuelve a abrazarla.
— Lo siento, realmente lo siento... pero yo ¿puedo seguir amándote?
— Ya no existe nada que me separe de ti, si tú me aceptas... construiré un mundo para los dos, en el que ya no tengas que temer nunca más.
Sebastián alcanza los labios de Loreta para besarla de una manera romántica, sintiendo que volvía a recuperar sus ilusiones perdidas.
— Perdóname Loreta, por no creer en ti, soy yo quien no es digno de tu amor. No dudaré, ya no volveré a estar equivocado. Quiero tener tu confianza otra vez, así que apóyate en mí.
— Ah... esto no puede estar pasando — sonreía Loreta sin dejar de llorar — es un sueño... esto es un hermoso sueño
— No sigas llorando mi amada... tú solo has tratado de protegerme y yo no entendí el noble sacrificio que has hecho... ahora ven conmigo y construyamos una vida feliz...
— Pero tu familia... jamás me aceptarán
— No importa lo que ellos digan. Siempre he sido tímido, pero por primera vez tengo un propósito y no volveré a avergonzarme de este amor, aunque el resto no nos comprendan y piensen que soy un tonto.
Sebastián la lleva con él hasta la posada, no quería estar separado de ella ningún minuto más, la necesitaba como el aire que respiraba
Al estar en la privacidad de aquel dormitorio, ambos volvían a besarse, pero ahora con una desesperación que demostraba la necesidad de pertenecerse. Sebastián se desnudaba rápidamente, al igual que ella, sin cortar los besos y caricias. Cuando Loreta estaba completamente desnuda, ella se avergüenza de la mirada sorprendida que le da él y cubre con su mano el muslo izquierdo, en donde ahora tenía una cicatriz de gran tamaño, viéndose hundida aquella zona, regalo que le habían dejado los coyotes.
— Ya mi cuerpo... no es bonito — dice Loreta casi a punto de llorar.
Él le aparta la mano y se arrodilla para besar esa cicatriz, mientras acariciaba sus muslos, haciéndola retroceder para que se siente en la cama.
— Para mí, siempre serás la mujer más hermosa que mis ojos han visto.
Aquello lleno de ternura el corazón de Loreta, quien se entregó completamente a aquel sentimiento tan acaramelado que siempre le ha entregado Sebastián.
Ambos se unieron en un acto completo de amor, sin cortar los besos apasionados que se entregaban, junto con el suave ritmo de las penetraciones que, hacía aquel momento, en una experiencia que embriagaba sus sentidos. Aquel acto fue necesario para ambos, como una forma de sanar aquel dolor de estar separados, olvidando la sensación de traición en Sebastián y la de abandono en Loreta.
Cada tanto Sebastián volvía a respirar en el cabello de ella, suspirando al sentir esa exquisita fragancia a hierba fresca, con una agradable sensación de haber vuelto a casa luego de un largo viaje y que ahora podía volver a descansar.
Alcanzar el clímax no les detuvo, puesto que ese momento estaba más allá del límite de lo sexual. Loreta se esforzaba en darle a Sebastián, todo el placer que podía ofrecerle su cuerpo, cambiando de posiciones para estimularlo de mejor manera, pero él, solo estaba enfocado en demostrarle cuanto la necesitaba. Fue así, que hicieron el amor varias veces, hasta estar completamente exhaustos y dormir tranquilamente en los brazos del otro.
Por la mañana, Sebastián abre los ojos y ve a Loreta dormida, acurrucada en su pecho, abrazándolo de manera firme por la cintura. Esa escena le estremecía el corazón, sintiéndose satisfecho y feliz. Él la aparta levemente para levantarse, ya que necesitaba ir a orinar. Antes de poder salir de la cama, Sebastián siente cómo Loreta toma de su brazo con fuerza, girando la vista para ver como ella le observaba asustada y echándose a llorar.
— No te vayas... por favor, no me dejes — decía Loreta gimoteando
— Tranquila, no me iré — Sebastián regresa a la cama para abrazarla y calmar el miedo que ella sentía, puesto que había comenzado a temblar — Calma amor mío, no volveré a dejarte.
Loreta clavaba su rostro en el pecho de él, mientras lo volvía a abrazar con fuerza, temiendo volver a ser abandonada.
Al salir de aquella posada, Sebastián acompaña a Loreta hasta la mansión López, para despedirse de los amigos que hizo ahí y para recoger sus pertenencias.
Mientras ella guardaba sus posesiones en un bolso y se despedía de los que estaban ahí, cada tanto miraba por la venta, asegurándose de que Sebastián aún esté afuera esperándola, es así que trata de hacer sus últimos momentos en aquella mansión lo más corto posible.
Ya al dar su gratitud a los señores López y estando lista para marcharse, Calisto le detiene antes de que pueda salir.
— No te marches con ese hombre, solo sufrirás
— Perdón, señor Calisto, por no corresponder a sus sentimientos — dice Loreta agachado la cabeza — le agradezco todas sus atenciones que ha tenido conmigo.
— Yo no tengo mucho que ofrecer, pero mi fidelidad le pertenecería. Nunca le abandonaría y regresaría después para pedirle perdón... no permita que esa gente se siga aprovechando de su inocencia — contesta Calisto, tomando de la mano de Loreta, a lo que ella aparta su mano rápidamente.
— Estoy segura de que aquel hombre que me espera afuera, jamás me dañará. Le deseo lo mejor señor Calisto y le pido a Dios que pueda ser feliz. Lamento causarle esta tristeza.
Rápidamente, Loreta se gira para marcharse y correr hasta el carruaje, respirando aliviada al ver a Sebastián en su interior.
Durante el viaje de regreso a la ciudad Capital, Sebastián mantenía abrazada a Loreta, quien ahora volvía a sonreír.
— ¿Estás asustada por regresar? — pregunta Sebastián
Loreta niega con la cabeza.
— Si estoy contigo, sé que todo saldrá bien. Pero ya no deseo ser una carga para ti, desde ahora seré tu apoyo, por el futuro de los dos, afrontaré lo que deba venir, para por siempre estar juntos.
Sebastián le da un beso en la frente a Loreta, puesto que era muy feliz. Sabía que su familia le cuestionaría el que regrese con ella, pero al pasar los días, ellos la volverían a aceptar, al ver lo bien que ella le hacía a su vida.
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