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Capítulo 41

Después de haber trabajado durante aquel día en las finanzas de las minas con su familia, Sebastián rechaza la invitación que le hacía Sergio para visitar a Emelina, puesto que tenía algo importante que atender.

Al regresar por la tarde, Sebastián llama a su sirvienta personal al salón de lectura.

— ¿Mando a llamar? — dice Loreta sonriente al ingresar al lugar.

— Mi amada, ven conmigo — Sebastián estiraba la mano para que ella se aproxime

Loreta estaba sorprendida de que le hable tan despreocupadamente.

— Puede entrar cualquier persona aquí, no deberías tratarme con tanta cercanía.

— Ya no quiero ocultarme más, deseo que seamos libres para querernos, sin preocuparnos de nada.

Sebastián saca de su bolsillo un pequeño estuche de terciopelo azul, abriéndolo y descubriendo su contenido, en donde estaba un hermoso anillo con un pequeño diamante. Esto asusta a Loreta, quien cubría sus labios y retrocede, pero Sebastián toma de su mano, para impedir que se aleje.

— Quiero que seas mi esposa, que compartas mis días y noches conmigo...

— No... no... no puedo — Respondía apresuradamente Loreta.

— ¿No me amas?

— No es eso... pero soy una mujer vulgar, no pertenezco a este mundo, yo no sirvo para ser la esposa de nadie y menos de alguien tan maravilloso como tú — decía Loreta llorando.

— Cuidaré de ti Loreta, ya no tienes que preocuparte por tu pasado. Solo te pido que compartas tu vida conmigo, del resto me encargaré yo.

— Pero no tengo nada que ofrecer... no soy nadie...

— Tú tienes todo que ofrecer. Antes de conocerte era tímido y no podía hablar con nadie, pero desde que estás a mi lado, comencé a tener confianza en mí mismo, tú haces que quiera ser mejor y te necesito conmigo. Dame tu amor, tus ilusiones y formemos una familia juntos.

— Pero ¿Qué dirán tus padres? Me rechazarán cuando sepa que era una loba

— No es así, pero sé que te avergüenza tu pasado. No se lo diremos si no quieres — Sebastián le sostenía el rostro y le secaba las lágrimas con el pulgar mientras aún sostenía el estuche con el anillo en la otra mano — Solo importa si me quieres, ¿serás mi esposa?

Loreta daba pequeños suspiros ya sin llorar y volvía a regalarle aquella sonrisa amorosa, que era tan característica de ella.

— Sí... siempre estaré contigo y me dedicaré a hacerte feliz.

Sebastián colocaba el anillo en el dedo de Loreta y sonreía al saber que ella había dejado sus miedos y aceptaba ser feliz.

— Si en algún momento estás arrepentido de esta decisión, no te preocupes por mí, yo sabré entender — decía Loreta con una voz calmada, mirando aquel anillo.

— Quiero que dejes de hacer eso. Deja de menospreciarte y valora el hermoso ser que eres.

Sebastián le toma por el rostro para besar sus labios y dar un suspiro sobre ellos, mirándoles a esos grandes ojos color almendra.

A pesar de que Sebastián había convencido a Loreta de ser su esposa, le costó otro tanto convencerla para darle esta noticia a sus padres. A pesar de sus negativas, aceptó el presentarse ante ellos después de la cena, ya que él había amenazado con decirles, aunque ella no estuviera presente.

— Padres, deseo hablar algo importante con ustedes — dice Sebastián al ingresar en un pequeño salón familiar, donde Celenia y Agustín, charlaban al lado de la chimenea que tenía un fuego crepitante.

— Pasa y cuéntanos mi amor — decía Celenia de manera cariñosa.

Sebastián arrastra hasta aquella habitación a Loreta, quien tenía la cara roja hasta las orejas. Agustín y Celenia se miran entre ellos de una manera que Sebastián no podía descifrar.

— Padres... estoy enamorado de Loreta, prácticamente desde que la conocí. Le he propuesto matrimonio y ella me ha aceptado... les pido su bendición.

— Nos preguntábamos cuando nos darías esta noticia y nos presentarían a esta muchacha — reía Agustín

— ¿Cómo? ¿Ustedes lo sabían? — pregunta asombrado Sebastián.

— Todos los sabíamos. No eres bueno guardando secretos — respondía Celenia riendo.

— Era muy notorio como veías a esta niña, además, sabíamos que tus distracciones eran por eso. Nos alivió cuando decidiste romper el compromiso con Emelina — continuaba Agustín.

— Ven querida, toma asiento y háblanos de ti — le invitaba Celenia.

Para Loreta le era difícil esta situación, pero la amabilidad de los señores Fortunato le reconfortaba, pero a pesar de esto, Loreta no quería dejar de trabaja, o tener un trato preferente ante las criadas, rechazando tener su propia habitación.

La humildad de esta joven, cautivaba a Celenia, puesto que le recordaba a ella en la época que dejó de ser el ama de llaves, para ser la señora de esa casa. Con paciencia, le hicieron cambiar de parecer, a lo que finalmente Loreta aceptó, pero solicitó que el compromiso fuera algo secreto, solo conociendo esta situación, sus más cercanos, para evitar que la burguesía hablara de ellos, a lo que los Fortunato estaban de acuerdo.

Esa noche, charlaron hasta la madrugada y tanto Sebastián como Loreta, omitieron su pasado en el burdel.

Al día siguiente, se realizó un almuerzo familiar con Víctor y su familia, extendiendo la invitación a Emelina, que ese día se encontraba visitando la casa de su prometido, para anunciar el compromiso de Sebastián.

Para dar esta feliz noticia, lo hicieron en el salón de invitados, mientras esperaban el almuerzo.

— Al fin tío, ya nos preguntábamos cuando te decidirías — reía Sergio, bebiendo una copa de un aperitivo.

— Era algo difícil. Loreta es tímida — respondía Sebastián.

— No tienes por qué serlo querida — Amelia se acercaba sonriente a la joven pelirroja — Tanto Celenia y yo, fuimos también criadas y pasamos por lo mismo, así que comprendemos que estás nerviosa por este cambio en tu vida.

— Señora Fortunato, ¿podríamos invitarla a bordar con nosotras?... así confeccionaríamos su ajuar y que se una a nuestras pláticas por las mañana — Sonreía Emelina de manera cariñosa a la pelirroja.

— Esa sería una gran idea — contestaba Amelia y se les unía Celenia.

Pronto las mujeres que conformaban aquella familia, rodeaban a Loreta para conocerla mejor. Este pequeño gesto hizo que sus preocupaciones, fueran cada vez menos y se alegraba de que ahora podía tener una nueva familia, tan cariñosa como ella alguna vez lo esperaba.

Por mientras, Sebastián hablaba con los varones. Él había enviado una nota a Sergio esa mañana, para advertirle de su decisión y pedirle discreción a él y Víctor, sobre el pasado de Loreta como Pequitas.

...

Ya los días cada vez eran más cálidos y permitía hacer paseos por los parques o dar caminatas por el campo.

Loreta a medida que avanzaban los días, se sentía más cómoda con su nueva vida, puesto que las mujeres Fortunato eran acogedoras y a pesar de que temía la reacción de Emelina por haberse interpuesto en su relación con Sebastián, ella le trataba como una hermana y pronto ambas formaron una sincera amistad.

Ese tiempo para todos era pacífico y agradable, el compromiso de los dos varones Fortunato, traía alegría a las familias.

Se había planificado la boda de Loreta y Sebastián para finales del verano, ya que, en ese tiempo, regresarían de su luna de miel Emelina y Sergio para estar presentes en la celebración. Aunque esta fecha, solo la conocían los Fortunato, puesto que ni los Calero sabían sobre esto, a excepción de Emelina, guardándose así este secreto.

Aquella tarde soleada, las dos parejas salieron a dar un paseo por una pradera, que era el lugar en donde se construiría el palacio que estaba diseñando Sergio, junto con dos arquitectos, para iniciar las obras al final de ese mes. Además de los prometidos, les acompañaban otras cuatro doncellas, con el propósito de vigilar a los jóvenes.

— Es culpa tuya que vengamos acompañado ahora de tantas criadas — decía Sebastián a Sergio que caminaba al lado de él, ya que las mujeres charlaban alejados de ellos, mirando los primeros brotes de flores, que nacían de un árbol de manzanas.

— ¿Mi culpa? ¿Por qué? — sonreía Sergio

— Porque tienes cara de pervertido cada vez que estás con Emelina. Disculpa que te lo diga, pero ya todos se dan cuentas de tus sucias intenciones — carcajeaba Sebastián

— A sí... y a ti no se te nota, porque tus perversiones las cumples durante las noches con Loreta ¿Verdad? — reía Sergio al ver la cara de enfado que colocaba su tío — No te enojes... tú eres el que parte con estas bromas.

— Loreta es algo tímida ahora, tiene miedo que alguien pueda revelar su pasado, de que mis padres se enteren y que todo termine — Sebastián mencionaba esto pensativo

— Quizás deberías de decírselos. Ellos no estarán en contra por aquel hecho... recuerda que tía Perla también fue una loba

— Aun así, ella no se siente cómoda aquí. Cada tanto me menciona que ella no es lo suficientemente buena — Sebastián, mira como Loreta sonreía con Emelina y constantemente agachaba la cabeza — Me gustaría que dejase de verse como alguien inferior y que aprenda a mirar a todos de manera erguida...

— ¿Quieres abandonar la capital?

— Es una opción. Marcharnos lejos donde no le conozcan...

— Quizás ¿San Fermín? En donde se encuentra la mina de carbón. Tomar el mando de las minas y sus trabajadores ahí... podría ser una buena opción

— Sí, esa sería una buena idea

Sergio bajaba la mirada de forma triste y volvía a mirar donde estaban las mujeres charlando

— No puedo decirte que eso me alegra. No quiero que nos distanciemos, pero entiendo tu preocupación y la de ella.

— A pesar de eso, siempre podremos visitarnos — Sebastián volvía a sonreír al ver a las damas acercándose a ellos — Que estemos separados, nos hará extrañarnos más. Cuando nos volvamos a ver, siempre será una gran celebración.

Emelina se acercaba sonriente, tomada de la mano de Loreta quien tenía una sonrisa tímida.

— Este lugar tiene un pequeño lago, ¿creen que sea visitado por patos en verano?

— Todo lo que quieras querida. Si no hay patos, yo los pondré ahí para ti — reía Sergio — Y cuando venga Sebastián con Loreta a visitarnos a nuestro palacio, cazaremos a los patos para la cena...

— Ay no... Sergio, qué malo. Arruinas mi hermoso sueño de tener un jardín hermoso — reclamaba Emelina riendo

— Pero yo soy tu hermoso sueño... no necesitas de patos para eso

El grupo de cuatro reía y decidieron caminar hasta el lugar en donde estaba aquel lago de aguas cristalinas, bordeando su orilla y charlando animadamente, puesto que el terreno que había adquirido Manuel Calero para el joven matrimonio, era bastante amplio, pero lamentablemente se encontraba alejado de la ciudad.

— Loreta, ¿puedo hablar algo en privado contigo? — decía en voz baja Sergio a la pelirroja que miraba el lago.

Ella asiente y ambos se alejan un poco de sus parejas. Al estar a una distancia prudente, Sergio le entrega un pequeño regalo.

— Sé que no fui amable contigo en el pasado, pero quiero que sepas que tienes todo mi cariño y respeto, puesto que, si no hubieras llegado a la vida de Sebastián, yo no estaría ahora con Emelina.

— Lo comprendo, pero no es necesario darme algún regalo, estoy agradecida de que me acepten en su familia. Tener su amabilidad, es el mejor regalo que puede dar — decía Loreta con una sonrisa tierna.

— Quiero pedirte algo

— Claro... lo que sea

— Cuida bien de Sebastián, él es sensible y necesita de alguien que sea su apoyo, por eso... no te ocultes, ni te sientas inferior, ya que, si caminaras a su lado, él necesita un apoyo que también le ayude a seguir y afrontar las dificultades.

— Pero es difícil, ya sabe de dónde provengo y temo causarle problemas a él

— Él te eligió por lo que eres y lo que puedes entregar. Si hubiera querido a otro tipo de mujer, él aún estaría comprometido con Emelina, pero corrió el riesgo por ti, así que sé valiente y corre el riesgo por él...

Loreta le miraba con sus grandes ojos y daba una sonrisa convencida, puesto que hasta ese momento comprende que también fue un desafío para Sebastián aquella decisión y era egoísta de su parte el mantener aquellos temores.

— Gracias por decirlo. Tiene razón, ahora confiaré más en mí, puesto que él me da el valor para superar mis miedos.

Loreta abría el obsequio que tenía en sus manos. En su interior había un peine decorativo, con una mariposa color jade.

Ambos después de eso regresaron cada quien con sus parejas para apreciar los colores anaranjados que daba la puesta del sol en el horizonte.

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