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Capítulo 33

Emelina le envía un recado a Sergio, para que puedan encontrarse en el salón donde tenían su colección de insectos.

Ella estaba decidida a dejar de hacer el ridículo con respecto a aquellos temas, como lo fue su primer beso y cuando le llegó la primera vez su período, en donde asustó a Sergio y Sebastián cuando tenían 13 años, pensando que moriría por aquello. En esta oportunidad, ya no quería más secretos, odiaba el no saber nada y ser tan inocente, puesto que para ella la inocencia, era simplemente la ignorancia ante la vida.

Al encontrarse los amigos en aquel salón, inmediatamente Emelina le cuenta a Sergio lo que le estaba afligiendo.

— Ya me estaba preguntando cuando vendrías a hablarme de aquello — respondía Sergio dándole una sonrisa.

— Todos dicen que es algo horrible, ayer estaba tan asustada que prácticamente no comí bocado en la cena

— Solo tu madre te ha dicho que eso es horrible

— Pero tu madre y abuela no dicen nada cuando ella lo menciona.

— No le tengas miedo a algo como eso, estoy seguro de que te gustará...

— Pero eso lo dices por qué eres hombre, todo es distinto para las mujeres, para nosotras es doloroso.

Sergio da un suspiro y se frota la frente, sentándose al lado de su amiga y hablándole calmadamente.

— Tienes que pensar que, si fuera tan horrible y desagradable, no existirían nacimientos.

— Solo dime que pasa durante la noche de bodas — decía Emelina ya sin aguantar la curiosidad.

Sergio cruzaba sus manos y presionaba sus pulgares en señal de nerviosismo, ya que le era incómodo hablar de aquello con la mujer que amaba.

— No seas boba, ya sabes lo que pasa...

— Claro que no, ¿para qué te lo preguntaría si lo supiera? — respondía malhumorada Emelina

— Hem bueno... alguna vez te has tocado ahí...

— Ahí ¿Dónde?

— Ahí abajo... entre las piernas...

— Claro que no, ¿Para qué haría eso?

— Bueno... todo va en eso... —balbucea avergonzado Sergio

— Que no te entiendo... hablas como un tarado, explícate — decía ya sin paciencia Emelina.

— Es que no sé cómo explicarte eso... me da pudor hablar de esto contigo

— Creo que no me lo puedes contar, porque es algo horrible y no sabes cómo decorarlo... solo dilo y ya — contesta Emelina de manera afligida por saber aquella terrible verdad que el mundo le tenía prohibido que supiera.

Sergio piensa por un momento para buscar la forma de explicar aquello.

— ¡Ya sé! ¿Recuerdas esa vez que fuimos al parque y había dos perros copulando?

— Oh, Dios mío, ¿así?

— Sí... quiero decir, no... bueno, algo así

— Ahora entiendo por qué mi madre dice que es un acto carente de dignidad, prácticamente animal — concluía Emelina de manera amarga — ¿Me dirás que haces eso con la Baronesa?

— Ah Emelina... que hice yo para merecer el tener que hablarte de esto — respondía Sergio apesadumbrado, dejando caer su cabeza sobre la mesa.

Emelina frota de manera amistosa el brazo de su amigo y comienza a reír.

— Porque somos buenos amigos y hablamos de lo que sea, además que juraste decirme siempre la verdad, así que, en nombre de nuestra amistad, te exijo que me hables de aquello.

Sergio se levanta abruptamente asustando a Emelina.

— Tengo una idea... vamos a ver a tío Jamal — decía Sergio, tomando por el brazo a Emelina y arrastrándola a la salida.

— No Sergio, no quiero que él me hable de esas cosas.

— No, pero él tiene una biblioteca completa sobre aquello.

Ambos salieron de aquel salón rápidamente.

Debieron de dar una excusa a doña Leona para permitir que Emelina pueda acompañar a Sergio hasta casa de su tío, a lo que acepta de buena gana, ya que los Calero conocían a Jamal y podían confiar en él para vigilar a los jóvenes.

Ya en la mansión del árabe, este los recibe de buena gana, ya que le encantaban aquellas visitas.

— Tío, queríamos pedirte ver algunos libros de tu biblioteca — dice Sergio.

— Claro que sí, vamos hasta ahí — se acerca a Emelina y toma de su mano para colocarla en su brazo y caminar con ella hasta la biblioteca — Mi querida niña, ya no has venido a verme desde que te has comprometido

— Discúlpeme tío, pero ahora debo de acompañar a mi prometido y a él le tienen prohibido visitarle.

— Sí, ya lo sé. Pero extraño, cuando venían a cazar insectos en esta casa tan vieja, me hacía tan feliz verles jugar aquí — sonríe Jamal a la joven — Todo habría sido distinto si te hubieras comprometido con Sergio.

— Pero él tiene a la señora Baronesa

— No te confundas, querida niña, deberías ver lo evidente.

Ya habían llegado a la biblioteca y Jamal llama a los criados, para que traigan aperitivos y bebidas, además de que enciendan el fuego en la chimenea.

Sergio le hace un gesto a su amiga, para que ella le haga una de esas preguntas que incomodaba a su tío, para que así se marche y poder estar a solas en esa biblioteca.

— Hem... tío Jamal — comienza a decir Emelina — tengo una duda con respecto a sus mujeres.

— ¿Sobre qué?

— Es que tiene a varias mujeres en su mansión, pero ninguna le ha dado un hijo ¿Por qué un hombre quiere tener tantas mujeres, si ninguna de ellas le da un hijo?

— Ah bueno... es solo que yo no deseo tener hijos. Ya con Sergio me basta — reía el árabe.

— Pero si es así, ¿de qué le sirve tener tantas mujeres? ¿Por qué un hombre puede tener muchas mujeres, pero una mujer no puede tener muchos hombres?

— Es porque la mujer no sabría quién es el padre de su hijo...

— Pero quizás ella no quiera tener hijos... y ahora que lo pienso... Quizás usted si tiene hijos sin que lo sepa

— No lo creo — respondía Jamal incómodo — Muchachos, debo hacer algunas cosas, pero busquen lo que necesiten aquí. Espero que puedan quedarse a almorzar.

Diciendo esto último, Jamal sale de la biblioteca, dejando a los jóvenes a solas.

— Pero qué mala eres con el pobre viejo, insinuaste que no podía tener hijos — reía Sergio.

— Tú me dijiste que le haga preguntas incómodas para que se fuera.

Sergio seguía riendo y lleva a Emelina por una de las estanterías, hasta llegar a un aparador muy alto, con varios libros de tapas encueradas. Sergio aproxima una escalerilla y sube en ella, para alcanzar un libro grande y otros que eran un montón de papeles amarrados con un lazo. Al bajar, los deja sobre una mesa.

— Mira eso — decía Sergio, enseñándole los libros.

Emelina, al ver las portadas de aquellos libros, le lanza una mirada de desagrado a su amigo.

— Como quieres que lea esto, si están escritos en un idioma extraño

— No es necesario leerlos, el contenido son dibujos, ello te explicará lo que quieres saber.

Emelina no le creía del todo a Sergio, pero abre el primer libro en una página al azar y queda sorprendida de lo que ve. Mira a Sergio que, al cruzar su mirada, decide girarse y dejar por un momento a sola a su amiga para que descubra aquello en privacidad.

El libro era muy ilustrativo, había muchas parejas desnudas en distintas posiciones realizando el acto sexual. Emelina estaba sorprendida de ver cómo era la unión de los amantes, pero a su vez, era curiosa y no podía apartar la vista de ello, girando las páginas para poder ver más.

Ahora ella comprendía que su pensamiento fue muy infantil y porque Sergio no quería hablarle de esto abiertamente, puesto que hombre y mujer, se unían por la parte de sus cuerpos, que eran las más pudorosas y la que más se cubría.

Sergio la miraba sentado, al otro lado de la mesa, como su amiga estaba absorta viendo aquello. Sus mejillas estaban levemente sonrojadas al dar vuelta las páginas, lo que le hacía verse ten hermosa, preguntándose Sergio, qué expresiones dulces daría el rostro de Emelina al hacer el amor, que palabras dirá al estar en aquel acto, que exquisito perfume liberaría su cuerpo y besar sus labios ¿sería como beber miel? Sergio siempre se había imaginado el poder estar de aquella forma con ella y esperaba que la vida se apiade de él y le diera esa oportunidad de amar.

— ¿Crees que esto sea muy molesto? — pregunta Emelina

Sergio sale rápidamente de aquellos pensamientos que estaban agitando su corazón y se dirige donde su amiga.

— Claro que no, mira los dibujos, todos están sonriendo — reía Sergio, enseñándole un dibujo de tipo oriental donde la pareja tenía una sonrisa discreta.

— Gracias por enseñarme estos libros, ya no estoy asustada...

— Ahora quizás estás excitada. Si lo deseas, puedo darte una clase práctica sobre esto...

Ambos comenzaron a reír, sobresaltándose y escondiendo los libros, cuando entra un criado informándoles que el almuerzo estaba servido. Nuevamente los amigos comienzan a carcajear, y reían aún más cuando Emelina saca de debajo de la falda de su vestido, el libro erótico que estaba escondiendo.

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