Capítulo 22
Sebastián estaba en la habitación de aquella loba, quien le estaba sirviendo un poco de vino especiado con canela para que pueda calmar sus nervios que, cada vez, se volvían más notorios.
— No se preocupe, Señorito, no tiene por qué estar asustado — decía la loba, entregándole el vaso con vino.
Sebastián lo bebe apresuradamente y comienza a toser. Estaba de pie en medio de aquella habitación, tan estático que parecía una estatua, puesto que contenía el aliento y solo tenía un ligero temblor en las manos.
— No es necesario tener miedo, le ayudaré para que se sienta bien — sonreía Pequitas de una manera dulce.
Ella toma una de las manos de Sebastián y la lleva hasta sus labios para besarla. Luego mira sus dedos, estirándolos y colocando las yemas sobre sus labios para darle pequeños besos, apoyando su mejilla finalmente en la palma de aquella mano masculina, regalándole una sonrisa tan tierna y bonita, que Sebastián se libera de sus miedos, sintiendo tanto cariño en ese acto, puesto que ella había comenzado a acariciarle el rostro de forma delicada.
Los ojos color almendra de aquella joven, eran iguales a los de Sebastián y sentía que podía leer a través de ellos. Pronto, algo increíble floreció en el pecho de él, algo que no sabía cómo explicarlo, pero que endulzaba sus sentimientos de una manera tan tierna, como si escuchara poesía en el ambiente.
Pequitas pasaba sus dedos por los labios de él, que le miraba expectante, pero ya no asustado como antes, así que lo alcanza para darles suaves y cortos besos, que poco a poco se fueron profundizando.
Sebastián sentía cómo ella pasaba suavemente su lengua por sus labios, lo que le estimulaba la piel y abría sus sentidos.
— ¿Quieres tocarme? — preguntaba Pequitas, tomando de la mano de él.
Sebastián sentía que no podía hablar, así que asiente con la cabeza. Ella inmediatamente coloca la mano de él sobre su pecho por encima de la tela de aquel delgado vestido, a lo que la presionaba con delicadeza.
Ya sin miedos, Sebastián le desprendía de aquella suave tela, para verle mejor, pasando sus manos por el contorno de sus senos que estaban cubiertas de pequeñas pecas y luego bajando hasta su abdomen.
Sin darse cuenta, ella le había desabotonado sus prendas y le ayudaba a desprenderse de ellas.
Sebastián se avergonzaba de su desnudez y se cubría con las manos sus bajos, pero ella, al notar su nerviosismo nuevamente, toma una de sus manos y las lleva a su rostro, para apoyar su mejilla en la palma de él y volver a sonreírle de manera cariñosa.
— Tienes un cuerpo seductor y muy bonito. No tienes por qué avergonzarte — volvía a decir Pequitas
Ella nuevamente lo abraza y besaba de manera calmada, a lo que él cerraba los ojos y le correspondía, rodeándola por la cintura y presionándola contra su cuerpo, sintiendo ese mágico contacto piel a piel.
De manera sutil, ella lo lleva hasta la cama, recostándose e invitándolo a que él le acompañe, estirando sus brazos, como si estuviera pidiendo un abrazo.
Sebastián se recuesta sobre ella y volvía a besarla, pero ahora quería verla más detenidamente, quería volver a ver esos ojos que le expresaban tantas cosas, puesto que estar con esa mujer, era algo completamente hermoso y sobrecogedor que llegaba a tocar su alma.
Ella abre sus piernas al notar la excitación dura y caliente de él, para que sin forzarlo encuentre el camino que le corresponde, pero él, no paraba de verle a los ojos y le sonreía, con un brillo especial que irradiaba felicidad, acariciando sus mejillas y tocando su cabello anaranjado, pasándolo por sus dedos.
Con un ligero movimiento de caderas de parte de ella, la virilidad de Sebastián ingresa suavemente en su interior, a lo que él contiene el aliento sorprendido y se retira apresuradamente.
— Perdón... yo... — Tartamudea Sebastián, pero ella con tranquilidad le calma.
— Está bien, así tiene que ser. Déjalo adentro y disfrútalo — respondía Pequitas de manera cariñosa, alcanzándole para darle un beso tierno.
El semblante de Sebastián se relaja y vuelve a hundirse en el cuerpo de aquella hermosa pelirroja, acariciando su rostro y pasando su pulgar por las mejillas de ella, mirando aquellas pequeñas pecas de color café que le daban una apariencia tan dulce que agitaba el corazón de Sebastián y sin controlarlo, comienza a realizar un movimiento suave de caderas, liberando suspiros de excitación, sin poder dejar de besarla de manera apasionada aquellos labios rosados, masajeando uno de sus pechos para su deleite.
La mente de Sebastián no se encontraba en aquel lugar, por momentos se detenía, para ver nuevamente el rostro tierno de la joven y acariciarle las mejillas. Al estar más calmado, retomaba el ritmo de las penetraciones, siempre con un toque delicado y cuidadoso, para no lastimarla.
Él se negaba a terminar, de hacerlo, debería marcharse y quería estar más tiempo con ella, abrazándola y sintiendo el suave perfume a hierbas que emanaba su cabello, acompañado del placer sexual que le estaba enseñando a conocer aquella loba.
Ya estaba pasando un tiempo prudente y Pequitas comprende que debía ayudarle a alcanzar el orgasmo, puesto que aún debía seguir trabajando esa noche, para cumplir la cuota de ese día.
Delicadamente ella lo aparta y lo posiciona boca arriba, para ahora estar encima de él y tomar el control. Sebastián podía ver completamente las hermosas curvas de ella y como sus cabellos caía como seda roja sobre sus pechos, que se movían al ritmo que ella estaba marcando. Las manos de él frotaban sus muslos y los subía por sus caderas. Sin contenerlo más, se alza para alcanzarla, y hunde el rostro entre sus pechos que bailaban alegremente sobre él, hasta sentir una liberación de placer, que le hacen cerrar los ojos y lanzas un gemido agónico, sosteniendo la espalda de ella con fuerza, para mantener el abrazo.
Pequitas le suelta delicadamente para levantarse de la cama, pero Sebastián eleva el rostro para ser besado, a lo que ella le da un beso húmedo, pero corto, tratando nuevamente de soltarse del agarre de él, pero este se resistía a liberarla.
— No, mantente a mi lado, no me dejes — suplicaba Sebastián.
— Por favor, Señorito, déjeme ir, o me hará tener un niño — respondía preocupada Pequitas
Sebastián la suelta, y ella sale rápidamente de la cama para asearse en un lavatorio que estaba en una pequeña mesa en la esquina, que contenía una combinación de hiervas y vinagre, limpiándose con un paño la entrepierna con aquella mezcla.
Luego de limpiar cuidadosamente, Pequitas se coloca un nuevo vestido escotado y provocador, dirigiéndose a su cliente, que estaba recostado en la cama mirándola detenidamente.
— Espero que su primera experiencia fuera agradable, para mí fue muy satisfactorio darle atención esta noche y estoy feliz de que me escogiera — sonreía Pequitas al hombre que estaba aún en la cama y no se movía.
— ¿Por qué te has puesto esa ropa? — pregunta Sebastián.
— Para salir al burdel — su sonrisa desaparece y es cambiada por preocupación — Discúlpeme, no le pregunté si quería continuar, he sido descortés.
— No lo decía por eso ¿Estarás con más hombres esta noche?
— Si tengo clientes que paguen mi cuota, seguiré trabajando
Sebastián baja la mirada y busca sus prendas para vestirse en silencio, mientras en su mente había muchos pensamientos y no sabía cómo ordenar sus ideas. Cuando ya estaba listo para salir, vuelve a mirar a la muchacha pelirroja que le estaba esperando, regalándole una cálida sonrisa
— Gracias — dice Sebastián dándole una pequeña caricia en la mejilla a la joven.
— Gracias a usted por ser amable y tratarme con delicadeza, espero que venga a visitarme nuevamente.
Ambos bajaron por las escaleras del burdel. Había muchos sonidos en aquel lugar, risas y música que provenían de la cantina, voces guturales y gemidos que venían de las habitaciones. Los hombres se veían felices y las mujeres que mostraban sus atributos para atraerlos, reían de manera estridente. Sebastián se preguntaba, como una hermosa joven, tierna y delicada como Pequitas había llegado ahí. Decidió no pensar en eso, ya que era la decisión de ella estar en un lugar como ese y ganarse la vida de esa manera.
— Miren quién viene ahí, ¿será nuestro pequeño Sebastián que se ha hecho hombre? — sonreía Sergio al ver a su tío, levantándose para darle un abrazo
— ¿Todo bien? — pregunta Víctor, que le acercaba un vaso con un licor de manzanas
Sebastián asentía con la cabeza y bebe un poco del contenido de aquel vaso.
— Pequitas, ¿escapó con sus pantalones en la mano? — pregunta Sergio con tono jocoso a la joven que estaba al lado de Sebastián.
— No señor, él es un hombre muy varonil, su timidez no es comparable con la fiera que es en la cama — decía aquella joven de manera amable, puesto que a los hombres les gustaba escuchar sobre lo buen amantes que eran.
La loba mayor, al verles ahí, se aproxima para preguntar si estaban conforme con el servicio y cobrar.
Víctor paga la cuota de la joven, que era bastante costosa, siendo una de las Lobas más caras del burdel, ya que Pequitas cobraba diez veces más que una loba promedio, quedando reservada solo para los caballeros más adinerados.
— Esperamos que vuelvan a visitarnos, ya sabe que le atenderemos bien — sonreía la loba mayor con el dinero obtenido por Pequitas.
— Gracias — respondía Víctor, colocándose su sombrero de copa y haciendo un saludo con él para despedirse.
— Venga cuando quiera, le estaré esperando gustosa — se despedía Pequitas de Sebastián.
Sebastián no se mueve para salir, a diferencia de Sergio y Víctor, quienes se detienen para verle.
— ¿Qué pasa? — pregunta Víctor.
— ¿Es posible que paguemos la noche completa de esa muchacha? — pregunta Sebastián — me gustaría que no siguiera trabajando por hoy.
— Sí, está bien. Eso es muy considerado de tu parte — sonreía Víctor y ambos miran a las Lobas que estaban felices de escuchar aquello.
Por lo general, Pequitas atendía de dos a tres hombres por noche, así que pagan esa diferencia.
— Muchas gracias señor — decía la pelirroja con real gratitud y una sonrisa amplia, con los ojos brillantes de alegría, tomando de la mano de Sebastián para demostrar su felicidad.
— Muy bien Pequitas, ve a comer algo a las cocinas y vete a descansar — decía la Loba mayor, contagiándose de la alegría de la joven.
La pelirroja se despide nuevamente de los Fortunato, hasta que les ve marchar en su elegante carruaje.
Sergio hacía bromas sobre aquella noche y la tardanza de Sebastián, puesto que debió de dejar agotada a aquella muchacha para sentir lástima por ella y pagar su noche completa. Pero Sebastián miraba por la ventanilla de ese carruaje inmerso en sus pensamientos, sin escuchar lo que se estaba hablando.
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