Capítulo 85
Por la mañana la familia Fortunato estaba desayunando fruta de la temporada, cuando llega Jamal para acompañarlos.
— Buenos días — saluda el árabe.
— Buen día — responde sonriente Amelia
— Te vez descansado, ¿Has pasado buena noche? — pregunta Víctor.
— Así es, una muy buena noche
Amelia y Víctor se dan una pequeña risita cómplice.
— Por favor, desayuna con nosotros — invita Amelia y le indica una silla en la mesa.
— Gracias — Jamal se sienta a la mesa y rápidamente dos sirvientas se le acercan sonrientes para preguntarle que deseaba desayunar.
— Vamos a ir a casa de mi padre, nos han invitado a almorzar y luego a tomar el té. Él quiere que veamos temas de negocios, además de ayudarte en lo que concierne a tu flota de barcos — comenta Víctor
— Recién llegando y quieres que trabaje — ríe Jamal.
Luego de desayunar, Amelia, Víctor y Jamal fueron a los establos para ver los caballos que tenían y hacerle el préstamo de uno de ellos a su invitado.
— Mira Jamal, esta es mi querida Pimienta — Víctor saca del establo a una yegua color negro azabache.
Jamal al ver a aquel caballo, se acerca a Amelia que estaba al lado de él para hablarle como si estuviera rumoreando.
— Pfff... Amelia, tu marido es un estúpido, siempre me hablaba de su querida Pimienta y pensaba que era un caballo majestuoso, no una anciana a punto de morir.
— Tendrá sus años, pero es dócil y fiel, nunca me ha fallado — sonríe Víctor acariciando el cuello de su yegua.
— Pero está vieja... debe tener más de 20 años
— 23 para ser exactos
— ¿Tu edad?
— Así es, mi padre me la obsequió cuando era un bebé
— Pero... está vieja
— ¿y eso qué?... puede llegar perfectamente a los 30 años.
— Te matará algún día
— Disculpa Jamal que te interrumpa. Pero siempre me pregunté que edad tienes — indaga Amelia.
— 28
— ¿y molestas a mi yegua? — se burla Víctor — tú estás más viejo que ella y aún estás al trote.
— Aún no entiendo que le viste a este hombre Amelia. Una mujer tan bella como tú debió explotar mejor sus atributos en vez de quedarse con semejante tonto.
— Pero si lo hice — ríe Amelia ante aquella discusión de amigos.
— ¿Cómo?
— ¿Por qué crees que dejé de ser sirvienta a ser una señora de alta sociedad?... Porque conquiste al hijo del patrón — comienza a carcajear Amelia.
Jamal también comienza a reír.
— Eres muy divertida, un buen atributo en una mujer. Amelia, cuando a este hombre lo mate su yegua vieja, te quedarás conmigo
— ¿Ya van a parar de burlarse de mi caballo? Sigues fastidiando Jamal y te vas a pie — comenta Víctor subiendo a Pimienta.
Jamal busca un caballo y lo monta para ir cabalgando a la mansión del mayor de los Fortunato.
— Amelia, ¿no vienes con nosotros? — pregunta Jamal al montar.
— Iré más tarde, Sergio aún no se despierta, los veré allá.
— Bien, nos vemos ahí querida — se despide Víctor y da un golpe de espuela para guiar a su caballo y marcharse.
— Nos vemos
Jamal ve que su amigo ya comienza a andar, pero antes de marcharse, le vuelve a hablar a Amelia.
— Te lo digo de verdad... si te aburres de Víctor, quédate conmigo, te puedo dar mejores cosas que estos caballos viejos
— Gracias Jamal, tendré en cuenta tu propuesta — ríe Amelia. Se despide con la mano mientras los ve marchar
— Amelia... ¿Ya se fueron? — pregunta una voz susurrante
Amelia se gira y ve a Perla que estaba detrás de la puerta de los establos.
— Hola Perla, ya se fueron... ¿Pasaste buena noche?
Perla sale de detrás de la puerta sonriente y prácticamente brincando.
— Ay Amelia, es divino... divino. No, realmente me morí, fui al paraíso y regresé.
La alegría de su amiga hace sonreír a Amelia.
— Qué bueno Perla, me alegro por ti. Pero ten cuidado, Víctor me dijo que él no es de compromisos
— ¿Y quién quiere un compromiso cuando se puede tener esos placeres?... Te cuento, primero...
Perla comienza a contarle a su amiga con detalle lo que hicieron esa noche.
— Ay Perla... por favor, guárdate esas cosas para ti, no quiero saberlas.
— ¿Por qué no?, antes te contaba esas cosas para que las pusieras en práctica con tu esposo
— Pero esto es diferente... no quiero saber qué haces en la intimidad con un amigo de la familia.
— Te estás transformando en una amargada como Yoyi, o quizás es porque tienes envidia
Amelia da un suspiro agotada
— Iré a ver a Sergio. ¿Quieres venir a almorzar a casa de mis suegros?
— Claro que no. No quiero que ese exquisito hombre piense que estoy obsesionada con él y lo estoy persiguiendo.
***
Los amigos llegaron a la mansión de Agustín, y Víctor le estaba dando un recorrido a Jamal para mostrarle la casa de su Infancia.
— ¿Quién es ella? — pregunta Jamal al ver un gran retrato de una mujer rubia de ojos esmeralda en la sala de invitados
— Mi madre Mercedes
— Ah si, me contaste sobre ella... es preciosa. Ella merecía ser amada — comenta Jamal pensativo.
— Sí... es una historia triste
— Tu padre es hipócrita
— ¿Por qué lo dices?
— Porque critica el que pueda buscar mujeres, pero tenía a dos mujeres viviendo con él
— Creo que su historia es más complicada que eso — justifica Víctor.
— Aun así, ninguna de las dos tenía lo que querían de él y las hizo infelices... siempre se ha sentido muy seguro con sus mujeres porque nunca ha tenido competencia.
— Hem... no sé a qué te refieres con eso, pero no hagas cosas para fastidiarlo, por favor te lo pido.
— No te preocupes... yo no haré nada.
Víctor no le creía a su amigo, desde que le contó la historia de sus padres, siempre Jamal sintió lástima por Mercedes, por el trato frío que recibió de su esposo, un trato que no merecía una mujer que solo suplicaba un romance y que en vida nunca pudo obtenerlo. Esto a Jamal le hacía recordar a su madre, cuando su padre se casó con su segunda esposa y sentía un deber de hacerle justicia a la madre adoptiva de su amigo.
***
Los días pasaban tranquilos y Jamal miraba las propuestas para ampliar la flota de barcos que mantenía en el país. Dentro de las utilidades que había dejado los dos barcos que se trasladaron hace un año, era mucho más de lo que presupuestaba, puesto que le era más conveniente mantener su flota ahí que en los puertos habituales en los que siempre trabajó.
Víctor se mantenía tranquilo y alegre con la visita de su amigo, solo le preocupaba las reacciones de su padre con él. Sentía que Agustín veía todo ofensivo en Jamal y empeoraba la situación cada vez que le hablaba a Celenia, ya que, si bien era respetuoso y amable, había algo indescriptible en su actuar hacia ella que demostraba un interés distinto al de solo amabilidad y cortesía. Pero todo era solo especulaciones que se percibían, pero nada directo, así que no se le podía recriminar nada, puesto que no había hecho nada.
Aquel día, ya habían almorzado y Jamal estaba en el despacho con Agustín y Víctor, para ver el precio del carbón y otras finanzas, pero ya padre e hijo, luego de un rato se pusieron a trabajar en asuntos de su compañía, es así que Jamal miraba por la ventana de la casa de Agustín a Celenia y Amelia que a la distancia estaban recolectando fresas con sus hijos. Aburrido por estar aquella tarde soleada en un despacho hablando de finanza, sale del lugar y fue en dirección donde se encontraban las mujeres en el jardín.
— Con este día ¿Esto es lo más divertido que tienen para hacer? — pregunta Jamal sonriente.
— Recolectamos fresas para que Sebastián y Sergio se cansen y puedan ir a dormir sus siestas — responde Celenia mientras sacaba fresas y Sebastián la tomaba con sus manitos y la ponía en una canasta en el piso.
— Estás aburrido, se te nota — comenta Amelia.
Jamal lanza un suspiro
— Sus esposos son muy monótonos. En todo este tiempo, no conozco la ciudad, solo se encierran en sus despachos a trabajar. Quizás por eso son tan pálidos. Y ustedes ¿Es posible que me hagan un recorrido para enseñarme la ciudad?
— Nos encantaría Jamal... es solo que... — Amelia se detiene, porque no sabía cómo explicarle.
— No me molesta ir con los pequeños
— No Jamal, no es eso... — interviene Celenia.
— ¿Sus esposos le prohíben salir?
Amelia niega con la cabeza
— Es solo que, por nuestros orígenes como sirvientas, somos discriminadas socialmente
— Pero qué estupidez
— Mamá... — Sergio se frotaba los ojos y le hacía señas de que estaba cansado.
— Debemos llevar a los pequeños a dormir sus siestas — informa Amelia, disculpándose de esta manera el no poder acompañarlo.
Ambas mujeres toman a sus hijos y se marchan con ellos a dentro de la mansión. Realmente ellas tenían miedo de salir de la mansión, se les veía en sus ojos que debieron pasar momentos muy desagradables para ser ahora pajaritos enjaulados.
Jamal las sigue a la habitación, viendo cómo hacían dormir a los pequeños. Una niñera se quedaba con ellos hasta que despertaban. Cuando ambas salieron de la habitación, nuevamente intenta convencerlas.
— Acompáñenme, vendrán conmigo y no pasará nada
— ¿Y si sales con Perla? — pregunta Amelia, tratando de buscar una solución.
— Pero ella no está aquí
— Pero puedo enviar por ella
Jamal mira a Amelia con un dejo de fastidio.
— ¿Ella te ha dicho algo?
— ¿Algo?... ¿Cómo qué?
— Siento que me tratas de emparejar con tu amiga
Aquello sorprende a Amelia, quien se sonroja. Es verdad que trataba de ser cupido entre ellos. Sabía que Jamal acudía a la habitación de su amiga todas las noches, pero por la mañana, ambos actuaban como si no se conocieran y eso no lo podía entender. Ella no podría hacer el amor con alguien sin tener sentimientos por él, pero quizás ellos eran distintos y su relación no pasaba más allá de algo físico.
— No, no es eso... es solo que... bueno...
Celenia interviene para ayudar a su nuera.
— Lo que pasa, es que tenemos miedo de salir
— Me hago responsable. Conmigo no tienen nada de que temer — sigue insistiendo Jamal.
Amelia y Celenia se miraron aún indecisas, pero el ánimo de Jamal era contagioso, además que él tenía razón, eran malos anfitriones, solo le ofrecían trabajar y no tenía ninguna diversión.
Esa tarde, fueron a distintos lugares, Jamal entraba a cada tienda de charcutería que encontraba para probar distintos tipos de jamones que le eran muy interesantes, quería saber más sobre como curtir cueros y le encantaba el zapateo flamenco que bailaban indiscriminadamente si existían una guitarra tocando en las calles.
Amelia y Celenia estaban disfrutando del paseo, puesto que nadie se fijaba en ellas, ya que los hombres estaban absortos en sus pensamientos, y las damas, que eran las que engrosan los chismes sociales, posaban sus ojos en Jamal sin reparar en ellas.
Jamal había comprado muchas cosas, también les había comprado muchos regalos a sus amigas y a los pequeños. Debieron contratar un carro para que fueran a dejar aquellas compras a la mansión de Víctor y Agustín.
Antes de regresar, Jamal quería beber un vino afrutado típico de la época del verano en España, en un restaurante muy fino que se encontraba a un costado de una hermosa plaza pública.
— Jamal, aquí no — advierte Celenia.
— ¿Por qué no?
— Aquí fue donde nos expulsaron junto con nuestros esposos hace tres años.
— Pero aquí dicen que tienen postres fríos que estaban antojadas de comer
— Lo sabemos, pero no queremos problemas, el Club de Caballeros es un círculo social muy poderoso y no queremos que tengas problemas por nuestra culpa
Jamal toma la mano de Celenia y la besa de manera tierna, como ya tenía acostumbrado.
— Mi querida Celenia, no tengas miedo, ya te he dicho que conmigo no tienes por qué temer — Jamal coloca la mano de Celenia en su brazo y la sostiene firme, obligándola a entrar.
Cuando ingresaron, había varios miembros del club de Caballeros en el lugar o damas de alta sociedad charlando con amigas. Al verlos entrar al restaurante y tomar asiento en una mesa, inmediatamente comienzan a murmurar entre ellos.
— No puedo creer que tengan cara esas mujeres de aparecerse por aquí — susurra una de las damas que estaba sentada en una mesa cercana.
— son una vergüenza — dice otra.
— Llegaron con un árabe... los Fortunato no son suficientes y ahora buscan nuevos amantes — se burlaba un miembro del Club de Caballeros.
— Descaradas, ni siquiera están en compañía de sus esposos — responde indignada otra de las mujeres.
— Siempre supe que estas mujeres debían ser lobas, pero les gusta quien tengan bastante oro en el bolsillo
Jamal se mantenía sonriente y parecía que no escuchaba los comentarios que hacían hacía sus amigas, puesto que tenía la cabeza muy elevada en comparación con Amelia y Celenia, quienes tenían los hombros encogidos y estaban avergonzadas.
— Mis queridas amigas, ¿pueden ayudarme a leer la carta? No se me da bien el leer español — solicita Jamal acercándose a Amelia.
— Si Jamal, yo te leo la carta — Amelia estaba nerviosa, puesto que en cualquier momento les pedirían que se retirasen del lugar
No paso mucho, cuando el dueño del restaurante llega en compañía de uno de los socios del Club de Caballeros a pedirles que se retiren.
— Claro que si, ¿nos llevará a una mejor mesa? — pregunta Jamal de manera inocente.
— No señor, es solo que no tienen permitido ingresar las señoras a este lugar — responde el Dueño del restaurante.
— Mis queridas amigas son hermosas y distinguidas damas, al igual que las bellas señoras que se encuentran en este lugar
Inmediatamente las mujeres en las mesas aledañas comienzas a murmurar.
— Oh Dios, ese hombre es un sueño
— Qué hombre tan galante y atractivo
Un miembro del Club de Caballeros, toma la actitud celosa de Agustín, ante los comentarios de las mujeres que se encontraban en el lugar. Apunta a Celenia y Amelia y se aproxima a la mesa del árabe.
— Estas mujeres no son damas y no son gente decente para estar aquí y dudo de su reputación señor, por estar con ellas.
— No sé de dónde ha salido usted, que de seguro debe ser un mozo de baja categoría — comenta Jamal con tono burlón, haciendo caso omiso a aquel hombre y vuelve a ver al dueño del restaurante — ¿Me dijo que quería acomodarnos en una mejor mesa?
— Como se atreve a ignorarme
— Por favor, no quiero problemas — suplica el dueño — Señoras retírense sin hacer escándalos
— Márchate de este lugar, primero lobas y ahora extranjeros sin modales que atentan a nuestras tradiciones y religión... ni siquiera creen en cristo — dice de manera rabiosa el miembro del Club de Caballeros.
Jamal se levanta con una actitud agresiva ante lo dicho por aquel hombre
— Vuelve a repetirlo, porque creo que no escuche muy bien...
El hombre se atemoriza al ver el porte de aquel árabe y da un paso hacia atrás.
— Se los ruego, abandone este lugar — repite el Dueño, asustado por la situación, ya que una pelea en su establecimiento, sería una mala reputación a su negocio.
— ¿No nos llevarás a una mejor mesa ni nos atenderán? — volvía a insistir Jamal al Dueño.
— Que no entiendes extranjero estúpido... vete de aquí con esas mujeres — arremetía aquel hombre, sacando valor
— Así es señor, no se les servirá. Así que hagan el favor de retirarse — responde con la cabeza inclinada el Dueño del restaurante.
Antes de que termine de decir algo más el dueño, Jamal grita algo en árabe que asusta a los presentes, agita los brazos y cada vez lo que decía era más fiero y violento, golpeaba la mesa y rasga su camisa en señal de haber sido ofendido.
Inmediatamente el hombre que lo estaba confrontando sale despavorido, pensando que Jamal se transformaría en el diablo y lo atacaría. Otros más del club de Caballeros, quienes murmuraba, hicieron lo mismo, solo se mantenían en su lugar las damas que no querían perderse el espectáculo de aquel apuesto hombre que estaba rasgando sus vestiduras.
El dueño del restaurante le pide que se calme y los llevan a una mejor mesa al lado de la ventana. Inmediatamente toman el pedido de él y sus amigas. La orden fue llevada casi al instante, aparte de otros aperitivos, ya que el dueño del restaurante, para pedir disculpas por el incidente, dijo que todo lo que pidieran ese día, corría por cuenta de la casa.
Amelia no podía dejar de reír, mientras comía un helado de naranjas.
— Jamal ¿Qué les dijiste?... nunca te he visto tan enojado
— Solo un poema de mi tierra, pero ellos no lo saben — sonreía Jamal.
— Creo que le has impresionado el grito que les has dado. Ya no volverán a molestarnos, eso es de seguro — reía Celenia, se sentía feliz de que por fin les hicieran justicia.
— Mi querida Celenia, te dije que conmigo no tenías por qué temer... Ja, ja, ja.
Esa tarde, los tres pasaron un muy buen momento mientras reían al ver la cara de terror de los miembros del club de Caballeros y por fin Amelia y Celenia podrían comer los deliciosos postres helados de ese famoso restaurante.
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