Capítulo 6
Luego de lo ocurrido el día en que Víctor vio la infidelidad de su padre, le perdió completamente el respeto a Celenia, no le respondía y si lo hacía era de mala manera, ya varias veces fue castigado por esta actitud, pero solo acentuaba su rebeldía. Con respecto a su padre, Víctor no podía odiarlo, ya que siempre para él fue una figura de respeto y admiración. A pesar de lo ocurrido, interiormente lo perdonó y guardó silencio para que su madre no sufriera ese dolor.
Los Fortunato fueron a visitar a los padres de don Agustín aquel día, esto le dio tiempo a Amelia para aprender a cocinar pasteles con su madre. Ella contaba los huevos que se echaban en la masa, mientras su madre revolvía el preparado.
Juan entra por la puerta de la cocina, venía desde los establos e ingresa por la puerta trasera.
— Amelia, vamos a jugar al Jardín
— No puedo, ayudo a mi mamá — responde Amelia, partiendo más huevos a la preparación.
— Hola, señora Mariana — saluda el muchacho.
— Hola, Juanito, ¿Cómo está tu madre?
— Está bien, le agradece el pollo asado que le envió
— Dile que no fue nada, estamos muy agradecidos por regalarnos las gallinas
Las familias de Amelia y Juan tenían una muy buena relación de amistad, puesto que se apoyaban cuando alguno tenía necesidad.
— ¿Por qué usan tantos huevos? — pregunta Juan al ver cómo Amelia seguía agregando más huevos a la preparación.
— Porque así el bizcocho queda más esponjoso y sabroso, además que este pastel es bastante grande y necesita firmeza — contesta Mariana mientras seguía revolviendo
— Señora Mariana, ¿le da permiso a Amelia para jugar?
— Claro que sí... Amelia, ve con Juanito, yo termino
— Pero mamá, yo quiero aprender — reclama Amelia
— Otro día te sigo enseñando, además que está bien que juegues con otros niños que no sean solo el señorito Víctor.
Mariana le saca el delantal a su hija, para que se vaya con Juan. Él le toma la mano para ambos salir corriendo, llevándola al Jardín donde están los árboles frutales.
— ¿No te gusta jugar con Víctor? — pregunta Amelia.
— Es que es un mimado, no puede ensuciarse la ropa y se molesta cuando el juego no sale como él quiere
— Pero tú no lo dejas ser el héroe
Es que él no tiene que ser el héroe
— ¿Por qué no?
— Porque el héroe se queda con la princesa, y yo no quiero que te quedes con él
Amelia no le dio importancia a lo que Juan decía, ya que no comprendía a que se refería.
— Vamos a jugar a perseguirnos — le invita Amelia
En la mansión, los Fortunato regresan y Víctor corre a la cocina para buscar a Amelia.
— Señorito, ella se encuentra en el jardín con Juan — comenta Mariana al ver al niño correr para buscar a su amiga.
Nuevamente, Víctor sale corriendo y comienza a buscarlos por el amplio jardín. Camina por la arboleda, pero no los ve, hasta que escucha risas y corre en esa dirección, hasta que ve a Amelia aparecer entre los árboles.
— ¡Amelia!
— ¡Víctor! Regresaste — sonríe Amelia y va en dirección a él.
— Te atrapé — Juan salta y toma por los hombros a Amalia, su sonrisa se va cuando ve a Víctor.
— Hola, Juan — saluda el niño de ojos azules
— Hola, Señorito
— Vamos a jugar a los tesoros, yo pido algo y ustedes lo buscan — dice Amelia.
Ambos niños aceptan
— Quiero una oruga...
Los varones salen corriendo en distintas direcciones para buscar lo solicitado. Luego de un rato, Juan vuelve con Amelia.
— ¿Encontraste la oruga tan pronto?
— No, es que quería darte un regalo
El muchacho de ojos grises estira la mano y Amelia mira lo que le está entregando. Era un collar con un trozo de madera tallado.
— Qué lindo, ¿lo hiciste tú? — pregunta sorprendida Amelia
— Sí, no quedo muy bien, pero me esforcé, además que huele delicioso, lo hice con un trozo de canelo
— Es verdad... huele muy bien, muchas gracias, lo atesoraré y lo ocuparé todos los días — Amelia se lo dice sonriente y le da un beso en la mejilla.
Víctor llega con una oruga y ve lo último, lo que le produce molestia y habla con un tono sombrío
— Traje la oruga.
— Mira Víctor, Juan me dio un collar, está lindo ¿Verdad? — se acerca Amelia sonriente
— Yo también te traje un regalo
Él saca de su bolsillo un pequeño muñeco completo de porcelana y traje de tela.
— Qué lindo... ¿De verdad es para mí?
— Si
La niña le da un abrazo en forma de gratitud por el regalo.
Juan toma el pequeño muñeco y lo mira con desprecio.
— Qué feo, además que si se cae se romperá
— Encuentro más feo ese collar con un pedazo de palo — responde de malhumor Víctor
— Pero al menos lo hice yo, tú tienes muchos juguetes y solo le regalas este diminuto muñeco que quizás ya no lo querías por ser tan feo
— Eso no es verdad, yo también le puedo poner un hilo a un pedazo de palo — Víctor toma el collar que tenía Amelia en la mano y lo arroja.
— No peleen, a mí me gustan los dos regalos — dice Amelia para calmar a los muchachos y evitar que discutan
— Discúlpate — dice Juan, empujándolo con fuerza, lo que hace retroceder a Víctor, a lo que él le da un manotazo.
— No me toques, eres un chico sucio
— Ay, disculpe señorito por ensuciarse la ropa, con lo que le cuesta a usted sacarse sus trajes sin ayuda de sus nanas — dice de manera sarcástica Juan.
Víctor comienza a empujarlo y Juan también responde terminando ambos en el suelo peleando.
— ¡YAAA! NO SEAN TONTOS, DEJEN DE PELEAR — Grita Amelia y trata de separarlos, pero parecía que estaban adheridos, seguían jalando sus ropas y pegándose ambos en el pecho.
Luego de un rato de tratar de separarlos para que no se hagan daño, le llega a Amelia un manotazo de uno de los muchachos, lo que la empuja y cae golpeándose la cabeza.
Los niños
dejan de pelear y van a verla, pero ella por el golpe comienza a llorar.
— Perdona Amelia — dice Juan tratando de ayudarla
— NO QUIERO A NINGUNO DE LOS DOS — Grita Amelia llorando y sale corriendo en dirección a las cocinas de la gran casa, mientras Víctor corre tras ella.
Amelia llega donde su madre y la abraza.
— Perdona Amelia, yo no te empuje — dice Víctor al llegar donde su amiga.
— No es verdad Amelia, Víctor tiene la culpa — se defiende Juan de la acusación.
— ¿Por qué hay tanto niño en la cocina? — dice Celenia al ver el alboroto que estaba ocurriendo en aquel lugar — Tu niño, sale de aquí
Juan debe retirarse, ya que el ama de llaves estaba molesta y lo estaba expulsando de la cocina.
— Amelia, ¿qué paso? — pregunta Mariana
— Me empujaron y me caí... — Amelia seguía llorando, desconsoladamente.
— Yo no fui Amelia, fue el torpe de Juan — seguía justificándose Víctor
— Usted señorito, está muy sucio y con sus ropas hechas un desastre, va a tomar un baño — indica el ama de llaves a su joven señor.
— Tú no me mandas... no eres mi madre
Celenia lo toma por una mano mientras Víctor forcejea, pero lo tenía retenido tan fuerte que no se podía soltar, así que cuando estaban por subir a las escaleras del segundo piso, él le muerde la mano, lo que él ama de llaves lo libera rápidamente.
— ¡AH!... SEÑORITO, REGRESE INMEDIATAMENTE — Ordena Celenia, pero el muchacho ya había escapado. Va a la cocina a buscar a Amelia para que vaya por él.
— No quiero, estoy enfadada — responde la niña cuando se le ordena buscarlo
— Vamos Amelia, es tu trabajo... tienes que obedecer al ama de llaves — le indica su madre.
Amelia sale de la cocina nuevamente en busca de Víctor que, otra vez, realizaba un berrinche.
***
El tiempo pasaba deprisa, la vida en la mansión de los Fortunato seguía como de costumbre con pequeñas variaciones. Amelia a los 12 años la dejaron como sirvienta para ayudar en las actividades de la casa, enfocándose en las necesidades de Víctor, puesto que ya no necesitaba una compañera de juegos, pero si alguien que lo controle, puesto que con los años se volvió rebelde con las criadas y más insoportable con el ama de llaves, solo obedecía a Amelia.
Víctor abandonó las clases de violín, ya que le era muy difícil y decide dedicar completamente su tiempo a mejorar piano que le gustaba bastante.
Amelia aprendió a leer y a escribir muy bien, esto la ayudó a que tuviera mejor posición en la casa patronal que el resto de criadas.
Los años avanzaron y ya los niños dejaron de serlo, ahora Víctor tenía 15 años y Amelia 14.
Por la mañana, Amelia lleva una charola con el desayuno en las manos y abre la puerta de la habitación, dejando la charola en una pequeña mesita. Ella dirige su vista a Víctor, que seguía durmiendo. Anoche regresó de una fiesta de alta sociedad muy tarde, así que debía de estar cansado. Corre las cortinas para que entre luz y así poder despertarlo, lo que le molesta y se voltea en la cama lanzando un gruñido.
— Vamos Víctor levántate, es tarde — dice Amelia riendo
— Llegue tarde anoche, ten compasión
— Me comeré tu desayuno
— Hazlo — responde Víctor y vuelve a dormir.
Amelia se lanza en la cama para saltar con sus rodillas en ella, fastidiando a su amigo.
— Ya déjame, que molesta — reclama Víctor y le lanza una almohada.
— Sacaré tus frazadas para ver si te has orinado en la cama, si es que no te despiertas.
— Oh... qué desagradable, ya estoy despierto — dice el joven y se sienta en la cama, lanzando un bostezo.
Amelia traslada la charola con el desayuno a la cama, mientras Víctor comienza a abrir los platillos.
— Bueno, ¿cómo te fue en la fiesta? ¿Nuevamente te pidió la viuda bailar? — pregunta Amelia riendo.
— Sí... esa mujer no se cansa — responde Víctor suspirando.
— Es que se quiere casar contigo
— Sus hijos son mayores que yo
— ¿Y si tus padres te dicen que te tienes que casar con ella?
Víctor abre mucho los ojos, mira con susto y luego se echa a reír.
— Espero que el infierno se enfríe antes de que eso ocurra — carcajea Víctor — comete las galletas, sabes que no me gustan
Amelia saca las galletas y las guarda en sus bolsillos
— Te traeré el agua para tu aseo — dice Amelia saliendo de la habitación.
Cuando Víctor la ve salir, deja la charola a un lado y trata de dormir un poco más.
Las mañanas para todos se mantenían ajetreadas. Amelia, luego de limpiar la habitación de Víctor, iba a la cocina a ayudar y preparar también platillos. Víctor luego de estudiar, tomaba sus lecciones de piano, sus dedos eran ágiles, así que practicaba con las puertas abiertas para inundar la mansión con la música, esto atraía a algunas visitas de alta sociedad que le gustaba escuchar los conciertos que ofrecía el hijo de los Fortunato.
Amelia servía los primeros platos a los Fortunato durante el almuerzo, mientras sentía la mirada de Víctor en ella y le sonreía, desde hace tiempo sentir su mirada sobre ella le producía cosquillas en la nuca, rubor y una grata sensación de plenitud que la hacía sonreír.
— Señora Mercedes, este platillo lo preparé yo — dice Amelia de manera orgullosa a la señora Mercedes
— Silencio Amelia, no se habla, al menos que te hablen — advierte Celenia que estaba en la esquina con el resto de las criadas del servicio.
Mercedes prueba la sopa de mariscos y sonríe.
— Muy bien Amelia, está sabroso... eres una excelente cocinera al igual que tu madre.
— Gracias, Señora — Amelia sonríe satisfecha y regresa a las esquinas donde estaban las criadas.
— Padre, quiero ir a cabalgar esta tarde, llevaré a Amelia — informa Víctor
— No hay problema, ve con el muchacho de los establos también.
— No padre, quiero ir solo
— Ya hablamos de esto Víctor, no quiero que cabalgues solo — interviene Mercedes con un tono cansado
— Pero madre, no me pasará lo mismo que al abuelo
El padre de la señora Mercedes falleció hace 10 años al romperse el cuello cuando calló de su montura, de ahí es que Mercedes no quiere que su hijo cabalgue sin supervisión.
— Tu madre ya te lo ha dicho, o sales acompañado del muchacho o no sales — concluye Agustín.
Víctor y Juan tenían una relación extraña, en ocasiones eran los mejores amigos y otras veces no soportaban verse, siempre esto último era por acaparar la atención de Amelia, ya que ella con los años, paso de ser una niña de rostro adorable, a una mujer muy hermosa que no pasaba desapercibida.
— Quiero ir al río, ensíllame a Pimienta — Víctor, cuando llega a los establos, le ordena a Juan. Pimienta era su yegua favorita por lo ágil y dócil.
— Si señorito, ¿va con nosotros Amelia?
— Sí, yo también — responde la joven.
— Yo la llevaré — indica Víctor
— No, ya sabes que su madre me ha encargado que usted valla sin distracciones — dice Juan, subiendo a Amelia a un caballo, para luego subir con ella.
Víctor cabalga molesto, seguía Juan tratando de ser el héroe delante de Amelia, eso fue algo que nunca dejó a pesar de los años que se conocían.
Ese verano era muy caluroso y constantemente salían al río para refrescarse. Al llegar, inmediatamente dejan a los caballos en la sombra, se quitan los zapatos e ingresan al río para escapar del calor.
Amelia fue a buscar una flor que estaba en el borde del río, la quería colocar en su cabello, cuando se da vuelta, Víctor y Juan la estaban mirando que, apartan la vista rápidamente, pero Víctor vuelve a mirarla y le sonreía, nota como ella también le sonreía, por momentos se reía sin pronunciar palabra, sentía que estaban hablando, solo se miraban de manera cómplice, como si conectarán sus pensamientos.
A Amelia le gustaba ver los lindos ojos azules de Víctor, además que eran muy expresivos y constantemente le sonreía, trataba de guardar todos los días esa imagen para pensar en él durante la noche e imaginar que le regalaba un dulce beso en los labios, de solo imaginarlo, le llenaba el pecho de emociones.
— Ya deberíamos regresar, es tarde — dice Juan, puesto que otra vez se estaban mirando esos dos de manera boba y odiaba esa situación.
— Vamos Amelia, regresarás conmigo — informa Víctor
Amelia sonríe, estaba esperando eso y se acerca a él.
— No... yo debo llevarla — interviene Juan
— Tú lleva la canasta y las mantas — Víctor toma a Amelia por la cintura y la sube a su caballo.
— Sus padres me encomendaron que vaya sin distracciones
— Por lo mismo, no siento que Amelia valla segura contigo
— Debo insistir, yo tengo que... — dice Juan, hasta que le interrumpe Víctor.
— Y yo ya te lo he dicho, ¿acaso estás cuestionando mis órdenes?
Juan aprieta los puños y los dientes, puesto que, no podía contradecir al hijo del patrón.
— No señor
Esta era la primera vez que cabalgaban juntos. El corazón de Amelia estaba agitado, trataba de juntar más su cuerpo al de Víctor, ya que su pecho estaba muy cálido y quería apoyar su cabeza en su hombro. Para Víctor, era agradable poder abrazarla por tanto tiempo con la excusa de la cabalgata, cuando bajaba la vista para mirarla, esta lo estaba observando con sus enormes ojos celestes y le regalaba una linda sonrisa, lo que le producía que brotará en su interior un pequeño fuego que ardía tímidamente como el revoloteo de un pajarillo. Definitivamente, ambos estaban enamorados, aquellos sentimientos tan dulces que cada uno conservaba en secreto, nacieron naturalmente, pasando de una amistad de niños a un amor de juventud.
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