Capítulo 59
Víctor se había despertado temprano en la mañana y aún estaba oscuro, pero al encontrarse tan a gusto en los brazos de su esposa se vuelve a dormir. Nuevamente se despierta, cuando siente que Amelia se levanta y se separaba de él. Odiaba esa sensación de vacío que le quedaba cada vez que tenía una noche apasionada con su esposa y esta se alejaba por la mañana al despertar. La sensación de sentir un amor tan intenso como ese, tenía un costo y era que ya su cuerpo no era suyo, su corazón lo tenía ella, ya no entendía el amor sin que el nombre de Amelia estuviera incluido en esa palabra. Era su esclavo sentimental, haría lo que fuera por ella, se sentía tan afortunado de estar enamorado de esa manera y que su amor fuera correspondido, que agradecía a diario ser su esposo.
Víctor observaba recostado a su esposa, mientras ella se desnudaba para refrescarse con el agua que se encontraba en un jarrón que, los sirvientes dejaron para su aseo matutino. La contemplaba en silencio, y pensaba que tenía mucha suerte de estar con una mujer tan hermosa. Con el tiempo Amelia cambió el tierno rostro infantil, al de una mujer muy bella. Su cuerpo también ya no era el mismo, ahora era completamente sensual, sus pechos eran más voluptuosos, firmes y redondeados que los que beso por primera vez en su noche de bodas. Sus caderas se habían ensanchado, sabía que no tendría dificultades para tener a su hijo cuando llegara ese momento y sus piernas eran largas, lo que decoraban su silueta, ella era perfecta a sus ojos.
— No te vistas, regresa a la cama y quédate conmigo — dice Víctor con voz suave.
Amelia deja sus prendas que se colocaría nuevamente en la silla y ve cómo Víctor estaba despierto mirándola recostado en la cama.
— Creía que dormías, quería prepararte el desayuno
— Deja que eso lo haga la cocinera
— Pero sabes que me gusta cocinar para ti, además, te dije que no era necesario contratar a una, yo deseo encargarme de la cocina — Amelia se recuesta nuevamente y se cubre con las sábanas, mientras Víctor la abrazaba.
— Lo sé, pero ella estará para estos casos, luego puedes cocinar tú... pero ahora tienes otro trabajo
Víctor tocar la intimidad de Amelia e introduce un dedo, quería saber si aún tenías rastros de él en su interior.
— ¿Por qué hiciste eso? ¿Qué otro trabajo?
Víctor se posiciona encima de su esposa y le da un beso que no ocultaba las intenciones que tenía, mientras movía su masculinidad cerca de la intimidad de Amelia de manera suave sin forzarlo en ingresar para que sus cuerpos se unieran cuando ella estuviera lista.
— Tengo el propósito de que seamos padres este año, así que aumentaremos la frecuencia de nuestros encuentros. Quiero que siempre estés llena de mí, así como era cuando recién nos casamos, en poco tiempo estarás en cinta nuevamente.
Al escuchar esto, Amelia abre más las piernas y lo atrae para que ingrese, lo abraza y acaricia su rostro, lo amaba tanto que deseaba pronto darle un hijo que sea su alegría y orgullo.
— Pero ¿debes ir con tu padre a trabajar hoy?
— Mi amada, esto es mucho más importante que estar de cabeza en las finanzas, además, ya le avise que no iría por hoy.
— Eso me alegra, podríamos dar un paseo por la ciudad más tarde.
Amelia comienza a mover sus caderas, mientras miraba el rostro de Víctor, que estaba completamente concentrado en ese momento y ya se le dificultaba hablar.
— Lo que quieras... haremos lo que tú quieras...
Víctor une más su cuerpo al de ella y respira en su hombro rodeándola con sus brazos completamente, lo que hacía que Amelia, prácticamente no pudiera mover su espalda y brazos, esto le permitía estar completamente unido a ella dando cortos, profundos y suaves movimientos que ya sabía, era lo que le gustaba a su esposa y se demostraba por la humedad que se alojaba en su feminidad.
Al mediodía, los esposos salieron a dar un paseo por la ciudad y caminaron por un gran parque en donde se encontraban varias familias realizando un pícnic al lado de un estanque, ambos imaginaban que llevarían a su hijo para que pueda dar de comer a los patos y otras aves que se encontraban por ahí.
Almorzaron trucha horneada y bebieron vino en un restaurante elegante. Esta era la primera vez que Amelia acudía a un lugar pagado, ya que antes, nunca pudo permitirse esos lujos, en cambio, para Víctor, esto era muy común, pero le provocaba nostalgia cuando mira el piano que estaba en el escenario y recordaba el tiempo en el que trabajaba como pianista en la ciudad del puerto.
— Amelia, ¿por qué no quieres aceptar los regalos que quiero darte? — pregunta Víctor.
Estaban en una joyería y había solicitado que le enseñen varios broches, collares y anillos. Quería consentir a su esposa y darle un obsequio.
— Es que todo esto cuesta demasiado... no me siento a gusto con este tipo de regalos. Antes ahorramos cada moneda que teníamos, ahora me siento mal, pensar que una de esas joyas, vale lo que nosotros ganábamos en dos meses.
Víctor le toma las manos y se las besa
— Solo deseo demostrarte mi amor con algún presente. Antes no podía darte nada, ahora el dinero sobra y puedo comprar lo que tú desees... dime ¿Qué deseas?
— Solo a ti, no necesito nada más... tú eres el mejor regalo que me ha dado la vida — Amelia le da una sonrisa con una mirada tierna llena de sentimientos.
Víctor da un suspiro y sonríe. Le encantaba verla con esa expresión tan llena de ternura, sabía que lo decía porque su amor era completamente suyo. Haría lo que fuera por verla siempre sonreír.
— En ese caso, buscaré algún obsequio que sea de tu agrado y te haga feliz.
En la mansión de los nuevos Fortunato se vivía alegría, ya que Víctor y Amelia eran muy felices en su nuevo hogar. Parecían unos recién casados. Cuando tenían tiempos y Víctor no tenía que ir a trabajar con su padre, jugaban a las escondidas en las múltiples habitaciones de esa gran mansión. Habían creado un juego que consistía en tener que encontrar en menos de dos minutos en que habitación estaba el que sería perseguido, si el que buscaba ganaba, recibiría un deseo que no se le podía negar. Esto provocaba muchas risas que contagiaban incluso a los sirvientes que, rápidamente, sentían un gran aprecio por la joven pareja, ya que muchos de ellos habían trabajado en otras casas y esta era la primera en que los patrones tenían un matrimonio armonioso.
Amelia estaba recostada boca abajo sobre una alfombra blanca mullida en un salón que tenía muchos sillones, mientras estaba leyendo su correspondencia. Ese era un salón de reuniones, donde las mujeres podrían tomar el té por la tarde y los varones una copa de brandy por la noche. Era la sala que más le gustaba de esa casa, ya que era muy luminosa y tenía hermosos decorados en roble, además de una gran chimenea, ideal para el invierno. A este salón lo bautizo como el salón Rosales, por ser el apellido que usaban cuando eran fugitivos con Víctor.
Víctor se acerca silenciosamente, pues Amelia no se había fijado en su presencia cuando llegó y seguía leyendo sus cartas. Había regresado de trabajar de la casa de su padre y estaba ansioso por verla. Con sigilo hace la imitación de un ladrido de perro y le tomas las piernas, lo que hace que Amelia se sobresalte lanzando un grito de susto.
— Perdona amor, no quería asustarte así — Víctor reía a carcajadas, arrodillados al lado de ella.
Amelia lo mira y sonríe al descubrir que era su esposo e inmediatamente lo abraza.
— Qué alegría que hayas regresado... pero no me des esos sustos, se te está haciendo un hábito el que me sobresaltes... eso es malo para el corazón, ¿lo sabías?
— Tu corazón es fuerte para soportarme... además que te he encontrado y quiero mi premio
— Pero no estamos jugando a las escondidas, así que no cuenta... eres un pillo.
Víctor comienza a realizar muecas de lástima, como si quisiera llorar y lanza gemidos imitando a un cachorro herido.
— Si no me das mi premio, deberé morderte
— No... eso no me causará ninguna lástima, así que no me amenaces señor Fortunato
— Entonces deberé morderte, señora Fortunato
Víctor mete la cabeza debajo del vestido y comienza a darle suaves mordiscos, lo que provoca en Amelia un ataque de cosquillas y con eso muchas carcajadas.
El ama de llaves venía con dos sirvientas a la sala, traían el té, pastelillos y algunos fiambres que le gustaba comer a Víctor por las tardes. Cuando ven la escena del señor Fortunato con la cabeza metida en las faldas de la señora Fortunato que forcejeaba y agitaba sus piernas con muchas carcajadas en el suelo del salón, dan rápidamente una vuelta y salen del lugar. Ya los sirvientes estaban acostumbrados a ver a la pareja en tales actos de complicidad o juegos que hasta perdieron el asombro.
— Ya Víctor... sal de ahí... — Amelia se ahogaba con las carcajadas que lanzaba. Le dolía el abdomen de tanto reír y lágrimas corrían por sus mejillas, que salieron por el esfuerzo de su risa.
Víctor saca la cabeza del vestido de Amelia con la cara roja, también por tanto reírse. Mira cómo ella recuperaba el aliento recostada en la alfombra, pero su atención se posa en las cartas.
— ¿Quién te escribe?
— Ah... son cartas de Dorotea, Perla, Ofelia y las lobas — comenta Amelia
Víctor toma una de las cartas y sonríe, sentándose en la alfombra para leerlas.
— Me siento tan mal... me he olvidado de ellas
Amelia se acerca a Víctor y besa su hombro.
— Siempre preguntan por ti, te envían sus condolencias por la muerte de tu madre y están apenadas de no poder acompañarte en tu dolor... no te lo quería contar, para no hacerte recuerdo de eso.
— Tranquila mi preciosa Amelia, ya estoy bien, gracias a que te tengo a ti he podido sanar su pérdida. Pero me siento muy mal, he sido un ingrato, con todo lo que nos pasó, en tan poco tiempo me he olvidado de ellas, siempre fueron buenas con nosotros cuando más lo necesitábamos, unas verdaderas amigas.
Amelia besa su mejilla y le acaricia el cabello mientras mira cómo leía las novedades que cada una contaba en la Ciudad del Puerto.
— ¿Me querías pedir algo? Llegaste de la casa de tu padre con ganas de contarme y luego nos pusimos a jugar — comenta Amelia.
Víctor dobla las cartas con cuidado y las vuelve a colocar en el sobre.
— Ah, sí... se debe de ir a visitar las minas de carbón, yo me ofrecí a ir en vez de que vaya mi padre... ya sabes que el pobre está viejo y eso le cuesta — Víctor vuelve a reír por burlarse de su padre.
— Tu padre no es viejo, no seas malo con él
— Ya lo sé, pero se enoja muchísimo cuando se lo digo, hasta le tiembla un ojo del enfado que le da
Amelia estaba triste, ya que esos viajes podían durar una semana, sería una semana sin él y ya se sentía sola.
— ¿Y cuándo te irás?
— El domingo. El sábado por la noche hay reunión en el tedioso Club de Caballeros y el domingo por la mañana partiremos temprano.
— ¿Partiremos?
— Claro... tú vienes conmigo, no puedo dejarte sola aquí, además que no puedo dormir si no te tengo a mi lado, o ¿prefieres quedarte?
Amelia salta del gusto y abraza a Víctor con una gran sonrisa de alegría
— Claro que quiero viajar contigo... Oh Víctor, esto será como una aventura...
— Me alegra, sabía que te gustaría la idea de viajar. Para cuando regresemos, será tu cumpleaños y nuestro aniversario, le diré a mi padre que organice una celebración a nuestro regreso. Víctor se levanta y ayuda a Amelia a levantarse del suelo — Bien, no debo perder un minuto más
— ¿Qué vas a hacer? — pregunta Amelia con curiosidad.
Víctor levanta el sobre de cartas y se los enseña.
— Les escribiré a nuestras amigas...
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