Capítulo 58
Ya había pasado más de un mes desde el funeral de Mercedes.
Agustín con Víctor trabajaban juntos en lo que correspondía a finanzas y coordinación de la empresa. Ambos trabajaban a la par, ya que Víctor estaba demostrando sus capacidades para liderar, lo que hizo que su relación sea más estrecha y de confianza, prácticamente parecían buenos amigos, ambos se pedían consejos y bromeaban.
Padre e hijo estaban en el despacho revisando finanzas. Agustín despega la cabeza de los cálculos que estaba realizando y mira a su hijo que estaba haciendo lo mismo.
— Víctor...
— Dime papá — dice Víctor, quien sigue en su trabajo sin mirar a su padre.
— Me preguntaba, si te gustaría vivir a solas con tu esposa.
Víctor levanta la mirada sin entender.
— No quería tocar el tema, ya que me alegra que ambos estén aquí, pero creo que lo mejor para ti y Amelia, es que tengan su propia casa, porque siempre me preguntas sobre cosas que puedes o no hacer aquí y por el trato con los sirvientes.
— Sí... en realidad no lo había pensado. Me gustaría tener mi propio hogar con mis propias reglas, pero no quiero dejarte solo, además que los padres de Amelia están aquí.
— Por mí no te preocupes, sabes que Celenia me acompaña, pero recuerda que tienes la casa que te heredaron tus abuelos, no la he ido a ver hace tiempo, se debe limpiar y reparar algunas cosas.
— Hablaré con Amelia
— Hazlo... continuaremos trabajando ya sea aquí o en tu casa, si es que decides reclamar la propiedad, luego podremos dividir las finanzas de las minas. Solo deseo que no te sientas obligado por estar aquí para hacerme compañía.
Víctor le comentó esto a Amelia, la cual acepto gustosa, ya que era algo que necesitaba, tener su intimidad y no ver con culpa a sus antiguas compañeras de trabajo. Víctor también deseaba tener un lugar propio, quería volver a ser independiente como lo era en la Ciudad del Puerto.
Agustín coordinó un día con todos los sirvientes para dedicarse a limpiar aquella mansión al completo, fueron además los padres de Amelia, ya que deseaban conocer en donde viviría ahora su hija. Ese día sería muy especial, por el hecho de que esa casa no se había abierto desde hace más de 5 años, luego de la muerte de sus anteriores dueños.
Al ingresar todos a la mansión, se dieron cuenta de que tenían mucho trabajo que realizar. La mansión estaba cubierta de una gruesa capa de polvo, los muebles estaban protegidos por grandes sábanas y un olor a humedad y a biblioteca vieja se sentía. Inmediatamente todos se pusieron manos a la obra, incluido los Fortunato.
Víctor toma a su esposa de la mano y la acerca hacia él.
— ¿Qué te parece tu nueva casa?, ¿Te gusta? Cuando esté limpia será mucho mejor.
Amelia mira sorprendida en todas direcciones mientras caminaba con su esposo.
— Es increíble... digo, es mucho más grande que la mansión de tus padres, tiene tantas esculturas de maderas y detalles por todos lados, parece un palacio.
— Sí, es mucho más grande que la casa de papá, pero no se lo digas, se pondrá celoso y se querrá quedar con ella — ríe de manera discreta Víctor.
— Creo que eso ya lo sabe, pero este lugar es demasiado grande para los dos
— No te preocupes, tenemos mucho lugar para jugar a las escondidas, además que lo bueno de que sea tan grande, es que será difícil que alguien escuche tus gemidos por la noche — Víctor lo dice susurrándole al oído, sentía como Amelia se sonreía y encogía los hombros como si lo que le dijo le provocaba unas cosquillas en la nuca.
— Muchachos, no se queden ahí parados. Vengan, tienen que elegir qué cosas se quedan y que se debe sacar — comenta Agustín acercándose a la pareja.
— Papá, ya que viviste buena parte de tu vida aquí, ¿por qué no nos haces un recorrido? — Responde Víctor con una sonrisa a su padre.
— Claro que si, este lugar me provoca nostalgia, Celenia acompáñanos — dice Agustín invitando a todos para dar un recorrido por las habitaciones de aquella gran mansión.
La mansión tiene varias habitaciones y salas, un salón de baile, una gran cocina con varias estufas preparadas para servir grandes banquetes. La mansión era tan basta que contaba con 15 amplios dormitorios, sin contar otros 7 dormitorios de sirvientes que se encontraban en el tercer nivel.
Los Fortunato estaban en el dormitorio principal revisando los muebles.
— Esta cama con dosel es preciosa, nunca pensé que tendría una cama con pilares tan altos — Menciona Amelia maravillada por la hermosa habitación.
— Deberemos sacar las cortinas para lavarlas, estoy segura de que eran de color rojo oscuro y no cafés — comenta Celenia pasando las manos por los muebles para ver cuán sucios estaban.
— Ese colchón se tiene que ir — dice Víctor.
Agustín posa las manos en el colchón que estaba sobre la cama y hunde las manos.
— Pero ¿por qué? Se encuentra en buenas condiciones. A tu abuelo le gustaba la comodidad, este colchón es de pluma de ganso.
Víctor le lanza una mira con picardía.
— Papá, tú fuiste concebido y naciste en esa cama, no quiero acostarme una noche y pensar que hicieron los abuelos ahí — estalla en carcajadas Víctor.
— Ay Víctor, por el amor de Dios, qué cosas tan absurdas dices — Agustín usa un tono de fastidio cómico.
— Además, que debe estar lleno de chinches... quiero un colchón nuevo
— Solicitaré uno nuevo, además si me lo permiten puedo ayudarles a entrevistar a nuevos sirvientes — se ofrece Celenia.
— Eso se lo dejaré en manos de mi esposa — Menciona Víctor
— Eso sería de gran ayuda, muchas gracias — Amelia mira a Celenia y da una reverencia de cabeza en señal de respeto.
Todos almorzaron en la antigua mansión Fortunato y por la tarde seguían limpiando. Agustín estaba acompañado por Celenia y fueron a su antigua habitación, quería sacar algunas cosas de su propiedad, pequeños tesoros para un niño y que ahora solo tenían valor sentimental.
— ¿Recuerdas esta caja de caramelos? Me dejabas notas en ella que leía por la noche — Agustín le muestra una cajita de cristal a Celenia que estaba cerca de la ventana mirando absorta en sus pensamientos.
— Sí... era lindo aquel tiempo — Celenia da un suspiro y mira la caja.
Agustín deja la caja en el tocador, se acerca a ella, la abraza por la espalda y suspira en su hombro.
— Esta habitación me trae muchos recuerdos
— Claro que sí, era tu habitación — Celenia ríe discretamente.
— No lo digo por eso, en esta habitación te hice mía por primera vez. No puedo dejar de pensar en la emoción que sentí esa noche
Celenia sonríe y se da vuelta para verlo de frente
— Ese día también fue el más feliz y también el más triste
— No te puedo prometer que todos los días serán de felicidad, pero puedo prometerte que estaré siempre contigo.
Agustín deposita un delicado beso en sus labios que se vuelve más intenso, hasta que son interrumpidos, lo que les hace sobresaltarse.
— Papá, la zona de los establos se debe reparar... hem — Víctor había entrado por la puerta de manera despreocupada y encuentra a sus padres en la habitación, dándose un beso muy apasionado, en otras circunstancias eso le habría molestado de sobremanera, pero ahora, hasta lo encontraba necesario en ellos.
— Iré a ver a los sirvientes — Celenia salta del susto y la vergüenza la embarga. Se separa rápidamente de Agustín, baja la mirada y sale de la habitación
Víctor mira a su padre que trataba de aparentar como si no hubiera ocurrido nada.
— Ay, papá, ¿hasta cuándo seguirás jugando a las escondidas con Celenia? Ya están bien mayores como para eso.
— No seas impertinente Víctor
Víctor se cruza de brazos y le da una sonrisa cómplice a su padre.
— No quiero interferir en tus decisiones, pero... tú eres un viudo y ella está soltera, sería bueno que ya le des su lugar, podrían tener otro hijo, aún están a tiempo, solo tienen 36 años y...
— No hagas eso Víctor, no me digas que haga lo que sabes que no puedo hacer, no lo hice hace 20 años cuando no entendía cómo funcionaba el mundo, no lo haré ahora que sé cómo es la realidad, solo me haces sentir culpable
— Perdona papá, sé que ese es un tema delicado para ti — responde Víctor avergonzado al ver el rostro molesto de Agustín.
— Sí, lo sabes, y espero que no lo vuelvas a mencionar — Agustín sale de la habitación molesto y con un dejo de amargura.
Víctor se sentía amargado por causarle un pesar a su padre, el tema de Celenia sabía que no se debía de tratar con él. Tenía lástima por ellos, pero era mejor estar alejado de esos temas, puesto que él no lo entendía o no lo quería entender.
Durante los días siguientes, Celenia y Amelia contrataron nuevos sirvientes, se remodelaron partes de la casa, se cambiaron algunos muebles, Víctor y Amelia ampliaron su guardarropa y ahora ambos eran los nuevos señores Fortunato que habitaron en la gran mansión y esta sería su noche inaugural en su nuevo hogar.
Amelia estaba recostada, girando la cabeza, mirando de un lado a otro. Víctor la tenía abrazada por la espalda y nota como estaba preocupada
— ¿Pasa algo? ¿No puedes dormir?
— Es que esta habitación es muy grande, siento que ojos me estuvieran mirando, tal vez tus abuelos estén aquí reclamando porque estamos en su cama.
Víctor comienza a reír.
— ¿de verdad crees que los fantasmas te observan? Podríamos darle un espectáculo para que se diviertan— Víctor lo dice con tono pícaro, mientras metía una mano bajo el camisón y la subía hasta tomar uno de sus pechos.
Amelia trata de apartarlo preocupada.
— No hagas eso, realmente tengo miedo, siento que es una falta de respeto estar aquí.
— Pero amor, ya sabes que ellos no fallecieron en esta casa. Además, que es nuestra obligación estrenar esta cama y darles un heredero.
Víctor le estaba hablando a su esposa en tono de súplica infantil. Siempre hacia eso cuando quería hacer el amor y Amelia se negaba.
— Espera... déjame respetar esta noche al menos — Menciona Amelia preocupada.
— Hem... voltéate y te abrazaré para que puedas dormir
— Gracias por entenderme — Amelia le da un beso en los labios y se da la vuelta, dándole la espalda.
Víctor se quita el camisón y vuelve a abrazar a su esposa, colocando sus manos en su abdomen debajo del camisón y presionándola con fuerza hacia él.
— ¿Por qué te has quitado el camisón?
— Solo tengo calor. Duérmete — ordena Víctor.
Pasó un par de minutos y Víctor comenzó a mover sus caderas frotándose con los glúteos de Amelia, haciendo que su excitación se alojara entre sus piernas.
— No Víctor... dijiste que dormiríamos — Amelia se lo dice tratando de separarse, pero estaba firmemente agarrada e incluso él la rodeó con sus piernas.
— Yo no dije que dormiría, solo que duermas tú, quiero disfrutar de tu cuerpo
— No seas malo, no hagas eso... te dije que tengo miedo
— Pero con esto te quitaré el miedo. Ahora sé buena niña o los fantasmas te perseguirán — ríe Víctor. Se estaba frotando con tal intensidad que, pronto su virilidad encontró el lugar donde debía depositarse y comenzó a moverse de maneras más rítmica.
— Víctor ya para. Estoy muy enfadada contigo, eres poco comprensible
— No, tú eres la que no entiendes, ha pasado días en que no lo hemos hecho, tengo que dejar mi semilla en ti o no podré hacerte madre.
— Si lo sé, pero que sea otra noche — suplica Amelia.
— Será esta y las siguientes noches.
Víctor deja de abrazarla, le sube el camisón a Amelia un poco más y antes de que ella pueda decir algo, la posiciona rápidamente con las piernas en alto haciendo que sus rodillas toquen su busto, de esta manera podía penetrarla completamente sin topes.
— Te recomiendo que no cierres los ojos y me mires en todo momento — susurra Víctor.
— ¿por qué dices eso?
— Porque cuando los abras, quizás los fantasmas ya me hayan cortado la cabeza
— Ay Víctor ¿Qué necesidad tienes de seguir asustándome?
— Por qué cuando estás asustada, te contraes y se siente muy bien.
— Eres malvado, solo piensas en ti y en tu placer.
— Sí... eso lo dices, pero ¿Por qué estás moviendo tus caderas?
— Yo no las muevo
— A bueno, pensaba que sí. Entonces dejemos esto hasta aquí y vamos a dormir, no quiero que pienses que me estoy aprovechando de ti – Víctor comienza a retirarse, pero las piernas de Amelia lo detienen
— No salgas, ya que has comenzado, tienes que terminar... no quiero que te quedes con las ganas — Amelia trataba de ocultar su deseo y placer que estaba sintiendo, le gustaba cuando su esposo era posesivo y hacia aquellos juegos.
— Ah... gracias... eres muy considerada señora Fortunato — Víctor se lo dice con una sonrisa en los labios, mientras la acariciaba y tomaba sus caderas para dar movimientos cortos pero profundos. Ya conocía los gustos de su esposa y sabía cuándo su cuerpo lo estaba disfrutando
— Sí... soy demasiado buena contigo, deberías de recompensarme por todos los sacrificios que hago por ti — susurra Amelia mientras eleva las caderas para poder sentir de mejor manera las penetraciones.
— No te preocupes... te recompensaré.
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