Capítulo 47
Luego del día de ayer en donde confesaron sus sentimientos, Celenia tenía miedo que aquella situación destruyera la buena relación que tenían y por momentos se cuestionaba el haberle dicho que lo amaba, puesto que le dio esperanzas de un imposible... pero el saber que él la quería de igual forma le llenaba el corazón de ilusión, puesto que estaba enamorada de él desde que comenzó a vivir en aquella mansión y se lo demostraba con cada acto de ternura que hacía para él.
Los Fortunato almorzaban y Celenia junto a otras criadas estaban de pie a un costado de la mesa para el servicio. Agustín seguía siendo el mismo de siempre, como si lo que hubiera ocurrido ayer no le afectaba, eso quiere decir que la única que no sabía qué hacer era ella. Al terminar de almorzar se reunirían nuevamente los dos a solas y Celenia tenía que buscar algún tema de conversación para camuflar lo que estaba sintiendo.
Celenia Estaba mirando por la ventana, se repetía una y otra vez lo que tenía que decirle cuando lo vea para que no se dé cuenta de que estaba nerviosa. Escucha cuando entra al salón de lectura, se voltea con una sonrisa en el rostro para verlo y le muestra un libro
—Agustín... encontré este libro en la biblioteca, creó que debe ser interesante porque tiene bordes dorados y...
Agustín se le acerca y la calla con un beso en los labios que la sorprende y se separa de él
—¡No!... dijimos que olvidaríamos lo que ocurrió en el bosque — Celenia comienza a retroceder, pero Agustín la tenía por la cintura y camina junto a ella hasta que el paso se le interrumpe por la pared quedando acorralada, mientras seguía recibiendo besos.
—No puedo olvidarlo, he pensado mucho en ti desde ayer y no puedo... no quiero
Agustín la seguía abrazando y besando, mientras la presionaba con fuerza, ya que Celenia aún intentaba escapar, pero ella realizaba poca fuerza y sabía que su razón le decía que debía rechazarlo, pero su corazón esperaba que siguiera él ahí, es por eso que ella cada vez que forcejeaba, se detenía para luego acariciarle el pecho.
—Pero alguien puede entrar y vernos — susurra Celenia.
—Nunca nadie ha entrado... solo quiéreme — Respondía Agustín, mientras le seguía dando tiernos besos apasionados y acariciaba su cintura
—No Agustín... no puedo, no puedo... está mal — Celenia niega con la cabeza, lo empuja con más fuerza para escapar y salir del salón.
Los días siguientes seguían siendo iguales. Agustín aprovechaba cualquier momento para estar con Celenia de manera romántica y esta lo rechazaba, puesto que cada vez sentía que le era más difícil separarse de él y a pesar de que se lo decía, él no escuchaba razones, había perdido la timidez e incluso era más atrevido de lo que se podía pensar de él, es por ese motivo que ya Celenia no acudía al salón de lectura y escapaba cuando le veía.
Celenia caminaba por el pasillo luego de haber limpiado una de las habitaciones y llevaba las sábanas sucias para lavarlas. Una puerta se abre y una mano la toma por el brazo, arrastrándola al interior de aquella habitación. Era Agustín, para Celenia, verlo le daba alegría, le gustaba que la buscara y que fuera posesivo con ella, pero a la vez, le preocupaba al pensar que podría alejarse de ella, eso la atormentaba.
Agustín nuevamente la besa después de cerrar la puerta
—¿Por qué escapas de mí?... ¿Ya no quieres verme? — Pregunta Agustín con los ojos entrecerrados y susurrando muy cerca de ella.
—No es eso y tú lo sabes.
—¿Y no piensas que es más doloroso vernos y no querernos?
—Solo lo hago por el futuro...
—Pero no sabes lo que va a pasar en el futuro — Insiste Agustín — yo no me casaré con nadie, al menos que seas tú, porque estoy muy seguro de lo que siento.
Agustín le quita las sábanas que llevaba ella en los brazos y las arroja al piso, acercándose nuevamente mientras ella retrocedía, hasta que su zapato se engancha con la alfombra, haciéndola caer y con ella también Agustín. Celenia miraba el techo y trata de levantarse, pero Agustín se coloca encima de ella, y vuelve a besarla.
— Agustín... así no — súplica Celenia mientras lo aparta con fuerza.
—Ya para con eso Celenia... sé que te gusta tanto como a mí
—Es que ya no sé cómo explicarte, que no es correcto
—Bueno... eres mi sirvienta, te exijo que seas mi novia y me quieras — Habla Agustín con tono autoritario.
—¿Qué te pasa?, tú no eres así
—Porque solo pierdes el tiempo con alejarme, quiero que me sigas amando como la hacías antes de que supiéramos nuestros sentimientos... quiero que me abraces y me beses... ya sé que lo nuestro es un imposible, pero, podemos hacerlo posible.
Celenia mira en otra dirección, ya quería dejar de pensar en todos los contras y entregarse al sentimiento, pero no podía.
—No, ya déjame o se lo contaré a tu padre, iré a decírselo — amenaza Celenia.
—No lo harás, de hacerlo, sabes que nos separarían y no volvería a verte.
Celenia Se levanta, dejando a Agustín en el lugar donde se encontraba
—Eso sería lo mejor...
— ¿Por qué entonces me has dicho que me querías? No me hagas sufrir así, si te alejas de mí, seré desdichado... y no puedo mandar en mi corazón — Agustín se sentía triste por el rechazo de ella.
—Pero somos jóvenes, así como el sentimiento ha aparecido, así también desaparecerá, si no nos vemos, será lo mejor — Termina diciendo Celenia, toma las sábanas que estaban en el suelo y sale por la puerta dejando a Agustín en aquella habitación.
Por la mañana, le avisan a Celenia que el señorito Agustín estaba enfermo y el médico paso a verlo, se le encomendó que fuera a servirle un caldo de gallina y pan tostado, así que sube a la habitación y entra. Lo ve recostado en cama, muy decaído, deja la charola en una mesa y se acerca.
—¿Cómo estás?... ¿Qué te ha pasado? — pregunta preocupada Celenia.
Agustín abre levemente los ojos al escuchar aquella voz y se retira las sábanas del rostro
—Me duele el pecho, me cuesta respirar y mi palpitación está acelerada.
—¿Quieres comer?
Agustín niega con la cabeza
—¿Puedes abrazarme como lo hacías en el bosque? Así podré dormir — pide Agustín con un hilo de voz.
Celenia sin pensarlo dos veces se acerca, se sienta en la cama y Agustín apoya la cabeza en su regazo para que le acaricie el cabello.
—Luego de esto puedes irte — dice Agustín dando un suspiro — tienes razón y solo nos estamos dañando, gracias por decirme que me querías, aunque no sea verdad.
Celenia entendía que Agustín estaba dolido por rechazarlo y pensara que no lo quería.
— Perdona Agustín, no quería lastimarte ni hacerte sufrir
—Pero ya lo hiciste y eso nada lo cambiará... ya no importa, porque moriré.
Celenia se sobresalta al escuchar eso y lo mira preocupada
—¿Qué?... ¿Es una broma?
—No... moriré. Es mejor que no me tengas afecto — Agustín cierra los ojos y se vuelve a acomodar en la cama.
Celenia comienza a llorar y lo abraza con fuerza.
—No Agustín, júrame que es verdad que morirás
—Te lo juro
—No, eso no puede ser — Dice Celenia y su llanto se intensifica, besándole la frente.
—Pero, ¿Por qué lloras? Ya no te traeré más problemas.
—No digas eso, sabes que te quiero. Tú eres mis sueños e ilusiones, tenerte hace que mi vida se vuelva tierna.
—¿Me Amas?
—Sabes que te amo, ya te lo dije
—Sí, ya lo sé y sé que nunca me rechazabas realmente, porque correspondía mis besos y cuando te alejabas me mantenías abrazado, así que tú eras la que me arrastrabas a la pared.
Celenia sorprendida, pensaba que él no se daba cuenta. Pero ya no importaba, el tiempo se les acababa.
—Estoy muy arrepentida de rechazarte, si me das otra oportunidad, cuidaré de ti y de tu amor, no te haré sufrir... lo prometo.
—Era todo lo que quería escuchar — Agustín comienza a reír, se acomoda en la cama, abraza a Celenia y la arrastra hasta él para besarla.
—No estás enfermo — reclama Celenia sorprendida y malhumorada
—No... solo quería que me dijeras, que me amas y me aceptas
—Pero, me juraste que morirías
— Sí. Pero no te dije cuándo, puede ser hoy o cuando tenga 80 años — Agustín volvía a reír.
—Agustín, eres muy malo, has jugado con mis sentimientos... pero, me alegra saber que estás bien y eres mío.
—No te preocupes, yo siempre te amaré, eso si te lo puedo jurar.
Se quedaron así dando largos besos recostados en la cama, se miraban, acariciaban la mejilla del otro y se volvían a besar. Desde ese día comenzaron una relación en secreto.
Pasaron los meses y Agustín y Celenia tenían 15 años, la vida se mantenía tranquila y ambos tenían una relación alegre y apasionada. Cada día se convencían de que si Dios creó una pareja predeterminada, ellos lo eran, se entendían muy bien y una corriente recorría sus cuerpos cada vez que se tocaban.
Los Fortunato comenzaron a llevar a su hijo a fiestas de alta sociedad, esperando que atraiga a alguna buena jovencita, pero Agustín seguía siendo tímido y solo bailaba cuando su padre le pedía que saque a alguna señorita.
Para Agustín, las fiestas eran muy aburridas, sus padres solo hablaban de negocios y él odiaba bailar, solo se dedicaba a comer y mirar lo que ocurría a su alrededor y en esta oportunidad no era diferente. Miraba cómo todos bailaban y charlaban, pero nota a la distancia a una muchacha que estaba agotada de bailar y fue por una bebida, pero esta se le derrama en el escote y trataba de buscar algo con que secarse sin encontrar nada, y para su desgracia, se le acercaban jóvenes a pedirle un baile y ella debía rechazarlos, tratándose de cubrir el escote con la mano. Luego de unos minutos, a Agustín le causaba gracia ver cómo la joven seguía en su intento de buscar con qué limpiarse, así que decide acercarse para darle su pañuelo.
—Disculpe señorita... tome.
La joven lo toma rápidamente y se da vuelta para limpiarse sin que la vean. Agustín nota que la muchacha estaba aliviada secándose, así que se retira para volver a la esquina donde estaba anteriormente.
—Espera... gracias, le devolveré el pañuelo — le detiene la joven rubia.
—No es necesario, puede quedarse con él
Aquella señorita estaba esperando a que él digiera algo más y comienza a jugar con uno de sus aretes, ruborizarse mientras le miraba.
—Bueno... que tenga buena noche — termina despidiéndose Agustín. Se da la vuelta para marcharse nuevamente a su rincón.
—¿Eso es todo? Me ayudas de manera cortés y ¿no me pides bailar? — pregunta la joven abriendo mucho los ojos por la sorpresa de la actitud de él.
—No soy buen bailarín. Solo vi que necesitaba de un pañuelo.
—Es usted extraño, señorito Fortunato — ríe la joven de grandes ojos verdes.
—¿Cómo sabe quién soy? — pregunta sorprendido Agustín, al ser llamado por su nombre.
—Todos saben quién eres, siempre estás en todas las fiestas en un rincón. Las damas hablan de ti, pero tú no te das por enterado, ¿supongo que sabes quién soy yo?
—Disculpe, pero no — negaba apenado Agustín.
—Soy Mercedes Borcajada
—¿Borcajada? ¿Son los que tienen la industria de textiles?
—Así es. Pensé que lo sabía, puesto que en mi libreta tengo varias solicitudes de bailes, pero usted nunca me ha pedido una — sonreía de manera coqueta la joven.
—Debe serlo, ya que es una mujer atractiva, es obvio que tiene que tener varios pretendientes que esperan bailar con usted.
Mercedes se sonroja, no sabía si aquel muchacho se mostraba desinteresado en ella como una forma de coqueteo, puesto que tenía varios pretendientes por su belleza, pero que fuera aquel joven enigmático, le gustaba.
—Estoy cansada y ya no quiero bailar, ¿me haría el favor de sacarme a dar un paseo a la terraza?
Agustín le ofrece el brazo y camina con ella afuera del salón de fiestas.
Don Federico mira cómo su hijo sale del salón con aquella joven, se sentía aliviado de que por fin hablara con una señorita. Mientras pensaba en ello, se le acerca por la espalda el padre de aquella muchacha.
—Fortunato... creo que su hijo se lleva bien con mi hija — dice de buen humor un varón alto de cabello rubio y apariencia seria.
—Hola Bernardo. Así es... mi hijo siempre ha tenido muy buen gusto y su hija es preciosa, pero supongo que ya debe de estar comprometida
—Tiene varias propuestas de compromisos de muy buenas familias, pero deseo que una familia extraordinaria le dé la vida que realmente se merece
—Creo que ambas familias se beneficiarían de ese compromiso — el señor Fortunato hablaba como si de negocios se tratasen.
—Así es. Nosotros tenemos acuerdos comerciales desde años, es un buen momento de unir a las familias.
—Estoy de acuerdo.
Ambos hombres se quedaron discutiendo sobre comprometer a sus hijos y tomaron la decisión de realizar el cortejo dentro de los próximos días, lo ideal era realizar un matrimonio pronto, para evitar que alguna de las partes se retracte, ya que, para los Borcajada, era una gran oportunidad para escalar en sociedad y aumentar sus riquezas, puesto que se relacionarían con una de las familias más poderosas y no dejarían pasar esta oportunidad.
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