Capítulo 39
Ya era de noche y Amelia se movía de un lado para el otro en la cama, no podía dormir. Dormir en la mansión Fortunato era extraño, estar en la antigua habitación de Víctor era extraño y además se encontraba nerviosa, por lo cual no podía conciliar el sueño.
Víctor se despierta al sentir los movimientos de Amelia tratando de posicionarse en la cama, se voltea para abrazarla y le habla al oído.
— ¿Qué pasa amor?... te estás moviendo mucho... ¿Estás incómoda?
— Sí, el camisón es de seda y siento que es tener puesta agua que corre en el cuerpo, no estoy acostumbrada a esto. Además, estar en esta habitación, en esta cama y tratar de dormir aquí, es extraño... muy extraño.
— Es que ahora eres mi esposa, así que debes dormir aquí.
— Pero este era mi lugar de trabajo, además me ha dado mucha vergüenza cenar con tu padre y esperar a que mis antiguas compañeras me sirvan la cena que mamá ha preparado.
— Soy muy descortés, no te he preguntado si has visto a tu madre y que te dijo.
— Mamá estaba feliz, quiere que mañana almuerce con ellos, dice que papá estaba esperando por verme.
— Entonces mañana, te acompañaré a verlos.
— No es buena idea. Mamá dice que mi padre te responsabiliza por todo, él te odia.
— Aun así, iré. Tiene razón en odiarme, te separé de ellos, me casé con su hija sin su consentimiento.
Amelia se voltea en la cama para estar de frente con Víctor, estaba orgullosa de él, ya que no le temía al conflicto si era por ella, estaba orgullosa de su amor y siempre su esposo le confirmaba que era su príncipe soñado.
— Entonces iremos... te amo demasiado — Amelia le da un corto beso en los labios.
— Yo también mi cariño hermoso... ahora duerme, mañana será un largo día.
Durante la mañana, el matrimonio desayunó junto a los señores Fortunato. Posteriormente, recibieron la misa en el salón donde llevaron a la señora Mercedes en una silla con ruedas, que implementaron para sus traslados. Si bien podía trasladarse dentro de la mansión, dejó de salir para no mostrar su estado de salud a los ojos curiosos de la alta sociedad, quienes les encantaba buscar historias alternas para completar sus retorcidas versiones de los hechos.
Mientras Amelia conversaba con Mercedes ya en la habitación, Víctor retira a su padre a una esquina para hablar en privado.
— Iré con Amelia a ver a sus padres para el almuerzo, así que no podremos acompañarlos — Víctor habla en voz baja.
— Me gustaría que no fueras, el padre de Amelia era muy agresivo cuando se trataba de ti.
— Ya lo suponía, pero ahora ella es mi familia y no me puedo ocultarme eternamente, prefiero enfrentarlo inmediatamente.
— Avísame si algo ocurre o si ese hombre te violenta.
Víctor le sonríe dulcemente a su padre y le frotaba un brazo, sabía que se lo decía por preocupación, porque a pesar del tiempo, él siempre sería su niño.
— Claro que, si papá, pero no te preocupes, todo saldrá bien.
***
Al tocar la puerta de la antigua casa de Amelia, los recibe su madre, que queda sorprendida al ver a Víctor.
— Oh... señorito... no esperábamos verlo por aquí.
Rápidamente, al interior de la casa se escucha el grito de una maldición, saliendo don Teodoro, rojo por la rabia y caminando con paso firme como si fuera un toro rabioso. No quedaban dudas que sus intenciones era de provocar el mayor daño a aquel joven que se apareció por su casa.
Amelia trata de detener a su padre, colocándose entre su esposo y él para impedir que este lo lastimara.
— Papá, por favor... solo ha venido a mostrarte respeto
— ¡MALDITO! VIENES DESCARADAMENTE A MI CASA, DESPUÉS DE TODO LO QUE NOS HAS HECHO PASAR — grita Agustín con toda la rabia que tenía dentro.
— Don Teodoro, tiene toda la razón para estar molesto, pero créame que he tratado a su hija con respeto.
— DE QUÉ RESPETO ME ESTÁS HABLANDO... ROBARTE A MI HIJA ¿ESE ES EL RESPETO QUE ME ESTÁS DICIENDO?
Teodoro empuja con violencia por un hombro a Víctor, lo que lo hace retroceder. Mariana estaba asustada y toma a su esposo por un brazo para que este se calme.
— Por favor Teodoro, hablemos adentro, aquí todo el mundo puede escucharte.
— CLARO QUE NO... ESTA BASURA NO ENTRARÁ A MI CASA — Teodoro mira nuevamente a Víctor — ACASO CREES QUE, POR SER HIJO DE LOS PATRONES, ¿TENÍAS EL DERECHO DE DESHONRAR A NUESTRA HIJA?
— Yo no la he deshonrado... soy su legítimo esposo, si escapé con ella fue porque ni ustedes, ni mis padres permitirían que estuviéramos juntos.
Teodoro aparta a su hija con tal fuerza que la hace caer, para lograr abofetear a Víctor una y otra vez hasta que su esposa lo detuvo.
— ASÍ QUE AHORA LOS CULPABLES DE TODO ESTO ¿SOMOS NOSOTROS?... HABLAS COMO SI FUERAS UNA VÍCTIMA, PERO SOLO TENÍAS INTENSIONES LUJURIOSAS CON MI HIJA DESDE UN COMIENZO.
Amelia se levanta y abraza a su padre para que deje de golpear a Víctor y comienza a llorar.
— YA PAPÁ POR FAVOR... YA BASTA
Cuando las bofetadas se detienen, Víctor se coloca de rodillas ante la sorpresa de todos.
— Tiene razón don Teodoro, no he venido a causarle molestia, solo he venido a que me perdone por toda la angustia que les he causado y por no haber tenido el consentimiento previo para desposar a su hija. Puede desahogarse golpeándose si quiere, si con eso calma su rabia.
Ver al hombre en frente suyo de esa manera, desconcertaba a Teodoro. Aún deseaba golpearlo y su mano se posa pesada en la cabeza de Víctor para jalarle el cabello y que lo vea, pero respira profundo y luego la retira y comienza a hablar más tranquilamente.
— Ella tenía a un buen joven que la cortejaba...
— Alguien a quien ella no quería — Responde Víctor, sin retirar la vista del suelo, manteniéndose de rodillas.
— Pero era un buen muchacho, tú le desgraciaste la vida y de la pena se marchó. Acaso ¿no te da lástima lo que lo hiciste a Juan?
— No... él no me provoca nada... solo perdió esa guerra que yo gané. Acaso usted señor... si él se hubiera casado con Amelia ¿Habría sentido lástima por mí?
Teodoro queda sorprendido ante esa respuesta y no sabía cómo responder, eso hizo que la ira que tenía acumulada se comenzará a desaparecer.
Víctor levanta la mirada y mira a su suegro con determinación.
— Ya sé cuál es su respuesta. Usted me juzga por ser rico y ese es motivo suficiente como para que dé por hecho, de que no tengo sentimientos. Con Amelia cortamos esa ley social... solo éramos dos personas que se querían, por eso escapamos, a donde nadie nos conociera.
Todos quedaron en silencio por un momento. Los padres de Amelia comprendían lo que les decía Víctor, ya que, de otra forma, ellos nunca habrían dejado que los muchachos se casaran.
Amelia se arrodilla delante de su padre, al igual que su esposo.
— Perdónenme, yo también soy culpable. Víctor no me secuestró, yo escapé con él porque así lo quería... yo lo amo, así que no lo culpes a él de todo.
Teodoro toma a su hija por los brazos y la levanta de manera cariñosa.
— No sabes cuánto te extrañé mi pequeña.
— Yo también papá... pero, fui muy feliz mientras vivía con Víctor en aquella ciudad... él me dio una buena vida, siempre me cuido y no me hizo faltar nada. Ganaba el dinero trabajando, se sacrificó mucho. En ese lugar, no éramos ricos ni pobres, solo éramos nosotros — Amelia abraza a su padre y llora en su hombro.
Teodoro mira a Víctor, sin dejar de abrazar a su hija.
— Aún no te perdono... pero, te daré una nueva oportunidad, así que levántate y entra, no te trataré de manera especial solo por ser un Fortunato — Teodoro vuelve a mira a su hija y la lleva adentro de la casa, diciéndole que le cuente todo lo que ha vivido en esos tres años, era indiscutible que seguía siendo su pequeña adorada.
Mariana corre para ayudar a Víctor a ponerse de pie.
— Señorito, ¿Se encuentra usted bien?
— Por favor, llámeme Víctor, no me siga tratando como señorito, puesto que ahora es mi suegra.
— Claro que sí... pase, vamos a almorzar — Responde Mariana sonriendo.
La familia se reúne en el interior de la casa y tienen una larga charla que dura hasta el atardecer. Este encuentro, marca un nuevo comienzo en la vida de casados de Amelia y Víctor, puesto que ya sus familias aceptaron su unión y aunque nadie lo decía abiertamente, ambas familias sabían que era un matrimonio que se mantendría armonioso hasta la vejez.
El día fue largo, pero ya nuevamente estaba Víctor y Amelia en la habitación, recostados en la cama, listos para dormir.
— ¿Te sientes cómodo ahora que sabes que nuestras familias aceptan nuestro matrimonio? — pregunta Amelia.
— Realmente no me importa, estaba esperando que creerán conflictos para que no sea difícil la decisión para regresar a nuestra ciudad
— Pero, ¿regresaremos?
— Quiero regresar, pero papá estará solo cuando mamá fallezca — Ya el pensamiento de que su madre pronto moriría, Víctor lo estaba asumiendo, pero le seguía pesando.
— Pero ¿Quieres regresar?
— Sí... teníamos nuestra vida, nuestras cosas, nuestros amigos, dejar todos nuestros logros me pesa... tú, ¿qué quieres?
— Me gustaría quedarme aquí, están nuestros padres y ahora somos todos familia, podríamos trabajar nuevamente y tener una casa aquí.
— Si nos quedamos aquí, mi padre desea que continúe con la compañía del carbón, no permitiría que viviéramos como lo hacíamos antes, seguramente me dejará la casa de mis abuelos. ¿Aceptarías ser una dama de alta sociedad si nos quedamos?
— No lo había pensado, se me olvidaba que eres un Fortunato
— Tú también lo eres, Señora Fortunato — Víctor comienza a reír al ver la expresión de Amelia.
— Ay no. No sabría cómo ser una mujer de alta sociedad.
— Es muy fácil, solo bordas todo el día y tomas el té con amiga por las tardes, cuando sea una fiesta habla con la cabeza muy erguida y tienes que decir que todo el mundo es inferior a ti, eso es todo — Víctor encontraba todo aquello muy gracioso y carcajea.
— Ya no lo sé, no me gusta la idea de ser una mujer rica y mostrar apariencia, ¿me podrías ayudar con eso?
— Claro... yo te ayudo, te ayudaré desde ahora — Víctor lo dice con humor, mientras le desprendía los lazos del camisón de seda para tomar uno de sus pechos y lamerlo.
— No Víctor... no juegues, esto realmente me preocupa — Amelia lo empuja, pero su esposo reía y jugaba como era su costumbre.
— Pero te estoy ayudando. Calma, si tanto te preocupa ser una dama de alta sociedad, puedes tener un tutor de etiqueta, el resto, solo vales por los millones que tengas y si es por los Fortunato, tendrás muchos como para preocuparte por eso
Víctor sigue hablándole despreocupado, mientras se quitaba su camisón y acariciaba a Amelia.
— No Víctor... aquí no, tengo pudor al estar en tu habitación, ya lo sabes.
Amelia comienza a cubrirse y a forcejear, mientras Víctor le acariciaba los muslos y subía por sus caderas, manteniendo una risita nasal.
— A sí... podríamos imaginar que eres mi sirvienta y que vienes por la noche a mi cuarto.
— Oh Víctor... eres un pervertido — Amelia ríe al sentir el deseo de su esposo, así que comienza a acariciarlo.
— Dime señorito — Víctor se posiciona encima de su esposa para hacerle el amor calmadamente.
— Bueno, señorito Víctor
***
Víctor pasaba los días visitando a su madre y teniendo largas conversaciones con su padre, ya que don Agustín, cada día lo convencía más de hacerse cargo de la compañía del carbón y le enseñaba sobre el manejo de la empresa, de los trabajadores y de los accionistas.
Amelia, por su parte, visitaba a la señora Mercedes y volvían a tener las tardes de bordados que a ella le causaban tanta dicha y luego tomaban el té con dulces pastelillos. También comenzó a asistirla en sus tratamientos y baños, ayudando de esta manera a Celenia. Había algo en el ama de llaves que le producía a Amelia ternura, no podía especificar que era, quizás recordaba los consejos que le daba cuando lloraba por el compromiso de Víctor, pero veía en sus ojos, algo que la invitaba a quererla, algo muy distinto a lo que sentía Víctor por ella, ya que seguía tratándola con desprecio. Si bien Amelia no justificaba su actuar, comprende su resentimiento. Celenia era la amante de su padre, algo que no se lo perdona desde que era un niño, pero Amelia se veía reflejada en ella, tal vez, si Víctor se hubiera casado con su prometida, ella habría corrido la misma suerte que el ama de llaves.
El resto del día, Amelia lo compartía con su madre en las cocinas. Charlaban alegremente y Mariana le enseñaba a cocinar nuevos platillos y Amelia anotaba aquellas recetas como una buena estudiante.
Todo se mantenía en calma y hasta el momento, Amelia le gustaba mucho esta vida en la mansión Fortunato, hasta que comenzaron los rumores mal intencionados de parte de los sirvientes que, en un principio, eran poco audibles, pero luego se transformaron en despiadados y derrumbaba el buen ánimo de madre e hija, ya que venían llenos de veneno.
Tres sirvientas susurraban, junto con la muchacha que ayudaba en las cocinas, mientras estaba Amelia y su madre en el lugar.
— Es una descarada... se pavonea como si fuera una reina
— Se sienta en la mesa con los patrones y trata de hablar como una dama, cuando en realidad es solo basura
Mariana mira a las mujeres que susurraban y les encara.
— ¿Tienen algún problema con mi hija?
— No Mariana, ¿Por qué crees eso?
— Porque están murmurando a sus espaldas — responde malhumorada Mariana, lanzando daga por los ojos.
— Estamos hablando de otra mujer... al menos que la señora se sienta identificada — dice una sirvienta de unos 30 años y de cabello negro ondulado.
Mariana regresa donde su hija quien estaba cabizbaja.
— Iré a ver a la señora Mercedes — dice Amelia con intención de escapar de ese lugar.
— Cariño... que no te afecte lo que dicen estas mujeres, solo tienen envidia, podría decirle a la señorita Celenia para que haga orden aquí.
— No mamá, no te preocupes... me voy
Amelia esperaba que las murmuraciones terminaran pronto, no quería conflictos con nadie. Cuando sale de la cocina seguía escuchando los susurros a su espalda.
— Y ahí se va la reina. Creo que se ha ofendido su majestad — dice una sirvienta bajita y de nariz achatada.
— Es fácil gobernar, si tan solo seduces al patrón
— Seduces y abres las piernas como una loba.
Las mujeres comienzan a reír y Amelia, solo quería llorar, puesto que nunca había recibido tales ofensas.
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