Capítulo 37
Los Fortunato entraron a la sala principal de la mansión. Víctor se encontraba molesto, le arrebataron su trabajo, su casa, la vida que formó para venir nuevamente a la casa que era su prisión, en donde siempre le hacían sentir culpable por no ceder en lo que el resto esperaba de él. Pero ya no era un niño, aquel niño que guardaba silencio cuando sus padres lo castigaban, esa determinación se la dio el amor tan intenso que sentía por Amelia, era ella la que le otorgó alas para volar y escapar de esa jaula.
Agustín no sabía qué decir o cómo tratar a su hijo, pero ya habían pasado casi 3 años desde que se marchó y no podía dejar pasar más el tiempo.
— Víctor...
Él lo interrumpe antes de que diga algo más.
— Bueno, aquí me tienes... te esforzarte mucho para traerme de regreso, solo vine a ver a mamá y luego me marcharé con mi esposa.
— Ya no es necesario que te vayas. Esta es tu casa, tú perteneces aquí
— Te equivocas, desde que me fui y forme otra vida, yo no pertenezco aquí. El que sea tu hijo, no te da derecho en gobernar en mi vida. Yo no te necesito, tenía una casa, amigos y trabajos, tú me los arrebataste.
— Tu madre solo quiere verte, ella no se encuentra bien y por eso manteníamos la recompensa por tu paradero. Nosotros no queremos oprimir tu vida, ya tomaste un camino y no interferiremos en eso, solo visítala y luego puedes irte si quieres — Agustín hablaba con un tono suave y apesadumbrado, quería tanto volver a abrazarlo, pero era como un cachorro herido y lleno de dolor que, si se acercaba mucho, podría morder.
— Claro, la enfermedad de mamá... fue una buena forma de atraparme. Iré a ver a mamá y terminaremos con esta mentira — responde Víctor en forma de burla.
— ¿A qué te refieres con una mentira? — pregunta Agustín sorprendido por escuchar eso.
— Sé que la enfermedad de mamá no es real, lo hicieron para que venga a verla, ¿cómo una mujer joven como ella, va a tener una enfermedad terminal, producto de la gran pena que le he hecho pasar?
Víctor realmente lo creía, ya que no podía aceptar que su madre estuviera a punto de morir. Ella siempre ha sido una mujer fuerte y estaba seguro de que la enfermedad se le pasaría en una semana, cuando calmara su pena.
— Ella realmente está enferma, quiere tener a su familia de vuelta, solo quiere verte a ti ¿Por qué siempre complicas tanto las cosas? Ten un poco de consideración con tu madre — responde Agustín, molesto por la falta de empatía de parte de su hijo.
— Y a ti, ¿desde cuándo te importa tanto ella? Hasta parece que sufrieras, tú nunca fuiste parte de la familia, siempre la humillaste cada vez que estabas con tu amante, estoy seguro de que tú le has causado más pesar en su vida, que mi propia huida.
— Tú no lo podrías entender.
— Claro que no lo entiendo. Acaso ¿despediste a Celenia? Mínimo algo de consideración hacia mi madre si es que está moribunda, pero claro, yo soy el mal hijo por irme, pero tú te la das de buen esposo, mientras te sigues llevando a la cama a tu ramera.
— ¡YA CÁLLATE VÍCTOR!... NO HABLES DE COSAS QUE NO SABES — Agustín golpea la mesa que estaba en el lugar, no podía permitir que Víctor hablara así de Celenia.
— ¿O qué? ¿Me callarás con un golpe?... inténtalo, antes me amenazabas con desheredarme, ahora ya no tienes ese poder sobre mí
Amelia toma el brazo de Víctor y lo presiona con fuerza para hacerse escuchar.
— Ya basta, Víctor... no le hables así a tu padre... pueden terminar de decirse lo que quieran después de ir a ver la Señora Mercedes.
Los varones guardan silencio, ambos ya estaban discutiendo nuevamente como antes, pero nuevamente se calman luego de la intervención de Amelia, así que salen de la sala y se dirigen a la habitación de Mercedes.
Agustín toca a la puerta para saber si su baño había concluido y si podían ingresar. Pronto sale Celenia desde adentro y queda sorprendida al ver a Víctor.
— Señorito Víctor, es una gran sorpresa volver a verlo — dice el ama de llaves. Estaba emocionada al ver nuevamente al hijo Fortunato, pero este solo le regresa una mirada fría, lleno de desprecio. Pronto su sonrisa se esfuma y baja la cabeza.
— ¿Podemos entrar? — pregunta Agustín.
— Sí señor, la señora se encuentra lista— Celenia abre la puerta para dejarlos pasar.
Cuando Víctor entra a la habitación y ve a la mujer que se encontraba en la cama, queda estupefacto. Pensaba que todo era una farsa, puesto que la mujer que se encontraba acostada en esa cama, no era su madre, no se le parecía en nada a la hermosa mujer de ojos grandes y labios rosa que él conocía. Pero en esos pocos segundos que la estaba observando, calló en cuenta que era ella. Estaba muy demacrada, delgada, sin colores en el rostro, con ojos hundidos y su belleza dejo paso al rostro de la muerte. Aquello comienza a desesperar a Víctor, tenía un miedo interior que le enfriaba el cuerpo y esto lo paraliza dejándolo en estado catatónico.
Agustín ingresa en la habitación sonriente, dirigiéndose hacia su esposa, quien miraba en otra dirección.
— Mercedes... te tengo una hermosa sorpresa, mira quien te ha venido a ver
Mercedes mira en dirección hacia la puerta y ve en el umbral, un apuesto hombre de ojos azules que la miraba expectante. No sabía si era la realidad o estaba soñando, ya que los medicamentos la dejaban adormilada. Por fin volvía a ver a su hijo al cual añoraba tanto y pedía cada tanto al cielo que regresara a ella.
— ¿Víctor?... ¿Realmente eres tú?
Víctor se mantenía inmóvil y no respondía, se encontraba rígido y sin ninguna expresión, mientras miraba a su madre. Amelia al ver que no respondía, lo mueve para que vaya donde ella, pero era como una estatua, no caminaba y no realizaba gestos, así que comienza a empujarlo con mayor fuerza, pero era como si sus pies estuvieran pegados al suelo.
Al ver que su hijo que no se movía, volvieron a Mercedes todos sus temores a que él realmente la odiaba por tratar de comprometerlo con otra mujer y no entender sus sentimientos. Se angustia y su expresión cambia, ahora solo quería llorar.
— Perdóname Víctor... por no entenderte, por no ser la madre que tú necesitabas en aquel momento — dice Mercedes a punto de llorar.
— Claro que no Mercedes, él vino a verte, solo está sorprendido — responde Agustín, que camina nuevamente donde su hijo, se posiciona en frente de él y le toma el brazo, susurrándole para que Mercedes no escuche — Vamos Víctor, no le hagas esto a ella. Desquítate conmigo si quieres, pero no con tu madre.
— Víctor... ve, tú querías verla — Amelia también se le acerca y le susurra.
— ¿Esa es mamá?... pero ¿por qué está así? Creo que tiene hambre, por eso está delgada — dice Víctor de forma vaga.
Por la forma en que respondía, inmediatamente Agustín y Amelia comprendieron que Víctor no se movía por la impresión de ver a su madre en esa condición, así que su padre de manera cariñosa lo toma por la nuca y le voltea la cabeza para que lo vea y de esta forma se sienta apoyado.
— Sé que es difícil, pero tienes que ser fuerte por ella, siempre preguntaba si te encontré, ansiaba este momento... ve con ella.
Víctor mira a su padre mientras le hablaba y pronto regresa a la realidad, da un pequeño gemido y una lágrima cae por su mejilla. Vuelve a mirar a su madre, así que comienza a caminar lentamente hacia ella, hasta que, sin poder aguantar más, corre para abraza con desesperación, apoyando su cabeza en el hombro de ella y llorar de manera ahogada, lo que hacía que se le cortara la respiración, tosiera y vuelva a tomar bocanadas de aire para expulsarlos en forma de llanto. Mercedes lo abrazaba y le frotaba la espalda, acariciándole el cabello, meciéndolo para consolarlo mientras sonreía, estaba dichosa de tener nuevamente a su hijo en los brazos, el que estuviera así le recordaba a ese pequeño que lloraba buscando consuelo en su madre después de ser reprendido.
— Shh... ya mi pequeño, ya pasó... ya pasó
Amelia se mantenía en el umbral de la puerta, se sentía culpable de escapar y alejar a la señora Mercedes del hijo que tanto amaba. También estaba triste al verla en aquella condición, ella siempre fue buena y la trataba con cariño desde que era niña, era otra madre para ella y comienza a llorar en silencio cubriéndose los labios con los nudillos.
Mercedes gira la cabeza donde Amelia, le sonríe y estira la mano para que también se acerque, a lo que ella inmediatamente llega corriendo a su lado y la abraza también. Seguía siendo la misma niña que buscaba cariño y ahora tenía a sus dos pequeños nuevamente con ella. Vuelve a mira a su esposo que estaba de pie con los ojos brillantes, tratando de contener el llanto y le habla.
— Gracias por traerlos a mí.
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